Las marchas del cuatro de febrero: voces indignadas, caminos inciertos

08/02/2008
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  • Opinión
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Millones de voces en Colombia y en otros países expresaron el 4 de febrero, de manera inequívoca, su repudio al secuestro y la condena a las FARC por el recurso a este crimen de lesa humanidad. Ese fue el tono dominante de las movilizaciones que por la magnitud que alcanzaron en Colombia revela un estado de ánimo colectivo, cuya significación social y política no es posible ignorar y es necesario descifrar.

La muerte de los once diputados del Valle del Cauca, el arrogante silencio de las FARC frente a las caminatas del profesor Moncayo, las incidencias de la llegada del niño Emmanuel al seno de su familia materna, la emotiva liberación de Consuelo González y Clara Rojas en medio de la solidaridad internacional,  las duras pruebas de supervivencia de los secuestrados, en particular las imágenes de Ingrid Betancourt y Luis Eladio Pérez encadenados con sus miradas altivamente dirigidas al suelo, la carta de Ingrid a su familia y el dramático relato del Coronel Mendieta sobre las inhumanas condiciones de vida, si así se puede llamar a esa precaria supervivencia, a las que someten a los secuestrados, son todos factores que en su interacción influyeron para producir este estado de ánimo colectivo que se expresó en la insurgencia ciudadana del 4 de febrero.

Diversidad y pluralismo

El punto de convergencia de la insurgencia ciudadana fue y es el rechazo al secuestro. Secuestro al que recurren las FARC, el ELN y los diferentes grupos paramilitares. Para todos estos grupos debería quedar clara la condena masiva de la sociedad a este comportamiento criminal que nada ni nadie puede justificar, mucho menos invocando proyectos políticos de transformación de la sociedad. Las guerrillas, que siguen enarbolando banderas de cambio social, están obligadas a renunciar explícitamente a esta práctica y dejar en libertad a los secuestrados, si aspiran a conquistar algún espacio de legitimidad.

Más allá de este punto de convergencia, la insurgencia ciudadana manifestó la diversidad de posiciones, que corresponde al carácter heterogéneo de la sociedad civil. La posición dominante en la diversidad fue la condena de las FARC, el “no más FARC” resonó en todos los rincones del país. Pero al lado de esta posición hubo condenas al paramilitarismo y a sus crímenes, a los “falsos positivos” de la fuerza pública, a las ejecuciones extrajudiciales, la desaparición forzada, el desplazamiento forzado y a otros crímenes que han marcado el curso de la creciente degradación de la guerra interna que compromete en grados diferenciales la responsabilidad de los paramilitares, las guerrillas y la fuerza pública por las violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario. Esta diversidad de expresiones, más allá de la magnitud cuantitativa, pone de presente un  elemento común: la condena a la violencia, a las atrocidades, al horror que acompaña la guerra que nos azota. Reconocimiento implícito de la existencia de un conflicto, de una situación de guerra que el gobierno sigue empeñado en desconocer.

Las voces a favor del acuerdo humanitario y la solución negociada del conflicto armado se hicieron presentes, lo cual contribuyó a que, al menos parcialmente, la movilización fuera más allá de la condena al secuestro, a otras formas de violencia y a las FARC y señalara perspectivas de salida a la situación. Estas son voces de exigencia de liberación de los secuestrados, de rechazo al recate militar, de crítica a quienes siguen creyendo que esta situación tiene salida por la vía de las armas y de mano tendida para propiciar espacios de diálogo que permitan avanzar en acuerdos humanitarios y en el fin de la guerra por el sendero de la negociación política. Esta fue la postura asumida por muy diversos sectores entre las que hay que destacar centrales sindicales, organizaciones de paz y derechos humanos y algunos partidos políticos.

A pesar de la creciente polarización, que viene siendo peligrosamente estimulada desde algunos sectores de la sociedad y del gobierno, la movilización fue también un espacio para el ejercicio del pluralismo. La diversidad de posiciones y de consignas, de corrientes políticas se confundieron en calles y plazas sin que se produjeran enfrentamientos violentos entre los participantes. Desde esta perspectiva los ciudadanos movilizados dimos una muestra de madurez política, de convivencia en la diferencia, esencial en el compromiso de construcción democrática de la sociedad. Contrastan las expresiones de intolerancia que se dieron en el debate previo a la movilización a propósito de los diferentes sentidos de ésta así como de las modalidades de participación, con el pluralismo y el respeto a las diferencias que se impuso en la calle.

