Gato por liebre
31/12/2010
- Opinión
Dos recuerdos de infancia se me vienen a la mente por estos días. Ambos se sitúan en la reducción rural y tienen como protagonistas a nuestros vecinos latifundistas. El primero, la imagen del capataz del fundo, persiguiéndonos a caballo cada vez que cruzábamos el bendito alambrado, la mayoría de las veces a la siga de un chancho o un ternero de la familia pasado de revoluciones. O demasiado hambriento, para ser más exacto. La escena hoy puede parecer hasta simpática, pero entonces, a los 9 años, resultaba aterradora. De tanto hacerlo, llegue a olvidar cuantas veces opté por dejar que los animales se fueran fundo adentro con tal de no cruzarme con Pancho Pistolas, que así le llamábamos al sátrapa ese, especie de “Jinete sin Cabeza” que aterrorizó mi más tierna infancia en las orillas del Cautín.
Pasaron los años y nunca supe qué fue de mi torturador psicólogico. Habrá muerto de viejo o tal vez aún deambula por cantinas de mala muerte en Nueva Imperial, haciendo sonar sus espuelas cual preludio de pesadillas infantiles, ya retirado de su oficio de sicario-rural-espanta-niños-mapuches. Quién sabe. Si llega a leer esta columna, cosa que dudo, vaya para él y su terrorífico poncho negro y sus dientes amarillos y su aliento de ultratumba, mi más afectuoso saludo de fin de año. Sepa que lo recuerdo y a estas alturas, Síndrome de Estocolmo de por medio, puede que hasta con cariño. ¿Y aún así dicen que los mapuches somos rencorosos y resentidos?
El segundo recuerdo también tiene que ver con el fundo. Más específicamente, con sus magníficas maquinarias, todas provenientes –créanme que estaba convencido entonces- de planetas como Júpiter o constelaciones del propio Saturno. Se trataba de un predio agrícola y cada temporada de siembra o cosecha, observar las faenas resultaba para todos un verdadero espectáculo. Gigantescos monstruos mecánicos abriendo y cerrando la tierra, sembrando o cosechando toneladas de trigo, raps, avena, cebada y un cuanto hay de cereales, secundados casi siempre por un ejército de laboriosos y disciplinados peones intergalácticos. A ojos de un niño mapuche la escena no dejaba de ser impresionante. Futurista. Fantástica. Era lo más cercano al cine de ciencia ficción que teníamos por entonces con mis primos. “Terminator” y “El Imperio Contraataca”, todo junto, al otro lado de la cerca y por si fuera poco, en pantalla gigante 3D.
Traigo estos recuerdos a colación a propósito de una reciente campaña de El Mercurio, empeñada en desacreditar la política de “subsidio de tierras indígenas” implementada por los gobiernos de la Concertación. Según un reciente reportaje y que toma como “fuente” un estudio del Plan Araucanía, 70 mil hectáreas que han sido traspasadas por el Estado chileno a mapuches desde el año 1994 a la fecha, han terminado transformadas en “comercialmente improductivas”. Verdaderos desiertos. Denuncia el reporte "degradación de los predios, destrucción de bodegas, lecherías y casas patronales", así como "fundos deshabitados o pobremente cultivados, bosque nativo talado, maleza de un metro y medio de altura donde antes había trigo, avena o potreros de pastoreo”. Así de lapidario. Todo ello en contraste, obviamente, con fundos vecinos y en manos de agricultores chilenos, verdaderos vergeles donde -siempre según El Mercurio- solo se respiraría prosperidad, bendiciones y sobre todo, futuro.
Difícilmente podría acusar al "decano" de mentiroso. Si tal vez de tendencioso. O mala leche. O inclusive de racista, al desempolvar –sutilmente- aquella vieja caricatura decimonónica de los mapuches flojos (y borrachos), desplazada en el Manual de Estilo 2010 por aquello de “terroristas” y “violentos”. Tampoco se puede generalizar, pero de que los casos denunciados existen, existen. Y la explicación bien puede ser técnica (un subsidio de tierras carente de programas de capacitación y mucho menos planes productivos de inversión, cosa que vendría a subsanar –se nos asegura- el famoso Plan Araucanía); humana (un subsidio que a poco andar se transforma en botín político-electoral y cuartel general de Ali Baba y los 40 ladrones mestizos de la Concertación); normativa (un subsidio que baypasea instrumentos internacionales que estipulan claros y pertinentes procedimientos en materia de restitución territorial indígena; Convenio 169 de la OIT, uno de ellos); cultural (un subsidio que en su diseño y ejecución viola aspectos centrales de la cosmovisión indígena, tales como la particular relación del mapuche con la tierra); o bien un largo listado de etcéteras entrecruzados entre si.
