Campaña Defensa del Patrimonio de los Pueblos Andinos
24/07/2006
- Opinión
– Y, ¿qué es lo que más le gustó del Perú? –pregunto con curiosidad a una turista que me hace saber que conoce nuestro país.
– Los tejados de sus pueblos andinos.
– ¿Así? –me admiro yo más todavía– ¿Y por qué es predilección?
– Porque representa muy bien su cultura. Los techos son muy protectores, parecen alas de palomas que acurrucan a sus polluelos. Es muy bello verlos, es único, en verdad ¡maravilloso! Sin embargo, estos techos ahora los estamos destruyendo reemplazándolos por edificios al estilo occidental, hechos de latas, plásticos, cemento y toda la chatarra producida por las fábricas y no por nuestras propias manos como son las tejas o el ichu de las jalcas. Los pueblos son patrimonio e identidad irrenunciable. Defendamos la originalidad y lo genuino del alma de nuestros pueblos. Los tejados no solamente son bellos sino que simbolizan mucho más, son la línea fronteriza entre lo terreno y lo divino y hasta contienen la trascendencia de una comunidad. En su defensa, he aquí unas páginas: Los tejados de mi pueblo "Y llorará en las tejas
un pájaro salvaje"
César Vallejo 1. Y ¿cómo llegó el mar hasta estas cumbres? Desde "El Mirador" de mi casa en Santiago de Chuco, al cual subimos siempre –porque tenemos arriba un jardín de flores que cultivamos en macetas, como: cintias, pensamientos, alhelíes, gladiolos y geranios– miro desde allí un mar de tejados de las viviendas de mi pueblo. Bajo el techo de enfrente, de tejas viejas, estrechas y musgosas, queda el horno de hacer pan, de mi abuela Sofía. Los techos en verdad son mares u océanos, de oleajes ondulantes, apacibles o encrespados, aparentemente inmóviles pero bullentes por la vida que hay debajo. Pero mar al fin, mar de arcilla en razón del agua que cae del cielo, del aire que sopla hecho viento y del fuego que refulge en el sol; confeccionado de tierra amasada, rizada y puesta a hornear en las tejas o del ichu tendido que crece y se trae desde las jalcas y que ahora brilla iridiscente con las gotas de plata de la última lluvia. Pero, ¿cómo es que el mar subió hasta aquí, a estas serranías? O, más bien ¡cómo es que se quedó en estas cumbres!, ¡porque antes el océano estuvo aquí! Eso nos ha explicado el maestro en la escuela y, aunque parece mentira, si lo dice el maestro es verdad. Pero, es más: yo creo que los techos no solo son mar, sino que son barcos que navegan, mástiles de chalanas hundidas que bogan en tierra; quizá incluso quillas de navíos rumbo a las estrellas, la cofa del bajel que es el globo terráqueo. Son los techos las puntas de cometa que se desplazan vertiginosos por el espacio sideral; atalayas hacia el infinito, frontera entre cielo y tierra, bordes de la eternidad que ya sabemos que tiene orillas, como el mar. Eso son los techos, las riberas de la eternidad. Son las utopías ya realizadas o visibles; lo más alto a lo cual hemos llegado, aunque lo triste es que vivimos debajo de esos sueños. Sólo se vive más alto que los techos cuando se los contempla desde las colinas, avizorando los pueblos en la lejanía. 2. Los techos son como los hombres Pero, desde el altozano de "El Mirador" aprendo a reconocer también que los techos, como los hombres, tienen categorías: según la línea de la cumbrera, la calidad de las tejas y la forma de los aleros. Eso sí, esto tendrá que cambiar algún día, para hacer un mundo más justo. Así, hay techos indigentes, torcidos en su línea alta, cubiertos de pedacitos de tejas recogidas de otros techos derrumbados, con magueyes partidos o añosos, con carrizos al aire libre, como coinciden en ser, casi siempre sus dueños. Son techos de mujeres envejecidas que no constituyeron hogares, o que hace tiempo perdieron a sus maridos, o de labriegos sin tierra, o de artesanos acosados y entristecidos por la pobreza. ¡Claro! Antes que estos están los techos de paja que son de casas rústicas o míseras, de familias de huérfanos, o de esposas abandonadas, o de ancianos impedidos; o sino de hogares llenos de chiquillos menesterosos. ¡Esos techos son amarillentos, como pelo de perro sobre el cual moja inclemente la lluvia! Están hechos de tallos de trigo, de rastrojos huecos o, en el mejor de los casos, del ichu de las punas y los pajonales, del cual vienen cargados los pollinos al pueblo. 3. ¿Cómo ando por los caminos? – ¿A cuánto vendes la carga de paja? –preguntan las ancianas de las afueras del pueblo al ver al hombre que pasa con sus burros cargados de paja brava, o ichu.
