Cinco notas para el debate
Los derechos humanos como territorio de disputas
10/09/2012
- Opinión
Uno. Desmitificar el concepto y pensarlo como territorio de disputas
El pensamiento hegemónico sobre la cuestión de los derechos humanos pretende “naturalizar” la conceptualización naturalista o positivista de la cuestión (o son genéticos, “esenciales” a la condición humana o son cedidos por el legislador con forma de Ley o Convenio y/o Pacto y garantizado por el Juez) con el doble objetivo de “cosificarlos” (ajenos a la lucha social, extraños a la voluntad popular) y de negar que por razones conceptuales e históricas, la cuestión de los derechos humanos son un territorio en disputa. Esa disputa se da en todos los terrenos, cierto que el académico e intelectual, pero también y especialmente, en la propia dinámica de la acción social conocida como movimiento de derechos humanos. Es a los militantes entonces a quienes primero interesa aclarar la cuestión. Como en cualquier orden de la vida social, desmitificar, des velar, aclarar, comprender, etc. es una condición imprescindible para la eficacia en la lucha; aunque, y esta es una contradicción que genera una tensión entre el saber y el hacer, la comprensión solo se puede resolver en el terreno de la práctica. A ese pensar actuando, a ese actuar pensando, Gramsci prefería calificar como “praxis” y es a esa praxis, vuestra praxis como militantes por los derechos humanos, es a la que apelamos como principal atributo en este curso. Se puede pensar la cuestión de los derechos humanos como territorio en disputa desde dos perspectivas (que a su vez se articulan y condicionan permanentemente): una conceptual y otra histórica. Desde el punto de vista conceptual, el territorio de los derechos humanos es receptáculo de todas las tradiciones culturales y política de Occidente, incluyendo las culturas de los pueblos originarios, resaltando el pensamiento del cristianismo primitivo, del liberalismo, del democratismo popular y patriota y del socialismo. Desde el punto de vista histórico, los avances y retrocesos de la cuestión de los derechos humanos, resulta del condensado histórico de la confrontación entre la tendencia a la dominación y la resistencia, tanto de imperios sobre naciones, como de clases dominantes sobre clases subalternas y viceversa. Insistimos, a manera de resumen de este punto: los derechos humanos no son “esencias” místicas de la naturaleza humana ni mucho menos concesiones graciosas del poder inscriptas en la Ley; no, para nada, son hitos del largo camino de lucha de la sociedad contra el poder omnímodo del Estado, de las clases subalternas contra las clases dominantes que han modelado el Estado y el Derecho en su beneficio y para la continuidad de su dominación y en su contenido actual se resumen casi todas las tradiciones y culturas políticas de Occidente. No se puede entender qué cosa son los derechos humanos al margen de la lucha real de los pueblos y las clases por conquistarlos, y a lo largo de la historia nacional, regional y universal.
Dos. Receptáculo de todas las tradiciones culturales de Occidente
a) El Cristianismo primitivo y la Iglesia del Pueblo que propusieron la igualdad de todos los hombres al postular que todos somos Hijos de Dios y por ello, hermanos que debemos amarnos y ayudarnos. Es este concepto de la fraternidad el origen más remoto del nuestro de SOLIDARIDAD, base de la ética y la conducta política de un organismo de derechos humanos. Desde la cooptación del Cristianismo por el Poder Imperial la tradición cristiana se bifurcó en un pensamiento y una práctica desde el Poder y otra desde el Pueblo y la Resistencia. La Teología de la Liberación y el Cristianismo Revolucionario, marcaron una perspectiva para pensar los derechos humanos que inspiró e inspira a millones de latinoamericanos.
b) El Liberalismo, que desde la Carta Magna que los británicos arrancaron a su Graciosa Majestad en 1215, inició un largo camino reclamando la igualdad formal, igualdad ante la Ley, igualdad de oportunidades (en círculo concéntricos crecientes: primero para los burgueses varones, luego para más y más sectores hasta llegar al concepto de ciudadano moderno que formalmente “iguala” a todos en el voto, en el guardapolvo blanco de la escuela, de la cama del hospital, en la vidriera del Shopping o en el muro de Facebook) que pasa por la Revolución Francesa y llega a la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 de las naciente Naciones Unidas (ONU) proclamada por los vencedores del fascismo en la Segunda Guerra Mundial. El liberalismo ha inspirado y condicionado, al menos hasta la aparición de la Revolución Socialista en Cuba y los procesos democratizadores y anti neoliberales de Venezuela, Bolivia y Ecuador, a todas las Constituciones y cuerpos jurídicos de América Latina, desde los años de la organización de las Republicas, tras la Primera Independencia (principios del siglo XIX) hasta nuestros días (por razones de tiempo, prescindimos de valorar la Revolución Mexicana y su proyección continental, tanto como las razones por las que NO influyó en el sur de América).
