Foro Social Mundial 2011
FSM: Brújula política de los movimientos sociales
14/02/2011
- Opinión
Recientemente, entre el 6 y el 11 de febrero, se realizó Dakar, la décima edición del Foro Social Mundial. Con ella se cumplieron diez años de la primera reunión, en Porto Alegre, en enero de 2001. Su realización fue un éxito, tanto en la convocatoria como en las temáticas tratadas y, como era de prever, fue prácticamente silenciado por los medios.
Su realización en tierras africanas reunió varios factores cuyo simbolismo condensa y proyecta en cierta medida lo que los pueblos, con sus resistencias, sus luchas y sus propuestas han caminado de entonces a la actualidad, marcando el nuevo tiempo.
La presencia de Lula, que habló a la multitud en Porto Alegre, cuando apenas asumió como el primer presidente obrero de Latinoamérica junto a la de Evo Morales, primer presidente indígena del continente, evidencian lo que hemos recorrido desde el 2001.
Otro elemento a destacar y que subraya la emergencia del protagonismo de los movimientos sociales africanos, se condensó en la clausura del décimo FSM, que coincidió con la caída de Mubarak, por la rebeldía insurreccional del pueblo egipcio, movilizado por más de 18 días en las calles de El Cairo y Alejandría. Esto, sin olvidar que en el 2011 se cumplen también 10 años del levantamiento insurreccional de los argentinos. De conjunto estos hechos, reflejan no solo la resistencia de los pueblos sino también su capacidad de lucha para poner fin al neoliberalismo. Ellos se enfrentan ahora con el nuevo tiempo que han construido, un tiempo de pensar y construir las propuestas alternativas al orden civilizatorio global del capital, conjuntamente con las articulaciones y convergencias entre los actores sociales y políticos capaces de protagonizarlas. Emerge cada vez con mayor claridad la necesidad de construir –en los ámbitos local y mundial‑ un amplio movimiento sociopolítico que articule las fuerzas parlamentarias y extraparlamentarias de los trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres, ecologistas, intelectuales orgánicos y el pueblo todo, en oposición y disputa a las fuerzas de dominación del capital (local‑global), con énfasis particular en las relaciones parlamentarias y extraparlamentarias.
Estamos en un tiempo eminentemente político
Ya no basta con sobrevivir, no basta con las resistencias y las luchas antineoliberales; es vital superar la defensiva, erigirse (construirse) en sujetos de la historia, articularse orgánicamente conformando proyectos alternativos concretos ‑incluyendo la participación electoral‑, para avanzar en la construcción/consolidación de poder y hegemonía propias desde abajo. Los movimientos sociales reunidos en el Foro Social Mundial, en Dakar, en los debates realizados en talleres y plenarios, dieron cuenta de esta realidad.
Ciertamente, lo caminado hasta aquí, evidencia el crecimiento en las condiciones, capacidades y potencialidades políticas revolucionarias de los movimientos sociales y los movimientos indígenas. Sobresale la trascendencia estratégica de su accionar, sus propuestas y sus miradas. En sus prácticas colectivas se van instituyendo nuevas interrelaciones humanas que constituyen avances de la nueva sociedad, a la vez que van configurando nuevos paradigmas orientadores de la construcción de la nueva civilización, superadora de la actual, marcada por el capitalismo y las exigencias anti-éticas de su destructivo mercado especulador.
La madurez alcanzada por los movimientos indígenas y sociales en años de resistencias y luchas sociales, ha resultado incrementada por la experiencia que viven aquellos que –con sus resistencias, luchas, organización y propuestas‑ han constituido gobiernos y hoy conjugan (o mejor dicho: están aprendiendo a conjugar) sus actividades políticas y sociales en aras de profundizar procesos populares colectivos de construcción de poder propio desde abajo en simultánea disputa con el poder del capital. Esta situación ubica el debate del papel de los movimientos sociales en una dimensión cualitativamente diferente de la hasta ahora experimentada: hacerse cargo de las coyunturas sociopolíticas que ellos mismos han construido, y –en el caso de aquellos que han constituido o contribuido a constituir gobiernos populares‑ asumirse también como actores partícipes de los gobiernos y hacer todo lo que haya que hacer para ‑desde abajo y con autonomía‑ cogobernar. No hacerlo, en tales casos, equivale a renunciar al protagonismo construido, acumulado y conquistado. No es políticamente válido resistir, luchar, voltear y poner gobiernos si luego no se asume (o no se puede asumir) la responsabilidad de gobernar, con autonomía, pero articulados a sus representantes, para participar en la toma de decisiones, en el control de la gestión pública y para llevar propuestas propias construidas desde abajo por los de abajo. Se trata de transformar radicalmente también las instituciones y su papel en la sociedad y viceversa, y en esto, como en todo los movimientos sociales, los pueblos todos, tienen que involucrarse.
