Nuevo mapa sindical mundial

13/11/2006
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El 3 de noviembre pasado, al final de cuatro días de deliberaciones que incluyeron dos congresos separados y un congreso unitario, las dos más importantes asociaciones mundiales de trabajadores, Ciosl (Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres) y CMT (Confederación Mundial del Trabajo), la primera de tendencia socialdemocrática y la segunda socialcristiana, se fusionaron en una sola entidad: la Confederación Sindical Internacional (CIS). La primera, mayoritaria desde su creación en 1949 como escisión de la hasta entonces única Federación Sindical Mundial (FSM), arropó por decenas de años a los principales sindicatos del mundo capitalista, bajo la égida norteamericana, mientras la FSM se replegó sobre las organizaciones del socialismo. Cuando se produjo el derrumbe de este campo en 1989, la otrora representación del mundo del trabajo que triunfó sobre el fascismo en 1945 perdió sus más importantes posiciones y actualmente reduce su influencia a pequeños núcleos laborales de Asia, Africa y América Latina, con epicentro en Cuba. La CMT, por su parte, nació en los años cincuenta, cuando logró reagrupar las huestes del sindicalismo cristiano dispersas por el mundo entero, algunas de las cuales, como las europeas, habían visto la primera luz incluso antes que los sindicatos creados por la socialdemocracia desde fines del siglo XIX.

Casi seis decenios después del primer “reparto” de poderes en el mundo, pues, las organizaciones gremiales de los trabajadores organizados inician una nueva distribución, aunque en condiciones muy diferentes de la primera. La aglomeración única de 1945, cuando apenas se estaban desmovilizando los ejércitos victoriosos, hizo realidad el sueño de los socialistas y comunistas del mundo entero: crear una fuerza obrera mundial, no obstaculizada por las fronteras de los países y que al lado de los partidos revolucionarios tomara en sus manos la tarea de socavar el sistema capitalista, hasta el triunfo final. Su himno, La Internacional, se convirtió en pieza de unidad y combate de los trabajadores dondequiera que se movilizaban. Los años 40 y 50 conocieron los mayores avances laborales y políticos de los trabajadores europeos, al calor de los cuales, y pese al desencadenamiento de la violencia interna, los sindicatos colombianos lograron las más importantes reivindicaciones económicas y sociales.

Nada de eso ocurre hoy. En vez del triunfo de la producción socialista tenemos globalización de las operaciones y funciones del capital y en lugar de paso adelante en la construcción de una sociedad igualitaria nos acompañan los funestos efectos del derrumbe de un proyecto que no fue capaz de crear una sociedad de la abundancia y las libertades, como habíamos prometido. En lugar de auge revolucionario bajo la enseña del marxismo leninismo asistimos a una oleada fundamentalista demencial aparentemente contrapuesta pero en verdad identificada en el sojuzgamiento de los pueblos para servicio de sus proyectos políticos excluyentes, donde ni partidos democráticos ni hombres y mujeres libres tienen cabida.

La Ciosl y la CMT, aparentemente triunfantes sobre la bestia comunista, decidieron unir fuerzas porque, en las condiciones de desaparición acelerada de la clase obrera como puntal de la producción industrial y como enseña de la organización popular, el sindicalismo, la forma clásica y conocida de su ser, no tiene futuro. La marcha de las cosas ha mostrado que la clase obrera ya no es la clase de vanguardia de la sociedad, si alguna vez lo fue en Europa, y ni siquiera en el seno de su más importante experimento, la Urss, donde a partir de los estremecedores años 30 fue desplazada de los puestos de comando por los servicios de policía e inteligencia del régimen. Los sindicatos están obligados a buscar otros puntales de apoyo orgánico y político, abandonar el escenario cerrado y garantizado de las empresas y volver los ojos al mundo del trabajo informalizado, dispersado en pequeñas instancias, personalizado en vez de difuso y colectivo, donde las capacidades tecnológicas son tan eficaces como anónimas. A ese funcionamiento en red de las fuerzas de la economía —y la cultura, y las artes, y los saberes— no puede responderse —piensan los líderes sindicales de hoy— sino mediante una actividad y una dirección también en red de los trabajadores del mundo.

La creación de un solo ente sindical mundial obligará a las asociaciones nacionales de trabajadores a fusionarse también. La idea de quedar bailando solas no tendrá éxito. Desde que se organizó el sindicalismo a escala internacional, las expresiones locales han dependido del sostén financiero y político de las instancias superiores. En el caso colombiano, las tres confederaciones existentes ya decidieron unirse a la CIS. La CTC ha sido siempre filial de la Ciosl, y la CGT de la CMT. La CUT es independiente desde su fundación en 1986, pero su último congreso (agosto de 2006) aprobó inscribirse en la CIS y la minoría comunista y moirista que se había opuesto aceptó su derrota y dice estar dispuesta a echar adelante el proyecto. Los líderes locales de toda afiliación saben que si no lo hacen van a salir perdiendo. No recibirían financiamiento solidario internacional, indispensable para la marcha del conjunto de sus aparatos, y además quedarían políticamente aislados.

Lo ideal es que las tres realicen un congreso unitario donde acuerden formar una nueva y única entidad nacional. Y ahí es donde comienzan a doler los callos. Cada agrupación tiene intereses económicos determinados y causas políticas propias, conexiones diferentes con la política gubernamental y las empresas, y hasta sus propias ventajas en el aparato burocrático oficial. Las tres confederaciones no tienen comportamiento político similar sino disímil, así en los últimos cinco años mantengan un aparato político unitario, la Gran Coalición Democrática, con el cual se enfrentan a las políticas uribistas. La CUT tolera en su seno las más diversas tendencias políticas, incluidas las ligadas a la simpatía con la guerrilla y los paramilitares. La CTC es más homogénea, aunque tiene un reducto profundamente anticomunista en el Valle del Cauca. La CGT, entre tanto, según dicen sirios y troyanos, no funciona como una organización laboral democrática sino como una fuerza al frente de la cual está un secretario general rodeado —cito palabras textuales— de sus empleados; sin embargo, esa fuerza es la única que cuenta con un instituto de educación de cubrimiento nacional y la que más ha innovado en la búsqueda de soluciones para la afiliación sindical diferentes de las tradicionales.

O sea, hay de todo en la viña del Señor. Aunque, a decir verdad, no de todo. ¿Qué fuerza política puede estar detrás del proyecto de mudar la presencia del sindicalismo colombiano en las nuevas condiciones impuestas por la globalización? ¿Será el PDA, donde las tres confederaciones tienen representantes? No parece ser así, porque el Polo está más interesado en saber “cómo va” para concejos y asambleas a menos de dos años y para Presidente dentro de cuatro. Si el Polo va a esperar a que los sindicatos salgan de su crisis y se pongan a su servicio, su oportunismo le saldrá caro. El sindicalismo puede estar hoy peor que nunca antes, pero la historia contemporánea dice que ningún movimiento popular puede ir adelante sin la presencia de los asalariados en primera fila.

- Álvaro Delgado es investigador del Centro de Investigación y Educación Popular, CINEP.

Fuente: Corporación Viva la Ciudadanía.

www.vivalaciudadania.org
https://www.alainet.org/es/articulo/118162
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