Indo-afro-latinoamérica: En las movilizaciones sociales

Germina una política joven anclada en la participación

02/08/2013
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Indo-afro-latinomérica tiene rostro de pueblos en luchas y resistencias, parapetados en barricadas y en rutas cortando el paso al saqueo, a la exclusión y a la muerte, defendiendo la vida en todas sus dimensiones. Así ha sido por siglos y así es en el presente. Pero no siempre en las mismas condiciones, ni situaciones, ni con las mismas tareas o desafíos.
 
El siglo XX puede definirse como el siglo dictatorial marcado por represiones y muertes de militantes del campo popular. Las organizaciones sociales se desarrollaron entonces en gran cercanía con las organizaciones políticas revolucionarias, y no pocas veces, nacieron bajo su inspiración o labor de base. Lo conspirativo-defensivo marcó el estilo de hacer política, la organización de sus actores y las interrelaciones entre ellos. Pero el tiempo de dictaduras saltó por los aires con las luchas de los pueblos que hicieron posible las aperturas democráticas. La caída del sistema socialista, abrió un período de confusión y desasosiego en las filas de gran parte de la izquierda político partidaria que fue aprovechado por el neoliberalismo triunfalista para impulsar sus feroces y regresivas políticas de saqueo prometiendo el advenimiento de un dulce y prospero futuro luego de la “necesaria” etapa inicial de “dolor y dureza”.
 
Sin esperar por los partidos de izquierda y sus directivas, los sectores populares, además de los siempre presentes movimientos indígenas, se levantaron prontamente para denunciar y resistir a tales políticas; en algunos territorios nacieron, crecieron y se consolidaron amplios y poderosos movimientos en campos y ciudades. En sus luchas construyeron articulaciones, experimentando la potencialidad de un actor colectivo capaz de constituirse en sujeto político de los cambios.
 
En las resistencias de las poblaciones de los barrios periféricos de las grandes ciudades (Santo Domingo 1984), en el levantamiento de Chipas (México, 1994), el Caracazo (Venezuela, 1989), la “guerra del agua” y las “guerras del gas” (Bolivia, 2000 y 2003), los levantamientos indígenas de (Ecuador, 2000), la constante recuperación de tierras por el MST (Brasil), el surgimiento de la central de Trabajadores Argentinos y los posteriores levantamientos piqueteros (Argentina 1991-2002), entre muchos otros ejemplos, germinaron nuevos sujetos socio-políticos y también una nueva dimensión de la política enraizada en lo social y sus luchas, con capacidad para cuestionar el poder establecido y disputarle la hegemonía política y cultural.
 
Lo reivindicativo revela su contenido político
 
Como nunca antes, las luchas reivindicativas mostraron en este período su rostro raizalmente político, es decir, cuestionador del sistema político, económico y social desde abajo. Pero en las filas de la izquierda partidaria faltó capacidad y sensibilidad para captar esta cualidad política revolucionaria presente en las luchas sociales;no era su práctica. Ello les impidió sumarse desde el inicio a la gesta de los movimientos, descubrir y poner de manifiesto los nexos comunes entre las distintas problemáticas y luchas sectoriales en aras de promover la articulación (convergencia) de las problemáticas sectoriales y de sus actores.
 
La convergencia supone, a la vez, la construcción de una subjetividad colectiva común, que es la que –en determinado momento‑, posibilita superar lo sectorial-corporativo y obrar colectivamente por objetivos sociales. Así ocurrió, por ejemplo, en Bolivia, con la formación del MAS, concebido por un conjunto de movimientos indígenas y sociales como su instrumento político para viabilizar las propuestas sociales, convertidas en agenda colectiva en las articulaciones y convergencias construidas por los diversos actores sectoriales en interacción permanente en jornadas de resistencias y luchas y en la elaboración de propuestas superadoras del estado de cosas.
 
Desde abajo, es decir, desde la raíz de los problemas reivindicativo-sectoriales, intersectoriales o sociales, con el protagonismo de los propios actores sociales emergía con fuerza una acción política nueva, no dicotomizada de lo social sino integradora, con clara vocación re-totalizadora de la sociedad fragmentada.
 
