Un debate necesario
Ceferino y el pluralismo religioso
13/11/2007
- Opinión
La beatificación de Ceferino Namuncurá y su implicancia en materia de pluralismo religioso debiera ser materia de debate público, pues –a nivel político- dice relación con el tipo de sociedad nacional que los mapuche buscamos construir y heredar a nuestros hijos e hijas. ¿Qué tipo de País Mapuche estamos soñando? ¿Uno donde exista religión de estado?
La historia de vida de Ceferino trae a la memoria trágicos pasajes de la historia nacional mapuche, historia de asesinatos masivos, despojo territorial y trata de esclavos.
Un hito en la historia del movimiento mapuche: las movilizaciones en Lumako el año 1997, fueron protagonizadas -entre otros- por un pastor evangélico y combativo dirigente mapuche.
Ante cien mil personas y en su natal localidad de Chimpay, fue beatificado finalmente por el Vaticano el joven mapuche Ceferino Namuncurá, quien gozaba desde hace décadas en Argentina de una veneración popular envidiada por cualquier “Santo” con sus papeles en regla. Esto era especialmente gráfico en vastos sectores populares y marginados de la sociedad trasandina, que a poco andar de su muerte en Roma el año 1905, transformaron al “indiciecito” en receptor privilegiado de sus plegarias y peticiones de milagros. La ceremonia, que mezcló elementos tradicionales mapuches con el protocolo litúrgico vaticano, constituyó, que duda cabe para ellos, un acto de justicia. Así lo destacaron los miles de creyentes que arribaron en tren, en buses, a caballo o simplemente a píe desde todo el país hasta el pequeño poblado de Río Negro. Y que en bolsas de dormir o cubiertos simplemente con ponchos, soportaron estoicos frías noches que en la zona calaban hasta los huesos.
Sin embargo, su beatificación no ha estado exenta de polémica. Diversas organizaciones mapuche han alzado la voz, criticando duramente lo que –a su juicio- constituiría un nuevo acto de “colonialismo religioso” por parte de una Iglesia de oscuro pasado en el continente y cuyo actual jerarca, Benedicto XVI, se dio incluso el lujo de negar o, cuando menos, relativizar en su primera visita oficial a la región. La propia historia de vida de Ceferino, hijo de uno de los últimos lonkos que se enfrentó al ejército argentino a fines del siglo XIX, trae a la memoria trágicos pasajes de la propia historia nacional mapuche, historia de asesinatos masivos, despojo territorial y trata de esclavos que el derecho internacional resume hoy en una palabra: genocidio. Y es que si bien Ceferino fue un salesiano cuyo legado ilumina hoy el camino de miles de católicos, también fue hijo de un pueblo que hasta hoy paga las consecuencias de la pérdida de su territorio y libertad. Y aquello duele y enrabia.
Pero la beatificación de Ceferino, más allá de las implicancias históricas de la relación Iglesia-Pueblo Mapuche y del atrincheramiento en posiciones a favor o en contra, permite abrir un debate interesante respecto del tema “religioso” o “confesional” al interior de nuestra sociedad. Y esto porque un número significativo de aquellos miles de fieles que llegaron hasta Chimpay fueron precisamente miembros de nuestro pueblo. Católicos, claro está, pero mapuches al fin y al cabo, muchos de ellos vistiendo sus vestimentas tradicionales y haciendo flamear altivos aquella bandera que hoy, en ambos lados de los Andes, nos hermana como un solo pueblo. Es en este punto que el radical discurso de algunas organizaciones, demandando la exclusividad de una fe o religión “tradicional” al interior de nuestro pueblo -a su juicio requisito sine qua non para ser un mapuche verdadero- se estrella brutalmente contra la realidad. Y enhorabuena, me atrevo a señalar bajo riesgo de ser declarado yanakona por unos o liberal por otros.
Sucedió con los mapuches devotos del catolicismo en Chimpay. No hace mucho, la venida desde Estados Unidos de un afamado telepredicador protestante reunió a miles de personas en un recinto deportivo de Temuko. En dicho evento, la presencia mapuche no solo destacó, sino que fue mayoritaria. Testimonio de ello darían días más tarde a la prensa dos de los principales representantes del Consejo de Pastores en la región, organizadores del evento y dicho sea de paso, ambos mapuches y originarios de comunidades de renombre. A menor escala, lo mismo es posible de observar en cualquier actividad de la Fe Bahai, credo de origen iraní de importante arraigo al interior de comunidades mapuches (uno de sus principios es "la unidad en la diversidad") y propietaria de una radio-emisora que ha contribuido por décadas a la revitalización lingüística del mapuzugun. Y mucho más que todos los publicitados planes de Educación Intercultural Bilingüe (EIB) del gobierno en su conjunto. Y, por qué no decirlo, más que muchas voces que hoy rasgan vestiduras frente a Ratzinger y Cia.