Señalar estos elementos no debe conducir a posiciones ingenuas. Para decirlo de manera contrastada: el 4 de febrero se encontraron en calles y plazas partidarios de la guerra como instrumento para alcanzar la paz, que ven en las FARC la encarnación del mal y cuya extirpación es condición sine quanon para una sociedad en paz; quienes claman porque cesen todas las formas de violencia; quienes consideran que la paz es el resultado de soluciones políticas y transformaciones de la sociedad y que entienden que hay que abrir espacios de negociación, y quienes se sensibilizaron por lo que ha dominado en los espacios políticos y mediáticos en los últimos meses y se indignaron por los horrores de la guerra. Es legítimo pensar que hay allí un importante potencial social para la paz, pero también para la guerra,  y una ciudadanía que redescubre la importancia de la calle, de la acción colectiva y quiere dejar oír sus voces.

Pero también hay que reconocer las ausencias. Muchos, difícilmente cuantificables, se abstuvieron de participar. Para algunos estas movilizaciones se montaron al servicio de la política de guerra, de allí la condena exclusiva a las FARC, y  fueron manipuladas por el gobierno y medios de comunicación identificados con la política de guerra del gobierno;  otros entendieron que el llamado contra las FARC lo que hace es crear un obstáculo más a la liberación de los secuestrados y a los acuerdos humanitarios; otros vieron en la condena parcial de las violencias un encubrimiento colectivo de los crímenes de los paramilitares y del Estado y el ocultamiento mediático del copamiento del estado por el narcoparamilitarismo; para otros se daba un desconocimiento de hecho de las víctimas del Estado y de los paramilitares, cuyos restos reposan en millares de fosas comunes y en lechos de centenares de ríos. Interpretando estas posiciones, algunos han destacado la  asimetría moral de la movilización al no comprender una condena de todos los crímenes y todos los actores en ello comprometidos lo que la convierte, de hecho, en un elemento al servicio de las opciones bélicas, independientemente de la intencionalidad de sus participantes. No se trata entonces de un comportamiento basado en la indiferencia, sino de una concepción diferente que conduce a otras opciones para enfrentar la política de guerra, buscar la paz, la justicia y el reconocimiento de los derechos de la víctimas.

¿Expresión espontánea o manipulación?

“Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”, es tal vez el criterio mas adecuado para abordar esta cuestión. Hay espontaneidad y hay cálculo y manipulación, o en el mejor de los casos, intentos de manipulación. Un llamado hecho por Internet, tuvo un eco sorprendente. ¿Por qué? A mi juicio, porque hay un estado de ánimo colectivo propicio. La sucesión de horrores revelados en los últimos meses, asociados al secuestro y a las FARC y las vicisitudes de la liberación de los secuestrados y su amplia difusión a través de los medios de comunicación contribuyeron a crear ese estado de ánimo, que es un hecho social, sin el cual el llamado, espontáneo o no, no habría tenido eco. Que estos hechos estén ligados a las prácticas criminales de las FARC ayudan a entender por qué el llamado focalizado contra esta organización es tan ampliamente acogido. Producido este hecho, y más allá de las intenciones iniciales de sus autores, la dinámica que se desató abrió espacios y quienes a ellos se vincularon lo hicieron desde sus perspectivas e intereses. El gobierno nacional encontró servida en bandeja de plata una oportunidad para sumar a los golpes militares del último año a las FARC, un contundente golpe político. Los gobiernos son espacios de ejercicio de poder, se mueven por intereses políticos y este gobierno ha subordinado a su lucha contra el terrorismo a través de la política de Seguridad Democrática lo humanitario. Así lo he planteado en otras oportunidades. El gobierno obró coherentemente con sus intereses y coadyuvó a fortalecer el llamado contra las FARC, aún al costo de dificultar un eventual acuerdo de intercambio o liberaciones unilaterales.

Los medios de comunicación son instrumentos complejos, expresan posiciones de la ciudadanía pero también inducen posiciones. Y desde luego responden a intereses políticos, económicos, ideológicos. Contribuyeron, desde sus intereses, a fortalecer ese estado de ánimo colectivo al que me he referido. Por eso la difusión sistemática de las imágenes de los secuestrados y del dramático relato del coronel Merino leído en medio de sollozos por su esposa. Entiéndase bien, no critico su difusión. Bienvenida, hay que seguir haciéndolo. Es una contribución valiosa para formar conciencia colectiva sobre estas atrocidades y sus autores. Pero también hay que difundir otros crímenes de las guerrillas, de los grupos paramilitares y de los agentes del Estado. Que se vean de nuevo, como valientemente lo hizo El Tiempo el año pasado, las fosas comunes de las víctimas del horror paramilitar. Que se repitan esas imágenes, para que no olvidemos. La memoria es condición de no repetición, y elemento de reconciliación. Que no se minimicen las violaciones de derechos humanos que realiza la fuerza pública. No se trata de tapar. Hay que destapar la fosas boscosas en que mueren nuestros compatriotas secuestrados por la guerrilla; las fosas comunes en las que reposan los restos descuartizados de nuestros compatriotas asesinados por los paramilitares;  las fosas en que reposan los cuerpos de campesinos y líderes sociales  víctimas de los “falsos positivos” de la fuerza pública. De nuevo, entiéndase lo que digo, necesitamos frente común, conciencia colectiva ciudadana contra todas las formas de violencia, contra todos los que creen que la violencia es el camino. Y en este frente cada sector tratará de sacar adelante sus intereses.

