De tal palo

30/06/2008
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  • Opinión
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La Universidad de los Andes dio a conocer, con destino a las secretarías de Gobierno y Educación del Distrito Capital, el estudio “Violencia y seguridad en ámbitos escolares de Bogotá”, que contiene datos alarmantes. El responsable de esta columna ha entrevistado al respecto a una experta docente que toda su vida ha trabajado en los colegios de la capital. Esto fue lo que nos contó del asunto, con sus propias palabras. Me perdonan la extensión inusual del texto, pero ella dijo cosas que todos debemos conocer.

La violencia que se vive en las instituciones educativas es la expresión en chiquito de la vida exterior. Es la misma violencia que se vive afuera. Las transgresiones son las mismas que se cometen en la ciudad: robos, agresiones personales de todo tipo, psíquicas y sexuales. Los consumos ilícitos son los mismos de afuera. Se ha llegado no solo a consumirlos sino a comerciarlos. Pero esas sustancias están al lado de la escuela, del barrio, de la casa. Si hay fracasos afuera, no se le puede exigir a la escuela que sea inmune a ellos. Hay que pedirle modificación desde el punto de vista pedagógico.

Antes no había mucho consumo de alucinógenos en los establecimientos educativos porque tampoco lo había en casas, bares, discotecas. Lo mismo pasa con las armas.

Los profesores consumen licor dentro de las escuelas con ocasión de celebraciones: cumpleaños, Día del Maestro, homenaje a alguna persona, huelgas. El grupo que dirige la huelga hace el balance de ella con licor en mano. Las asambleas sindicales y algunas reuniones que se realizan en las casas sindicales terminan con rumba. Las organizaciones sindicales hacen fiesta y reparten aguardiente. No hay celebración que valga sin alcohol, porque resultaría destemplada.

A un grupo de estudiantes no puede exigírsele que no consuma alcohol si hay profesores que lo hacen. Eso de que yo soy adulto y usted es niño no vale. Al estudiante se le pide que goce sin alcohol, pero yo, que soy el adulto, no puedo pasarla bien sin la presencia del mismo. Hay profesores que van a tiendas y bares con sus estudiantes y allí se descomponen. Los efectos del alcohol los desdoblan y les da por pelearse, acostarse sexualmente, y eso lo ven los estudiantes.

Hay casos de colegios donde los profesores consumen alucinógenos y algunos lo hacen con estudiantes, sobre todo de grados superiores. En algunos hay la idea de que el licor y los alucinógenos se han consumido toda la vida por todas las culturas, y que el problema es que los adolescentes deben es aprender a verlo para “manejarlo”, no dejarse manejar por el alucinógeno. Tienen la idea de que eso es controlable y eso lo sostienen ante los estudiantes. Mientras eso sea así, ¿cómo esperar un cambio?

En todo colegio que se respete hay el jean day, por poquito una vez al año. La primera vez fue en el año 2000 y tal vez antes. Algunos lo hacen dos a cuatro veces. Ese día se organizan minitecas en sitios cerrados, oscurecidos artificialmente, con juegos de luces a imitación de discotecas de adultos y viejos. Esas minitecas se organizan hasta para preescolar. Los niños se acicalan como personas adultas: niñas con escotes y faldas apretadas y chicos con pantalones y camisetas al estilo, en un remedo de lo que hacen los adultos. Las mamás y los papás son felices vistiendo a los niños y niñas de esa manera. Las niñas de ocho años llegan maquilladas al evento.

Otro juego en el jean day es el café-bar para pequeños. Aparentemente no consumen alcohol sino jugos. Pero algunos niños y niñas, por debajo de cuerda, entran licor y otras cosas, en los grados mayores. Ese día las profesoras están ahí acompañando, pero en el fondo deben vigilar donde puedan presentarse excesos.

