El impacto de la Covid-19 en la economía
La pandemia sacó a flote una teoría del desastre según la cual la crisis financiera de 2008-2009 se repetiría en 2020 pero en una escala mayor.
- Opinión
México.- Aún falta mucho para hacer el balance del daño que la pandemia de Covid-19 ocasiona a la economía mundial. No hay cálculos definitivos, pero se compara con el crack bancario de 1929 y los especialistas aseguran que sus efectos serán peores y de más larga duración.
Para el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, el coronavirus precipitó el derrumbe del neoliberalismo, detonando una crisis económica que ya tenía cuerpo desde mucho antes de la aparición del SARS-CoV2 entre los humanos. Para el mandatario mexicano la pandemia no es la causa de la crisis económica, sino una consecuencia del fracaso de un modelo de crecimiento agotado por sus propias contradicciones internas.
Según López Obrador, si la pandemia sorprendió a México con un modelo de salud en quiebra, sin especialistas ni equipamiento adecuado, se debió al neoliberalismo, que no relacionó la salud pública con la economía, explotó a los trabajadores y no tuvo en cuenta que un hombre sano rinde el doble o más que uno enfermo. No es solo un asunto ideológico o político; es sobre todo de juicio práctico. ¿Por qué no tenemos los médicos?, ¿por qué no tenemos los especialistas? ¿Y cómo fue que llegamos a esto?, se pregunta el mandatario mexicano.
La postura de López Obrador coincide con la de quienes consideran al neoliberalismo como una fase de un proceso más general de transición en el desarrollo del mercado mundial, que hace ya obligatorio buscar un reemplazo. Esa transición marca un cambio de época, de consecuencias aún imprevisibles.
Así, por ejemplo, The Financial Times, vocero tradicional del capitalismo británico, ha publicado un editorial en el que plantea abiertamente la necesidad de encontrar reemplazo al neoliberalismo. "Se requieren reformas radicales para forjar una sociedad que funcione para todos", dice. Los "gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía" y, como aprendieron "los líderes occidentales… en la Gran Depresión, y después de la Segunda Guerra Mundial, para exigir sacrificios colectivos deben ofrecer un contrato social que beneficie a todos".
En un intercambio de mensajería, el académico panameño Guillermo Castro me explica que asistimos a una transición caracterizada por el paso de una organización internacional del mercado mundial tal como fue organizado tras la Segunda Guerra Mundial, a otra que – a primera vista – está hegemonizada por el gran capital transnacional. Para el filósofo húngaro István Meszároz, eso se traducía en un creciente dilema político entre socialismo o barbarie.
El liberalismo, señala, carece de la capacidad para una verdadera visión histórica de su propia hegemonía. De allí la importancia de comprender las interacciones y contradicciones entre la economía y la vida social en su conjunto. Y es precisamente allí donde destaca la importancia de la salud como una de las condiciones de producción y reproducción de cualquier formación socioeconómica.
Para comprender esto, conviene recordar que la enfermedad y la muerte son hechos naturales, mientras que la salud es un producto del desarrollo social, y el mejor indicador de la calidad del ambiente creado por ese desarrollo. Así, una crisis sanitaria de escala pandémica como la Covid-19 expresa también una contradicción entre la enormidad de las fuerzas productivas creadas por el capitalismo, y la estrechez creciente de las relaciones de producción que le permiten funcionar.
El premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, decía al respecto en un artículo de enero de este año: “Para hacernos una imagen correcta de la salud económica de un país, hay que empezar por mirar la salud de sus ciudadanos. Si son felices y prósperos, tendrán vidas sanas y más largas. Y en este aspecto, Estados Unidos es el país desarrollado con el peor desempeño”.
La pandemia deja en evidencia el impacto de la ruptura provocada por el neoliberalismo en las relaciones de interdependencia que existen entre salud, educación y economía. Esa ruptura fue equivalente a la parálisis ocasionada por el desgarramiento de los nervios de la médula espinal que transportan mensajes entre el cerebro y el resto del cuerpo.