La presencia de diversos credos a nivel mapuche es una realidad, guste o no. ¿Son determinantes estas creencias en la conducta política de quienes las profesan? Definitivamente no. Prueba de esto son los numerosos dirigentes de nuestro pueblo, muchos de ellos en roles “tradicionales” , cuya fe no les impidió llegada la hora encabezar recuperaciones territoriales y enfrentar incluso la represión policial. Un hito en la historia del movimiento mapuche, las movilizaciones en Lumako el año 1997, fueron protagonizadas -entre otros- por un pastor evangélico y combativo dirigente, cuya identidad me reservo. Alguna vez lo critiqué duramente. Terminé respetando sus creencias, admirando su rebeldía contra cualquier injusticia y envidiando su rectitud en el decir y el actuar. ¿Vuelve una religión menos mapuche a quien la profesa? Si ser mapuche implica adscribir rígidamente a determinada cosmovisión propia, es probable que si. Si ser mapuche implica más bien adscribir a la idea de un colectivo, independiente de lo que se crea (o bien no se crea) en materia espiritual, la respuesta es no. Lo primero es un movimiento político confesional. Lo segundo, una Nación.
Bien estaría comenzar en el Wallmapu a respetar las creencias del otro, más aun cuando más allá de las caricaturas, hablamos de prácticas religiosas donde la norma pareciera ser el sincretismo y no aquella evangelización anti-mapuche que caracteriza a determinadas sectas. La beatificación de Ceferino y su implicancia en materia de pluralismo religioso debiera ser materia de debate público, pues – a nivel político- dice relación con el tipo de sociedad nacional que los mapuche buscamos construir y heredar a nuestros hijos e hijas. ¿Qué tipo de País Mapuche estamos soñando? ¿Uno donde exista religión de Estado? Existen discursos mapuches que no difieren –en el nivel de intolerancia- con aquellos enarbolados por los sectores más retrógrados del catolicismo y del protestantismo pentecostal. O del integrismo radical islámico, inclusive. Razón más que suficiente para preocuparse. Razón más que suficiente para enarbolar, junto a los fieles mapuches de Ceferino, las banderas de la sana convivencia religiosa en nuestra sociedad-
- El autor es periodista, director de Azkintuwe
www.azkintuwe.org
La historia de vida de Ceferino trae a la memoria trágicos pasajes de la historia nacional mapuche, historia de asesinatos masivos, despojo territorial y trata de esclavos.
Un hito en la historia del movimiento mapuche: las movilizaciones en Lumako el año 1997, fueron protagonizadas -entre otros- por un pastor evangélico y combativo dirigente mapuche.
Ante cien mil personas y en su natal localidad de Chimpay, fue beatificado finalmente por el Vaticano el joven mapuche Ceferino Namuncurá, quien gozaba desde hace décadas en Argentina de una veneración popular envidiada por cualquier “Santo” con sus papeles en regla. Esto era especialmente gráfico en vastos sectores populares y marginados de la sociedad trasandina, que a poco andar de su muerte en Roma el año 1905, transformaron al “indiciecito” en receptor privilegiado de sus plegarias y peticiones de milagros. La ceremonia, que mezcló elementos tradicionales mapuches con el protocolo litúrgico vaticano, constituyó, que duda cabe para ellos, un acto de justicia. Así lo destacaron los miles de creyentes que arribaron en tren, en buses, a caballo o simplemente a píe desde todo el país hasta el pequeño poblado de Río Negro. Y que en bolsas de dormir o cubiertos simplemente con ponchos, soportaron estoicos frías noches que en la zona calaban hasta los huesos.
Sin embargo, su beatificación no ha estado exenta de polémica. Diversas organizaciones mapuche han alzado la voz, criticando duramente lo que –a su juicio- constituiría un nuevo acto de “colonialismo religioso” por parte de una Iglesia de oscuro pasado en el continente y cuyo actual jerarca, Benedicto XVI, se dio incluso el lujo de negar o, cuando menos, relativizar en su primera visita oficial a la región. La propia historia de vida de Ceferino, hijo de uno de los últimos lonkos que se enfrentó al ejército argentino a fines del siglo XIX, trae a la memoria trágicos pasajes de la propia historia nacional mapuche, historia de asesinatos masivos, despojo territorial y trata de esclavos que el derecho internacional resume hoy en una palabra: genocidio. Y es que si bien Ceferino fue un salesiano cuyo legado ilumina hoy el camino de miles de católicos, también fue hijo de un pueblo que hasta hoy paga las consecuencias de la pérdida de su territorio y libertad. Y aquello duele y enrabia.
