Para leer la odiada ley contra el odio

14/11/2017
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Hace muchos años que camino esta frontera. Esta especie de separación o suma del espacio de lo político y lo pedagógico con lo jurídico. Muchas veces he sentí en una frase de Giselle Halimi la justificación de lo que hago porque ella decía que el abogado ha de hacer del Derecho su arma de militancia. Así empezó esto, allá en el 2007 cuando nacía la Ley sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y ha seguido hasta el día de hoy.

 

Siempre que una ley nueva llega a mi espacio es porque la misma nace apuñalada desde la cuna. Los visitantes, los receptores no acuden cargados de globos azules sino de puñales a justificar, irónicamente o no, las mismas cosas. Por eso, les hablo de esta frontera porque a la llegada de una ley surge una urgencia primero comunicacional y fundamentalmente pedagógica.

 

Se trata del deber de “desalambrar” aquella criatura y dársela a sus verdaderos dueños tal y como es, como ha de ser.

 

Hace par de días que la Asamblea Nacional Constituyente presentó la Ley Constitucional Contra El Odio, Por La Convivencia Pacífica y La Tolerancia, sobre la cual escribiré con más profundidad en el futuro porque yo había manifestado mis preocupaciones y aspiraciones sobre el instrumento así como me quedan aún muchos temas que aclarar o al menos que decidir para poder regalarles esa lectura en clave o en defensa que en estos momentos está en mí aun incompleta.

 

Pero nació la ley, como es tradicional para las leyes importantes de la revolución, una tarde plúmbea en medio de la balacera. Ya es el tema favorito de los programas de humor y de las cadenas de whatsapp que lo trivializan considerando ridículo que la gente deba cuidar lo que dice.

 

Ese es el primer recordatorio para todos los que andan con la memoria corta porque algunos incluso parece que creen que las leyes de Chávez pasaron todas facilito en medio del acuerdo respetuoso de los señores del Valle. Pausa, soplemos en los recuerdos…

 

¿La temible ley mordaza? ¿Se acuerdan? De solo nombrarla temblaban todos. Ahora resulta que ni con dos reformas fue suficientemente dura como para impedir que a las mujeres se les trate como objetos, se llame desde la radio a la guerra o salgan reflejados los valores de lo afirmativo venezolano al menos de vez en cuando sobre alguna pantalla.

 

No había en Caracas un taxista que no estuviera asegurando que había llegado el fin del mundo cuando la Asamblea Nacional se le ocurrió que las mujeres podían vivir sin violencia. Más de uno hizo su revuelta y se metió al bolsillo el cepillo de dientes no fuera a ser que esa noche se les volviera loca la vieja…

 

Entonces, como pasó en ese entonces ahora es tiempo de tomarnos las cosas y leerlas por nosotros mismos. Leer el derecho es primero tomar las palabras en su significado común, luego en su relación con otras normas y finalmente con la realidad.

 

En mi comentario previo a la versión borrador que circuló yo sostuve que para mí había varios puntos que tratar, el primero era la afirmación de la existencia de las personas como un derecho. Existir siendo quienes son.

 

Siendo caraquistas, magallaneros, gorditos, flaquitos, tuertos, mudos, brillantes, flojos, promiscuos, religiosos, bullangueros o callados. El enfoque de la ley no es exactamente ese sino que responde a nuestra tradición de tomarnos un atamel porque vivimos atacando las fiebres. Es una ley que resulta de una severa fiebre de violencia desatada. Ese es el otro elemento, nosotros estamos partiendo de una ley que no está haciendo un acto de imaginación sino de memoria.

 

La memoria es una fuente válida según los manuales de Derecho y también según el saber popular que advierte que quienes no conocen la historia están condenados a repetirla. Los manuales sobre Derechos Humanos establecen esta como una de las primeras formas de garantizar derechos humanos, el adoptar medidas administrativas o legales que reparen, repongan e impidan que lo que ocurrió se repita.

 

A esto súmele usted otro componente y es el escándalo internacional. Uno de los que más han circulado por la web es el comentario de la RELE, la Relatoría de la Libertad de Expresión de la OEA, sin hacer tanto énfasis en que esta oficina dedica una sección permanente a estar en estado de alarma por Venezuela.

 

En el plano internacional pondremos sólo dos recuerdos. El primero el ejercicio del Tribunal Penal Especial para Ruanda que admitió y condenó en consecuencia a una radio porque se dedicó tan eficientemente a convencer a la mitad de un país que la culpa de todo era de la otra parte que la ONU inactiva e indiferente al momento de los hechos llora hoy no sabe si 800.000 o 2.000.000 de personas muertas.

 

La regulación y prohibición del odio no es un asunto novedoso. Por un lado, Rousseau pensaba que la ciudadanía era una forma de religión basada en el amor por lo nacional. Por otro, nada importa más que evitar la discriminación cuya génesis es el odio, nada, al menos desde 1945.

 

Justo por eso, es Alemania el país más activo en la materia demandando y llamando a capítulo a todos quienes promuevan o difundan espacios que cuestionen las bases del pacto social de la posguerra. Facebook lo supo hace pocos meses. También este tema aparece en España y no está tan lejos de todos los sistemas que protegen a los países de la difusión web o personal de las ideas radicales, el fundamentalismo o el terrorismo.

 

Como ven, cierro mi comentario sin leerles la ley. Este es un trabajo común, porque la ley ya es la ley y en ella tendremos nuevas reglas del juego que ameritan conocerlas, criticarlas y entenderlas.

https://www.alainet.org/es/articulo/189209
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