De Blumberg a los niños violentos
Reflexiones para prevenir la nueva campaña mediática
22/11/2004
- Opinión
No es fácil aparecer en pantalla o emitir a través de un
micrófono, sin saber qué decir. Tan acostumbrados están gerentes
de noticias, periodistas y productores a la difusión de temas
por "cadena nacional" que cuando los asuntos de actualidad se
diversifican ellos aparecen descentrados, incómodos. En busca de
un eje que vertebre sus emisiones.
La cuestión de la seguridad, aún cuando les permitió
protagonizar uno de los peores períodos de la comunicación
nacional, los hizo felices. Sabían de qué hablar; y tenían la
certeza de que todos los canales y las radios restantes se
hallaban en lo mismo. Repitieron una y mil veces mentiras
extrarodinarias, se asomaron con rostros y voces compungidas e
indignadas, batallaron cual carnadura pública de la ciudadanía.
Consiguieron entrevistas exclusivas con Juan Carlos Blumberg, a
razón de una por programa, diez o quince veces al día. Le
preguntaron las mismas tonterías desenfocadas y se sintieron
cuasi héroes al pronunciar la frase filosófica más importante de
la historia de la humanidad: "los políticos no hacen nada".
Difundieron mensajes filtrados en favor de Pepe de Palermo
"estoy harto de los derechos humanos" y de Gloria, de San
Fernando: "no se puede vivir más, dónde iremos a parar".
Así que no resulta tan extraño que, en consonancia con la
necesidad del poder económico de volver a bloquear un debate
político sustancioso que viene creciendo en el seno de la
población, retomen el entusiasmo, ordenen los pertrechos y se
lancen con ahínco --por estas horas-- al nuevo combate cívico:
la lucha contra la indisciplina juvenil.
Diez chicos tirando harina y cinco niñas ahítas de pintura en el
Colegio Nacional dispararon el genio de quienes ya nos hicieron
perder seis meses de análisis colectivo sobre los problemas
esenciales de la Nación. Y luego se sumaron inventos varios:
violencia en las escuelas, escaramuzas en una plaza, piñas en un
picado, alcohol en un local nocturno. Todas novedades
gravísimas, como se observará.
Ya emergieron los primeros pensadores: Fernández Llorente dedicó
una hora de programa radial y varias de su grisácea incursión
televisiva a reflexionar sobre el eje "los jóvenes confunden
libertad con libertinaje" y "los padres son responsables por
intentar ser compinches de sus hijos". La primera expresión, lo
confieso, me retrotrajo a los hondos editoriales de José Gomez
Fuentes. La segunda, claro está, me hizo pensar: ¿responsables
de qué?
Como no podía ser de otra manera y a pesar de las recientes
portadas de Clarín intentando esperanzar a la gente sobre el
efecto derrame de los dólares amarillos, el canal de noticias TN
se enganchó sin más ni más y lanzó sus movileros a esquivar
prolijamente toda información genuina sobre la dramática
realidad social argentina y a generar un sinnúmero de coberturas
artificiales sobre hechos de vandalismo juvenil e infantil.
La Rock and Pop hizo lo suyo, claro que desde la transgresión:
cubrió los festejos del Colegio Nacional y buscó, a toda costa,
involucrar en los presuntos desórdenes a "los miembros del
Centro de Estudiantes" sobre los cuales ironizó que "seguramente
son jóvenes serios que no tienen nada que ver con los
incidentes". Por supuesto, logró su cometido, ya que los
integrantes del Centro no eran ajenos a los juegos de sus
compañeros (no se registró "incidente" alguno) y --con razones
ciertas-- solicitaron a los muy rebeldes periodistas que se
retiraran y dejaran de ejercer el rol de "vigilantes".
Es cuestión de horas para que los medios del Estado, en
particular Canal Siete, se sumen al coro y levanten la
palanquita de la transmisión en cadena impuesta por las
corporaciones privadas para "informar" a la población acerca de
lo perdida que está nuestra juventud, nuestros pibes, nuestros
bebés. Emergerán, tras sesudas investigaciones periodísticas de
eficacia profesional indudable, datos acerca de las agresiones
con sonajeros y pelotas de plástico contra Pepe, el de Palermo,
y Gloria, la de San Fernando, quienes no trepidarán en denunciar
--valientemente-- a viva voz, el deterioro del corpus social.
