Chaltu may Karol Wojtyla

05/05/2011
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El pasado domingo, Karol Wojtyla, también conocido como “Juan Pablo II”, recibió en Roma la beatificación por parte de su sucesor, Benedicto XVI. ¿Camino fácil?: sumarse al coro de columnistas que han cuestionado la oportunidad (apenas seis años después de su muerte) y, sobre todo, la pertinencia de dicho nombramiento. Se cuestiona y con razón, su anticomunismo recalcitrante, las condenas de su pontificado a los teólogos progresistas, el proceso de involución de la Iglesia respecto del Concilio Vaticano II y el manto de protección que otorgó a pederastas de la talla de Marcial Maciel. Todo ello, se señala, no lo haría digno de subir al “altar de los altares”.
 
Como periodista, libre pensador y más encima, mapuche, poco y nada que decir sobre esto último. A decir verdad, que el ex Sumo Pontífice se instale en la sala de espera de la santidad no me va ni me viene. Tanto su supuesto milagro como todo cuanto se predica desde la Capilla Sixtina me resulta tan irreal como los diálogos del Dr. Zaius en “El Planeta de los Simios”. Que no se malentienda; no me estoy burlando del catolicismo. Mi punto es otro; no me pidan opinar sobre lo legítima o no de su beatificación. Si estará o no charlando hoy a la diestra de Dios Padre, acompañando a la crédito local, Laurita Vicuña, créanme cuestión de creyentes.
 
Despejado el punto, quiero rendir un sentido homenaje a Karol Wojtyla, el ex Jefe de Estado, el Político, el hombre. Puede que ninguno de ustedes lo sospeche, pero Wojtyla es tal vez el principal responsable del “mapuchismo” que un bendito día el abuelo Alberto decidió transmitir a un puñado de imberbes adolescentes entre los cuales, por cierto, me encontraba. Sucedió tras su recordada visita de Estado a Chile, el año 1987. Dicho viaje Papal y en especial su breve escala en Temuko, impactaría de gran manera en la vida de mi abuelo. No fue ningún arbusto ardiendo acompañado de su respectiva voz en off; fue su discurso, parte en español y parte en mapudungun, pronunciado en la mítica y hoy desaparecida Pampa Ganaderos.
 
“Mi corazón se siente feliz al encontrarme hoy con los habitantes de La Frontera. En modo particular me alegro de saludar al pueblo mapuche, que cuenta con su lengua, su cultura propia y sus tradiciones. Sepan que la unidad de todos nosotros en Cristo no significa, desde el punto de vista humano, uniformidad. Al contrario, la Iglesia se siente enriquecida al acoger la múltiple diversidad y variedad de sus miembros”. Hasta este punto, nada que sorprendiera al viejo Alberto. Meras palabras de buena crianza. La diplomacia vaticana con sus códigos. Sin embargo, lo que vendría lo golpearía como un huracán.
 
“Por eso, hoy desde Temuko, aliento a los mapuches a que conserven con sano orgullo la cultura de su pueblo: las tradiciones y costumbres, el idioma y sus valores propios… Sed conscientes de las ancestrales riquezas de vuestro pueblo y hacedlas fructificar… No pocas veces habéis sido objeto de injusticias y marginaciones. Hoy os quiero apoyar decididamente en vuestras demandas de respeto a vuestros legítimos derechos. No os dejéis seducir por quienes os ofrecen soluciones tentadoras e ilusorias a vuestros problemas, como son las del odio y la violencia o la del abandono injustificado de vuestras tierras y valores propios, para encontraros a menudo con una vida aún más precaria y difícil en las ciudades… Mas, no os dejéis abatir ni os atemoricéis por las dificultades, queridos mapuches… Al defender vuestra identidad no sólo ejercéis un derecho, sino que cumplís también un deber: el deber de transmitir vuestra cultura a las generaciones venideras, enriqueciendo, de este modo, a todo Chile con vuestros valores bien conocidos: el amor a la tierra, el indómito amor a vuestra libertad y la férrea unidad de vuestras familias”.
 
Seamos sinceros. En menos de cinco minutos, Wojtyla dijo más a favor de los mapuches de lo que diría la conservadora Conferencia Episcopal chilena en los siguientes veinte años. Debió ser el discurso más político de toda su publicitada gira. Sepan que cambió la vida de muchos. Sin ser un católico practicante –de hecho, fue invitado en su calidad de dirigente social- lo que el abuelo Alberto escuchó aquella tarde en Temuko fue un ferviente llamado a la acción, a despertar, a desafiar la desaparición física y legal a que nos condenaba por entonces la dictadura de Pinochet y sus secuaces. Aquello fue lo que nos contó días más tarde, a su regreso a la comunidad en Entre Ríos. Tras pasar media vida en tribunales, reclamando inútilmente tierras y un mínimo de respeto, nunca antes había visto los ojos del chachay Alberto tan abiertos y brillantes. Tan vivos. Por ello y quizás cuantas cosas más, Chaltu may (muchas gracias) Karol Wojtyla.
 
Publicado originalmente en The Clinic, Edición del 5 de Mayo de 2011 / www.theclinic.cl
https://www.alainet.org/es/articulo/149553
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