c) El Comunismo, que desde 1848 propone superar la formalidad de la igualdad proclamada por la burguesía, expresada en la concepción de igualdad de oportunidades –no importa que algunos tengan millones de dólares y otros centavos- conquistando una real igualdad basada en el pleno acceso a los medios de producción, a los medios de comunicación, la cultura y la educación y en general a todos los derechos proclamados, pero no cumplidos, por el orden jurídico internacional y nacional. En la Argentina, al menos, la primer ley reconociendo derechos laborales se debe a los parlamentarios socialistas aunque de un modo muy paradójico (para ambos sujetos) fue el Peronismo quien introdujo en su Reforma Constitucional de 1949 un formidable cuestionamiento al mito liberal en que se funda la Constitución Nacional de 1853 y valiosos conceptos acerca de los derechos económicos sociales, por los que había clamado el socialismo por sesenta años.
d) Y aún debemos reconocer el impacto en la noción actual de los derechos humanos de la cultura de los Pueblos Originarios, sobre todo en el avance que tiene la propuesta de reconocer los derechos de la Pachamama, resistiendo las agresiones ambientales que –por ejemplo- el modelo sojero y extractivista, ocasionan cotidianamente a nuestros pueblos. Hay, entre el renacer de la cultura de los pueblos originarios y el crecimiento de la conciencia de salvaguardia del medio ambiente, una relación virtuosa.
e) Desde otra perspectiva, se ha avanzado en una mayor comprensión del derecho a la pluralidad de opciones sexuales, la igualdad entre los sexos y el derecho a elegir el genero, y más en general la tolerancia ante las diferencias de todo tipo que abundan en la vida de las personas y en el modo de relacionarse entre sí de estas. A veces se olvida que el modelo de familia monogámica, patriarcal y machista no es para nada “natural” sino impuesto por los invasores europeos en el comienzo de la Conquista y que para cada modelo de desarrollo capitalista se perfila, ¿necesita? un modelo de familia, sexualidad, relaciones interpersonales, lugar donde colocar el deseo, etc. funcional al mismo. Así se pueden seguir los cambios en este tema que impusieron los sucesivos modos de desarrollo capitalista que ha sufrido América Latina.
Tres. Condensado histórico de la lucha entre las naciones opresoras y las oprimidas, entre las clases subalternas y las clases oprimidas, entre la dominación y la libertad
Es fundamental para nosotros consignar que ninguna de estas tradiciones culturales ha surgido en un ambiente académico, aséptico, “tranquilo”, sino en medio de las contradicciones sociales de un largo proceso histórico: Jesús encarnó la resistencia al Imperio Romano; la Carta Magna de 1512, el reclamo de un nuevo sujeto social, la proto burguesía, de recortar el poder cuasi absoluto de la Monarquía; el Manifiesto Comunista, al proletariado que la burguesía triunfante en sucesivas batallas por la “libertad”: la Revolución Francesa, la Independencia de las Colonias Inglesas del norte de América, había creado; el ideario de genero recupera resistencias invisibles por siglos y el pensamiento de los pueblos originarios es el fruto de una estrategia de resistencia comenzada al momento de la invasión colonial española, hace más de quinientos años. La conquista europea de América impone el clima cultural opresivo característico de la época de la lucha contra el islamismo, la guerra contra el infiel institucionalizada por la Inquisición marcará el clima de la colonia, estigmatizando al indio, al africano esclavo y aún al criollo pobre. Bolívar, San Martín, Moreno, Monteagudo, Belgrano, Artigas, Sucre –cada uno a su modo- expresan un esfuerzo por “traducir” la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (Francia, 1789) a las condiciones americanas de la época, pero son derrotados y la primera independencia se frustra.