El quemeimportismo es hijo de la ideología del aparente no-compromiso neoliberal, y en las actuales condiciones es funcional a la supervivencia de su hegemonía. El protagonismo político de los movimientos indígenas y sociales ha alcanzado hoy nuevas dimensiones, características y tareas, y consiguientemente enfrenta también nuevos desafíos. Estos implican moverse en un terreno histórica y políticamente desconocido hasta el presente: en el terreno de la libertad de pensar y elaborar propuestas colectivamente, de presentarlas y discutirlas mano a mano con el Ejecutivo o en los parlamentos, desarrollándose como protagonistas no ya de las luchas contra el otrora poder del Estado y el gobierno, sino buscando caminos y medios para cambiar de raíz el contenido social de tales instrumentos, participando en ellos y transformando su basamento social, jurídico y constitucional, convirtiéndolos también en herramientas de los cambios, constituyéndose (y fortaleciéndose) a la vez, ellos mismos, en ese proceso, en sujetos protagonistas de (tales cambios y de) su historia.
Comprender que se trata de un contradictorio proceso constituyente, es clave. Implica que no existe un ser ni un deber ser definidos a priori, que no hay sujetos, ni caminos, ni tareas, ni rumbos y resultados preestablecidos. No hay garantías ni situaciones irreversibles, se trata de una lucha constante, de apelar infatigablemente a la imaginación, inventiva y voluntad de los actores participantes, (auto)desafiando paso a paso su voluntad para protagonizar cada vez más integral y profundamente el proceso de cambios, proceso que abrieron sabiendo lo que no querían pero sin tener plenamente establecido lo que querían. Se trata de un proceso vivo, abierto, dinámico, contradictorio, tensionante y desafiante. Su carácter constituyente –en relación a los sujetos‑ comprende también los rumbos y alcances del proceso. Va interdefiniendo los sentidos y las dimensiones de los cambios y –en tal sentido‑ marcando, configurando, las acciones propias de cada momento. Se trata en realidad de un proceso interconstituyente de poder, proyecto y sujetos. Y como todo ello se va definiendo concatenado (hilvanado) por la participación (integral) de los actores sujetos, resulta ‑en tal sentido, a la vez‑, un proceso autoconstituyente, es decir, consciente, contradictorio y abierto. No hay resultados ni sujetos, ni proyectos, ni poderes preconcebidos ni garantizados; todo está en juego permanentemente.
Precisamente por ello los procesos democrático-revolucionarios en curso en el continente, en disputa frontal con la hegemonía del poder colonial-capitalista, reclaman el creciente y renovado protagonismo de los movimientos indígenas, sociales, campesinos, de mujeres, de trabajadores, de ecologistas, pensadores populares, etcétera. En tales condiciones, no basta con que los representados reclamen a los representantes, no basta con protestar, no basta con “seguir de cerca” las gestiones de gobierno. En este nuevo tiempo político los desafíos sociotransformadores constantes, demandan de los movimientos protagonizar las decisiones y construcciones, hacer realidad las consignas del pasado y dar los pasos necesarios para fortalecer el protagonismo colectivo del conjunto de actores sociales y políticos revolucionarios, y del pueblo todo. Y para ello es fundamental instalar o reinstalar el trabajo político, la formación (descolonizadora) y la organización (articulada intercultural).
La tarea de atender a la organización (herramienta) política es clave. Consiste, precisamente, en impulsar tareas políticas, culturales e ideológicas que promuevan la conciencia y participación protagónica del conjunto de actores sociales y políticos revolucionarios, que la doten de información, formación y organización, abriendo canales institucionales y no institucionales para la participación estratégica colectiva, creciente en las diversas dimensiones de la vida social.