Finalmente en relación con este aspecto, lo del 4 de febrero es una evidencia de la importancia de los medios de comunicación en sus diferentes expresiones. No se pueden desconocer ni hay por qué criticarlos porque tienen ese poder. Allí están, busquemos puntos de encuentro y agendas con propósitos comunes, para interactuar. Tengo la convicción que la lucha por la libertad, los acuerdos humanitarios y la paz son un punto de encuentro.

Los jóvenes ante las atrocidades de la guerra

Entre las decenas de millares de hombres y mujeres que colmaron calles y plazas vestidas con un amplio espectro cromático, desde el negro que exaltaba el carácter sagrado de la vida hasta el blanco sin leyendas que evoca el cese de la guerra, se destacó la masiva presencia de los jóvenes, hombres y mujeres, que confluyeron, es probable, hastiados de la violencia y la guerra, y deseosos de conocer alguna vez en su vida, una sociedad en paz. Tal vez no sea aventurado afirmar que en esa masiva presencia de mujeres y hombres jóvenes se expresa con mucha fuerza la diversidad de opciones y concepciones: desde quienes quieren la paz a cualquier precio, así sea al precio de un régimen autoritario, hasta quienes piensan que la paz no es indisociable de la justicia, la equidad, la inclusión y condiciones de vida dignas para todos y todas. Esos jóvenes no han conocido la paz, sus padres tampoco y se entiende la legitimidad de su aspiración a ella.

¿Y los familiares de los secuestrados?

Desde un comienzo, cuando se convocó al “millón de voces contra las FARC” y posteriormente al “No más FARC”, los familiares de los secuestrados manifestaron sus reservas sobre la contribución de un llamado de esta naturaleza a la liberación de los secuestrados. Como lo han hecho en las últimas semanas, sin que ello implique apoyo a los secuestradores o al gobierno, sostuvieron la bandera de la primacía de lo humanitario sobre lo político. Por eso su presencia el 4 de febrero en la Iglesia del Voto Nacional. Allí, con la compañía plural de la ciudadanía, de autoridades distritales, dirigentes sociales, políticos, defensores de derechos humanos, constructores de paz reafirmaron su posición de la primacía de la vida y la libertad, su compromiso con el acuerdo humanitario y su llamado a crear las condiciones que conduzcan al fin de la guerra y la reconciliación. Esta posición marca un camino irrenunciable en la situación actual: primero la vida, lo humanitario prima sobre lo político. Ese es el mensaje a los secuestradores, al gobierno nacional y a la ciudadanía.

Caminos inciertos

No hay duda alguna: millones de colombianos convergieron en el rechazo al secuestro y se diferenciaron en sus opciones para conseguir la liberación de los secuestrados, parar la guerra y construir la paz. Sin embargo es dable pensar que esta diversidad de opciones se mueve sobre la base de la condena a la violencia.

La movilización masiva, las calles y plazas invadidas por ciudadanas y ciudadanos es la expresión de un estado de ánimo colectivo, de hastío con los abusos de las FARC y, seguramente, de hastío con muchas otras expresiones de violencia. Se puede pensar que este llamado fue una coyuntura de oportunidad propiciada por la convergencia de factores que enuncié al comienzo de este artículo y que todo se puede menos reducirla a una expresión homogénea. Pero es un hecho social que no se puede desconocer y, reitero, hay que descifrar. Exigencia que se nos plantea a todos, pero sobre todo a aquellos que asumimos responsabilidades en la construcción de la paz y la democracia. Estos hechos sociales son espacios de tensión y de confrontación política. El estado de ánimo colectivo que se expresó el 4 de febrero así lo ilustra. Hay allí un potencial para la paz y la democracia pero también para la guerra y el autoritarismo. A qué sirva finalmente depende en parte de la capacidad de descifrarlo, de interpretarlo adecuadamente y proponer las políticas adecuadas. El desafío es conseguir que nuestra sociedad civil, diversa, heterogénea y activa se incline masivamente por la libertad, la paz y la democracia.

Vale la pena evocar los versos de Antonio Machado:

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
………………………………………
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

- Jaime Zuluaga Nieto es profesor de la Universidad Nacional y Externado de Colombia

Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas
Corporación Viva la Ciudadanía.
www.vivalaciudadania.org

https://www.alainet.org/es/articulo/125629
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