Las repúblicas burguesas americanas del siglo XIX y el siglo XX expresarán sucesivamente la proclamación del ideario liberal en las condiciones de la periferia capitalista: ni siquiera la burguesía es nacional, la subordinación al centro imperial marca toda la vida social, empezando por las condiciones de funcionamiento de la ciudadanía. Así como no conocimos la verdadera independencia nacional hasta el triunfo de la Revolución Cubana (1959), todavía está pendiente la conquista de una democracia verdadera y de las frustraciones del siglo XX (derrota de los intentos pos capitalistas de la URSS y otros) aprendimos que así como no habrá democracia verdadera sin la Segunda y Definitiva Independencia de nuestros pueblos; tampoco habrá Liberación Nacional y Social consistente si no es “creación heroica de los pueblos”, fruto del protagonismo popular y de la más amplia democracia no solo en las grandes decisiones nacionales sino en la gestión de lo público, cotidianamente.
El capitalismo americano pasó por diversos modos de existencia: el agro exportador, el de estímulos al mercado interno, el de sustitución de importaciones con desarrollo basado en la inversión extranjera y el neoliberalismo. Cada uno de estos modos de desarrollo capitalista condicionó la vigencia (o mejor dicho: la no vigencia, no acceso, no goce) de los derechos humanos. En general: durante casi todo el siglo XX se apeló a un mecanismo de alternancia entre gobiernos civiles y militares que transformaron al liberalismo como doctrina y a la democracia representativa (el pueblo no gobierna ni delibera si no es a través de sus representantes dice la Constitución Nacional de la Argentina) y por ello formal, restringida y “amigable” con la vigencia de leyes represivas y un Estado Represor, en el objeto del deseo más preciado popular . En general, el movimiento de resistencia a la represión abierta, en gobiernos militares o de pleno dominio de estos de la escena política e institucional, tenía y tiene dificultades para pensarse y pensar la cuestión de los derechos humanos en periodos de “democracia formal”por más que verbalmente denuncie la represión y la falta de vigencia plena de los derechos económicos sociales.
Superar el liberalismo, aquella ilusión desmovilizadora de que los derechos los “otorga” el legislador estimulado por el gobernante y los “garantiza” el Poder Judicial, sigue siendo la gran tarea pendiente en el movimiento de derechos humanos que a veces no percibe que es su propia lucha la que impulsa el proceso socio histórico que permite que una necesidad humana sea visualizada como tal, como necesidad social, que luego la misma lucha logre que sea reconocida socialmente como un derecho que podrá –o no- conquistar su inscripción en la Ley, lo que abrirá a su vez el periodo de luchas populares para acceder al goce de lo proclamado. El actual proceso de debates sobre la educación pública en Chile nos parece que ejemplifica lo que enunciamos: la educación como “servicio” y por ello, Mercancía, se había naturalizado por obra del Pinochetismo y la Concertación; es la lucha de los estudiantes lo que logra su resignificacíón como necesidad primero y como derecho luego; veremos ahora si se logra su reconocimiento legal; pero ya se incorporó –en el imaginario social- como un derecho humano. De paso, el ejemplo de la educación chilena, que fue pública, gratuita y de calidad con Allende y la Unidad Popular, ayuda a comprender que así como se conquistan, los derechos humanos se pueden perder en la lucha social, y que nada es para siempre.
Cuatro. El genocidio de los 70 y el Acta Patriótica o del fin del mito liberal
En una mirada panorámica, tomando a la Revolución Cubana de 1959 como punto de quiebre de la historia americana, se puede pensar en una primera oleada de luchas independentistas y por los derechos humanos que va creciendo en los 60, alcanza picos muy altos con la instalación del Comandante Guevara en Bolivia (1965/67), el triunfo de la Unidad Popular en Chile (1970), el ciclo de luchas iniciado por el Cordobazo en Argentina (1969), la aparición de gobiernos militares “nacionalistas”(al modo del que había triunfado en Egipto con Nasser tiempo atrás) en Perú, Ecuador y hasta por un breve periodo en Bolivia, etc.(1973) que configuran en su conjunto un desafío al poder omnímodo del Imperio Yanqui sobre la región y de la vigencia del sistema capitalista como modo civilizatorio: a ese desafío se le contestó con el ciclo de Golpes de Estado (Brasil, Uruguay, Chile, Argentina, y la continuidad del régimen en Paraguay, Guatemala, Honduras, etc. etc.) que deparan una “década” de genocidio sobre nuestra América: al menos cuatrocientos mil víctimas de esa verdadera guerra no declarada contra los pueblos.
