A los empujones, viene clareando
22/08/2005
- Opinión
El pueblo uruguayo está tomando conocimiento de una realidad que,
desde hace más de 32 años, bajo un ahora reconocido “pacto de
silencio”, le fue ocultada. Y la “operación zanahoria”, lenguaje
semimafioso, ha entrado sin ningún rubor en los documentos suscritos
por los más altos oficiales uruguayos.
Este cambio hacia la verdad, impulsado por el nuevo gobierno, es de
incalculables proyecciones. Actuales y futuras.
Una meta que estaba pendiente
Actuales: cada vez es más difícil encontrar quién salga a defender la
acción represiva durante los años que van de 1972 a 1985. Cada vez
resulta más difícil, también, encontrar a quién defienda la política
de ocultamiento, comandada desde el poder por blancos y colorados,
con respaldos varios en la sociedad, en el mundo académico y
mediático.
La confirmación por la Fuerza Aérea del segundo vuelo de uruguayos
secuestrados en Argentina, es otro salto hacia la verdad y eleva la
gravedad de los crímenes cometidos por la dictadura.
Ante estas verdades hubo vacilaciones. ¡Si hasta no faltó, desde la
izquierda, quien afirmara, hace apenas unos meses, que los problemas
de la impunidad interesaban sólo a un pequeño núcleo de personas!
Pasando por encima de trece años de lucha popular
También parece amainar la pamperada, que contaba con impensables
defensores, de la idea de los dos demonios: Aquello de “Los antiguos
rivales que debieran sentarse finalmente en una mesa para ponerse de
acuerdo y pacificar definitivamente el país”…. Esas frases que usted
tanto ha oído, sencillas como un refrán pero más falsas que un
billete de 12 pesos.
El socorrido esquema de dos demonios pactando y perdonándose
mutuamente, pasa por encima de trece años de lucha popular.
Elude la descripción de lo que fue el régimen de terrorismo de Estado,
no sólo en sus aspectos “militares”, que en realidad fueron sobre
todo policiales sino también la complicidad de una parte del personal
político de los Partidos Tradicionales que usurparon cargos de
gobierno, legislativos, docentes, diplomáticos y demás. Tal teoría
“blanquea” a los dirigentes civiles del proceso, ya que los crímenes
y torturas empezaron antes del golpe de 1973.
Un balance de lo que significó el terrorismo de Estado cobra
importancia hoy, cuando el Estado ha dejado de ser terrorista y,
desde sus palancas, un nuevo gobierno, democrático y popular, procura
que las instituciones sean un instrumento para el cambio social
avanzado.
Recuperar ciudadanía activa
Todos podemos comprobar día a día que los grados de movilización
popular del 2005 son más débiles que antes. Se sale menos a la calle,
se reflexiona en común sólo de tanto en tanto. Faltan
pronunciamientos políticos sobre temas importantes.
Hay, por los menos, dos grandes razones por las que el pueblo
uruguayo está hoy menos movilizado: la primera es el peso de la
desocupación, sobre todo en la industria.
Eso se lo debemos al largo ciclo del neoliberalismo. Acosado por el
hambre y la inseguridad, decenas de miles de trabajadores, antaño
sindicalizados, sufren el agobio de las necesidades del día, sin
tiempo ni fuerzas para ensayar formas de participación activa en la
vida política del país.
La otra razón proviene del terrorismo de Estado y sus secuelas, de la
larga impunidad pasada. Y la impunidad pasada tiende a convertirse en
impunidad presente: si tantos crímenes se pudieron cometer sin
conocerse la verdad y sin que llegue la justicia ¿por qué tendría que
haber verdad y justicia para los delincuentes de cuello blanco de hoy,
los intocables, los mafiosos, los usureros, los usufructuarios de las
licitaciones truchas, de las concesiones y prebendas?
Debilitado su poder de indignación y escépticos acerca de la vigencia
real del Estado de Derecho, muchos ciudadanos tienden a pensar con
fatalismo que todo seguirá igual.
De ahí la importancia, presente y futura, de terminar con la
impunidad. La impunidad quita las energías democráticas latentes en
la ciudadanía, las envenena de escepticismo, de la vieja y criolla
incredulidad.
El contenido de clase de la dictadura
Mirar el pasado situando el protagonismo en la acción perversa de los
dos demonios contribuyó a eliminar de la escena a las otras formas de
protagonismo popular.
