Las inundaciones no son juego de “niños”

29/11/2010
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Según la explicación oficial luego del “niño”, que generó una prolongada sequía el año pasado, ha llegado la “niña” con sus tormentosos y abundantes aguaceros. Si el año pasado el país padecía los incendios forestales, este año sufre por las inundaciones. Las magnitudes del problema son considerables: 1.100.000 damnificados, 144 muertos, 580 municipios afectados, es decir medio país, algunas poblaciones como Nechíy San Benito Abad, permanecerán anegadas por cinco meses más y el invierno aún no termina. Para tener un punto de comparación, en Nueva Orleáns, los damnificados por el huracán Katrina fueron medio millón de personas, es cierto, en sólo una semana pero la tragedia colombiana, mucho mayor, se ha producido en poco más de un mes.
 
Esta vez poco se ha oído la manida frase de “desastre natural”, aunque la explicación de la sucesión niño - niña apunta hacia allá. Realmente se trata de un desastre cultural, es decir lo que naufraga es una sociedad que marcha en contravía de los ecosistemas naturales que estructuran sus territorios, que ha destruido a sangre y fuego, a golpe de tala y desecación de humedales, la cultura indígena y campesina que hacia viables los asentamientos poblacionales en las zonas inundables. Esa cultura heredada de los zenúes y otros pueblos indígenas que habitaron La Mojana, las cuencas del Nechí, el bajo Cauca, el San Jorge y el Sinú han desaparecido o están en vías de extinción.
 
En su lugar la ganadería extensiva, la palma aceitera, las camaroneras, los agrocombustibles, el arroz transgénico bt, y todos los agronegocios ocupan los territorios que antes poblaban los descendientes de las culturas aborígenes, los mestizos que habían conservado buena parte de su cultura y habían generado modelos adaptativos a la naturaleza inundable de los territorios. Los “hombres caimán”, a los que cantaron los juglares costeños, las culturas anfibias que tan brillantemente describió y analizó el maestro Fals Borda en su historia doble de la Costa están desapareciendo.
 
El conflicto armado es una disputa por la naturaleza, es decir por sus bienes y servicios que la sociedad mercantilizada que tenemos convierte en “recursos” y mercancías, por eso no es posible sacar a la naturaleza del conflicto como lo advirtiera lúcidamente el gran filósofo ambiental colombiano Augusto Ángel Maya, recientemente fallecido. Para lograr la mercantilización de la naturaleza se alteran los ecosistemas y se desplaza a la población campesina, mestiza e indígena de los territorios. Ese ha sido el trabajo sucio del paramilitarismo.
 
Desde luego el cambio climático avanza, es un fenómeno planetario derivado del modo de producción y del tipo de sociedad dominante. Pero no todo es explicable por este problema que al ser global parece estar fuera de nuestro alcance, lo cual induce a la pasividad y a la resignación. Hay factores nacionales, regionales y locales que conducen a la alteración no solo del clima sino de la capacidad del territorio (ecosistema y cultura) para resistir los inviernos o las sequías.
 
El ciclo hidrológico en el territorio colombiano es particularmente complejo pues estamos ubicados en la zona de confluencia intertropical y atravesada por tres grandes cordilleras. Ello unido a la influencia de los dos mares que nos rodean y a la incidencia de la Amazonía y la Orinoquía hace que sobre nuestro territorio confluyan factores climáticos diversos. Esta conformación otorga ventajas y beneficios representados en la enorme biodiversidad y la abundancia de agua pues somos la octava reserva de agua dulce del planeta. Al tiempo impone un manejo muy cuidadoso de los ecosistemas pues en la naturaleza las ventajas pueden convertirse en su contrario cuando se actúa en contravía a su lógica. Es lo que ha ocurrido en Colombia a pesar de las sucesivas advertencias, la última hace ya catorce años, cuando el Estudio Nacional del Agua, encargado por Minambiente a la Universidad Nacional identificó las formas inadecuadas de ocupación del territorio, los sistemas productivos y las tecnologías utilizadas, como los factores determinantes de la polaridad abundancia – escasez de agua que recurrente y crecientemente venimos padeciendo.
 
Un estudio del Instituto Von Humbolt dado a conocer hace sólo unos meses revelaba que la tasa de deforestación se había incrementado en el país. La cobertura vegetal es esencial para el adecuado funcionamiento del ciclo hídrico en un territorio en donde el agua fluye de las alturas a las llanuras. Eliminar la vegetación como se ha venido haciendo por terratenientes, agroindustriales y urbanizadores, entre otros beneficiarios de la destrucción, es gravísimo pues acelera la escorrentía. El agua arrastra a su paso el suelo y sedimenta los ríos. Si además al llegar a la planicie costera encuentra que los amortiguadores naturales de las crecientes, ciénagas, caños y humedales, han sido desecados para convertirlos en pasturas para ganado o en planicies para los monocultivos el resultado no puede ser otro que el que estamos contemplando.
 
Además los playones otrora comunales han sido también invadidos por los terratenientes interrumpiendo los flujos del agua, como pudimos observarlo en la navegación del río Magdalena que hicimos como parte de la campaña del referendo del agua en 2007. Con ello además de alterar la dinámica del río se expulsó a los campesinos - pescadores que alternaban las dos actividades como parte de la cultura anfibia extendida además por el bajo Cauca y su afluentes.
 
La tragedia se ha convertido además en oportunidad para la corrupción y el enriquecimiento de contratistas y funcionarios públicos. Según denuncia del actual ministro de Obras Públicas y Transporte, en el Gobierno anterior se adjudicaron contratos para obras de contención de inundaciones en la zona de La Mojana por cerca de 25.000 millones de pesos sin que se hubieran presentado siquiera los diseños de las mismas. Estas obras fueron incapaces de contener las arremetidas del agua y la población ha tenido que acudir con su propio esfuerzo a improvisar diques con madera y sacos de arena.
 
La Sabana de Bogotá no ha escapado a la ola invernal y los barrios pobres de la propia capital se han visto inundados. Una vez más se anuncian obras en el río Bogotá, incluso su canalización, como si fuera posible dominar el agua introduciéndola en una camisa de fuerza. Sin entrar en este complejo debate no sobra recordar que hace tres años todas las autoridades ambientales encabezadas por el entonces ministro de Ambiente, Juan Lozano, anunciaron el plan de recuperación definitiva del río. Los resultados están a la vista.
 
Paradójicamente hace sólo seis meses el Congreso le cerraba la puerta a un referendo que planteaba la destinación exclusiva de los ecosistemas esenciales para el ciclo hídrico a esta finalidad natural y el derecho humano fundamental al agua potable. Hoy nos ahogamos y padecemos sed al mismo tiempo, persistiendo en el camino equivocado por el cual seguiremos en desbocada carrera jalonados por las locomotoras de la prosperidad que proclama del presidente Santos: minería, agronegocio y combustibles fósiles.
 
- Rafael Colmenares es Ex director de Ecofondo
 
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 234, Corporación Viva la Ciudadanía. www.vivalaciudadania.org
https://www.alainet.org/pt/node/145862
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