La Era de la Revolución anti-capitalista

09/02/2010
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A la memoria de Daniel Bensaïd

Quizás el título que decidimos poner arriba sea exagerado para la situación presente de las luchas de resistencia, así como para el respectivo grado de maduración de la conciencia social y política.1/ Por «Era de la revolución» queremos entender el tiempo histórico que se avecina preñado de dislocamientos, bifurcaciones y crisis sistémica, pero cuyas grandes manifestaciones ya estamos viviendo: la gravedad del cambio climático y la crisis epocal/civilizatoria del capitalismo (Lander 2010; Vega Cantor 2009), uno como consecuencia del otro y ambos retroalimentándose en el tiempo. De ahí que empleamos la palabra anti-capitalismo en el mismo sentido que Lebowitz (2003), de “rechazo al capitalismo mismo”.

Nuestro modesto propósito es aportar un grano de arena, al menos para abrir el debate y/o suscitar la indagación militante, con miras a la construcción de la “agenda social-revolucionaria” de la que habla Sergio Barrios (2009), entendiéndola –para evitar dudas— como la “agenda portadora de una lógica de ruptura con el actual orden de cosas” (Antentas y Vivas 2009). Pero ¿cómo lograr la «ruptura» y alcanzar la utopía del otro mundo es posible sin recurrir a la revolución? Es necesario poner fin al silencio revelador que se advierte frente a la cuestión de la revolución (y del anti-poder), colocándola nuevamente en el centro de la agenda de transformación. Socialismo y revolución fueron, hasta hace poco, dos palabras expectoradas del lenguaje de los movimientos anti-globalización y altermundistas.2/ Constatamos al menos el regreso de una de ellas, reinstalándose con un nuevo contenido y sentido histórico en el imaginario anti-capitalista, traducción para nuestra época del «imaginario crítico» con “otro horizonte de futuro, diferente del que se ha extinguido” con la caída del muro de Berlín (Quijano 2002: 59). Se advierte esta suerte de retorno a través de las intervenciones de algunos intelectuales en el último Foro Social Mundial de Porto Alegre. 3/

¿Es posible el socialismo sin revolución?

Planteamos la pregunta porque la cuestión, valga la redundancia, persiste. Tal como lo sostuvo Werner Bonefeld hace algunos años:

“El resurgimiento de movimientos anticapitalistas en todo el mundo, es por lo tanto, una señal de esperanza. Pero no hay lugar para complacencias. Lo más terrible es la actual indiferencia a la revolución. ¿Qué significa el anticapitalismo en su forma actual de antiglobalización, si no es una crítica práctica al capitalismo? ¿Y qué querrá lograr, si su anticapitalismo no se une al proyecto revolucionario de la emancipación humana? La indiferencia anticapitalista a la revolución es una contradicción en sí misma.” (Bonefeld 2005).

Para evitar los malentendidos, no estamos hablando de un evento (la revolución) que deba darse de la noche a la mañana; ni siquiera tenemos en cuenta el modelo leninista de «toma del poder» ni la fórmula estaliniana de «socialismo en un solo país». Nos referimos a un acontecimiento de alcance mundial precedido necesariamente por un proceso histórico que debe ser construido social y colectivamente; reuniendo las condiciones materiales, así como subjetivas e intersubjetivas, y (auto) realizándose a distintas escalas territoriales (localidades, países, regiones y continentes). La revolución mundial debe implicar un proceso cuidadosamente planeado y organizado, meticulosamente coordinado y sincronizado.

Podemos estar seguros que el Imperio toma en cuenta –en sus ejercicios de prospectiva donde participan seguramente el Departamento de Estado, el Pentágono y la CIA— la eventualidad de una conmoción revolucionaria en el mundo, y se viene preparando para enfrentar este escenario.4/ En América Latina la instalación de bases militares en Colombia así como el armamentismo del Estado chileno (especialmente contra el Perú), forman parte del despliegue reactivo a ese futuro escenario en el cual, para los poderes que se hallan detrás del mismo, lo importante y prioritario es la apropiación de territorios y recursos así como la rentabilidad de las inversiones; pero donde la vida humana en los territorios que no son angloamericanos, para esos mismos poderes, es del tamaño de un rábano.