– A cinco reales cuesta, mamita.
– Y, ¡por qué tan caro, Dios del cielo! Cómo se está poniendo la vida, ¡Dios bendito!
– ¡Es paja de las alturas! ¡Paja larga y fuerte, madre!
– ¡A ver!
– Téngalo y verá.
– ¡Y por qué haces tan flojos los atados, Santo Sepulcro!
– ¡Qué más apretados pues, mamá! ¡Si estuvieran flojos ya se hubieran derramado los tallos por los caminos! Vengo de la jalca, estoy caminando desde anoche, he cruzado la amanecida y llego recién ¡mire a qué hora! ¡Y sin comida!
– ¡Qué va a ser de este mundo! ¡Señor, a dónde llegará esta vida!
– ¡Dos días me demora traerla desde la jalca! Y, ¿cortarla? Y los pollinos, ¿qué comen? Y yo, ¿cómo ando por los caminos? De hambre. ¡Qué más barato pues, señora! – Apéalo, ¡qué lo vamos a hacer! Pero me lo subes y me lo dejas en el altillo, porque estas gallinas lo van a picotear y a regar las ramas por el suelo. ¡Ya no sé qué hacer con estos animales! 4. Techos donde crece la "flor de piedra" Hay otros techos, que distinguimos porque sus tejas son angostas y hondas, de un rojo oscuro, como el poncho de los jinetes en los caminos, casi siempre cubiertas de un musgo verdoso por el lado en que corre el agua y de un liquen de color verde claro, que llamamos "flor de piedra", por el lado en que las tejas tapan las canaletas. Son los techos de las casonas antiguas donde viven caballeros temblequeantes y señoras de mantilla, con muchachotes que cargan sus reclinatorios de terciopelo carmesí, con bordes de cremalina, camino a la misa del domingo en la iglesia del pueblo. Pero, hay un techo que han hecho de calamina, que sus dueños, advenedizos, llegados no sé de dónde, han pintado de rojo, sin duda por la vergüenza que eso les ha producido. El Municipio del pueblo ya los notificó diciéndoles que son indignos, que no serán consentidos, que daña y adultera el alma de nuestro pueblo. El mismo Alcalde hemos oído que le ha dicho al dueño de esa casa: – ¡No señor. O cambia ese techo o se cierra el establecimiento! Felizmente ya lo cambiaron porque los padres de familia de las escuelas acordaron no comprar ningún producto de esta tienda y sólo por tener techo de calamina. 5. Tejas de un rojo encendido Hay los otros techos nuevos, de tejas de un rojo encendido, tirando para naranja y que trato de distinguir de cuál de los hornos del pueblo han sido comprados, porque eso lo reconocemos desde lejos; o del evangelista de la Parva de la Virgen, o del horno de Pueblo Nuevo. Son techos de construcciones recientes, de comerciantes prósperos, de dueños de tiendas de abarrotes o de flotas de camiones; de contratistas de madera para las minas de Quiruvilca o de algún dueño de hacienda que va a pasar la mayordomía del Apóstol Santiago. Estos techos son airosos, frescos y galantes. Ostentan riqueza. Por ellos el agua escurre acicalada y los pocitos que hacen las goteras al caer son una línea fina y pareja en el suelo. Desde "El Mirador" yo veo que las aves no se atreven a posarse en ellos, juegan a hacerse el amor en los techos viejos. Ellos prefieren esos techos que tienen las líneas torcidas, la curva del algún temblor en su cumbrera, hierbas entre las tejas irregulares, restos de cañas y de colas de cometas; y quizá de lloros y suspiros de sus dueños que viven debajo de sus sombras apacibles. Fuente: Instituto del Libro y la Lectura del Perú y Capulí, Vallejo y su Tierra
– Los tejados de sus pueblos andinos.
