Construir una Constitución

03/07/2018
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En la opinión de Akandji Kombé, las Constituciones de África son las peores. Incluso piensa que los códigos del Derecho Africano, los más modernos y los más comentados, pueden serlo también. Sin embargo, su apreciación no se deriva de creer que el Derecho Europeo es mejor. Por el contrario, piensa que esta idea es la causa por la cual el Derecho Africano no avanza.[1]

 

Señala que las leyes en su continente, incluso si en algunos casos, son redactadas por africanos, suelen tener detrás un lobby europeo y en todos los casos, han sido creadas queriendo copiar la supuesta superioridad de los textos producidos en el extranjero.

 

Esta idea camina de la mano con lo planteado por Duncan Kennedy que, mirando el mundo desde Harvard, declara la existencia de una forma de imperialismo propia de lo jurídico. Para él, el mundo se divide entre países que producen derecho y una periferia que lo recibe, muchas veces depurado de las razones de su creación o de una lectura objetiva de eficacia, así lo dice:

 

Los juristas en la periferia estudian la Teoría Trasnacional del Derecho y producen, en casa, su “teoría jurídica local” de alcance nacional o regional y que consiste en trabajos académicos diseñados para otros teóricos locales, estudiantes de derecho y practicantes.

 

La teoría jurídica local, a su vez influye en la “teoría pop” del derecho dominante localmente, esto es, en las ideas sobre el derecho en general que efectivamente están en el fondo de las mentes de los abogados practicantes y otros miembros de las élites locales cuando producen memoriales, documentos, transaccionales como contratos y testamentos, decisiones judiciales y legislación. Dentro de este marco, la idea rectora más fuerte del libro es que el proceso por el que los autores locales reciben la Teoría Trasnacional del Derecho involucra una “transformación” o “transmutación” de dicha teoría trasnacional.[2]

 

Un planteamiento que desde Venezuela puede llevarnos a soplar sobre los cuestionamientos que, en el siglo XIX dejó plasmado José Martí en su nota sobre la visita a Venezuela donde dijo que aquí:

 

se desdeña el estudio de las cuestiones esenciales de la patria; -se sueña con soluciones extranjeras para problemas originales; -se quiere aplicar sentimientos absolutamente genuinos, fórmulas políticas y económicas nacidas de elementos completamente diferentes. Allí se conocen admirablemente las interioridades de Víctor Hugo, los chistes de Proudhon, las hazañas de los Rougon Macquart y Naná. (…) Aunque nadie habla la lengua india del país, todo el mundo traduce a Gautier, admira a Janin, conoce de memoria a Chateaubriand, a Quinet, a Lamartine. Resulta, pues, una inconformidad absoluta entre la educación de la clase dirigente y las necesidades reales y urgentes del pueblo que ha de ser dirigido.[3]

 

Estas visiones, ordenadas de este modo, pueden abrir algunas preguntas sobre el momento constituyente que estamos viviendo. Ciertamente, la poca información oficial del avance del parlamento originario dificulta entender cuáles son las preguntas fundamentales y las metodologías que se están empleando para dotar al país de una nueva Constitución. Parece, incluso por la precariedad de la misma que está produciéndose un debate sin un marco metodológico muy claro e incluso sin una pregunta generadora del mismo.

 

¿Cómo hacer una Constitución? ¿Qué incluir en ella? ¿Cómo valorar la Constitución de 1999 cuando se tiene en la mano la fuerza para modificarla? Si empezamos a pensar en esto cuestionándonos cuál ha sido nuestra historia constitucional tenemos que pensar que ciertamente siempre hemos estado en la periferia jurídica pero no somos meros centros de repetición.

 

Desde 1811 hemos tenido un trabajo jurídico anclado en la noción de República, se ha castigado en algún grado la traición y la secesión. Se ha reconocido el carácter inherente de los derechos del hombre y se ha consagrado, al menos desde 1864 alguna declaración de Federalismo.

 

El Federalismo es un buen punto para empezar a pensar ¿Por qué está en la Constitución? ¿Por qué se le ha dedicado años de análisis a valorar porque no se desarrolla y tan poco a considerar si es esa la forma de gobierno a la que, nuestra historia política y carácter nacional se adapta?

 

Este es un ángulo maravilloso, libre de culpas, desprovisto de esa pesada tradición de hablar de viveza criolla o dar vítores a nuestro imaginario país de Suiza donde todas las leyes se cumplen.

 

Es pisar, un poco como en China, donde decimos que las calles se trazan pavimentando las huellas y caminos que han dejado los pasos de los que anduvieron antes sin tantas preguntas de ingeniería. Por cierto, esto probablemente también sea otro mito.

 

Pensado así, el Derecho es más una oscilación natural, una apuesta como la que contiene el Principito de Saint-Exupéry de hacer una ley que diga que todos los días va a amanecer, que una camisa de fuerza que genera nuestras frustraciones porque nada tiene que ver con la manera en la que a la gente le gusta o quiere vivir.

 

¿Hacia dónde va en este momento la exigencia de Derechos del pueblo venezolano? ¿Qué relación tiene con el Estado? ¿Qué forma tiene de cambiar esas pequeñas tragedias cotidianas como la falta de información sobre interrupciones en los servicios públicos o la irresponsabilidad de la Administración Pública derivada de accidentes o deterioros en la electricidad?

 

Hace un año, se planteó la Constituyente con algunos objetivos claros. Más allá de la solución del problema económico –que, parece tener más que pedirle al Ejecutivo que a un parlamento- estaba la constitucionalización de las misiones y hoy no se vislumbra con claridad qué queremos con eso.

 

¿Convertiremos las misiones que existen en una parte perenne del Estado venezolano? ¿Será la forma de atender obviando la ineficiencia del aparato burocrático lo que se hará constitucional? ¿Será la ampliación de las obligaciones en materia de derechos económicos y sociales lo que se constitucionalizará?

 

Hay un mundo de opciones cuando nuestra meta es refundar el Estado. Puede que el momento constituyente siga pasando por debajo de la mesa y no presente mucho más que una reforma constitucional, puede que se termine de convencer de ir a un espacio que emule en la forma y no en el contenido a la Constituyente de 1999 donde, surgieron nuevos derechos principalmente porque se consultaron nuevos sujetos.

 

Podemos darnos nuestra mejor Constitución si podemos hacer una fotografía del deseo futuro de este país ¿cuál es el horizonte cuando pase la guerra? ¿Cuál es el país del que no nos queremos ir, al que queremos que otros regresen?

 

Notas

 

[1] [1] https://www.youtube.com/watch?v=Q4LyCn-wD7A

 

[2] Prologo del libro: “Teoría impura del derecho: La transformación de la cultura jurídica latinoamericana” de Diego Eduardo López Medina. Legis. Colombia. 2005.

 

[3] https://anicrisbracho.wordpress.com/2015/07/03/extracto-de-viaje-a-venezuela-de-jose-marti/

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/193874
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