“[...] la soberanía fue y sigue siendo un arma de doble filo. La soberanía es un discurso de la modernidad que, al mismo tiempo, se ejerce como colonialidad del poder, es decir, como forma de control. El Plan Colombia se presenta, por un lado, como parte del discurso de limpieza ét[n]ica y, por otro, como una cuestión de gobernabilidad en la que la soberanía del Estado colombiano está entre fuegos cruzados: el negocio de la droga y la guerrilla, por un lado, y Estados Unidos, por el otro. Si a esto agregamos que además de la coca como mercancía y de la cuestión de gobernabilidad, muchas otras riquezas naturales están en juego (petróleo, minerales, explotación forestal), el Plan Colombia sería un factor de los nuevos diseños globales puestos en práctica por el diseño neoliberal [...] se trata ahora de un diseño contrario a los anteriores, que ha llegado a poner la acumulación por encima de la vida humana. Mientras que a lo largo de la misión cristiana y civilizadora se restaba valor a las poblaciones colonizadas, marcando la diferencia colonial que distinguía culturas superiores de culturas inferiores, hoy, en cambio, lo que ha perdido valor es simplemente la vida humana.” (Mignolo 2002a: 35-36).

Para nosotros, por el contrario, se trata de poner fin a esta prehistoria de miseria humana.

Cambiar de época, hacia una que se digne en ser llamada Historia de la Humanidad, implica que el capitalismo debe ser necesariamente abolido, expropiado, suprimido y políticamente derrotado. Todo esto conlleva un tiempo histórico de luchas y procesos revolucionarios, de cambios y transformaciones, tanto en lo material como en lo cultural y espiritual; en síntesis, todo este movimiento podemos identificarlo con la transición socialista: un periodo de luchas decisivas contra un sistema decadente como el actual, que implique al mismo tiempo la “restauración del mundo humano” (Marx), o de manera equivalente, la concreción de la «sociedad de los libres e iguales» (Bonefeld 2003); y a fin de alejar cualquier sospecha de eurocentrismo en estas palabras, diremos que están impregnadas al mismo tiempo de diversidad, heterogeneidad e interculturalidad.

¿Por qué revolución mundial?

El motivo que justifica la pregunta es poderosísimo: la manutención y supervivencia del capitalismo como sistema de explotación y dominación, junto con el orden civilizatorio que le es inherente, la modernidad occidental homogeneizante y destructiva de toda diversidad, se han convertido en serias amenazas para el planeta Tierra (Gaia, nuestra casa, Oikos) y para la propia existencia humana.

Es imposible esperar la autodestrucción del capitalismo en tanto que sistema socio-histórico, cuyos valores de “modernidad” y culto por el “progreso” –entre otros— ya no pueden seguir ocultando su “lado oscuro” (la colonialialidad del poder). No podemos seguir permitiendo la inercia devastadora proveniente del funcionamiento compulsivo y verdaderamente irracional del capitalismo Se desprende entonces que el objetivo primario de la revolución consiste en salvar nuestra casa y, junto con esta, a nosotros mismos de la autodestrucción. Esta lucha por salvar y preservar la Gaia tiene obviamente un carácter anticapitalista y –valga la redundancia—planetario; lo cual, inevitablemente, se engarza con la lucha emancipatoria contra todo poder y contra la reificación a la que nos somete el capital como relación cosica y cosificante/alienante, cuestión esta última resaltada también por Chesnais (2009).

En un artículo donde actualizaba su visión de la Tierra como una nave espacial (mediados de los años 60)5/ el economista norteamericano Kenneth Boulding justificaba esta representación de nuestro planeta para llamar la atención sobre “la pequeñez, el hacinamiento y los recursos limitados de la Tierra; la necesidad de evitar un conflicto destructivo, y lo imperioso de generar un sentimiento de comunidad mundial cuya tripulación es muy heterogénea” (Boulding 1989: 273). Esta idea posiblemente le fue insuflada desde un contexto intelectual marcado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano (Estocolmo, 5-16 de junio 1972) que, a su vez, estuvo precedida por el arduo debate en torno al «crecimiento cero» y Los límites al crecimiento (Tamames 1985).6/

Las superpotencias y las actitudes del estado más poderoso de todos (los Estados Unidos) han demostrado que no les interesa la crisis ambiental, ni tampoco lo que Boulding recomendaba: “generar un sentimiento de comunidad mundial”. Lo acaba de corroborar el comportamiento deplorable y servil del presidente norteamericano Barack Obama en la fracasada conferencia sobre el cambio climático en Copenhague, en diciembre pasado (Monbiot 2010). En Copenhague el sr. Obama obró como funcionario del capital, ¿quiere el lector saber por qué?

“Presenciamos en los Estados Unidos la integración de negocios entre la esfera industrial-militar, las redes financieras, las grandes empresas energéticas, las camarillas mafiosas, las ‘empresas’ de seguridad y otras actividades muy dinámicas conformando el espacio dominante del sistema de poder imperial.” (Beinstein 2009: 9).