Es en esas condiciones que se conforma el movimiento de derechos humanos vigente hoy en la región, con sus magníficos atributos de valentía y dignidad, y con sus límites culturales de pensarse muchas veces desde la posición de víctimas más que de luchadores por la vigencia plena de los derechos humanos, conquista política que obliga a pensar en la construcción de los atributos populares para lograrla: la construcción de una fuerza popular democrática y anticapitalista, una alternativa política comprometida con la lucha por los derechos humanos tanto en su perspectiva antirepresiva como en su dimensión social. la contraofensiva imperialista sobre nuestros pueblos y nuestros cuerpos era parte de una batalla aún más ambiciosa: revertir todo cambio habido durante el siglo XX; terminar con lo que quedaba de las revoluciones y procesos post capitalistas en la Unión Soviética y el llamado “campo socialista”. Conviene anotar que fue en pro de esa batalla por la supervivencia del capitalismo, que el Imperio se puso la “máscara” de defensor de los Derechos Humanos (doctrina Cárter, Patrice Derean, en su primer formato “amigable” con los luchadores por los DD.HH. de América Latina, años 1977/809. Desde entonces, el Imperio mantiene una línea de acción política hacia el movimiento de derechos humanos que se funda en el concepto aquel del Documento Santa Fe: “hay dos tipos de organismos de derechos humanos: los que buscan “mejorar” el capitalismo, y los que buscan destruirlo; ayudaremos a los primeros a prevalecer sobre los segundos”.
Y buena parte de esa “ayuda” se canaliza por las Fundaciones y el complejo sistema de subsidios que se otorgan a los luchadores por los derechos humanos de modo tal que, tarde o temprano, de modo parcial o total, de un modo u otro, influyen en su pensar y acción, en su conducta ante los problemas que el Imperio plantea como centrales: hoy, sin duda, cuestionar los procesos de transformación que se viven en nuestra América desde la perspectiva de la “calidad institucional” y de la comparación con su modelo de democracia y de vigencia de los derechos humanos que se compagina con la idea de igualdad de oportunidades y por ello, requiere de más y más capitalismo. Todo esto, desde el más burdo “doble discurso”, continuidad de la doctrina Kirkpatrick (1980) que afirmaba que había gobiernos autoritarios (las dictaduras militares amigas), a quienes había que ayudar en su lucha contra la subversión, y gobiernos absolutistas, funcionales al comunismo, a los que había que derrotar. Con Reagan, esos primeros intentos se convirtieron en una ofensiva total, “roll back”, pero al lograrlo, a finales de los 80, el capitalismo mostró que el orden jurídico internacional surgido en la posguerra, incluida la Declaración de los Derechos del Hombre de 1948, la Convención de prevención y castigo del delito de Genocidio del mismo año y los numerosos pactos y convenios acerca de los derechos económicos, culturales y sociales así como el llamado Estado del Bienestar (la aceptación por parte del Estado de una serie de roles, funciones y tareas que aseguraban derechos humanos elementales en el siglo XX como el de la salud, la vivienda,la educación, condiciones humanas de trabajo, etc.) no eran inmanentes de la Naturaleza del capitalismo, sino concesiones pensadas desde una lógica de disputa con el socialismo, en el marco de la Guerra Fría; tanto es así que desaparecido éste como sistema estatal, comenzó un raid de desmantelamiento del Estado de Bienestar que en estos días se verifica en el virtual “remate” de Grecia por un lado y en la desarticulación del sistema jurídico internacional y de la noción mismo del carácter democrático del capitalismo, siendo el Acta Patriótica del 2011, el instrumento más simbólico de esta ofensiva que tiene en la Cárcel de Guantánamo y en la legalización de la tortura en Israel algunos de los símbolos más contundentes.
