22 de marzo: Día mundial del agua
- Opinión
1. El camino de regreso
– ¿Quién barre mi choza y prepara mi comida?, –se preguntó de un sobresalto el cazador.
Fue al borde del entresueño del mediodía, mientras permanecía en la floresta.
Se ha despertado con esa interrogante. Y en ello ha estado cavilando muchos días.
Siempre al regresar, bajando el arco de su hombro, desatando sus flechas, y observando los ricos potajes servidos, se hace la pregunta.
Y no atina a dar una respuesta satisfactoria a este interrogante.
Solo sabe que la comida es fresca y buena.
Hoy día ha cazado un cervatillo y dos paujiles que se los echa a la espalda y emprende el camino de regreso remando suavemente a contracorriente.
2. ¿Quién entra en mi choza?
Su cabaña aún está distante pero la hora es propicia para retornar aún con la luz del día.
Pronto el atardecer rompe sus celajes amarillos y rojos en el poniente.
Ve su imagen reflejada en un remanso de la laguna. Y se siente bien al mirar el arco que lleva en la espalda, las presas que ha cazado, su cabello hirsuto sobre su rostro anguloso.
Contempla largo rato los copos de neblina blanca sobre el verde de los cerros.
– ¿Quién hace mi comida? –se dice al llegar y encontrar que la vianda está servida, que es reciente y sabrosa.
– Mañana me esconderé y vigilaré quién me visita.
Sin embargo, al otro día no se acuerda de su propósito. Se levanta temprano, prepara su aljaba, alinea sus flechas y sale como siempre de su cabaña.
Pero al desamarrar su canoa irrumpe otra vez el carbón encendido de su pregunta sin respuesta. Y allí mismo toma la decisión:
– Hoy debo saber quién entra en mi choza.
3. ¿Quién eres?
Suelta su canoa y deja que el agua la arrastre río abajo. Y regresa a su morada a buscar explicación a su dilema.
Sin despojarse del carcaj, toma sitio en un rincón en penumbra desde donde puede observar todo el ámbito de su cabaña.
Se escuchan unos pasos menudos y a pie descalzo. Y luego el chirrido de la puerta cuando se empuja.
Ha entrado una niña trayendo un atado de frutos silvestres que extiende sobre la mesa.
Enciende el fuego, corta carne reciente que allí hay, pela las papas, desgrana el maíz y lo coce, sancocha las verduras y las adereza.
Lava, arregla, pone las cosas en orden. Sirve la comida y la cubre con hojas de palma para cuando él llegue.
Ya se apresta a salir, cuando a él le cuesta hablar luego de estar extasiado:
– ¿Quién eres?, –dice.
4. Idénticos a las flores
Con el susto la niña suelta lo que lleva y busca entre las sombras el lugar desde donde la voz ha venido.
Saliendo él de su escondrijo con su atuendo de caza, otra vez le inquiere:
– ¿Quién eres? –vuelve a repetir mientras ella se sonroja.
– ¡Soy el agua!, –dice tímida y balbuceante.
– Y ¿dónde vives?
– En el puquial. –dice ya mirándole de frente, cuan bella y hermosa es.
– ¿Y me conoces?
– Cada día te inclinas para beber de mi fuente, y me besas. –Dice, encendiéndosele más aún el rubor de las mejillas.
Esta vez es él quien se siente estremecido y avergonzado.
Y ella recobra su prestancia. Allí está con sus vestidos idénticos a las flores que crecen en sus orillas.
– ¿Por qué preparas mi comida?
– Porque te veo regresar cansado. Y en tu cabaña nadie te espera.
– ¿Y tienes familia?
Los nevados son mis abuelos. La lluvia, la neblina y el granizo son mis parientes.
5. Para siempre
– ¿Y tus padres?
– Mi padre es el río que fue convertido en piedra, porque no le correspondía pretender a mi madre, una laguna de alcurnia.
– ¿Y?
– Mi madre lo adoraba. Cuando pudo acercarse hasta él, llorando le pidió de rodillas quedarse junto a su cuerpo. Él le dijo entonces: Si quieres tiéndete a mis pies, recuéstate y sé puquial. Ella estiró sus muslos cogida a él y se fue convirtiendo en manantial, en ojo de agua que aflora desde el fondo donde está el corazón de mi padre. Y la hija de ellos soy yo.
Él la miró y sintió ternura.
– Quédate a vivir conmigo, –le dijo.
La niña vio sus ojos y el brillo en su frente.
– ¿Es para siempre?
– Sí, eternidad tras eternidad.
Juntos sembraron los campos y edificaron nuestro pueblo.
En el lugar donde ellos vivieron las flores y las espigas se mecen ondulantes con el viento.
Fuente: INSTITUTO DEL LIBRO Y LA LECTURA (INLEC) DEL PERÚ
Y CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
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