Qué proceso?

07/03/2005
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Se acerca una vez más el 24 de marzo, aniversario del Proceso militar en Argentina. Diferentemente de los anteriores, no golpeó apenas un sector social, una dirigencia, un sector organizado. Golpeó a la humanidad, y de la manera más obscena, dejando marcas indelebles. La impunidad de sus actos transforma en cómplice a quien calla. Pues quedó herido un pueblo, quedaste herido vos. Quedamos heridos todos. No es apenas el sistema jurídico-político argentino lo que rompió el genocida. Rompió la integridad psicológica de la gente. Hizo de la vida en sí, del mero acto de vivir, el objetivo a destruir. No hay un día que no venga el recuerdo de las torturas que quieren que olvidemos. Y sé que apenas hay un camino individual y colectivo de recuperación de lo que la escoria destruyó: insistir. Insistir en la reconstrucción colectiva de lo que golpearon. Insistir en sumar con el otro, que construyeron como enemigo, ajeno, distante. Insistir en rehacer los lazos de amor, de fraternidad, de solidaridad, de esperanza. Insistir en la certeza de que apenas en la unión interior y exterior, personal y colectiva, podremos redimirnos de las heridas que deja el capitalismo, sea genocida, sea light, sea como sea. Habrá días en que parecerá todo esfuerzo condenado al fracaso. Hay quien diga que este exilio a que la canalla cívico-militar del Proceso nos empujó, es definitivo. Sólo lo sabré el día posterior a mi agonía. No nos exilaron solos, y no volvemos solos. El genocida se apropió del saber sobre el proceso de tortura, del mismo modo como el capitalismo al que sirve, se basa en la ruptura de la humanidad, en la cosificación del hombre (hombre, mujer, niño). Cosa a explotar, cosa de la que sacar beneficio, cosa de la cual aprovecharse. Todo tiene un precio, todo es mercado, todo se compra, todo se vende. Pero hay una capacidad humana conocida como resiliencia, que atestigua que somos capaces, como persona y como pueblo, de no solamente resistir a lo que trata de destruirnos, sino aún transformar en fuerza vencedora la debilidad que se trató de explotarnos. Quisieron que fuéramos fríos, pues nos hacemos calientes. Nos querían indiferentes, amamos. Nos querían distantes, confiamos. Nos querían aislados, nos unimos. En Ceará, Nordeste de Brasil, hace ya más de veinte años que viene practicándose la Terapia Comunitaria, creación del médico Adalberto Barreto, expandida ya en 19 de los estados del país, y con expansión hacia Estados Unidos, Argentina, México, Uruguay. Es una fusión de saber científico y popular, de experiencia colectiva y tradición espiritual. Una experiencia que recupera las utopías perdidas, las revoluciones fracasadas, los golpes que parecieron irrevidables. No solamente recupera la ciencia (psiquiatría, medicina, sociología, antropología, pedagogía) al servicio de los explotados –en la contramano de aquella tendencia que la pone al servicio de la dominación social y política--, sino que recompone, paulatinamente, la humanidad del excluido. Del exilado. Del descartado. Del desempleado. Del drogado. Del golpeado. Recoge la utopía humana en sus distintas vertientes (socialista, cristiana, freireana, si queremos ponerle rótulos), como argamasa de cacharros quebrados, y los reúne de manera práctica y lúdica, en sesiones en que las angustias que nos afligen son procesadas y ganamos el apoyo de quien desconocíamos. Se deshace el aislamiento que empuja a la depresión y la drogadicción, la frustración que empuja al alcoholismo y la violencia familiar. Se recupera, a través del habla horizontal, la sabiduría popular a través de dichos y cantos, rezas y bailes. Se revaloriza la historia personal y colectiva, reconstruyendo caminos y raíces. Se humaniza la vida diaria y el trabajo. Este proceso es una consistente recuperación de sueños que parecieron morir bajo el peso de la corrupción y la tortura, la traición y el mercado, la mentira y la fuerza bruta. El olvido cómplice y la deformación de los hechos. No sólo por parte de militares sino de intelectuales que justifican a diario el desempleo y la expulsión del campesino de la tierra, el abandono de los niños que son puestos lejos de sus madres obligadas a trabajar a mitad de precio. Propagandistas del desprecio a la vida que destruyen el horizonte de esperanza de los jóvenes, mostrándoles su inevitable descartabilidad en un mundo maquinizado. Donde el sueño es la droga, la pesadilla un cotidiano sin amor. Lo único deseable aquello que el dinero puede comprar. Bebés, niñas, lo que sea. Cuando se acerca el día de la masacre de los inocentes, y todo día lo es, en este sistema que hace de la gente mercadería, aquellos que no olvidamos, tenemos que saber que el mejor modo de perdonarnos a nosotros mismos por haber sobrevivido, el mejor modo de honrar la memoria de los caídos, es reconstruirnos colectivamente más allá de sectarismos salvacionistas, reforzando las redes de apoyo psicosocial, la gran tela humana que se adorna como joyas con las gotas de rocío de la mañana. El proceso tiene distintas vetas, crece por las grietas, por donde Dios acecha, como bien nos recuerda Jorge Luis Borges. Une lo que el sistema separa, un pasado atroz y un futuro venturoso, un exilio puede ser un camino de regreso. Un proceso deshumanizante puede ser el estímulo a la recuperación de la totalidad de nuestro ser, nuestro pertenecer a una realidad maravillosa que traspasa los límites de cualquier tentativa de aprisionamiento o reducción. Entonces sabremos, aunque haya –y hay—avances y retrocesos, que hay una sola forma de honrar a nuestros sueños: es seguir soñando despiertos y dormidos el sueño de una humanidad fraterna, síntesis de lo diverso, potente en su capacidad de hacer fuerza de flaqueza. I´ll follow the Sun. * Rolando Lazarte. Sociólogo y escritor. Autor de Max Weber, ciencia y valores (Buenos Aires: Homo Sapiens Ediciones, 2005). Árbitro ad hoc de la Revista Latinoamericana de Economía Problemas del Desarrollo (México DF: UNAM)
https://www.alainet.org/pt/node/111522?language=en
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