“Nunca vamos a firmar”

08/02/2018
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Hoy es un día confuso y amargo para Venezuela. Un día triste, de sentir eclipses y frenazos. Nuevamente se ha pospuesto la hora de detener este juego demencial que nos deja sin Patria. Esta convocatoria a los amos imperiales que se traduce en arriesgar nuestra Guayana, sacrificar nuestra industria petrolera y seguir ahondando el sentimiento de que en este país no queda nada que buscar.

Ese sentimiento no se construye sólo con marketing sino con fuerza, con horror. Se logra mediante la paralización de nuestra economía con la depreciación del trabajo de cada uno de nosotros y la sumisión a condiciones de muerte a millones de compatriotas, que poco importa políticamente quiénes son, que edad tienen, de quién son padres o hijos.

Quizás de hecho esto ya no sea un sentimiento sino una realidad. Estamos asfixiados por lo que algunos llaman diplomacia. Estamos en una situación tan delirante que resulta que cualquier país, no importa cual, en el que usted piense le resultará mejor por la sencilla causa que somos un país al que le han declarado la guerra.

Yo venía del trabajo con ese escenario en la cabeza. Recordando que en el pasado todo lo que estudié pensando en la construcción de sistemas de garantía permanente y universal de derechos humanos estuvo escueto. Nunca imaginé vivir en mi propia vida lo que en los libros era un caso extremo, que solo ocurría en países raros. Generalmente, anti sistema.

Pero no pensé seriamente cómo se construían los países raros, ni siquiera como se construían los países obedientes. Hasta hace un par de años nuestra realidad era completamente diferente aunque gobernara el mismo sector. Se venía pagando interna y externamente una deuda histórica. Éramos ejemplo de las mejores prácticas culturales (el Sistema, por ejemplo); llegábamos al espacio; regresábamos como protagonistas al concierto de las Naciones.

Hasta que fuimos declarados una amenaza y el movimiento de la nueva izquierda latinoamericana comenzó a derrumbarse, entre golpes y crisis inducidas y costosísimos errores de estrategia.

Son embargo, el caso Venezuela se ha tornado extraordinariamente complejo. Para explicarlo, está ya demasiado usada la historia de Allende y la verdad, su corta permanencia en el tiempo y ya las décadas que nos separan de eso así como el papel glasé que se ha puesto para declarar a uno de los sistemas más desiguales del mundo como una de las mejores “democracias” hace que no quiera hablar de ello.

Yo sólo soy venezolana. Legalmente, es mi única nacionalidad y sentimentalmente, es mi único deseo pero mi madre y su madre, su padre y sus hermanos, son panameños. Panamá que es ahora vital en el proceso de aislar a Venezuela, de declarar que los venezolanos somos gitanos o palestinos. Sin duda alguna, seres incómodos y nefastos aunque aquellos que  Panamá deporta son los que ante la prensa dice apoyar.

Pero yo no quiero hablar de este Panamá, dominado por intereses mercantilistas, experto en represión del movimiento obrero, ahora furiosamente anti venezolano sino que no puedo mirar el escenario de Venezuela con su sonido de “game over” con la cara de espanto de los acompañantes internacionales, con la celebración de Tillerson que sobre nuestras vidas la palabra final es de Trump sin recordar 1989.

Un año donde un pueblo sin ejército y sin armas aguantaba un bombardeo. Bombardeo de barrios contenido por estudiantes y sanado con improvisados paramédicos. Un país que recuerdo claramente con sus letreros en inglés, con su idioma intervenido, con sus zonas prohibidas, con sus banderas norteamericanas y la promesa, a modo de dadiva y simulación, de devolver el canal siempre y cuando Torrijos antes se encontrara bien muerto.

Dice ahora la oposición y sus voceros extranjeros que Venezuela tiene un conflicto del que no saldrá con elecciones y donde quieren imponer un tutelaje. Recuerdan, tutelaje fue una palabra infame que usó hace ya bastante tiempo el gobierno argentino. Para el Derecho, eso es la negación absoluta de la soberanía de un pueblo.

Digo ahora para hablar de lo que dijo esta madrugada del 7 de febrero, Julio Borges quien afirma que jamás va a firmar un acuerdo. Lo repite llenando la frase de complementos gramaticales pero repitiendo el centro de la oración “nunca va a firmar”. Es justamente lo contrario a lo que dijo todos los días anteriores donde planteó que era cuestión de lograr los últimos acuerdos.

Allí es donde se le ve la costura, en ese cambio radical de posición y donde con su cobardía decide doblar y quitar la bandera. Es decir que señala que para ellos, no existe otro destino distinto para el mundo que obedecer, como si viviésemos bajo el más puro de los sistemas coloniales o quizás, empeorado.

Con este acto, negar que existe un camino para la paz, una manera de destrancar el juego  ha puesto sobre la mesa los supuestos más atemorizantes. Rápidamente se coló la duda si esto significaba que la oposición piensa ir a la confrontación directa, a la promoción de asaltos, actos terroristas y volver a su ya patentada formula, las guarimbas.

¿Se trata de escribir sobre la gloriosa historia bolivariana la triste hora de Siria? O ¿de legitimar, como tantas veces ha ocurrido, por ejemplo en Nicaragua que Estados extranjeros armen cuerpos irregulares para llegar abiertamente a una situación de guerra?

¿Qué creemos nosotros, en definitiva, qué es la Guerra? ¿Recordamos algo? Las guerras declaradas en Venezuela no se viven desde hace más de un siglo. Sin negar con ello que la historia ha sido plagada de capítulos de exterminio y persecución.

¿Qué creemos que son los actos que continuamente comprometen la electricidad y las telecomunicaciones? ¿El desvío del material estratégico? ¿El tratamiento permanente del “tema Venezuela” en reuniones donde no somos convocados hasta cuando las reglas de las organizaciones lo impiden? ¿Es realmente nuestra crisis de salud o nuestra merma del poder adquisitivo una causa para tanto escándalo? ¿Por qué no hay la mitad de las reuniones que se hacen sobre Venezuela para hablar de la red de esclavos y esclavitud que recorre media África? ¿No ameritaría que se lleven más agendas abiertas de giras internacionales el creciente riesgo nuclear en el planeta que la situación en un país que no ha amenazado de guerra a ningún vecino y que no tiene un gasto militar capaz de sonrojar a nadie?

A los pocos días de la invasión a Panamá, los muertos habían sido olvidados. Se había escrito la retórica de que Estados Unidos había vuelto a poner orden en aquella merienda que habían hecho esos seres caribeños que decían ser capaces de gobernarse en libertad. Aunque el acto simbólico de reconversión del canal ocurrió diez años después de aquella masacre y la bandera nacional puede ondear, Panamá sigue siendo un país obediente que hace obedecer a cualquiera que sienta injusto un sistema donde la especulación gobierna.

Así de pronto, con horror entendía y aunque era una tarde hueca, innecesaria, a la que le faltaba el júbilo de cerrar estas malas horas, recordaba a Chávez pues si este es el tiempo de la segunda y verdadera Independencia, es evidente que el combate será cerrado, doloroso, lleno de momentos de profunda incertidumbre y a veces, enviarán sus mejores hombres o se conseguirán los  más canallas hombres que hayan nacido en esta tierra para evitar que llegue el tiempo donde seamos irreductiblemente libres.

https://anicrisbracho.wordpress.com/2018/02/07/nunca-vamos-a-firmar/
 

https://www.alainet.org/es/articulo/190904
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