Un nuevo tiempo político: marcado por la emergencia de gobiernos populares y revolucionarios
 
Así fue como en diversos territorios de este continente los pueblos en lucha y sus movimientos abrieron posibilidades políticas para disputar y ganar gobiernos participando en elecciones, inaugurando con ello un nuevo tiempo político: el de la emergencia de gobiernos populares y revolucionarios, con las nuevas responsabilidades y tareas que ello implicaba e implica para movimientos, partidos y ciudadanía.
 
En su corta trayectoria, las experiencias en curso evidencian que el acceso al gobierno nacional puede dotar a los pueblos de una herramienta política clave para desarrollar/estimular procesos de empoderamiento colectivo capaces de impulsar el proceso socio-transformador. Pero también pone de manifiesto la posibilidad de quedar atrapados por la lógica superestructural y técnica.
 
 
Participar de las elecciones para acceder a espacios/fracciones del poder existente, limitándose luego a ejercerlo “correctamente”, ocupando los espacios parlamentarios o gubernamentales correspondientes ‑nacionales o locales‑, sin hacer de estas instancias institucionales herramientas puestas en función del cambio social y del poder, reduce –hasta anular‑ la perspectiva transformadora.
 
Es central tener presente que esta opción no constituye el camino electoral para la “toma del poder”, es parte de una nueva concepción (y prácticas) de transformación social. De ahí la importancia que en estos procesos tiene la participación popular desde abajo, dentro y fuera de las instancias gubernamentales y estatales. Puede afirmarse que las revoluciones democráticas culturales en marcha son proporcionalmente idénticas a la participación protagónica de sus pueblos en ellas.
 
No se avanza con una sumatoria de medidas superestructurales por muy justas y razonables que estas sean. Hay que construir protagonismo popular como base política (auto)constituyente del sujeto político colectivo y esto solo puede lograrse forjándolo a cada paso y en cada paso. El aprendizaje ‑como la enseñanza‑ comienza en las prácticas cotidianas. Educar en lo nuevo comienza por desarrollar nuevas prácticas, dando el ejemplo; clave pedagógica vital de las revoluciones desde abajo.
 
Impulsar revoluciones desde los gobiernos pasa por hacer de estos una herramienta política revolucionaria: desarrollar la conciencia política, abrir la gestión a la participación de los movimientos sociales y sindicales, de los movimientos indígenas, de los sectores populares, construyendo mecanismos colectivos y estableciendo roles y responsabilidades diferenciados, para cogobernar el país. La fortaleza de los gobiernos populares radica en su profunda y creciente articulación con los pueblos, con los actores sociales, construyendo de conjunto mecanismos que acorten las distancias entre representación política y protagonismo social. Esta es la verdad que cristaliza en las calles, marcando la presencia de la conciencia sociopolítica popular hoy: no basta con acuerdos superestructurales para gobernar (Brasil), no basta con que las decisiones sean correctas (Bolivia), no hay que someterse a los designios del mercado (Chile), no se aceptará la mentira como verdad (México)… Los movimientos sociales y particularmente los jóvenes del continente, ponen sobre el tapete la impronta política de este tiempo: la participación.
 
Se trata de avanzar hacia nuevas institucionalidades, modos y vías de ejercerlas; abrir las puertas del gobierno y el Estado a la participación de las mayorías en la toma de decisiones, en la ejecución de las mismas, y en el control de los resultados, en la medida que la construcción política y la transformación de las bases jurídicas de las instituciones estatales y gubernamentales lo posibilite. De ahí el papel central de las asambleas constituyentes en estos procesos.
 
 
Resulta central la realización de asambleas constituyentes. De ellas emana el sustrato jurídico, político y social para abrir paso a una nueva institucionalidad, engendrada embrionariamente en los procesos de luchas sociales, abanderados por la resistencia, el empuje y los reclamos históricos de los pueblos de este continente (con sus organizaciones sociales y políticas), en primer lugar de los pueblos indígenas originarios y sus comunidades.
 
