El llanto de Lula
- Opinión
El que come una vez carne, ya no quiere volver al pasado”, afirmó, con precisión, el expresidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva en un seminario internacional, un año antes de que se desatara la vendetta política más brutal en la historia de ese portentoso país. Ese día, el líder del Partido de los Trabajadores (PT) informaba optimista y feliz lo que estaba viviendo el continente, luego de siglos de esclavitud y oscurantismo social, sobre todo para la minoría negra y los campesinos sin tierra.
Al hablar sobre la carne que llegaba a los pobres de Brasil, seguramente no se asomaba por su cabeza que un año después las élites brasileñas utilizarían todo su arsenal económico, mediático y empresarial para defenestrarlo y allanar su morada, como si se tratase de un delincuente callejero. “Creo que merecía un poco más de respeto en este país”, dijo Lula, con la voz quebrada y lágrimas en los ojos, cual niño que es humillado y maltratado, luego de haber sido conducido de manera forzada a declarar por el caso de fraude en Petrobras, a principios de marzo.
El realismo mágico de García Márquez no alcanzaría como estilo narrativo para contar lo que está aconteciendo hoy en Brasil, porque sencillamente el elevado odio de clases en el país vecino —que parecía superado— es tan real, que supera con creces la magia con la cual el escritor colombiano retrataba la realidad de nuestros países.
Un expresidente felicitado por los gobiernos de todo el mundo, elogiado por el New York Times y por The Guardian, y que lideró la mayor redención social que ha conocido esa importante nación estaba siendo humillado o “escarmentado” por la élite empresarial brasileña.
Hoy, Brasil es un manto de incertidumbre, y si se confirman la salida de Rousseff y el proceso contra Lula, el vecino país podría sumirse en una crisis política sin precedentes, con el riesgo de entrar en una vorágine de ingobernabilidad, enfrentamientos y atisbos de violencia.
“Los tribunales no le encontraron nada hasta hoy; sin embargo, lo acusan, y es así porque las élites no le perdonan que haya puesto a obreros y campesinos en el mismo nivel de derechos que los poderosos de siempre”, afirmó Emir Sader en una ilustrativa conferencia ofrecida en la Vicepresidencia del Estado.
En Brasil empieza a jugarse el destino de la democracia latinoamericana; y se avizora una batalla muy dura, que requerirá imaginación, audacia y entereza de las fuerzas políticas brasileñas y latinoamericanas. Lo prudente sería que las élites del hermano país no jueguen con fuego, porque es muy probable que los pobres de Brasil, que con Lula aprendieron a comer carne, empiecen a reaccionar, con la amargura y dolor que llevan dentro, en las extensas ruas de ese hermoso país.
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