Pero la “lucha contra el terrorismo” (y sus engendros jurídicos: las leyes antiterroristas, por ejemplo) tiene una consecuencia paradójica en nuestro terreno: la burguesía mundial ha abandonado la bandera de los derechos humanos, puede pretender utilizarla de manera grotesca como el caso de los EE.UU. pero no tiene nada que ofrecer a los luchadores por los derechos humanos, ni siquiera la promesa de la Justicia Universal de los 90, abandonada por el temor a que se vuelva en su contra, y permite aspirar a un nuevo ciclo histórico en el que la lucha por los derechos humanos sea claramente la bandera de los que luchan contra el capitalismo completando el ciclo histórico: el Capitalismo que nació con la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (1789), será vencido por un amplio sujeto mundial que –entre otras- levanta hoy la insignia de la dignidad humana como acta de acusación y propuesta de unidad para la lucha.
Cinco. La oportunidad de conquistar todos los derechos para todos
Ganada la batalla contra el olvido y la impunidad absoluta por algunos pueblos de América, el tema de la memoria se instala en el centro de muchos debates. Cuentan que el dirigente derechista francés Sarkozy realizó su campaña electoral recitando el testamento político de Guy Moquet, máximo héroe de la Juventud Comunista Francesa, ejecutado por los nazis. Quiero decir que la memoria, aún de los hechos más horrorosos como el Holocausto, puede usarse para todo tipo de propósitos políticos. ¿Será la memoria insumo de la legitimación de un nuevo ciclo capitalista en la región, post neoliberal de palabra, pero tan represor y violador de los derechos humanos como los anteriores ciclos? Dependerá de la lucha popular, y hay ahí un rol fundamental a jugar por el movimiento de derechos humanos.
Entendemos los juicios contra los genocidas como parte de una acción más abarcativa: la batalla por imponer una noción del Terrorismo de Estado que se aparte de las simplificaciones tales como “dictadura militar”, “acciones inhumanas”, etc. y se entienda que lo que nos pasó fue la decisión política de un bloque social de poder que aún continúa vigente en la Argentina y en casi toda América. Y que la vigencia plena de los derechos humanos no depende tanto de cuántos convenios se firmen, ni de cuantas Cortes Internacionales se instalen (y saludaremos y trataremos de aprovechar todos los Convenios y todas las Cortes) sino de la derrota definitiva de ese bloque de Poder cuya historia se remonta a la Conquista de Nuestra América. La lucha por una democracia verdadera es inseparable de la Segunda y definitiva Independencia tanto como la integración latinoamericana y la Independencia de nuestros pueblos es parte de la misma lucha por los derechos humanos. Acaso sea esa una de las lecciones de las luchas por la dignidad humana en el siglo XX Entre nosotros se dice: Memoria, Verdad y Justicia como si fuera un talismán, cuando al interior de cada concepto se abre un espacio de disputas y de disputas antagónicas: ¿Qué Memoria? ¿Qué Verdad? y ¿Qué Justicia?. Nuestro planteo jurídico de aplicación de la Convención de prevención y castigo del delito de Genocidio no es solo una cuestión jurídica, sino uno de los ejes de la campaña por instalar nuestra perspectiva de la memoria, la verdad y la justicia. Un concepto de genocidio que apunta a la práctica social de dominación, a la idea de que el genocidio es la eliminación de un grupo nacional para la reorganización radical de una sociedad; y que por ende, la reparación que buscamos no es solo el castigo de los torturadores y asesinos, sino de quienes los armaron, impulsaron, legitimaron y sobre todo, de quienes se beneficiaron con “la reorganización radical”.
La reparación que buscamos no es solo el castigo a “todos” los responsables del Genocidio, sino la reversión de todos los actos fundados en él, fundantes del orden neoliberal que floreció en los 90 y aún no termina de desaparecer de nuestras vidas. De ahí la vigencia de una consigna, originada en la Revolución Mexicana, que nosotros asumimos hoy como bandera: “todos los derechos para todos”, lo que equivale a decir que el socialismo es el otro nombre de la vigencia plena de los derechos humanos en el siglo XXI
Conferencia dictada en el marco del Curso a distancia organizado por la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y el Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales en el 2012 y que se incorporó al programa permanente del PLED, siendo su próximo dictado a partir de marzo de 2013
https://www.alainet.org/es/articulo/160930
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