Obviamente, las asambleas constituyentes no son el motor del cambio. Los pueblos han de prepararse para plasmar en ellas sus puntos de vista, proponiendo y defendiendo contenidos acorde con sus intereses y su proyección estratégica. Pero en esto, como en todo, es importante tener presente que el cambio de sociedad es procesal: Habrá que hacer tantas asambleas constituyentes como lo vaya reclamando y posibilitando la profundización y radicalización de cada proceso, marcado ‑en primer lugar‑ por las condiciones específicas y por la maduración política del actor colectivo.
 
En las movilizaciones sociales germina una política joven anclada en la participación
 
Sumándose a las experiencias de las grandes jornadas de luchas populares contra el neoliberalismo, las masivas movilizaciones recientemente ocurridas en México, en Bolivia, en Brasil, en Chile, en Colombia, han puesto una vez más en el quehacer político la impronta de la participación sociopolítica de los movimientos indígenas y sociales, del pueblo trabajador y de las juventudes en particular. Ellas anuncian claramente la irrupción de una política joven, que no puede equipararse con algunos intentos de maquillar la vieja política y sus estructuras partidarias “con presencia de jóvenes”, aunque estos son sin dudas un pilar esencial del nuevo sujeto colectivo.
 
Hay avances significativos en esta dirección, sobre todo en los procesos de Venezuela (Consejos Comunales, Gobierno de Calle), y en Bolivia (revitalización de las asambleas de base como dinamizadoras de las transformaciones sociales, rectificación de medidas –aunque justas‑ no comprendidas por una parte de la población; la construcción desde las comunidades del estado plurinacional intercultural). En el caso de Brasil, las movilizaciones recientes, las multitudes de jóvenes en las calles pusieron al desnudo las debilidades del sistema político partidario que asumió el PT, mezclando viejos dogmas de la izquierda con las exigencias del establishment y sus tentadoras alianzas y acuerdos por arriba en aras de sostener la “gobernabilidad”. Rechazando esto, cuando todo parecía brillar y marchar sobre ruedas, la juventud salió a increpar a “la razón política” imperante haciéndose oír en las calles. Desde allí, la ciudadanía movilizada recupera socialmente –de hecho‑ la política, anquilosada en aparatos partidario-estatales-gubernamentales. Con su accionar rebasa a los partidos políticos tradicionales de derecha, de centro, y también de la izquierda; los manifestantes expresan claramente: ¡queremos participar! Revitalizan así el corazón revolucionador de todo proceso de cambio socialpopular: la participación de los de abajo en las decisiones gubernamentales‑estatales y en la ejecución y control de las políticas públicas.
 
Quitarse las anteojeras
 
A pesar de la contundencia de su realidad y mensaje, el peso de la vieja cultura que asecha la mentalidad y las prácticas de la izquierda partidaria, se hace presente a la hora de interpretar los acontecimientos. Son muchos los partidos de izquierda persisten defensivamente en su ceguera escudados en viejos tabúes de desconfianza porque, según dicen, “nadie los controla”, “no hay organización ni dirección”. No toman nota que esto es, exactamente, lo que está mostrando (y reclamando) la juventud en las calles: Abrir las compuertas de la política y de las organizaciones políticas, transformándolas, abriéndolas a la participación de los diversos sujetos, es el anhelo que late en el corazón de los reclamos.
 
No es un detalle insignificante que esta historia pueda escribirse apenas mencionando a los partidos de izquierda entre los protagonistas. Y ello tiene que ver tanto con las conductas políticas del pasado reciente como con las del presente, agravadas en este caso, si estas izquierdas gobiernan o son parte de gobiernos, puesto que –sin dar cuenta de los cambios- trasladan a estas instancias sus antiguas anteojeras político-culturales: respecto de la acción política (por arriba), y respecto de la organización y conducción políticas, sosteniendo criterios vanguardistas que (auto)otorgan a las élites políticas la capacidad de “saber” lo que hay que hacer, y dejan a las mayorías “alienadas” o sectorializadas y sus movimientos las luchas reivindicativas inmediatas. Es el mismo esquema piramidal, jerárquico y subordinante que la izquierda partidaria sostuvo en el siglo XX, sustentado en el presente como si nada hubiese ocurrido ni cambiado.
 
