Desarme nuclear: Oídos sordos de las Grandes potencias
14/02/2014
- Opinión
El llamado es para quienes, oyendo, se niegan a escuchar. Son nueve países, potencias mundiales, en donde se concentran cerca veinte mil armas nucleares como las que Harry S. Truman hizo estallar en Hiroshima y Nagazaki como una siniestra confirmación de la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, alarde innecesario cuya estela pervive en la mala conciencia de la humanidad.
Oídos sordos de los ausentes en la Asegunda Conferencia sobre el Impacto Humanitario de las Armas Nucleares: Estados Unidos, Francia, Rusia, Inglaterra y China, ante la campanada de expertos y organizaciones sociales de 146 países frente a la sinrazón del fantasma de muerte y destrucción que se cierne como negación de toda civilización.
Correspondió a México recibir las voces de los demandantes de la prohibición de las armas nucleares, de su existencia, su posesión y, por supuesto, la amenaza que el arsenal constituye para la supervivencia del ser humano sobre la Tierra. La presencia misma de las armas nucleares y su uso es un suicidio del género que las creó, afirmó el secretario de Relaciones Exteriores de México, José Antonio Meade, al inaugurar el encuentro en Nuevo Vallarta, en Nayarit.
No es casual el haberse escogido a México como sede de la conferencia antinuclear; es consecuencia de una tradición. Ya en 1969, la vocación pacifista de este país, en la gestión del gobierno de Adolfo López Mateos, se desarrolló aquí la reunión que concluyó con el Tratado para la Prohibición de Armas Nucleares en América Latina y el Caribe, conocido como el Tratado de Tlatelolco, actualmente en vigor y reconocido por la Organización de las Naciones Unidas. Años más tarde, en 1982, los organizadores de esa reunión continental serían reconocidos internacionalmente, Afonso García Robles con el Premio Nobel de la Paz y Jorge Castañeda de la Rosa como representativo de la política internacional mexicana de aquellos años en defensa de la soberanía de las naciones, de la autodeterminación y a favor de la solución de todo conflicto por la vía del entendimiento y sin el uso de la fuerza.
Hoy el gobierno de Enrique Peña Nieto retoma las tesis humanitarias de aquella época que dieron renombre al país en los esfuerzos por la convivencia pacífica y el respeto a la dignidad humana. Sin alardes ni arrogancia, México une su voz a las de una abrumadora mayoría que reclama la desaparición de la amenaza de las armas nucleares, intolerable ni siquiera bajo el pretexto de la seguridad de las grandes potencias.
El llamado de Nuevo Vallarta debería desembocar en un tratado mundial que obligue a todos los países a renunciar a la posesión de armas nucleares, como esas grandes potencias de ellos lo exigen a otros al arrogarse un derecho que sólo la fuerza les concede.
Con un fundado pesimismo ante la renuencia de las grandes potencias a atender clamores internacionales en éste y en otros asuntos de interés para la humanidad entera, podría penarse que las voces de Nuevo Vallarta serán infructuosas ante la negativa a escuchar por parte de los dueños de las armas nucleares. Y sin embargo queda ahí el testimonio de un reclamo universal que algún día germinará en favor de la paz y la existencia misma del ser humano en la faz del planeta en el que habita.
Salvador del Río
Escritor y periodista
https://www.alainet.org/pt/node/83156
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