Estado de podredumbre

16/07/2018
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Me repele el desorden, me repele la injusticia, me repele el hecho de que la derecha enorme y poderosa –que controla casi todo, desde nuestros apetitos hasta nuestras miradas— haya podido infundir la resignación y haya podido realmente dominar la mente de la mayor parte de los peruanos, haciéndoles creer que este modelo, este modelo y no otro, es absolutamente inexorable. Le han hecho creer a la gente que este no es un modelo sino que es un destino, y es un destino fatal; y no hay nada peor que creer eso.1

 

Todos los escándalos de corrupción que se vienen destapando en la últimas semanas, mediante los audios difundidos por IDL Reporteros,2 que comprometen a jueces, fiscales y magistrados en intercambio de favores y tráfico de influencias, han vuelto a destapar la caja de pandora de la corrupción que afecta profundamente a todas las instancias del Estado en el Perú.

 

Está claro que, desde los años 90 en adelante, las élites en el poder se dedicaron a los pingües negociados parapetándose en sus discursos sobre el crecimiento y pontificando sobre las "bondades" de su modelo económico. Todo el rollo sobre los mercados, la libertad de empresa, las inversiones que generan empleo, las exportaciones y tantas otras mentiras más, sirvieron de escudo ideológico (incluso el conflicto armado del Estado peruano contra Sendero) para ocultar las fechorías, malversaciones y segundas intenciones, con que los gobiernos neoliberales desde Fujimori hasta Kuczynski apañaron con contratos-ley, decretos de urgencia y sucesivas addendas, para el enriquecimiento individual y de grupo de quienes ejercieron desde las altas esferas esos gobiernos.

 

Alrededor de tres décadas de neoliberalismo no han conducido a generar un Estado ni un régimen político democrático en el país. A pesar de las tantas veces aludida "democracia" (palabra tan manoseada por los políticos y altos funcionarios, ladrones y sinvergüenzas), así como el invocado Estado de derecho y la independencia de poderes, el neoliberalismo engendró más bien en los 90 un Estado mafioso, y a lo largo de cuatro gobiernos "democráticos" (sin incluir al gobierno de transición de Paniagua: los de Toledo, García II, Humala y Kuczynski) una república lobbysta. Ambos son conceptos que están documentados en los trabajos publicados por el congresista Manuel Dammert.3

 

Al lado de la retórica economicista del crecimiento, el progreso, el mercado y la modernidad, la derecha política y empresarial desarrolló asimismo un discurso canallesco, cínico y cargado de hipocresías que le sirviera al mismo tiempo a dos propósitos: acusar de "anti" a cualquier intento de oposición política (o de propuesta alternativa) y demonizar toda expresión de protesta social contra las consecuencias del modelo neoliberal en los territorios (regiones) del país. Hoy esta función del discurso desde el poder, y a falta de argumentos consistentes, lo que persigue es desacreditar y "terruquear" a opositoras y opositores.

 

La gran prensa (y la amarilla también) así como el resto de medios ha contribuido con este estado de ocultamiento general (lo que ocurría realmente entre el poder político y el poder económico al interior del Estado), cumpliendo una tarea de domesticación de la opinión pública, e infundiendo también el miedo, para hacer creer -como decía Hildebrandt- de que el modelo neoliberal es "absolutamente inexorable". ¿Lo será?

 

La crisis de la política que campea en el Perú nos viene desde hace mucho tiempo, y lo que ha hecho la corrupción es potenciar esa crisis proyectándola como una crisis sistémica ya que están comprometidos todos los poderes del Estado. El mismo Hildebrandt advertía en una de sus columnas a comienzos de esta década (2011), sobre el "empobrecimiento" de la política en el país. En su más reciente columna el periodista se pregunta: "¿Por qué estamos tan podridos?", ubicando la explicación en los inicios de la nueva república peruana:

 

"Los criollos, herederos de las 300 familias que dominaban la agricultura de la costa, secuestraron la república en la que no habían creído y la hicieron bolsa, botín y patrimonio".4

 

Pero las élites criollas no solamente "secuestraron" el Estado desde sus inicios. En conjunción con lo anterior mostraron siempre su racismo y desprecio consuetudinario hacia los de abajo. No solo prolongaron el colonialismo sino que ejercitaron también la colonialidad del imaginario, así como de las expectativas y la subjetividad del pueblo peruano, todo lo cual ha conformado un patrón de poder que se prolonga hasta el presente. La violencia que se vivió en el Perú de los ochenta y noventa del siglo pasado proviene de ese trasfondo histórico; es decir, de la violencia milenaria que siempre han ejercido los poderosos para preservar sus intereses mezquinos, "en nombre de la nación" y de los "intereses nacionales". ¿Ha cambiado algo de eso en el Perú del siglo XXI?

 

Necesitamos transitar hacia una verdadera refundación del país y hacia una regeneración de la política, antes de que la corrupción (ya de por sí aberrante e indignante) haga del Perú un verdadero "Estado fallido", habiendo la necesidad de reconocer que la "transición democrática" fracasó en toda la línea, y por ende fracasaron todas las fuerzas y liderazgos políticos por la corrupción que no enfrentaron y más bien apañaron durante su ejercicio del poder. Las reformas pueden ser necesarias para evitar que el incendio se propague, pero se requiere la renovación de todo.

 

Para terminar, tal vez sea pertinente reproducir lo escrito hace 10 años, porque remite después de todo a una cuestión de fondo:5

 

En nuestro país coexisten conflictivamente dos sociedades: una que pugna por nacer y otra que la bloquea. La primera busca instalarse en base a principios de derechos, inclusión, equidad en las relaciones de género, solidaridad económica y social, sustentabilidad ambiental, pluralidad y diversidad étnica, justicia distributiva, en el marco del Estado peruano actual. La segunda es aquella que los niega o pretende supeditar / someter dichos derechos a los consensos del poder económico basados en “las leyes infalibles del mercado”: propiedad privada, inversiones y crecimiento económico, principalmente.

 

Ahora ya sabemos a qué se refieren los “consensos” cuando vienen impuestos desde el poder, tomándolos como práctica realmente existente y de enmascaramiento de la realpolitik en el Perú.

 

Lima, 16 de julio 2018

 

Antonio Romero Reyes

Colaborador de ALAI desde el 2008. ‎Integrante del Grupo de Trabajo: Economías Alternativas y Buen Vivir, ‎CLACSO. Investigador adherente del Seminario Economía Social, Solidaria y Popular, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

 

1 Palabras del periodista César Hildebrandt en la presentación de su libro Una piedra en el zapato en la 32° Feria de Libro Ricardo Palma (Lima, 22 de octubre del 2011), https://youtu.be/zQEZ8Jq9uxQ

 

2 IDL son las siglas del Instituto de Defensa Legal (https://idl-reporteros.pe/)

 

3 Fujimori-Montesinos: el Estado mafioso. El poder imagocrático en las sociedades globalizadas (Lima: Ediciones El Virrey, 2001); La república lobbysta y la nación peruana bicentenaria: poder económico, democracia y corrupción (Lima, 2010).

4 César Hildebrandt, “Podre que viene de lejos”, Seminario Hildebrandt en sus Trece, N° 405, 13 de julio 2018, p. 12.

https://www.alainet.org/es/articulo/194142?language=es
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