Por mucho que los representantes de tales partidos evoquen a Lenin ‑creador del partido revolucionario “de nuevo tipo”, pensado por él en virtud del sujeto, las condiciones y las tareas de su época‑, está claro que Lenin se espantaría al ver que, en más de un siglo, a pesar de los grandes cambios ocurridos en el sistema-mundo ahora bajo el dominio global del capital, las “vanguardias” de izquierda no modificaron los criterios básicos de su organización político-partidaria para que esta sea convergente con los sujetos, las tareas de este tiempo y las condiciones (objetivo-subjetivas) de transformación revolucionaria de las sociedades en el presente. Resulta casi una obviedad decir esto, pero es parte de la realidad. Y ciertamente, constatar este anquilosamiento es más impactante aun en este continente, donde las luchas sociales y el quehacer político protagonizado por diversos movimientos sociales, indígenas, sindicales, urbanos y rurales, marcaron el rumbo y el camino de lo nuevo y –con ello‑, crearon también las condiciones para que la izquierda partidaria (tradicionalista) modificara sus conductas y posicionamientos políticos. Es parte de sus actuales retos.
 
Superar la falsa dicotomía: “partidos o movimientos”
 
Las anteojeras político-culturales de esta izquierda influyen en las lecturas que hacen de la realidad social, sus dinámicas y actores, convirtiéndolos en obstáculos para lo que ‑según sus prejuicios‑ se “debe hacer”. Revitalizando la falsa y vieja dicotomía entre lo social-reivindicativo-sectorial y lo político, interpretaron que la irrupción protagónica de los movimientos sociales en Indo-afro-latinoamérica en defensa de la vida, era una “amenaza” para su condición de “vanguardia”. Ciertamente la ponía en jaque, pero no por “imponerse”, sino porque reclamaba –de hecho‑ abrir las compuertas de la política al conjunto de actores sociopolíticos. Sin embargo, lejos de ello, la nueva realidad abrió cauces a una nueva fractura: entre los partidos de izquierda y los movimientos indígenas y sociales, fractura que se expresa en sus articulaciones locales, nacionales y continentales, y que ha dado lugar a la formación y permanencia, por un lado, del Foro de San Pablo (sin movimientos) y, por otro, del Foro Social Mundial (sin partidos).
 
Construir un foro continental de articulación socio-política
 
En este sentido, el desafío es –además de mantener los espacios específicos constituidos‑, construir ámbitos de articulación, coordinación y conducción política conjunta entre los actores sociales y políticos, dando pasos concretos que impulsen los procesos de conformación‑constitución del sujeto sociopolítico colectivo, en cada país y también en el ámbito continental. Y esto poco y nada tiene que ver con la actual propuesta-invitación del Foro de Sao Paulo a los movimientos sociales para que se agrupen y constituyan “un capitulo” en el seno del Foro.
 
Tanto para partidos de izquierda como para movimientos sociales es tiempo de superar fragmentaciones y rivalidades estériles. No se trata de quién es “mejor”. Las críticas a los partidos de izquierda no persiguen su desaparición, ni su sustitución por los movimientos; no se trata de una actitud “contra los partidos”, aunque posiblemente algunos sectores así lo entiendan. Lo importante en este aspecto es tomar conciencia de que las rémoras emergen de las prácticas cotidianas de cada sector (político y social) y que, por tanto, es desde ahí que empieza a construirse el cambio: en las dinámicas e interrelaciones cotidianas entre partidos de izquierda y movimientos indígenas y sociales, construyendo conjuntamente, en cada lugar, las convergencias: mesas de trabajo colectivo, interconsultas, propuestas intersectoriales, coordinaciones, etc. No hay forma de aprender a articular y coordinar como no sea articulando y coordinando. Vale decir que este es también el camino de la cimentación de confianzas mutuas, aspecto que –en el quehacer político actual‑, ocupa un lugar central.
 
El desafío político de la articulación va más allá de una asignación de roles y delimitación de espacios entre partido y movimientos. Articular a los diversos sectores y actores sociopolíticos, implica también articular sus problemáticas aparentemente inconexas entre sí, sus identidades y subjetividades, sus modos y caminos diversos de participación política, que nace en el quehacer de las comunidades campesinas y se extiende hasta las redes sociales virtuales. No es una suma, es una multiplicación. Y ello solo puede lograrse a partir de la participación plena de todos y cada uno de los actores sociales y políticos.
 