Todos, privados y públicos, lo harán financiados generosamente
por fondos del Estado Nacional. Y aquellos medios que insistan
en debatir sobre los nuevos pagos de la deuda externa, sobre los
indicadores de miseria, sobre la caída salarial, sobre la baja
del poder adquisitivo de los planes sociales y sobre las
exigencias de las empresas recuperadas, serán sabiamente
catalogados como "fuera de la realidad", "negadores de los temas
que quiere la comunidad" o simplemente "opositores
radicalizados" con visiones "subjetivas".
Vamos entonces, preventivamente, a recordar lo señalado durante
la oleada inmediata anterior: según las Naciones Unidas, la
Argentina, Uruguay y Cuba son los tres países de América con
mejores indicadores de seguridad; como los temas se concatenan,
desagregamos y añadimos: también poseen los datos más bajos de
delincuencia juvenil. Y vale observar que las estadísticas
locales, canalizadas por el Indec, hablan de una disminución del
delito en nuestro país a lo largo de los últimos dos años.
Ahora bien. Si el gobierno posee estas cifras ¿porqué admite la
difusión de mentiras extremas, pero además acepta polemizar y
hasta legislar al respecto? No existe una respuesta unívoca,
pero hay un elemento que no es posible desdeñar a la hora de
elaborar la comprensión: el forzamiento de la agenda de
discusión pública en sentido trivial, le permite disponer de las
partidas presupuestarias sin control, resolver el tema de la
deuda sin consultar, sostener el nivel de reparto interno sin
cuestionamientos con altavoz.
Sin embargo, la pregunta que debería interesarnos es la
siguiente: ¿Porqué, si los índices de pobreza son tan elevados,
el nivel del delito es relativamente bajo? Hay dos respuestas
que confluyen. La primera, que es realmente complicado delinquir
en la Argentina sin el concurso de las fuerzas de seguridad.
Secuestros extorsivos, drogas, prostitución, crímenes e
inclusive robos son, al menos, monitoreados por personal
contratado por el Estado para garantizar la seguridad pública.
La segunda, más interesante, que el pueblo argentino, lejos de
constituírse en una masa delictiva, tiende a organizarse en
derredor de organizaciones sociales, cooperativas, fábricas
recuperadas, comedores, redes solidarias. Independientemente de
la catadura moral de cada persona, estos emprendimientos
permiten, aún a quienes han considerado la perspectiva de
delinquir para alimentar a sus familias, una vida más organizada
y menos arriesgada que el siempre complejo mundo del hampa.
Aquella hostigada historia sindical nacional ha dejado su huella
y le brinda nuestra gente herramientas para remar en un mar de
dificultades. No es curioso, entonces, que gerentes de noticias,
periodistas, productores, orientados en grandes trazos por el
poder económico, incluyan entre los portadores del germen de la
inseguridad a estas organizaciones, e intenten vincular --
invirtiendo claramente los términos-- delito con protesta
social. Pues lo que en verdad necesitan es convertir a los
pobladores más humildes de este país en delincuentes
individuales, erradicando así la perspectiva de contar con una
masa crítica de luchadores populares.
Esa es la cuestión. Pero hay una más. En esta nueva campaña no
faltarán el nabo ni el pícaro, desde la función pública y desde
el periodismo progresista, que editorialicen acerca de "la
necesidad de combatir el delito juvenil con los derechos humanos
y no con abusos policiales" admitiendo así la base errónea de la
información. Y, si no nos decidimos a ejercer una libertad
comunicacional plena, asentados en un lugar social y regional
genuino, tendremos otro añito destinado a escuchar las
estupideces de Pepe y Gloria, en lugar de considerar las
necesidades acuciantes de la modesta familia argentina real, que
vive acá a la vuelta.
https://www.alainet.org/es/articulo/110931
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