Argentina, 1976-2006

09/03/2006
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Todos los años, recurrentemente, cuando llega marzo vuelve el recuerdo de 1976. El terror de Estado. La infamia. La mentira. La traición. El espanto, el estado de terror. La vida renacida en el exilio. La cáscara rota a la fuerza. El nacimiento a una vida nueva. Impensada. Imprevista. Improbable. El encuentro del amor de mi vida. Antes –y a veces todavía—me entrego a la autocompasión, la culpa, el llanto, la rabia. La pregunta ¿Por qué? La pregunta ¿Cómo pudo ocurrir tamaña felonía? Y otras veces como que bendigo el dolor que –como a todo argentino vivo en aquellos años que parecía que nunca acabarían—me abrió al mundo más allá de mi casa. No hace mucho. Apenas hace diez años, la destrucción planeada por el ingenio del odio se hizo evidente. Empecé a vivir la desaparición invisible (OPAS/OMS, La salud mental en el mundo, 1997). Dos años después, en una tierra del sol que es Ceará (Brasil) y no Mendoza (Argentina) comprendí lo que había pasado. Empecé a entender la dimensión de lo ocurrido. Yo no estaba loco. No era un fijado en el pasado. No estaba infectado de rencor. No deseaba una patria guerrillera. No era zurdo ni de izquierda. Apenas había reaccionado normalmente a la destrucción psicológica ejecutada por los carniceros militares y sus secuaces “civiles”(muy poco civilizados). Recuerdo como si fuera hoy, cuando –junto a María—me dispuse a volver a ser el que era antes del golpe. Antes de que la normalidad patológica se enseñoreara en nuestras vidas (“Aquí no pasó nada”, “Algo habrán hecho”, “Por algo será”). No hubo guerra. No hay olvido. Pero se pueden trabajar las consecuencias del trauma. Como bien dice Eduardo Mugnagna, en 1976 “todos tuvimos que exilarnos. Los que se fueron y los que se quedaron.” Y muchos ni se dieron cuenta de que se habían exilado. ¿Dónde, dónde se han ido? Pregunta la canción. Todavía cantamos. Lo importante es saber que se puede volver. Que no se vuelve solo. Que hay recaídas. Y que somos vencedores. Porque quien sobrevivió a la atrocidad videlista es un héroe, una heroína. Y a esto ha de agregarse: quien sobrevivió a la continuación neoliberal (menemista), con la destrucción de valores y lazos sociales, es igualmente heroico/a. En Brasil se rescata la humanidad amenazada por el capitalismo (neoliberal o salvaje, como se quiera llamar) de varias formas. Algunas de ellas pueden evidenciarse en actividades como la Terapia Comunitaria y otras prácticas de recuperación de la autoestima, la identidad y la memoria. Creían –los genocidas, sus financiadores y apologistas—haber matado el espíritu de utopía, el coraje de sabernos capaces de construír una sociedad nueva, fraterna, diversa, plural. Y hasta en eso se equivocaron. No sólo fueron incapaces de matar aquello que no muere, sino expurgaron de la gente los errores del pasado. En vez del izquierdismo reaccionario inútil y funcional al fascismo oligárquico, experiencias vivas de funcionamiento exitoso de la capacidad de los de debajo en gestionar con eficiencia sus propios valores e intereses. Fábricas bajo control obrero. Huertas comunitarias. Cooperativas de cartoneros. Redes solidarias. Ruptura del falso dilema “revolución social o de la persona (individual)." Toda una nueva Argentina se yergue al margen de lo muerto. Por las grietas de un Estado y una política de espaldas a lo nuevo, renace sin ambigüedades, lo mejor de nosotros mismos. La capacidad de crecer, de confiar, de construir juntos relaciones humanas plenificantes, donde el otro no es un enemigo sino un colaborador. Donde el diferente no es algo a destruir sino un desafío a enfrentar. Entonces, quienes tuvimos la gracia de sobrevivir para contar la historia –y lo hemos hecho de distintas y variadas maneras—podemos, con la memoria puesta en los desaparecidos y la esperanza en los renacidos, decir, sin temor a equivocarnos: se hizo justicia. Valió la pena. Vencimos. Y si este marzo de 2006 me es personalmente menos arduo que muchos anteriores, se lo debo antes de más nada a personas cuyos nombres, si fuera a citar, llenarían páginas y páginas, pero cuyos rostros, palabras y sentimientos no olvidaré nunca. Son quienes me ayudaron a comprender que hay flores que nacen de la sangre, como dice león Felipe. Y que la resiliencia es la fuerza que nace de los golpes recibidos. El de 1976 fue, sin duda, el más duro. El más doloroso. El más vasto. Porque fue el más extenso y el más intenso. El que desconoció todas las fronteras de humanidad que se puedan concebir. El que pervirtió todos los valores individuales y colectivos. El que se ensañó con los inocentes, violó a los muertos, vendió la patria y defecó sobre sus ruinas. Y aún tuvo segunda vuelta con Menem y sus 10 años de dólar y narcotráfico. Pero de esa tumba nació, en las grietas, una flor. Por eso festejamos. Por eso agradecemos. Por eso sabemos que venció la humanidad. Que somos victoriosos, mientras no sigamos el camino de la víctima o el verdugo. Ni venganza ni rendición. Una moral victoriosa se yergue sobre el país, y la escriben silenciosamente todos aquellos y aquellas que aprendieron a valorizarse a sí mismos y a la vida, a lo largo de estos largos 30 años.
https://www.alainet.org/pt/node/114527?language=en
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