Las tareas del Proceso

12/01/2005
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En el año de 1973, toda una generación de argentinos tuvo la oportunidad de por primera vez en su vida, intervenir activamente en la elección de los caminos que el país debería tomar. Elecciones generales, después de casi siete años de dictadura. La Morsa –The Walrus--, el general que sacó a empujones al presidente Illia, había dejado paso al general El Cano, y éste, sabiamente, dijera a esos jóvenes de 18 años que por primera vez votaban, entusiastas del "Socialismo nacional" del Frente Justicialista de Liberación Nacional, que no fueran giles. El gobierno electo con abrumadora mayoría de votos, en menos de un mes sufre un golpe interno, derecha al frente, y la cara socialista del frente deja paso a la vieja imagen nazi de siempre. La masacre de Ezeiza, las bandas parapoliciales y paramilitares en acción de arriba abajo matando, secuestrando, haciendo su oficio. El breve interinato de Cámpora y su rápida substitución por el general Pocho más derechizado que nunca, significó, entre otras cosas, el fin de un sueño brevísimo para esa juventud y muchas personas de otras edades, que creyeron en la democracia, en las instituciones, en el derecho. Creyeron, también, en la posibilidad de cambiar por la vía de la política la vieja Argentina oligárquica del privilegio y la dominación, la injusticia y el hambre. Un socialismo hecho no a los balazos, sino uniendo brazos, como lo hicimos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo. Construyendo entre todos, y desde abajo, una carrera de sociología pautada por los talleres, Paulo Freire, volcada al servicio de la comunidad mendocina, sus partidos, sindicatos, cooperativas, escuelas, empresas. El breve intervalo de respiro de libertad y protagonismo que nos fue dable disfrutar y ejercer, vino a ahogarse en la represión oficial y clandestina de Perón y su sucesora Isabelita, con su paradigmático ministro de bienestar social, El Brujo poniendo los puntos sobre las íes, punto final al proceso de reconstrucción nacional ensayado y construido con la movilización popular de los años que precedieron a la fecha que vendría a tornarse imagen viva del triunfo de las bases, de esa parte de los argentinos que se opuso a La Morsa y sucesores, protagonizando jornadas heroicas como el Mendozazo, Rosariazo, Cordobazo, y otras puebladas en que el gloriosísimo ejército argentino mostró sus valores, su valor, su heroísmo frente al pueblo desarmado, maestras armadas apenas con sus inevitables guardapolvos blancos, obreros armados apenas con la conciencia de su valor y su derecho, militantes sociales y curas obreros con la esperanza en la mano. La inteligencia militar, tan subestimada en chistes cotidianos, mostró serlo de verdad. La cara de izquierda del socialismo nacional, montoneros, era –al menos desde 1973, según Juan Gelman - operada por la milicia que, en esos mismos tiempos –y ya hacía tiempo—venía plantando en la vida y en la cabeza de los argentinos, la palabrita "subversión", "subversivo", como una especie de pasaporte gratis al infierno, con el aplauso de las personas de bien, que querían una Argentina potencia, un país occidental y cristiano, no comunista ni revolucionario. Hippies, judíos, testigos de Jehová, orientalistas, esotéricos, muchachos de pelo largo, chicas de minifalda, comunistas, socialistas, peronistas de base, cristianos revolucionarios, gente "rara" en general, como matrimonios jóvenes sin hijos, tipos callados pero atentos, ocurrentes literatos, eran presentados por la represión oficial y clandestina, como real o potencialmente "subversivos". Denúncielos. Informe a la autoridad competente. La autoridad competente venía ejecutando una prolija represión de todo lo que se asemejase a revolucionario, en la doctrina de seguridad nacional que instauraba el miedo como forma de control social e inhibición de los movimientos hacia una Argentina más justa, más democrática, más libre, más feliz, más fraterna. A pocos meses de las elecciones generales que nos darían la posibilidad de librarnos de tal engendro anormal, otro general, La Pantera Rosa, protagoniza un nuevo asalto. A las finanzas nacionales. A la estructura productiva. A la autoimagen de los argentinos. A los valores más elementales de la persona humana. A la historia del pueblo. A los valores del pueblo trabajador, fraterno, solidario. Golpe a la confianza. Golpe al honor. Golpe a la fe. Golpe a la vida en sus cimientos. Su sucesor, después de breve interinato civil, un tal Mendes, ex preso del Pantera, encubridor del asesinato de su hijo Carlitos, continúa la mentira como institución, el fraude como hábito, la traición como moneda corriente. En el lugar de la nacional, impone la de sus patrones del norte, el dólar, el plazo fijo en vez del trabajo, la especulación en vez de la tarea, ciertamente más ardua, de laburar, otro valor en común con sus socios de la delincuencia militar, algo que ya va tornándose sinónimo, redundancia. Se hace católico, promete revolución productiva, empleo para todos, y en el mismo discurso se desdice de cada una de sus promesas de campaña. Hace una Corte Suprema a su medida, con mayoría automática, lo que le permite, entre otras cosas, terminar de una vez por todas con los procesos a los militares ladrones y genocidas, su amigo Pantera y aquél valor inolvidable de la gloria castrense, el borracho y el psicópata que entregaron las Malvinas al invasor, después de entregar a la muerte a centenas de argentinos que, una vez más, creyeron en la palabra militar. Mendes acaba con lo poco de industria nacional que quedaba, con lo poco de dignidad que quedaba, y aparentemente el Proceso salió ganando. Sin embargo, yerba mala nunca muere, los argentinos no perdieron sus valores. En 2001 robaron del militar delincuente el derecho de deponer a un gobernante, y por primera vez en la historia política del país, un presidente es puesto abajo por el pueblo y no por la élite. Y un movimiento desde abajo y desde las márgenes, desde adentro, viene ganando terreno. La Corte Suprema perdió los elementos impuestos por el narcopolítico que insiste en volver una vez más al país, pagando fianzas en millones de dólares para esquivar a la justicia. Las personas recuperan en parte su orgullo. Muchos empiezan a volver a creer en sí mismos, a confiar en los demás, a tener fe en el futuro, a creer, otra vez, a pesar de tanto golpe, las personas van atrás de su memoria, de su historia, de sí mismos. Vuelven a quererse como eran, como íntimamente nunca dejaron de ser, a pesar de la impunidad que pesa como una espada sobre nuestras cabezas, a pesar del exilio interno a que fueron empujados por el ingenio de ladrones que, si tuvieran alguna ética, se irían por donde vinieron, a disfrutar sus cuentas en bancos, y no insistirían en seguir presentándose como salvadores. Salvadólares, eso sí. Nos dejaron tareas precisas. Las tareas del proceso. Recuperar la moral perdida. Reunir la historia contada por nosotros mismos, la historia de un pueblo que sabe que sólo cotidianamente, día a día, como hormigas, se hace cualquier transformación que vaya en la dirección de una humanidad más solidaria, más fraterna, más volcada hacia Dios, hacia los valores eternos que no se compran ni se venden, que no pueden ser dados vuelta con mentiras, por más repetidas que sean por la prensa venal.
https://www.alainet.org/pt/node/111172?language=en
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