Estos eventos son propicios para que los expendedores se acerquen y aborden a los niños. En el Liceo Femenino Mercedes Nariño se presentó una situación bastante delicada. Queda cerca de la calle 22 sur. Las emisoras para jóvenes (que son inmundas) rifan conciertos de rock entre los colegios que más audiencia tengan. Los muchachos llaman a la emisora para ganar el concierto.

Es el colegio el que gana el concurso, y ese colegio se lo ganó en el 95. Ante la presión de las estudiantes y la mediación de las madres el rector permitió hacer el concierto, aunque tenía mucho miedo. En medio del concierto, que es solo para niños, se metieron por los tejados unos tipos expendedores y otros que iban a ver y disfrutar, con la mala suerte de que hubo un accidente.

En colegios del norte las excursiones de los grados 11, que históricamente eran el momento en que el grado iba a disfrutar y conocer, ahora son un problema para los colegios. Lo que hacen ahí no lo aprenden en el colegio sino en la ciudad, en la propaganda de cerveza y licor. Consumen trago, droga, tienen sexo de todos con todos, y hay peleas y heridos.

La población escolar es vulnerable, necesita protección. Están desprotegidos porque lo máximo que se hace es llevarlos a la puerta del colegio. Adentro ya no hay esa protección, a excepción de los primeros grados de primaria, y fácilmente son abordables por otras personas con otros fines, para venderles cosas que no necesitan. Las entradas de los colegios están llenas de vendedores ambulantes de todo tipo de chucherías, y junto a ellos están los que venden aquéllo, los jíbaros. Estos toman un niño pequeño y le hacen consumir para hacerle el “enganche”. Eso tiene que ver con la cultura del consumo. Para ellos, consumir se vuelve una necesidad; quien no pueda hacerlo es un pobre diablo.

Los escolares son abordables por ladrones. Los papás, una de las maneras de demostrarle amor al hijo es comprarle cosas costosas. Le regalan celular de doscientos mil pesos a los cuatro años. Esos son apetecibles en el Transmilenio y, por qué no, en la puerta del colegio. El negocio es de tal magnitud, que hay redes de ladrones que operan con personajes dentro del colegio. Los chicos roban el celular y lo sacan rápidamente, para que no se pillen si el aparato robado timbra. Hay niños que forman red de ladrones, que venden por fuera y reparten la plata. Esto pasa en colegios de estrato 6. Se ha comprobado que hay muchachos en bandas de apartamenteros, atracadores. Hay como una cultura del atraco y el robo. No es un problema exclusivo de los colegios distritales ni de los del sur de la ciudad. Alrededor de esos no están los ambulantes. La droga la llevan los mismos estudiantes: heroína y cocaína. Las familias de colegios de estratos 5 y 6 resuelven el poco cuidado de sus hijos dándoles dinero. El diario que le dan al niño puede ser de doscientos mil pesos y lo juegan a la pared, a las canicas, a las laticas, en el recreo. Un niño que a los trece o catorce carga ese dinero para jugarlo, ¿qué tipo de comportamiento social va a tener? En el grado 11 tienen dieciséis años y ya salen a matar a otros, como ha ocurrido ya en Bogotá. Ya compran armas.

”Deje así”

Entre los estudiantes hay agresiones muy fuertes, como el llamado matoneo, que consiste en hacer mal deliberadamente para dañar la imagen, el buen nombre o el físico de una persona. Se están utilizando mucho los medios digitales. Se le quiere hacer mal a un compañero y contra él se envía una nota que circula en todos los correos. Especialmente se usa contra las chicas, a las que denuncian de supuesto comercio sexual, robos, trampas en el colegio. Abren un nuevo correo o ingresan al correo de otra persona o entran a los blogs. Lo cogen en un rincón entre varios encapuchados, como delincuentes, dentro y fuera del colegio. A los profesores les roban en clase y les sacan del bolsillo y las carteras, y eso lo saben y no lo dicen. No son casos frecuentes pero se dan.

