Inundaciones, desastre natural o cultural?

17/01/2011
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Los devastadores efectos de las inundaciones, con cerca de trescientos muertos y dos millones de damnificados, han planteado un debate crucial sobre el origen y la dinámica del fenómeno. ¿Se trata de un ciclo natural que se recrudece periódicamente o las dinámicas climáticas se agravan por efecto del modelo de desarrollo y las debilidades de la gestión ambiental?
 
Para el sociólogo Alfredo Molano[1], el escritor William Ospina[2] y el ex – ministro de Medio Ambiente Manuel Rodríguez, obras como la rectificación del Canal del Dique y factores como el inadecuado manejo del territorio y la deforestación son factores determinantes del desastre. El decano de Economía de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria[3], considera en cambio que el peor invierno de los últimos cuarenta años es la causa fundamental del problema y llama supersticiosos a quienes claman por una más adecuada relación con los complejos ecosistemas, en gran medida acuáticos, que vertebran el territorio colombiano.
 
Una explicación sencilla de los efectos de la deforestación en el ciclo hidrológico la suministró el meteorólogo Max Henríquez a IPS: "La tala de árboles en las cuencas de los ríos permite que la lluvia no se contenga sino que llegue muy rápido a quebradas y ríos, que crecen y desbordan. La deforestación causa problemas de aceleración del ciclo del agua en la parte terrestre"[4]. El nivel de deforestación es calculado por el biólogo Orlando Rangel, del Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional en 598.000 hectáreas por año.
 
Los efectos de la deforestación y otras formas de alteración del ciclo hidrológico en la Cuenca Magdalena – Cauca se observan en la Depresión Momposina, una de las zonas más afectadas por las inundaciones. Esta suerte de “batea tectónica”, al decir del recordado Profesor Thomas Van Der Hammen, donde confluyen los ríos Magdalena, Cauca y San Jorge, con numerosos afluentes a su vez, tiene una extensión de 1850 Km2, y es considerada uno de los grandes deltas fluviales interiores del mundo.
 
Como se señala en el libro “Los sedimentos del río Magdalena: Reflejo de la crisis ambiental”[5]: “Los análisis del flujo de sedimentos en la cuenca del Magdalena sugieren, que un total de 153 Mt de sedimentos son arrastrados anualmente hasta la Depresión Momposina, con aproximadamente el 30 y el 36% de estos sedimentos provenientes del medio y alto Magdalena, respectivamente, y otro 32% aportado por el río Cauca. Una vez el Río Magdalena ha salido de la Depresión Momposina se registra un transporte de sedimentos de 142 Mt, lo que indica que cerca de 11 Mt se deposita anualmente en esta Depresión.”
 
Con los datos anteriores la dramática inundación que se ha presentado en la mencionada Depresión no requiere mayor explicación: las aguas no encuentran sus depósitos y zonas de amortiguación naturales pues están sedimentadas, cuando no rellenadas para ampliar las pasturas que requiere el modelo de ganadería extensiva allí implementado.
 
Otro tanto ocurre en la Cuenca del Magdalena. Como lo señala en el mismo libro: El Instituto Mundial de los Recursos (W.R.I.) calculó una tasa de deforestación anual del 2,6%, entre 1990 y 2000, la más alta de cualquier cuenca suramericana de orden mayor y una de las más altas a nivel mundial para cuencas tropicales. La pérdida de la cobertura original del bosque es del 87%. El IDEAM (2001) señala que cerca del 55% del área de la cuenca está destinada a la actividad agropecuaria, mientras que la cobertura de bosques alcanza solo el 26,4%.”[6]
 
De otra parte el mismo estudio plantea: “El aumento de la población, principalmente la concentración en grandes centros urbanos, así como la introducción de nuevas tecnologías y medios de producción, han originado grandes cambios ambientales en la cuenca del Magdalena. Estadísticas mundiales y nacionales indican que la densidad de población se encuentra entre 83 y 114 habitantes por km2, la más alta en el marco de los mayores sistemas fluviales de Suramérica.”
 
Lo más grave es que todo lo que está ocurriendo había sido diagnosticado por la “Estrategia Nacional del Agua”, elaborada por el entonces Ministerio de Medio Ambiente, con el apoyo de la Universidad Nacional de Colombia en 1996. En dicho documento se lee: “Dicha problemática tiene como factor determinante las formas de ocupación del territorio y los sistemas de producción, dentro de los cuales los sistemas tecnológicos son particularmente significativos, como factores que alteran las condiciones de regulación del ciclo hidrológico; es decir la relación básica Suelo – Agua – Vegetación – Aire y la relación sistémica entre los diferentes pisos latitudinales, creando los desfases en la disposición espacial y temporal de la oferta y las condiciones de calidad de la misma, condiciones que explican los conflictos en la relación Oferta – Demanda hídrica y por tanto las limitaciones al desarrollo sostenible”[7]
 
A la luz de lo anterior, se pueden apreciar mejor las propuestas que se hicieron en el Referendo por el Derecho Humano al Agua, en mala hora negado por el Congreso, una de las cuales planteaba: “Los ecosistemas esenciales para el ciclo del agua deben gozar de especial protección por parte del Estado y se destinarán prioritariamente a garantizar el funcionamiento de dicho ciclo”.
 