– ¿Así? –me admiro yo más todavía– ¿Y por qué es predilección?
– Porque representa muy bien su cultura. Los techos son muy protectores, parecen alas de palomas que acurrucan a sus polluelos. Es muy bello verlos, es único, en verdad ¡maravilloso! Sin embargo, estos techos ahora los estamos destruyendo reemplazándolos por edificios al estilo occidental, hechos de latas, plásticos, cemento y toda la chatarra producida por las fábricas y no por nuestras propias manos como son las tejas o el ichu de las jalcas. Los pueblos son patrimonio e identidad irrenunciable. Defendamos la originalidad y lo genuino del alma de nuestros pueblos. Los tejados no solamente son bellos sino que simbolizan mucho más, son la línea fronteriza entre lo terreno y lo divino y hasta contienen la trascendencia de una comunidad. En su defensa, he aquí unas páginas: Los tejados de mi pueblo "Y llorará en las tejas
un pájaro salvaje"
César Vallejo 1. Y ¿cómo llegó el mar hasta estas cumbres? Desde "El Mirador" de mi casa en Santiago de Chuco, al cual subimos siempre –porque tenemos arriba un jardín de flores que cultivamos en macetas, como: cintias, pensamientos, alhelíes, gladiolos y geranios– miro desde allí un mar de tejados de las viviendas de mi pueblo. Bajo el techo de enfrente, de tejas viejas, estrechas y musgosas, queda el horno de hacer pan, de mi abuela Sofía. Los techos en verdad son mares u océanos, de oleajes ondulantes, apacibles o encrespados, aparentemente inmóviles pero bullentes por la vida que hay debajo. Pero mar al fin, mar de arcilla en razón del agua que cae del cielo, del aire que sopla hecho viento y del fuego que refulge en el sol; confeccionado de tierra amasada, rizada y puesta a hornear en las tejas o del ichu tendido que crece y se trae desde las jalcas y que ahora brilla iridiscente con las gotas de plata de la última lluvia. Pero, ¿cómo es que el mar subió hasta aquí, a estas serranías? O, más bien ¡cómo es que se quedó en estas cumbres!, ¡porque antes el océano estuvo aquí! Eso nos ha explicado el maestro en la escuela y, aunque parece mentira, si lo dice el maestro es verdad. Pero, es más: yo creo que los techos no solo son mar, sino que son barcos que navegan, mástiles de chalanas hundidas que bogan en tierra; quizá incluso quillas de navíos rumbo a las estrellas, la cofa del bajel que es el globo terráqueo. Son los techos las puntas de cometa que se desplazan vertiginosos por el espacio sideral; atalayas hacia el infinito, frontera entre cielo y tierra, bordes de la eternidad que ya sabemos que tiene orillas, como el mar. Eso son los techos, las riberas de la eternidad. Son las utopías ya realizadas o visibles; lo más alto a lo cual hemos llegado, aunque lo triste es que vivimos debajo de esos sueños. Sólo se vive más alto que los techos cuando se los contempla desde las colinas, avizorando los pueblos en la lejanía. 2. Los techos son como los hombres Pero, desde el altozano de "El Mirador" aprendo a reconocer también que los techos, como los hombres, tienen categorías: según la línea de la cumbrera, la calidad de las tejas y la forma de los aleros. Eso sí, esto tendrá que cambiar algún día, para hacer un mundo más justo. Así, hay techos indigentes, torcidos en su línea alta, cubiertos de pedacitos de tejas recogidas de otros techos derrumbados, con magueyes partidos o añosos, con carrizos al aire libre, como coinciden en ser, casi siempre sus dueños. Son techos de mujeres envejecidas que no constituyeron hogares, o que hace tiempo perdieron a sus maridos, o de labriegos sin tierra, o de artesanos acosados y entristecidos por la pobreza. ¡Claro! Antes que estos están los techos de paja que son de casas rústicas o míseras, de familias de huérfanos, o de esposas abandonadas, o de ancianos impedidos; o sino de hogares llenos de chiquillos menesterosos. ¡Esos techos son amarillentos, como pelo de perro sobre el cual moja inclemente la lluvia! Están hechos de tallos de trigo, de rastrojos huecos o, en el mejor de los casos, del ichu de las punas y los pajonales, del cual vienen cargados los pollinos al pueblo. 3. ¿Cómo ando por los caminos? – ¿A cuánto vendes la carga de paja? –preguntan las ancianas de las afueras del pueblo al ver al hombre que pasa con sus burros cargados de paja brava, o ichu.
