Pensando el presente desde la memoria
- Opinión
No se requiere ser un especialista para entender que Venezuela transita un periodo crucial de su historia. En tanto camina sola –o casi- la senda que dejó marcada Chávez y que recogió doscientos años de esperanzas. En un contexto complejo, el presente nos muestra un escenario donde el Secretario de la OEA clama por una intervención militar, los medios estadounidenses denuncian a la vez que promueven la idea, hay movimientos de tropas y las operaciones psicológicas han avanzado hasta reconfigurar algunos hábitos y la personalidad de los venezolanos.
A cada soplo de paz le sigue un pequeño terremoto de incertidumbre. Así, como la calma que trajo que fallara el intento de Magnicidio, deja la duda sobre los sectores militares involucrados, o, la Declaración del Grupo de Lima en contra de la intervención solicitada por Almagro, pone el foco en que Colombia no la rubricó, y, así vamos, cuando la nueva estabilidad económica se ve retada por un sector industrial y comercial que vuelve a quedarse con las puertas cerradas o los anaqueles vacíos.
Muchos analistas están viendo esto en el presente. Buscan encontrar casos paralelos, o, identificar a los sujetos que nos amenazan, descubriendo, por ejemplo, si han cumplido sus objetivos en otros espacios.
Sin embargo, yo quisiera que pensáramos esto recorriendo la memoria. Pensando cómo habló y cómo se defendió, este pequeño país pionero que declaró su Independencia, un 5 de julio de 1811 y que se descubre en un Continente que le tocará liberar.
Uno de los primeros documentos de la primera República de Venezuela fue dirigido al que hoy sería el gobierno de Colombia y en él, vemos como desde el 6 de julio de 1811, la esperanza que ha tenido Caracas que, el antiguo Virreinato de la Nueva Granada, la respete.
El documento firmado por Juan Escalona el 9 de julio de 1811, observando que Cundinamarca no se anima aún a la Independencia afirma que “tiene [Venezuela] para su consuelo, muchos motivos de esperar que Cundinamarca, volviendo sobre su pasos, o desenvolviendo de una vez sus ideas, obrará con la libertad que corresponde a la razón, justicia, convivencia y circunstancias, procediendo a declarar su independencia absoluta, que es el solo paso que puede asegurarnos contra la antigua tiranía y pretensiones de sus satélites, al mismo tiempo que eternizará la gloria de los americanos en vez de sujetarse a la censura de los que viven y de la posteridad, que con mucho fundamento dirían que habíamos despreciado la mejor ocasión por ignorancia y cobardía.”
Esos mismos primeros textos, publicados en la Gaceta y en el Correo del Orinoco, también le explicaban a nuestros tatarabuelos y bisabuelos, de qué iba esto de ser Independiente. Así lo escribieron en una Proclama de la misma fecha, firmada por Baltazar Patrón, Juan Escalona y Cristóbal de Mendoza
Ya, caraqueños, no reconocéis superior en la tierra; ya no dependéis sino del Ser Eterno. En efecto, Estado independiente y soberano es aquel que no está sometido a otro: que tiene su Gobierno, que dicta sus leyes, que establece sus magistrados y que no obedece sino los mandatos de las autoridades públicas constituidas por él según la Constitución y reglas que se dan para su existencia política.
Esta sublime idea, esta elevada empresa, sólo puede concebirse y ejecutarse por hombres animados de la libertad y dispuestos a sacrificarse por ella. Meditadla, y meditad cuánto es el campo que se abre a la libertad, para acreditar con acciones heroicas que un pueblo que quiere ser libre lo es en efecto.
El rechazo a una posible intervención no es un asunto político, no en los términos en los que solemos verlo. Esta idea compromete todo lo que hemos sido: un país que defiende y ejemplifica, pagando hasta con su vida, una resolución incuestionable de dignidad.
Ayer, la encuestadora Hinterlaces, publicaba un estudio “Monitor País” donde señalaba que el 88% de la población venezolana se encuentra en desacuerdo con que haya una intervención militar internacional en Venezuela, mientras 1% no contestaba o no sabía y 11% decía estar de acuerdo.
Para ese 12% debe trabajarse, trayendo al presente estas proclamas y el ejemplo de quienes las asumieron. Recordar, los eventos de un pasado no exento de riesgos de ser invadidos pero caracterizado por la rotunda negativa a esta idea.
Al cierre de esta nota, el medio ruso Sputnik publicaba una noticia en la que refería que Luis Almagro, sicario de la OEA como fue definido por el Canciller venezolano, Jorge Arreaza, exhortaba a la comunidad internacional a intervenir para evitar que en Venezuela ocurriera un genocidio como en Ruanda.
Al respecto, primero sorprende –o no- el grosero desconocimiento de Almagro de las características y condiciones que dieron lugar al genocidio de Ruanda, al igual que las vinculaciones directas de algunas potencias europeas en él. Luego, como las intervenciones militares tan sólo han significado el prolongamiento del conflicto, el aumento de las víctimas de violencia sexual y de las personas en situación de refugio en los países aledaños a la zona intervenida.
Finalmente, se advierte que esta palabra, genocidio, es un concepto muy delicado para el Derecho y que aunque en la política se usa con cierta frecuencia, en el mundo jurídico usualmente se descarta. Pese a ello, las declaraciones al menos de abril del año en curso, de Julio Borges que definían la estrategia que iban a seguir diciendo que buscarían “un régimen más aislado, más sancionado, con más fracturas internas y con un apoyo decidido de la comunidad internacional, para que Venezuela tenga un proceso democrático este mismo año”.
De modo que sirven para ubicarnos que, en esta fase, promoverían toda la presión internacional y financiera posible, para lograr que las condiciones sociales alcanzasen un nivel de precariedad desconocido en el país. Ese, que hace que un joven taxista que, perdiendo los cauchos de su vehículo prefiera irse a Brasil que optar por otro empleo o un plan de financiamiento para cauchos nuevos.
Son estos los tiempos presentes que nos llevan a buscarnos en esa primera palabra que nos recordaba que “aunque la Patria descansa sobre la paz y la confraternidad interior hay sobre la amistad y estrechas relaciones que tenemos con todas las colonias que nos rodean; sin embargo es preciso que las precauciones prudentes nos pongan a cubierto de las malignas artes de algunos infames que podrían querer sembrar el descontento y el receso a la sombra misma de la confianza que tiene el Gobierno en todos los ciudadanos, y nos aseguren también de cualquier invasión imprevista de nuestros enemigos que, injusta y preocupadamente acechen contra nuestra libertad e independencia.”
Con ese párrafo dirigido por el Supremo Poder Ejecutivo de Venezuela a los habitantes de esta capital, el 13 de julio de 1811, podemos cerrar este pequeño juego en el tiempo que nos lleva a recordar que es la Independencia, nuestra bandera más elemental.
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