Reflexiones sobre el golpe de estado a Evo Morales

13/11/2019
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México, (Prensa Latina) El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se expresó orgulloso de encabezar un gobierno que garantiza el derecho de asilo, y lo dijo para refutar a quienes le criticaron ofrecer al país como refugio político al exmandatario de Bolivia, Evo Morales.

 

López Obrador tuvo con ello una actitud cónsona con la historia de México en ese aspecto, consagrada en la Constitución y en una práctica de derecho consuetudinario que se aplica desde 1930 con la proclamación oficial de la Doctrina Estrada.

 

Se trata de una posición conceptual, filosófica y de principio expresada por Genaro Estrada, secretario de Relaciones Exteriores durante la presidencia de Pascual Ortiz Rubio (1930-1932), que la redactó y publicó el 27 de septiembre de 1930.

 

Desde entonces México es una tierra de asilo como lo hacen constar los miles de refugiados españoles antifranquistas y cientos de refugiados políticos latinoamericanos y de otras latitudes, víctimas de la persecución de regímenes autoritarios.

 

El caso de Evo Morales no es la excepción, sino otra expresión consecuente con la Doctrina Estrada, en esta ocasión porque fue aplicada por un gobierno muy diferente a los rigieron México en los últimos 36 años de neoliberalismo, y muy apegado a los principios éticos, morales, nacionalistas y de soberanía sostenidos en los preceptos juaristas de política exterior.

 

Si la Doctrina Estrada hace énfasis en el principio de no intervención y el derecho de autodeterminación de los pueblos y favorece la defensa de la soberanía nacional, los preceptos juaristas se resumen y concentran en la frase: 'Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz'.

 

En ambos casos, la autodeterminación y el respeto al derecho ajeno fueron groseramente violados en Bolivia con el golpe de Estado auspiciado a todas luces por la Organización de Estados Americanos (OEA) y su testaferro secretario general Luis Almagro, con la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, según denuncia Mark Weisbrot, codirector del Center for Economic and Policy and Research (CEPR), al argumentar que lo ocurrido no podría haber prosperado sin el apoyo de Washington.

 

México se mueve en el filo de la navaja por su larga frontera con Estados Unidos, que es un increíble corredor para el tráfico de armas desde la época de apaches y navajos, y más recientemente para el trasiego de estupefacientes que proveen de cocaína y fentanilo al país más consumidor de drogas en el mundo.

 

Esa región se ha complicado más todavía por un aumento de la migración, sobre todo de centroamericanos, cuyas causas más evidentes están en la falta de oportunidades y un brutal crecimiento de la pobreza generada por la concentración de la riqueza en pocas manos y una deprimente e inmoral redistribución de la riqueza.

 

Son temas agravados en extremo por el neoliberalismo, la expresión más acabada de lo que el papa Juan Pablo II calificó de 'capitalismo salvaje', el cual se ha hecho más brutal en esta época de Donald Trump con su exacerbamiento de una supremacía filosóficamente sustentada en un social-nacionalismo desfasado pero feroz.

 

Y no muchos analistas relacionan sucesos aislados o propios de cada país con lo que se podría calificar de cosmovisión global de un sistema socioeconómico que, quiérase o no, está en declive, al extremo de que, como dijera el presidente Andrés Manuel López Obrador, comienza a extenderse entre los multimillonarios del mundo la idea de la necesidad de una descentralización de la riqueza.

 

Esa línea de pensamiento, aunque ya se deja ver, no es con mucho lo que prepondera y el ejemplo clásico es Donald Trump quien ha logrado, con la aplicación de la política del miedo, acercar a sus brasas a una población importante de supremacistas ricos, y pobres que se han dejado ganar por la fantasía de que lo pueden perder todo si el mundo evoluciona hacia formas de producción basadas en dinámicas distintas.

 

Quienes están por crear o aceptar nuevos paradigmas que incluyan una redistribución racional de la riqueza, estiman que es la mejor forma de detener el deterioro de las sociedades aferradas a los viejos esquemas del ya superado estado de bienestar, no ajustado a los modos de producción neoliberales ni a las relaciones creadas.

 

En ese sentido se impone la necesidad, o la obligación, de no descontextualizar los acontecimientos políticos ni los económicos que se están sucediendo en el mundo y, en particular en América Latina.