Pero la beatificación de Ceferino, más allá de las implicancias históricas de la relación Iglesia-Pueblo Mapuche y del atrincheramiento en posiciones a favor o en contra, permite abrir un debate interesante respecto del tema “religioso” o “confesional” al interior de nuestra sociedad. Y esto porque un número significativo de aquellos miles de fieles que llegaron hasta Chimpay fueron precisamente miembros de nuestro pueblo. Católicos, claro está, pero mapuches al fin y al cabo, muchos de ellos vistiendo sus vestimentas tradicionales y haciendo flamear altivos aquella bandera que hoy, en ambos lados de los Andes, nos hermana como un solo pueblo. Es en este punto que el radical discurso de algunas organizaciones, demandando la exclusividad de una fe o religión “tradicional” al interior de nuestro pueblo -a su juicio requisito sine qua non para ser un mapuche verdadero- se estrella brutalmente contra la realidad. Y enhorabuena, me atrevo a señalar bajo riesgo de ser declarado yanakona por unos o liberal por otros.
Sucedió con los mapuches devotos del catolicismo en Chimpay. No hace mucho, la venida desde Estados Unidos de un afamado telepredicador protestante reunió a miles de personas en un recinto deportivo de Temuko. En dicho evento, la presencia mapuche no solo destacó, sino que fue mayoritaria. Testimonio de ello darían días más tarde a la prensa dos de los principales representantes del Consejo de Pastores en la región, organizadores del evento y dicho sea de paso, ambos mapuches y originarios de comunidades de renombre. A menor escala, lo mismo es posible de observar en cualquier actividad de la Fe Bahai, credo de origen iraní de importante arraigo al interior de comunidades mapuches (uno de sus principios es "la unidad en la diversidad") y propietaria de una radio-emisora que ha contribuido por décadas a la revitalización lingüística del mapuzugun. Y mucho más que todos los publicitados planes de Educación Intercultural Bilingüe (EIB) del gobierno en su conjunto. Y, por qué no decirlo, más que muchas voces que hoy rasgan vestiduras frente a Ratzinger y Cia.
La presencia de diversos credos a nivel mapuche es una realidad, guste o no. ¿Son determinantes estas creencias en la conducta política de quienes las profesan? Definitivamente no. Prueba de esto son los numerosos dirigentes de nuestro pueblo, muchos de ellos en roles “tradicionales” , cuya fe no les impidió llegada la hora encabezar recuperaciones territoriales y enfrentar incluso la represión policial. Un hito en la historia del movimiento mapuche, las movilizaciones en Lumako el año 1997, fueron protagonizadas -entre otros- por un pastor evangélico y combativo dirigente, cuya identidad me reservo. Alguna vez lo critiqué duramente. Terminé respetando sus creencias, admirando su rebeldía contra cualquier injusticia y envidiando su rectitud en el decir y el actuar. ¿Vuelve una religión menos mapuche a quien la profesa? Si ser mapuche implica adscribir rígidamente a determinada cosmovisión propia, es probable que si. Si ser mapuche implica más bien adscribir a la idea de un colectivo, independiente de lo que se crea (o bien no se crea) en materia espiritual, la respuesta es no. Lo primero es un movimiento político confesional. Lo segundo, una Nación.
Bien estaría comenzar en el Wallmapu a respetar las creencias del otro, más aun cuando más allá de las caricaturas, hablamos de prácticas religiosas donde la norma pareciera ser el sincretismo y no aquella evangelización anti-mapuche que caracteriza a determinadas sectas. La beatificación de Ceferino y su implicancia en materia de pluralismo religioso debiera ser materia de debate público, pues – a nivel político- dice relación con el tipo de sociedad nacional que los mapuche buscamos construir y heredar a nuestros hijos e hijas. ¿Qué tipo de País Mapuche estamos soñando? ¿Uno donde exista religión de Estado? Existen discursos mapuches que no difieren –en el nivel de intolerancia- con aquellos enarbolados por los sectores más retrógrados del catolicismo y del protestantismo pentecostal. O del integrismo radical islámico, inclusive. Razón más que suficiente para preocuparse. Razón más que suficiente para enarbolar, junto a los fieles mapuches de Ceferino, las banderas de la sana convivencia religiosa en nuestra sociedad-
- El autor es periodista, director de Azkintuwe
www.azkintuwe.org
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