La decadencia de la segunda generación
17/11/2005
- Opinión
El polvorín que sufre en los actuales momentos la Francia de las “luces y las libertades”, no es nada nuevo para varios expertos y estudiosos que han hecho de los fenómenos migratorios una fuente de análisis a los grandes cambios que viven las sociedades actuales europeas. Hacía ya cuatro años, un estudio titulado “España ante la inmigración”(1). (Colección de Estudios Sociales Nº8. Fundación La Caixa) y, que fue realizado por investigadores españoles de la Universidad Complutense de Madrid y la Universidad de Navarra, deja sentado tan claramente las causas que reflejan el porqué del fracaso de una cacareada política francesa de “integración” de extranjeros, considerada para muchos, como paradigma universal de tolerancia frente a los nuevos ciudadanos.
Este informe, que habla de las distintas experiencias vividas por las grandes potencias europeas ante la inmigración de no comunitarios y el proceso de “asimilación de inmigrantes” practicado por los EE.UU. durante los siglos pasados, supone un patrón necesario para entender lo que se cocina en Toulouse, París, Reynneire. “Las banlieus de las grandes urbes francesas, que encierran preocupantes focos de pobreza, delincuencia y exclusión social”, son las mismas que se generaron en la periferia de Nueva York, Chicago, Boston, cuando los europeos pisaron tierras americanas a finales del siglo XIX y principios del siglo XX; y, posteriormente se ampliaron, gracias al cruce de aproximadamente 40 millones de hispanos, por las fronteras del Río Bravo y de la costa de Florida, a los territorios de California, Florida, Texas, Arizona y Nuevo México.
En los primeros años de llegada de inmigrantes, la “cultura minoritaria”, especialmente europea, no tuvo dificultades para “aculturarse, asimilarse e integrarse” (Milton Gordon-1964); características éstas que permitieron la creación de una identidad común en la sociedad de acogida. Pero a partir de los años sesenta, el descontento se hizo evidente cuando los negros, latinos y los asiáticos, vivieron condiciones socioeconómicas que no les brindaron igualdad de oportunidades, provocando un incremento del paro, fracaso escolar, estratificación laboral, disminución de movilidad, segregación territorial, discriminación en el acceso educativo y dificultades para entablar relaciones sociales con los autóctonos. Esa “herencia maldita” es la que recibió la segunda y, más tarde, la tercera generación, las mismas que sufrieron una polarización de las clases sociales, económicas y la desaparición de niveles intermedios laborales, subsumiéndolos en empleos precarios y de baja cualificación.
Ésa es la “decadencia de la segunda generación” de la que habla Herbert Gans (1992), y que provocó el rechazo de los jóvenes al sistema americano, que a pesar de cumplir con el concepto jurídico del ius solis, por hacer nacido en tierras estadounidenses, rechazaron en las escuelas, trabajos e instituciones públicas, “las pautas culturales y estilos de vida adoptados por sus padres”, en el proceso de aculturación y asimilación estructural. Un proceso obligado por las circunstancias que les empujó a hablar el mismo idioma, a aceptar los empleos más precarios y a bajar la cabeza frente al racismo institucional. Un nudo en la garganta que se mantuvo latente por años y años y que explotó con más fuerza en los colectivos de negros, latinos y asiáticos; aunque esa rebelión se ha visto truncada por una nueva violación a los derechos civiles y que se vincula a la seguridad, como parte de la “guerra antiterrorista”, establecida por Bush, en los últimos años.
Al otro lado del charco, aquel descontento que sufrieron los marginados del sueño americano, es el mismo que llevan dentro los airados jóvenes de origen magrebí o subsahariano que nacieron en Francia. Ellos han revelado en estas tres semanas, bajo el fuego de los coches ardientes por las molotov, el mítico modelo de integración del que se jactaba la sociedad gala. Esa “escoria”, según Nicolás Sarkozy, ministro del Interior francés, es la propia que ha emergido del submundo creado por la misma sociedad, para rebelarse y demostrar ante las cámaras de televisión (la única forma en que pueden ser tomados en cuenta) que, para hacerse acreedor al “ideal revolucionario de la República laica y de ciudadanos libres e iguales”, no solamente era necesario un carné de identidad; sino que además, el sistema les exigía un blanqueamiento cultural, y por que no decirlo físico; que personifique un apellido desmarcado del sonido gutural de los códigos musulmanes y que las niñas dejen a un lado, cuestiones tan arraigadas como el velo que usan al asistir a sus escuelas. El mismísimo Jacques Chirac y su lugarteniente Villepin han reconocido por activa y por pasiva, que Francia no ha sabido integrar a los hijos de magrebíes y africanos, al igual que lo hicieron con italianos, portugueses y españoles. “Tienen la sensación de ser diferentes” y por ello, la sociedad debe “cambiar nuestra mirada”, señaló el ministro francés.