Esto se anuda directamente con la realización de actividades orientadas a fortalecer el desarrollo de la conciencia política asumida por los actores sociopolíticos, fundamentalmente a partir de la recuperación y reflexión crítica de sus experiencias concretas de construcción de poder propio, creando ámbitos colectivos de intercambio y producción de pensamiento crítico de sus procesos de cambios, contribuyendo efectivamente al crecimiento y fortalecimiento de la conciencia colectiva. Abrir espacios para periódicas reflexiones sobre las nuevas y cambiantes realidades resulta vital para el desarrollo político-cultural de los movimientos sociopolíticos (y el campo popular todo).
En años de resistencias y luchas sociales lo político y la acción política se han convertido en ámbito de promoción de la participación creativa, activa y responsable de las mayorías populares que empiezan a plantearse la necesidad de constituirse en una amplia fuerza social y política capaz de modificar a su favor la correlación de fuerzas hasta ahora hegemónica, de impulsar y concretar de los cambios y avanzar en busca de transformaciones raizalemente democratizadoras. Y esto reclama modificaciones de fondo, descolonizadas, en lo referente a la concepción tradicionalmente difundida y aceptada de la política, lo político y el poder.
Las actuales luchas por la defensa de la vida protagonizadas por millones de seres humanos, van convergiendo y articulándose –aunque no todavía de modo generalizado‑ en una perspectiva estratégica de construcción de una nueva civilización humana. A su vez, esto fortalece los procesos de acumulación de poder propio ampliando y profundizando su potencialidad, su direccionalidad y sus contenidos raizalmente revolucionarios. Esto contradice la visión tradicional (restringida) de la política que pretende todavía que es posible construir fuerza política “revolucionaria” sin construir fuerza social, es decir, desde fuera de la realidad sociopolítica concreta y sus actores sociales del campo popular. En tal caso, la acción política queda reducida al ámbito partidario, y se centra la acción de los partidos en las luchas por el acceso y el control de las instituciones del poder estatal y gubernamental.
Pero el poder no radica ni se restringe a lo institucional estatal y gubernamental, va más allá, abarca y se asienta, se crea y se recrea sobre el conjunto de relaciones sociales regidas por el predominio (hegemonía) de los intereses, las aspiraciones, la cultura y las miradas de la clase dominante (hegemónica). Consiguientemente puede afirmarse que la polémica entre tomar el poder o construirlo (desde abajo) se plantea sobre ejes falsos. Porque el nuevo poder social popular alternativo liberador y de liberación, necesariamente va conjugando ambos espacios: el del poder que emerge de las nuevas interrelaciones sociales construidas desde abajo y el de los ámbitos institucionales del Estado y el gobierno conquistados/transformados en las contiendas políticas libradas para ello. Esto supone (y reclama) modos de conjugación nuevos entre los movimientos sociales y políticos.
La articulación de lo reivindicativo y lo político conforma un camino concreto y efectivo de superación de esta alienación política, a la vez que contribuye a la democratización y ampliación de la participación sociopolítica protagónica de los diversos actores sociales. Esta potencialidad gestada y germinada en las experiencias de resistencias, luchas y construcciones alternativas de los pueblos, permite avizorar un nuevo tipo de poder social que emana directamente de la (mal llamada) sociedad civil y se construye sobre la base de su participación democrática directa en las decisiones políticas, gestora del tránsito y desarrollo hacia formas cada vez más horizontales, interculturales, equitativas y justas de organización de un nuevo modo de vida e interrelaciones entre los seres humanos que la animan, es decir, de un nuevo tipo de sociedad.
La ideología del cambio, como el sentido y sus definiciones estratégicas son parte del proceso social vivo, y no un dogma apriorístico establecido –desde fuera de las luchas de los pueblos‑ por alguna vanguardia partidaria que “los demás” tendrían que asimilar. La conciencia política de los actores sociopolíticos del pueblo se forja y crece en los procesos de resistencia, lucha y construcción de alternativas, en interdefinición constante de los rumbos y objetivos estratégicos. Estos no vienen dados del “más allá”; se van construyendo (y modificando) a partir de las cotidianidades y modos de vida y experiencias de lucha y sobrevivencia diversos que existen en cada sociedad, en cada comunidad.