El propio fundo de mis recuerdos iniciales fue entregado por el Estado a mi comunidad a mediados de los años 90’. Mi abuelo, dirigente del sector, paso media vida en tribunales reclamando inútilmente lo despojado. Murió antes de que CONADI, en su infinita misericordia, resolviera comprarlo y restituirlo con bombos y fanfarrias. No recuerdo cuanta millonada de plata pagó el fisco. Si recuerdo, como si fuera ayer, que de los gigantes mecánicos John Deere y Massey Ferguson nunca más se supo. Tampoco del ganado, ni de los galpones, ni de las instalaciones de la lechería, ni siquiera del hermoso potrillo alazán con el cual nos atormentaba a diario Pancho Pistolas. Todo, literalmente todo, fue llevado a remate por el gringo. No se salvaron ni los lavamanos de la casa patronal. Y créanme que la escena se ha repetido en cada compra y posterior entrega de tierras habida y por haber en el sur. Hoy dicho fundo tampoco es trabajado por familias mapuches. Se los arrienda una maderera local, subsidiaria de Mininco, que lo llenó de pinos y nuevamente de alambre. Mi abuelo, de seguro, debe estar hoy revolcándose en su tumba. Pero, ¿qué otra salida digna tenían mis parientes?, ¿Hacerlo producir con yuntas de bueyes?, ¿Cómo esperan que familias campesinas, empobrecidas y con economías de subsistencia, manejen fundos que demandan ante todo capacidad técnica, maquinaria de punta, créditos de la banca y millones en inversión?
El retraso productivo de muchos predios restituidos a mapuches no es una invención. Negarlo resulta a todas luces un absurdo. Pero, estimado lector, que no le pase El Mercurio gato por liebre con sus reportajes y editoriales tendenciosas. Explicaciones tiene el fenómeno y por montones. La mayoría, por cierto, de sentido común. Y tampoco nos sigamos engañando al respecto los propios mapuches. ¿Es la “restitución de tierras”, demanda del todo justa y necesaria, la salida a nuestro brutal empobrecimiento como pueblo? ¿Constituirán aquellos retazos de tierra erosionada y maltratada que nos devuelven por goteo nuestra base económica en el siglo XXI? En absoluto. Pudo haber sido hace 30 años. Incluso hace 20, cuando sin TLCs y acuerdos APEC la agricultura y la ganadería local aun significaban algo en el PIB. Pero ya no. Lo alerta año tras año en sus informes y seminarios la propia Sociedad Nacional de Agricultura, conspicua gremial que reúne a lo más granado del latifundismo criollo. Y es que para muchos de sus socios el conflicto cayó literalmente desde el cielo. También el Fondo de Tierras y la hectárea comprada por el fisco a tres o cuatro veces su valor real. ¡No lo sabrán las familias Becker, Riesco y Caminondo!. Secreto a voces en los campos del sur.
Mapuches “instalados por el Estado encima de verdaderas minas de oro agrícola", subraya Pablo Obregón, autor del citado reportaje-denuncia de El Mercurio. ¿Minas de oro agrícola? Como chiste, malísimo. Lo repito; que no nos pasen gatos por liebre en esta vuelta. Ni El Mercurio, ni Piñera, ni Libertad y Desarrollo. Si el gobierno habla en serio de “desarrollo mapuche”, que reconozca primero nuestros derechos políticos y respete nuestras propias prioridades en materia económica; traspase facultades tributarias y de administración presupuestaria a nuestra región; establezca barreras arancelarias que protejan la producción local y posibiliten un mercado interno; Impulse programas que apunten hacia la asociatividad y la innovación productiva en las comunidades rurales; financie una Universidad Tecnológica Mapuche en Temuko; invierta sobretodo en capital cultural en nuestros jóvenes. Luego expropiamos Forestal Mininco, la convertimos en nuestra Nokia y de los fundos “deshabitados” de El Mercurio ni nos acordaremos. Se lo doy firmado, estimado peñi.
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