Articular alude a reunión, pero en lo que hace a la construcción de un sujeto político colectivo, esa reunión supone construir las convergencias en aspectos claves articuladores, que conjugados ponen al descubierto el origen social sistémico de los problemas de unos y otros, y buscan caminos conjuntos para encaminarse a su superación, solución etc., impulsando procesos de cambio social. Pero esto no cabe en una concepción que sostiene criterios y prácticas de relación vertical y jerárquica, en la que los partidos confunden capacidad de dirección política, con que sean ellos los que deciden, los que dicen qué y cómo.
 
Por eso para la izquierda partidaria el mensaje de las movilizaciones sociales y la presencia multitudinaria de jóvenes en las calles, es claro: urge quitarse las viejas anteojeras acerca de la política y sus actores protagonistas, acerca de los modos y ámbitos de de interrelación, de creación de conocimientos, propuestas y programas políticos.
 
Un nuevo tipo de conducción política es necesaria
 
Es vital dar cuerpo a modalidades de interrelación horizontal entre partidos y movimientos; estas apuntan a transformar precisamente el viejo esquema jerárquico piramidal. Lo horizontal no alude a una forma organizativa ni la propone; es un principio de igualdad de capacidades entre actores-sujetos, en aras de construir una interrelación dialogal entre pares. Este principio ha sido hasta ahora subestimado ydesestimado por los partidos de izquierda, quienes redujeron el planteamiento de horizontalidad a una cuestión morfológica y, sobre esa base, la desecharon por considerarla: basista, espontaneísta, anarquista, etc., todo, menos pensar en modificar los arcaicos esquemas partidarios para ponerlos a tono con la realidad de los sujetos político-sociales, con sus modalidades de existencia y organización, y con las tareas político-sociales-culturales que reclama la transformación raizal (desde abajo) de la sociedad capitalista en el presente.
 
La interrelación plural horizontal no es el problema, sino la fragmentación, la sectorialización de las luchas y sus actores, y la transición defensiva de éstos hacia grupos reivindicativos-corporativos.
 
Superar la fragmentación social, política, cultural y de conciencia: construir la subjetividad política colectiva común
 
Las instancias organizativas articuladoras son importantes, pero trascender la fragmentación (social, política, cultural y de conciencia) implica la simultánea y permanente construcción de una subjetividad colectiva que se proyecta políticamente en las propuestas comunes en función de cambios sociales. Si no se construye simultáneamente con las articulaciones coyunturales, una subjetividad política colectiva para el cambio social que sitúe e identifique a todos en un mismo afán político-social, la fragmentación, las miradas sectoriales y las apetencias corporativas no se superarán.
 
Construir el sujeto colectivo del cambio
 
Los procesos de cambio abiertos en Indo-afro-latinoamérica reclaman articulaciones sociopolíticas de nuevo tipo: horizontales, plurales, interculturales, dinámicas, como camino de (auto)constitución de los actores-sujetos en sujeto colectivo. Vale tener presente también la emergencia o maduración de nuevos actores sociopolíticos y sus demandas, aspiraciones y propuestas. Por ello reconstruir permanentemente la subjetividad colectiva común y las articulaciones es una constante en las tareas democratizadoras revolucionarias.
 
Todas ellas apuntalan un objetivo central: la construcción (permanente) de la fuerza social y política de liberación, sujeto político colectivo de los cambios en procesos de revolución democrático-cultural hacia un nuevo modelo civilizatorio. Esto significa, en apretada síntesis, articular una fuerza político-social de liberación que abarquelo parlamentario-institucional, pero sin limitarse a ello.
 
La conducción política del proceso revolucionario reclama la articulación unificada, colectiva y común de ámbitos para los quehaceres parlamentarios y extraparlamentarios: es la fuerza sociopolítica colectiva articulada la que se desdobla y crea su fuerza político electoral, que es parte del conjunto de fuerzas sociopolíticas del cambio raizal del mundo y constructora de la nueva civilización, o sea, en este sentido, la fuerza social, política y cultural de liberación.
 
 
 
https://www.alainet.org/es/articulo/77512
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