Igualmente se puede apreciar que cuestionar el modelo de desarrollo que estamos siguiendo, y profundizando, a través de las locomotoras del presidente Santos, no constituye ninguna superchería; como tampoco proponer que nos inspiremos en el manejo que dieron los indígenas precolombinos a zonas inundables como la Depresión Momposina y el Valle del Sinú, donde floreció la cultura Zenú, y de donde provienen las tradiciones anfibias bellamente expuestas por el Maestro Orlando Fals Borda en su “Historia doble de la Costa”.
 
Por cierto, tampoco es la primera vez que el país, y particularmente la Costa Atlántica, padecen graves inundaciones. En solo esta década debemos recordar las producidas sucesivamente en 2002, 2003 y 2004 que arrojaron más de medio millón de damnificados.
 
Frente a la catástrofe el gobierno nacional anuncia un gran plan de reconstrucción y ayuda a los damnificados por cinco billones de pesos. La gestión del mismo será gerencial y para conducirla se ha designado al empresario Jorge Londoño, ex – presidente del Banco de Colombia, que actuará con una junta de exitosos empresarios. Se plantea la reconstrucción de la infraestructura arrasada por las aguas con obras de gran envergadura y mayor resistencia a los embates de la despiadada naturaleza.
 
Me temo que no se ha aprendido la lección. Si no entendemos la lógica de los ecosistemas que conforman el territorio que habitamos los desastres serán recurrentes. La cultura, como la entendía el recientemente desaparecido filósofo ambientalista, Augusto Ángel, es la forma como la especie humana se adapta o contraviene a la naturaleza, de la cual forma parte. Podemos construir una sociedad con tecnologías y formas de pensar y simbolizar que vaya en el sentido de aquella lógica o contravenirla como a todas luces hemos hecho. Mientras no entendamos este sencillo pero profundo pensamiento estaremos expuestos a calamidades cada vez mayores.
 
Ni que decir tiene que un replanteamiento del rumbo a seguir o tan siquiera una reconstrucción duradera, además de apoyarse en el conocimiento científico y en el saber popular, deberían partir de una amplia consulta al pueblo colombiano, comenzando por las poblaciones más afectadas, acerca de cómo perciben el problema y que alternativas plantean. Al parecer se optará por un autoritarismo gerencial que se verá entorpecido por los intereses expureos que se mueven en las regiones. No olvidemos que las zonas ahora inundadas han sido escenario del conflicto armado, el narcoparamilitarismo, el clientelismo y la corrupción.
 
Se anuncia también la intervención del alto gobierno en las Corporaciones Autónomas Regionales, escenario de no pocos episodios de corrupción y afectadas por el clientelismo que ahoga a todo el Estado colombiano. Desde luego exigir responsabilidades a estos entes regionales es necesario, pero sin una reflexión a fondo sobre el rumbo del desarrollo en el país y sobre las razones que llevaron primero al estancamiento y luego al desmonte del Sistema Nacional del Ambiente, la intervención en las CAR´s no pasará de ser coyuntural y episódica. De paso habría que indagar también por qué se eliminaron las licencias ambientales para tantas actividades, extractivas por ejemplo, de innegable impacto ambiental.
 
La situación amerita preguntarse más bien, qué tipo de Sistema Nacional del Ambiente necesita Colombia, ahora que son evidentes las consecuencias de años de destrucción y deterioro ambiental.
 
No estamos pues ante un desastre natural como lo quieren plantear convenientemente algunos, es el tipo de sociedad, de modelo de desarrollo y en general de cultura que hemos construido y que en parte se nos ha impuesto por los intereses transnacionales que medran en el territorio colombiano, lo que está fallando. Tampoco es una oportunidad para relanzar el desarrollo, si sigue las pautas hasta ahora conocidas, es más bien una ocasión para la reflexión, el replanteamiento y la construcción de alternativas.
 
- Rafael Colmenares es Miembro del Comité Nacional en Defensa del Agua y la Vida
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 238, Corporación Viva la Ciudadanía. www.vivalaciudadania.org


[1] Véase columna “Lloviendo sobre mojado”, El Espectador, 25 de Diciembre de 2010.
[2] Véase columna “La memoria del agua”, El Espectador, 18 de Diciembre de 2010.
[3] Véase columna “Supersticiosos”, El Espectador, 18 de Diciembre de 2010.
[4] Entrevista realizada por Helda Martínez el 3-12-2010
[5] Véase: “Los sedimentos del río Magdalena: Reflejo de la crisis ambiental” Juan D. Restrepo Ängel. PhD . Editor, Fondo Editorial – Universidad Eafit, Agosto de 2005.
[6] Ibídem.
[7] Ver “Memoria técnica de la Estrategia Nacional del Agua”, Minambiente, 1996.
https://www.alainet.org/pt/node/146822
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