– A cinco reales cuesta, mamita.
– Y, ¡por qué tan caro, Dios del cielo! Cómo se está poniendo la vida, ¡Dios bendito!
– ¡Es paja de las alturas! ¡Paja larga y fuerte, madre!
– ¡A ver!
– Téngalo y verá.
– ¡Y por qué haces tan flojos los atados, Santo Sepulcro!
– ¡Qué más apretados pues, mamá! ¡Si estuvieran flojos ya se hubieran derramado los tallos por los caminos! Vengo de la jalca, estoy caminando desde anoche, he cruzado la amanecida y llego recién ¡mire a qué hora! ¡Y sin comida!
– ¡Qué va a ser de este mundo! ¡Señor, a dónde llegará esta vida!
– ¡Dos días me demora traerla desde la jalca! Y, ¿cortarla? Y los pollinos, ¿qué comen? Y yo, ¿cómo ando por los caminos? De hambre. ¡Qué más barato pues, señora! – Apéalo, ¡qué lo vamos a hacer! Pero me lo subes y me lo dejas en el altillo, porque estas gallinas lo van a picotear y a regar las ramas por el suelo. ¡Ya no sé qué hacer con estos animales! 4. Techos donde crece la "flor de piedra" Hay otros techos, que distinguimos porque sus tejas son angostas y hondas, de un rojo oscuro, como el poncho de los jinetes en los caminos, casi siempre cubiertas de un musgo verdoso por el lado en que corre el agua y de un liquen de color verde claro, que llamamos "flor de piedra", por el lado en que las tejas tapan las canaletas. Son los techos de las casonas antiguas donde viven caballeros temblequeantes y señoras de mantilla, con muchachotes que cargan sus reclinatorios de terciopelo carmesí, con bordes de cremalina, camino a la misa del domingo en la iglesia del pueblo. Pero, hay un techo que han hecho de calamina, que sus dueños, advenedizos, llegados no sé de dónde, han pintado de rojo, sin duda por la vergüenza que eso les ha producido. El Municipio del pueblo ya los notificó diciéndoles que son indignos, que no serán consentidos, que daña y adultera el alma de nuestro pueblo. El mismo Alcalde hemos oído que le ha dicho al dueño de esa casa: – ¡No señor. O cambia ese techo o se cierra el establecimiento! Felizmente ya lo cambiaron porque los padres de familia de las escuelas acordaron no comprar ningún producto de esta tienda y sólo por tener techo de calamina. 5. Tejas de un rojo encendido Hay los otros techos nuevos, de tejas de un rojo encendido, tirando para naranja y que trato de distinguir de cuál de los hornos del pueblo han sido comprados, porque eso lo reconocemos desde lejos; o del evangelista de la Parva de la Virgen, o del horno de Pueblo Nuevo. Son techos de construcciones recientes, de comerciantes prósperos, de dueños de tiendas de abarrotes o de flotas de camiones; de contratistas de madera para las minas de Quiruvilca o de algún dueño de hacienda que va a pasar la mayordomía del Apóstol Santiago. Estos techos son airosos, frescos y galantes. Ostentan riqueza. Por ellos el agua escurre acicalada y los pocitos que hacen las goteras al caer son una línea fina y pareja en el suelo. Desde "El Mirador" yo veo que las aves no se atreven a posarse en ellos, juegan a hacerse el amor en los techos viejos. Ellos prefieren esos techos que tienen las líneas torcidas, la curva del algún temblor en su cumbrera, hierbas entre las tejas irregulares, restos de cañas y de colas de cometas; y quizá de lloros y suspiros de sus dueños que viven debajo de sus sombras apacibles. Fuente: Instituto del Libro y la Lectura del Perú y Capulí, Vallejo y su Tierra
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