El coronavirus revela la paraplejia de la economía bajo la influencia del neoliberalismo y esa situación está marcando la gravedad y complejidad de esta crisis en sus dimensiones sanitaria, económica, social y política. La pregunta que expresa ese carácter multidimensional es inevitable: “¿pueden ser resueltos los problemas de la infraestructura económica del mercado global mediante la superestructura estatal e interestatal donde se procesan políticamente los conflictos sociales que genera el desarrollo de ese mercado?”.
Toda economía, recuerda el académico panameño en su diálogo, incluye la producción de un estado de salud que define en una importante medida la interfase entre la producción y la sociedad que la lleva a cabo. En este sentido, la producción de la salud hace parte de las condiciones (naturales, territoriales y sociales) que hacen posible la producción material, como indicara el economista marxista estadunidense James O´Connor años atrás.
El papel de la salud y la educación como posibles categorías económicas es un tema de vieja data y de pocos o ningún acuerdo. A esto contribuye la dificultad de las llamadas ciencia exactas para abordar a los individuos en su socialidad desde una perspectiva humanista, al decir de Guillermo Castro.
Esa incapacidad se agrava cuando se combina con la ignorancia y el cálculo político de corto plazo, como hizo y sigue haciendo todavía en su derrota electoral Donald Trump en medio de la pandemia del coronavirus.
Dada la fragmentación de intereses al interior del capital y el Estado, pueden surgir contradicciones entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las formas de producción de las condiciones de producción. A eso se refiere en Estados Unidos, por ejemplo, el llamado racismo ambiental, que condena a los trabajadores afroamericanos y latinos a vivir, educarse, trabajar y morir en las áreas urbanas más contaminadas e insalubres.
Aun así, la sociedad civil no puede ser reducida ni a la estructura del capital, ni a la del Estado. En lo que hace a la pandemia, por ejemplo, enfrenta el negacionismo de los sectores más reaccionario y, de acuerdo con su propia lógica, extrae la conclusión correcta sobre la enfermedad y la muerte como hechos naturales, y la salud como producto del desarrollo social.
La pandemia sacó a flote una teoría del desastre según la cual la crisis financiera de 2008-2009 se repetiría en 2020 pero en una escala mayor. Es lo que está sucediendo de acuerdo con las cifras económicas y sanitarias de la Organización Mundial de la Salud, la Organización Internacional del Trabajo; las diferentes instituciones financieras que admiten el problema, como el FMI, el Banco Mundial y el Grupo de los 20, y organizaciones empresariales transnacionales, como el Foro Económico Mundial.
Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, fue tajante al afirmar que "ahora nos encontramos en una recesión, y es mucho peor que la crisis financiera mundial" de 2008-2009. Al respecto, advirtió que una oleada de bancarrotas y despidos harían mucho más difícil la recuperación. Esto último ya se está produciendo en muchos países y México no escapa al problema.
La crisis sanitaria profundizó la de la deuda externa, debido a la gran cantidad de dinero asignado a los rescates financieros y a la fuerte caída generalizada de los ingresos en la recaudación fiscal, algo que busca evitar el gobierno de López Obrador, como señala en su plan de recuperación económica que, paradójicamente, ha comenzado junto con un rebrote muy fuerte de la pandemia.
En su informe de rendición de cuenta de los primeros dos años de su gobierno el 1 de diciembre pasado, el mandatario mexicano presentó una intensificación de su plan general que aumenta de forma sustantiva los montos de financiamiento para la rápida formación de miles de especialistas médicos, enfermeras y técnicos, cientos de ellos becados en el extranjero.
Lo más dramático es que todo gobierno que se respete tiene la difícil misión de buscar un equilibrio lógico, racional y obligatorio en la relación salud-economía. La primera es un bien público indispensable para el funcionamiento de la segunda. Como tal, debe ser cuidada con el máximo esmero todos los días. Porque en verdad, concluye Guillermo Castro, siendo la salud un producto social, si deseamos una salud distinta tendremos que crear más temprano que tarde sociedades diferentes.
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