Los fautores de la obra habrían sido dos polos chiquitos y pareció
que había muchos interesados en que los trece años de dictadura se
presentaran así, como la historia de una banda contra otra, como la
épica de un grupo de conjurados contra otro, ¡hoy por fin todos
igualmente arrepentidos!
Obsérvese que fue necesario esperar casi hasta fines del 2003 para
que aparecieran las primeras obras, verdaderamente testimoniales,
sobre lo que había sucedido en el Penal de Libertad, hecho que afectó
a, por lo menos, 2873 presos: todo un pueblo. Y lo que pasó con sus
familiares.
Durante veinte años de democracia, el reduccionismo de los dos
demonios llegó a tal punto que casi dejó fuera de la memoria
colectiva el análisis de un fenómeno de dimensión social, como fue el
gran número de presas y presos políticos que hubo en este país.
Porque al número anotado más arriba hay que agregarle el de las
mujeres encarceladas, los miles que estuvieron presos sin ser
procesados y los que cumplieron sus condenas en unidades militares
del interior. Y los desaparecidos.
Incluso limitarlo sólo a los presos no dice todo sobre el terrorismo
de Estado, que fue una malla lacerante que si ciñó de manera opresiva
sobre el cuerpo entero de la sociedad, asfixiándola: proscripciones
políticas, control de los medios de comunicación. Y todos los
ciudadanos clasificados en tres categorías: A, B y C.
Dotados de la facultad de prohibir, los usurpadores en el poder, lo
clasificaron todo: hasta los tangos de Gardel.
Y sobre todo a los trabajadores. Las “listas negras” que permitieron
el despido de miles de sindicalistas a los que luego les fue
imposible conseguir trabajo dentro del país.
El objetivo era paralizar toda forma de resistencia política o
gremial. Todo anhelo de pensar las cosas con cabeza propia.
Como resultado de este signo social de la dictadura, decenas de miles
de obreros fueron arrojados de la ciudad a los barrios marginales,
despojados de buena parte de sus derechos ciudadanos y de los
instrumentos para defenderse ellos y sus familias. Y el salario real
cayó a la mitad.
Están cambiando los tiempos
Ahora empiezan a abrirse, por fin, los tiempos de la verdad. Y de lo
que se trata es de recuperar la capacidad de ejercicio de la
ciudadanía. De vigorizar la conciencia de legitimidad de la lucha por
los derechos, individuales y colectivos, que la larga noche del
terrorismo de Estado procuró extirpar para siempre.
No es hora de balconear
Tanto la parálisis del neoliberalismo y del terrorismo de Estado como
la teoría reduccionista de los dos demonios nos convidan a ser
balconeadores.
En el mejor de los casos, ser hinchas, o seguidores desde afuera, de
éste o del otro. Como balconeadores, no estamos en condiciones de
contribuir en nada, ni en la labor del gobierno, ni en el progreso
del país.
El balconeador no formula demandas ni se organiza. A lo sumo aplaude.
No denuncia, ni juzga, ni da batalla contra los que esquilmaron el
patrimonio público.
El balconeador cree, equivocadamente, que basta con votar bien una
vez cada cinco años.
Por supuesto, el balconeador crece regado por la saliva de políticos
a quienes le resulta confortable mantener a la gente, convertida en
mero público, inmovilizada, como embobado espectador, de sus gestos y
sus hazañas.
El imperio nos acecha
Nos esperan desafíos titánicos. A EEUU no le gusta la amistad de
nuestro gobierno con el de Venezuela ni la reanudación de relaciones
con Cuba.
Los tratados suscriptos con Chávez son vistos como un riesgo para su
dominio económico y militar en la región.
Por ahí están yendo y viniendo los Rumsfeld y toda la caterva de
funcionarios, diplomáticos e intrigantes, que procuran mantener a
nuestra América Latina fragmentada y débil.
Los intereses imperiales cuentan con apoyo en operadores sociales y
políticos ligados al privilegio económico, algunos enquistados en
puntos clave del aparato estatal. Pero su gran aliado es la pasividad
y la resignación.
- Hugo Cores es dirigente del PVP-Frente Amplio,
Cores567@adinet.com.uy. La República, Montevideo, 22 agosto 2005
https://www.alainet.org/es/active/9051
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