El proyecto del estado central denominado como “nueva síntesis republicana” y que fue elaborado desde los círculos políticos e intelectuales franceses en los años ochenta, con el único objetivo de adaptar a los recién llegados –la primera generación-, a una “nueva ciudadanía homogénea”, ha fracasado estrepitosamente. El interés político (al maquillar los ideales de libertad, igualdad y fraternidad), estuvo por encima de lo humano y ahora, los vecinos del país galo, tiemblan ante un posible contagio de virulencia social.
En España, mucho se habla del tema; de los miedos que ocasiona el descalabro francés, pero creemos que está situación se halla muy lejos de producirse, más que todo por lo reciente de la inmigración en términos generacionales, sin dejar a un lado, la enseñanza que pueda dejar a quienes nos gobiernan. Más que políticas preventivas, lo que se necesitan son políticas reales de integración. ¿Cómo hablar de integración, cuando se percibe que en los colegios públicos, se masifican a los hijos de inmigrantes llegando a cotas que superan el 80% del alumnado? ¿Cómo propender adaptar a los jóvenes a las nuevas realidades laborales cuando al cumplir los 18 años, quedan en un limbo jurídico por no poseer un permiso de trabajo o, no pueden acceder a la formación profesional o universitaria, porque no tienen un permiso de residencia al no ser reagrupados? ¿Cómo hablar de inserción social, cuando las instituciones públicas racializan desde varias aristas a las personas como nativos, comunitarios y no comunitarios; nacionalizados, legales o ilegales; norteños y sureños; católicos, musulmanes o agnósticos; blancos y negros; o, simplemente, como inmigrantes de primera, segunda o tercera categoría?
Para colmo, los grupos extremistas de diferentes concepciones, pescan a río revuelto y pretenden gestionar la crisis a sus propios intereses. En Francia, la sombra del ultraderechista Jean Marie Le Pen, conocido por su carácter anti-inmigrante, habla de que se están sentando las bases de “una guerra civil”; en Estados Unidos, el afamado Samuel Huntington envenena a la población con los miedos a la “invasión hispana” y, en España, se generaliza desde los partidos de derecha, de la “inseguridad ciudadana”, que supuestamente ocasiona la “llegada masiva” de inmigrantes con Latin King incluido, y además, se tildan como islamistas a todos los que cruzan en estampida las alambradas de Ceuta y Melilla. Por el otro bando, los grupos de traficantes de drogas y mujeres, delincuentes y agitadores, manipulan el descontento popular, camuflándose en las sombras al acecho de una nueva víctima.
¿Qué hacer frente a ello? Pues simple y llanamente, entender que una persona que reside, labora, cotiza en la Seguridad Social, y que contribuye con sus tributos a las arcas del Estado, por derecho universal, debe ser considerado como ciudadano con plenos deberes y derechos: poseer una representación política en el sistema en el cual vive; disfrutar en igualdad de condiciones de la riqueza de la cual es fuente importante, con acceso a todos los niveles educativos, laborales, vivienda, sanitarios y, crear redes sociales de participación ciudadana, donde todos, indistintamente de donde provengan, participen en la toma de decisiones por el bien de la comunidad. Algunas medidas que permitirán entender a los jóvenes, que en realidad no son una generación en decadencia y que al contrario, su aporte servirá para rejuvenecer la añeja Europa.
- Raúl Jiménez Zavala, portavoz de la Asociación Rumiñahui Hispano Ecuatoriana
Madrid.
Nota:
(1) España ante la Inmigración”.Pérez Díaz, Víctor; Álvarez-Miranda, Berta; González Enríquez, Carmen.2001.
https://www.alainet.org/es/articulo/113538?language=en
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