Últimamente, del 2000 a esta parte, es frecuente encontrar en los patios y aulas de colegios a muchachos y muchachas en estados de depresión alarmantes. Con mucha rabia. No se ríen. En otros tiempos la gente peleaba, pero al ratico sonreían. Ahora hay niños que durante todo el día no han sonreído ni le han hecho una broma a nadie. Algunos se encierran en sí mismos, miran pero no ven. Te miran a la cara pero te das cuenta de que no te ven. Están ensimismamos, muy rabiosos. Cualquier cosa que les diga alguien, como “Mira, se terminó el descanso, puedes ir a clase”, o “¿Quieres ir a clase?”, o “¿No te parece que puedes ir a clase?”, la respuesta es siempre agresiva: “Déjeme, ese es mi problema, haga lo suyo”. O simplemente te mira y sigue ahí. Eso se volvió frecuente. Si el que le llama la atención es un compañero, puede recibir un trato más agresivo, que puede ser un golpe o un desplante hiriente.

Esta categoría está en crecimiento. Infunde miedo en sus familias y en los docentes y autoridades educativas. Es frecuente que cuando la institución convoca al padre o la madre de estudiantes con estos problemas o síntomas se encuentre con una señora o un señor muy asustado, que niega que su hijo esté atravesando una situación de esas, o vuelcan sobre la institución la responsabilidad y con frecuencia empiezan a pedir auxilio. Todo, pero no los enfrentan. Les da miedo que sus hijos se vayan de la casa, que se metan en cosas como droga o a convivir con alguien inadecuado, o simplemente que les armen gresca en la casa y se agudicen las agresiones en la familia. En las instituciones el temor se refleja en que no puede hacerse seguimiento o acercamiento a determinados comportamientos para buscar la solución. No se puede mandar a alguien al psiquiatra sin averiguar más del asunto. Para evitar más trabajo y problemas, no ahondan más en el tema. Lo dejan así y el problema no tendrá solución.

En el momento de reportar lo que puede estar pasando con un estudiante no se informa lo que verdaderamente está ocurriendo o se pueda sospechar que pasa, porque el maestro se limita a quejarse de los comportamientos verbalmente, ante otros profesores, en reuniones de docentes para preparar informes, pero llegado el momento de escribir lo dicho y ratificarlo con la firma, no lo hacen. Ningún profesor quiere comprometerse con su firma. Hay terror, oportunismo y cobardía, pereza a hacer algo que sobrepase su jornada de trabajo. “Me pagan mal y si me pongo a indagar me toca esperar a que termine la jornada, hablar con el muchacho, los padres, la dirección del colegio, los médicos, etc. Mejor me callo y dejo así”. Es un círculo vicioso de la impunidad.

Eso no puede extrañar en un país como el que tenemos. No tenemos de qué sorprendernos. No podemos responsabilizar solo a la institución. Pero tampoco podemos dejarla sola porque ella no es homogénea. Solo un grupo muy pequeño enfrenta como es debido la situación de profesores y directivos, y el respaldo de los padres al colegio es muy débil. La culpa la tiene siempre, no mi hijo, sino el hijo del otro y la institución. Si mi hijo está comprometido, no me voy a exponer a exhibirme como padre de un delincuente.

Es muy difícil establecer la existencia real de delicadas situaciones de comportamiento porque por parte del grupo del cual hace parte el estudiante uno encuentra el silencio. A veces por temor a represalias y a veces por temor a perder afectos. Si se pudiera hacer que los niños hablaran, se sabrían cosas más delicadas que las que menciona el informe de violencia de la Universidad de los Andes publicado recientemente. Los más pequeños saben quiénes son los que atracan, roban, venden la droga, la consumen, venden las cosas robadas, y quiénes casan las peleas o riñas y dónde se van a realizar, y quiénes tienen contacto con personajes de afuera. Nadie dice nada. Solo en las peleas o por venganzas lanzan las verdades.

- Álvaro Delgado es investigador del Cinep

Fuente: Actualidad Colombiana, Boletín Quincenal, Edición 475
http://www.actualidadcolombiana.org/
https://www.alainet.org/es/active/25048
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