La situación es tal que la humanidad pareciera estar empecinada en autodestruirse, contaminando y deteriorando sin miramientos todo medio/recurso natural que forma parte de nuestras vitales condiciones de existencia (cursos de agua, aire, bosques, especies, ecosistemas, etc.). Las mega-corporaciones, grandes empresas y sus gobiernos, como los organismos que norman y «supervisan» el comercio y las finanzas internacionales, tampoco se comprometen mínimamente a tratar de arreglar todas las externalidades que se despliegan por el orbe, generadas por el funcionamiento y operación del sistema en un planeta finito como el nuestro. Para ellos el mundo puede venirse abajo pero nunca permitirán que pase lo mismo con las ganancias del capital. Ni siquiera estuvieron dispuestos a apoyar la Tasa Tobin (un impuesto minúsculo) sobre las operaciones del capital financiero y especulativo. El capitalismo no puede desprenderse de la naturaleza porque ha convertido al mundo en una gigantesca factoría para la acumulación, y aquella ha pasado a ser parte de esta inmensa -y siniestra— maquinaria mundial.7/

En suma, la «naturaleza» -o lo que queda de ella, comprendiendo recursos y territorios- está siendo privatizada por el capital mediante la renovación de sus mecanismos de acumulación originaria que siempre fueron permanentes (Galafassi 2009), aunque no para beneficiar a la humanidad en términos de bienestar, ni para prolongar la vida en el planeta; y todo esto es muy grave. Hace rato que hemos atravesado los límites permisibles y estamos transitando por la cuenta regresiva hacia la extinción, sin ninguna hipérbole.

En los dos gráficos que vienen mostramos la coincidencia temporal -en términos de tendencias— entre el «colapso» ambiental proyectado en el estudio del Massachussets Institute of Technology (MIT), que fuera liderado por Dennis Meadows, 8/ y el “agotamiento de la civilización burguesa” (Beinstein 2009: 8). En ambos gráficos se aprecia la transición histórica (el año 2000 sirve para indicar el cambio de siglo) en la que el actual sistema-mundo ingresó desde finales de los 60, pero del cual aun no hemos salido (Wallerstein 2005: 106,115 ss.)9/, y que incluye por cierto el periodo del neoliberalismo. Esta transición implica una gran bifurcación que sintetizamos con la pregunta: ¿revolución anti-capitalista o barbarie?, o para exclamar sin tapujos junto con Chesnais (2009) y nuestra Junius: ¡Socialismo o barbarie! La dirección que se tome dependerá de las múltiples respuestas con que las presentes y futuras generaciones resolvamos con audacia la actual transición.

Fuente. Donnella Meadows, et. al. The Limits to Growth. A Report for the Club of Rome’s Project on the Predicament of Mankind, Londres, 1972, p. 124. Reproducido de Tamames (1985: 119).


Fuente. Beinstein (2009: 11). A fin de obtener una lectura e interpretación adicional, podríamos sobreponer la periodización que hiciera Amin (2001: 17-19) con respecto a las fases de la «mundialización» capitalista: mercantilismo (1500-1800), contraste centro/periferia (1800-1950) y mundialización negociada (1945-1990). Cada una de estas tuvo sus propias formas o modalidades de «polarización».

Notas

1/ Con respecto al “movimiento altermundista” el sociólogo brasileño Michael Löwy sostuvo: “Es frágil, limitado, incierto e incapaz, por el momento, de poner en peligro el dominio apabullante del capital global y la hegemonía planetaria del neoliberalismo, pero constituye el lugar estratégico donde se elabora el internacionalismo del futuro.” (Löwy 2009).

2/ “[...] ¿por qué existe la fobia a la revolución entre los anticapitalistas de Europa occidental y en América Latina? Quizás la causa reside en la brecha siempre en aumento que existe entre la desesperanza con las revoluciones en el nivel de los Estados-nación y el siempre creciente reconocimiento del peligro de un desarrollo global capitalista continuado. Y esto es así porque una revolución social anticapitalista a escala global es inarticulable en la realidad en términos del discurso de la revolución del siglo XX. Estamos haciendo equilibrio entre imposibilidades e inefabilidades; ¡una buena receta para el silencio y la ausencia de la palabra “revolución”...!” (Caffentzis 2003: 229). Este autor rescata y defiende del ¿Qué Hacer? de Lenin la actualidad del “modelo comunicativo de producción de la revolución”.