Los actores sociales del campo popular no son “portadores” de una ideología implantada en sus conciencias desde el exterior (por los partidos o los intelectuales de izquierda). Ellos, los actores y movimientos sociales, los movimientos indígenas, los campesinos, los trabajadores, el pueblo fragmentado y disperso que ahora se rearticula y organiza –o necesitan articularse y organizarse‑ para enfrentar al capital en una nueva dimensión, van construyendo día a día su conciencia política a partir de su (modo de) ser social, y en sus prácticas de resistencia y lucha contra el capital. Tales son los procesos que los movimientos sociales reunidos en el Foro Social Mundial, en Dakar, llaman a atender priorizadamente en este tiempo.
Fortalecer las articulaciones y la información y formación cultural, descolonizada, ética, política e ideológica
La batalla actual por la conquista del mundo por y para el capital se libra estrechamente articulada con lo cultural; conquistar las mentes es para el capital el requisito necesario para dominar los cuerpos y afianzar la dominación económica y social. Para que el nuevo mundo que soñamos sea posible, es fundamental construirlo también con una estrategia formativa e informativa, cultural, ética, política e ideológica.
El debate estratégico está abierto. Y se manifiesta a través de los actuales procesos de luchas sociales para avanzar en las definiciones, la implementación o el perfeccionamiento de las propuestas de cambios radicales en las sociedades donde dicha disputa se está desarrollando abiertamente, construyendo simultáneamente caminos que cuestionan colectivamente el actual sistema‑mundo a la vez que lo van rediseñando “más allá del dominio del capital” [Mészáros].
Esto encarna el desafío histórico de construir una nueva civilización, basada en una nueva cosmovisión que pueda convivir con cosmovisiones diversas, que basada en otro modo y concepción del desarrollo y el bienestar de la humanidad, se asiente en la armonía, el equilibrio, el intercambio y la complementación entre los seres humanos, consigo mismos y con la naturaleza, en búsqueda de un nuevo modo de producción, reproducción y acumulación socio-natural fundado en el respeto y la conservación de la vida. Esto implica, por tanto, fundar y construir un nuevo modo de interrelacionamiento entre los seres humanos y la naturaleza.
Los nuevos paradigmas civilizatorios actualmente en construcción y discusión escapan a las binarizaciones reduccionistas, antitéticas y excluyentes de los siglos XIX y XX. Se fundamentan en la descolonización y se enriquecen en la pluralidad, diversidad e interculturalidad de las interrelaciones que se van desarrollando en las prácticas concretas de resistencia, luchas y construcciones sociales, y –a través de ellas‑, se anclan en principios tales como: solidaridad, ética, reconocimiento y respeto de las diferencias, equilibrio, paridad, horizontalidad, espiritualidad, democracia intercultural, vivir bien, buen vivir, autogestión, vida comunitaria, redes sociales (reales y virtuales).
Los actuales procesos de luchas sociales y las experiencias de los gobiernos populares raizalmente sociotransformadores, constituyen laboratorios de un mundo nuevo. Aprender de ellos (y con ellos) ayuda a crecer colectivamente en saberes político-culturales, si se es capaz –simultáneamente con la participación comprometida en dichos procesos sociotransformadores‑, de reflexionar e interactuar críticamente con ellos. Estas experiencias y apuestas político-sociales populares, raizalmente democráticas y revolucionariamente democratizadoras, constituyen, a la vez, por ello, fuentes de inspiración para la vida.
La brújula está en el accionar‑pensar-construir‑reflexionar constante de los movimientos indígenas, campesinos, de trabajadores, de mujeres, de ecologistas y movimientos sociales en sentido amplio. El nudo de posibilidades está en los sujetos. En la capacidad de los actores sociales y políticos para ir constituyéndose en sujeto colectivo, con poder y proyecto alternativo propios, laten las posibilidades de hacer realidad el anhelado (y posible) “otro mundo mejor”.
https://www.alainet.org/es/articulo/147537
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