 

El golpe de estado a Evo Morales en Bolivia no es ajeno, por ejemplo, a la victoria en Brasil de la opinión pública nacional y extranjera que logró la excarcelación de Luiz Inácio Lula da Silva, ni del triunfo en las urnas argentinas de Alberto Fernández, ni de la reacción popular lógica contra el régimen de Lenín Moreno en Ecuador, o la oleada contra todo lo nefasto que representa en Chile Piñera, quien ya hubiera caído si no fuese apoyado por Washington.

 

Tampoco es ajeno a los fracasos de los continuados intentos de aplastar la revolución chavista en Venezuela, la sandinista en Nicaragua, ni a una debilitación muy evidente del régimen de Iván Duque en Colombia, que aplastó los acuerdos de paz logrados en las negociaciones de La Habana con las FARC-EP.

 

Todos esos son golpes duros para las apetencias de poder de los supremacistas cuyos ideólogos extreman sus sugerencias para impedir que sean irreversibles y bajar en la apreciación del público el impacto que tienen en las grandes mayorías quienes, conscientes o no, con o sin conocimiento de causa, perciben que algo anda mal en el mundo y es necesario un cambio.

 

En consecuencia, avances como los que logró Evo Morales en apenas una década con la gran hazaña de sacar a Bolivia como el país más pobre del continente solo superado por Haití y elevarlo al rango del mayor crecimiento económico en América, les son perjudiciales y muy negativo a los supremacistas, en especial cuando esa proeza la protagonizó un indígena cocalero.

 

Capitalismo al fin, estas visiones políticas, filosóficas pero en su esencia de un gran primitivismo que son las teorías supremacistas, siempre están sustentadas en bases económicas que cimentan ambiciones hegemonistas. Es así que las guerras que han iniciado desde tiempos inmemoriales hasta la era actual tienen el sello de la conquista de algún bien material. Es el trofeo principal sin que ello oculte al ideológico.

 

La destrucción de Bagdad y otras ciudades iraquíes, la de parte de Damasco y del interior sirio de valores culturales irrecuperables, el ataque a Libia, o un poco más lejos, la guerra en Vietnam, tienen esa impronta de la conquista material, sea el petróleo del Medio Oriente o los ricos minerales imprescindibles para la industria.

 

En ese ámbito, sin lugar a dudas, se inscribe también el golpe de estado a Evo Morales, y no demorará mucho ver el vuelo de los buitres sobre las minas de litio que son el futuro de la energía limpia del mundo e imprescindible para las actuales y futuras fuentes energéticas de la alta tecnología cibernética.

 

La contracara de ese pensamiento es que, a pesar de todo eso, es inocultable el retroceso del sistema neoliberal. Lograron en un momento paralizar el avance de los gobiernos progresistas en Suramérica por diversas razones, entre ellas la de mayor peso que los cambios sociales fueron realizados dentro de la camisa de fuerza de la burguesía y sus intereses resultaron poco o nada afectados, en especial los financieros.

 

Pero fue bastante corto el período de recuperación, pues Mauricio Macri no se pudo reelegir en las recientes elecciones argentinas, lo cual fue un golpe muy severo al conservadurismo. Jair Bolsonaro carece de futuro en Brasil, Piñera está de pie en La Moneda apuntalado por Washington, y algo semejante le ocurre a Moreno en Ecuador.

 

Que no hayan logrado derribar al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela a pesar de todos los intentos incluso de magnicidio, que tampoco hayan podido hacer lo mismo en Nicaragua, que la Revolución cubana se mantenga a pesar de más de medio siglo de feroz bloqueo, y que las tácticas de provocación les fallaran en México, marcan una realidad irrefutable: el imperio retrocede.

 

Tuvieron que resucitar la Doctrina Monroe y aplicar su política criminal de las cañoneras, y darle oxígeno a su deteriorado ministerio de colonias, la OEA con un testaferro como Luis Almagro, e incluso pensar seriamente en un objeto anacrónico como el inoperante Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca para castigar con pólvora y acero a quienes se rebelen al conservadurismo supremacista.

 

Estas son algunas de las cuestiones a las que el golpe de Estado duro contra Evo Morales en Bolivia el 10 de noviembre invita a reflexionar.

 

Luis Manuel Arce

Corresponsal de Prensa Latina en México.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/203222
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