3/ Así, Boaventura de Sousa Santos: "se equivocan los que han colocado las palabras revolución y socialismo en el basurero de la historia"; Virginia Vargas (refiriéndose a la democracia realmente existente en América Latina): "no es el camino al socialismo, pero el socialismo debe ser el futuro de la democracia, si es que ésta es real". Expresiones recogidas por la Agencia EFE («El Foro Social advierte sobre "embestidas capitalistas" tras la crisis global», 28 de enero 2010). www.google.com/hostednews/epa/article/ALeqM5gXQzqqur68ZDz7T8GZoI9acq2L4Q

4/ “Las elites saben que los tiempos son malos y orientan sus políticas económicas y financieras a incrementar la explotación capitalista y afinan su arsenal político, ideológico y represivo-militar para prevenir y eventualmente sofocar eventuales reacciones populares de envergadura.” (Teitelbaum 2009).

5/ K. Boulding «The Economics of the Coming Spaceship Earth», in Environmental Quality in a Growing Economy (H. Jarret, ed.) Baltimore: John Hopkins University Press, 1966, p. 3-14. Reimpreso con el título de “La economía futura de la Tierra como un navío espacial” en Daly (1989: 262-272).

6/ Tanto el español Tamames (1985: 95, nota 1) como el venezolano Eichler (1987: 19) coinciden en señalar a la norteamericana Rachel Carson como la voz pionera en haber lanzado la alarma ecológica (Rachel Carson, Silent Spring [“Primavera silenciosa”] Boston: Houghton Mifflin, 1962).

7/ “La naturaleza está sometida y agotada a finales del siglo XX, y de este modo ha pasado de ser un fenómeno exterior a ser un fenómeno interior, ha pasado de ser un fenómeno dado a ser un fenómeno producido. Como consecuencia de su transformación técnico-industrial y de su comercialización mundial, la naturaleza ha quedado incluida en el sistema industrial. [...] La dependencia respecto del consumo y del mercado vuelve a significar ahora de una nueva manera la dependencia respecto de la «naturaleza», y esta dependencia inmanente del sistema de mercado respecto de la «naturaleza» se convierte en y con el sistema de mercado en la ley del modo de vida propio de la civilización industrial.” (Beck 2006: 13-14).

“La particular conjunción entre tecnología y territorio constituye un eje clave de la actual competencia internacional a la vez que pilar fundamental en el proceso de construcción de hegemonía. Las disputas internas al capital, disputas por el grado de participación en la distribución de los beneficios, se expresan cada vez más fuertemente, tanto por el desarrollo tecnológico como en la carrera por la búsqueda de espacios, ya sea para la extracción de los recursos-insumos como para la construcción de mercados de consumo.” (Galafassi 2009).

8/ Las proyecciones del MIT son pasivas o “espontáneas” (es decir, en ausencia de políticas correctoras) y se apoyan en el modelo «World-3» compuesto de 77 ecuaciones básicas. Las curvas que se muestran en el primer gráfico corresponden a los “núcleos” o grandes variables agregadas (“recursos” se refiere a los no renovables). Este modelo fue la versión reelaborada y mejorada del «World-2» trabajado por Jay F. Forrester en su World Dymanics (Cambridge, Massachusetts: Wright-Allen Press, 1971). Cf. Tamames (1985: 109-126).

9/ “El periodo de transición de un sistema a otro es un periodo de grandes luchas, de gran incertidumbre, y de grandes cuestionamientos sobre las estructuras del saber. Necesitamos primero que todo intentar comprender claramente qué es lo que está sucediendo. Necesitamos después decidir en qué dirección queremos que se mueva el mundo. Y debemos finalmente resolver cómo actuaremos en el presente de modo que las cosas se muevan en el sentido que preferimos. Podemos pensar en estas tres tareas como las labores intelectuales, morales y políticas. las tres son diferentes pero estrechamente vinculadas. Ninguno de nosotros puede excusarse de estas tareas. [...] Las tareas ante nosotros son excepcionalmente dificultosas. Pero nos ofrecen, individual y colectivamente, la posibilidad de la creación, o al menos de contribuir a la creación de algo que pueda satisfacer más plenamente nuestras posibilidades colectivas.” (Wallerstein 2005: 122). Teniendo en consideración las lúcidas observaciones de Mignolo (2002b) debemos comprender que el «sistema» y/o la «transición de un sistema a otro» -si queremos evitar caer en “una crítica eurocéntrica del eurocentrismo”— debe incluir asimismo “el lado oscuro de la modernidad”, a saber: la colonialidad o el pensamiento fronterizo. Por consiguiente, y desde la perspectiva de la “geo-política del conocimiento”, hemos de asumir que el «nosotros» de Walllerstein concierne tanto a los occidentales como a los occidentalizados y no-occidentales.

Referencias

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