Incómodo y revelador testimonio de un soldado
26/09/2004
- Opinión
La publicación del libro de memorias del general O. Pereira ha
irrumpido como una luz inesperada sobre varios temas de
importancia nacional. Una luz, para la que el país oficial no
estaba preparado, demasiado intensa y demasiado blanca, apuntada
a una zona que la nación hipócrita prefiere mantener en el campo
de la reuniones clandestinas y los rumores, en esa penumbra gris
a la que acceden unos pocos elegidos, "que son los que la saben
posta". Y minga de la mentada transparencia republicana.
Esa irrupción echa luz sobre la transición y la primera gestión
presidencial de Sanguinetti, sobre cómo se gestó e impuso la
impunidad y sobre cómo las FFAA siguieron formando parte de la
ecuación de poder conservadora que se ha pretendido erigir
contra los cambios progresistas.
Una presencia "virtual", legendaria, fantasmagórica, apenas
capaz de colocar cobardemente unas bombitas contra algunos
denunciadores intransigentes.
Decíamos que el Uruguay oficial, el de los blancos y los
colorados, no estaba preparado para este testimonio revelador,
que da en el centro de la responsabilidad de los políticos en el
mantenimiento de la impunidad y de todos los recortes que nos
han venido imponiendo a la democracia uruguaya.
El país oficial no estaba preparado.
Todos los antecedentes de este tipo de revelaciones parecen
indicar que pronto lo estará. Y es posible que aguarde a O.
Pereira, sería deseable que no, el destino de todos los que,
como él, iluminan lo impresentable, de todos los que alzan su
voz para enfrentar al Uruguay conformista y cómplice.
Como precisamente le pasó, contra Batlle y Sanguinetti, al ex
director del BROU, Julio Herrera Vargas, en abril de 1968 por
mostrar la estafa que fue la infidencia.
Como le había pasado, diez años antes, al Dr. Carlos Viera,
catedrático de la Facultad de Derecho, por evidenciar los
escándalos y las corruptelas en el Banco Hipotecario.
Como le pasó a José Germán Araujo, por ser indoblegable en las
imputaciones a los violadores a los derechos humanos durante la
dictadura. O, en parte, lo que ocurrió con Leonardo Niccolini,
con sus denuncias contra algunos jerarcas de la administración
presidida por Lacalle. Pero en esto hay algo más, pase lo que
pase con Pereira. En su testimonio hay algo más revelador. De un
saque, nos quita la venda de los ojos sobre veinte, ¡veinte
años! de historia uruguaya. Los veinte años de la interminable
transición.
Años durante los cuales nos estuvieron mintiendo. Sanguinetti y
Lacalle. Sus ministros y sus abogados. Sus aliados, como Gonzalo
Aguirre, cuando amedrentaba "alertando" en el Parlamento que 40
mil fusiles apuntaban a los legisladores cuando éste pretendía
actuar en ciertos temas militares,.
Ahí estaba la fiera enjaulada, las Fuerzas Armadas que lucharon
contra la subversión. Cuidado con ellas. No se podía alzar la
voz ni levantar acusaciones en su contra. Se pondrían
bravísimos. La situación institucional se volvería frágil y
hasta existiría la amenaza de un golpe.
Los representantes civiles tenemos que hacer conducta, no
exasperar a la fiera. En eso consiste la transición en paz,
crédulos compatriotas. Orientales, más que prudentes orientales,
prudentísimos orientales, no hagamos olas. El tiempo borrará las
heridas. No provoquemos ahora a la fiera. Hay que amansarse para
vivir, como exigían en la dictadura de Terra.
Los crímenes de uruguayos en Buenos Aires ya se olvidarán. Lo
que importa ahora es la paz. Con injusticia sí, pero paz al fin.
Con impunidad, pero durmiendo tranquilos.
No, nos dice Pereira, la impunidad no era inevitable. Si el
Presidente de la República, junto con el Ministro de defensa,
Comandante en Jefe de las FFAA, hubiera hecho efectiva su
autoridad, el general Medida no hubiera podido guardar en una
caja fuerte las citaciones que el Poder Judicial remitía, en
pleno uso de sus facultados constitucionales, al puñado de
asesinos y secuestradores acusados de los crímenes más graves
ocurridos durante la dictadura.
Ni la impunidad hubiera sido inevitable ni el hecho vergonzoso
de darle cobertura, siete años después de terminada la
dictadura, a los verdugos del chileno Eugenio Berríos, asesinado
en el marco del Plan Cóndor, perfectamente activo (y criminoso)
mientras nosotros jugábamos a la democracia sin adjetivos.
Cuando la derecha ponía el grito en el cielo ante las
resoluciones de los congresos del FA que hablaban de luchar
contra la tutela militar que se pretendía ejercer sobre la
democracia.
En esto días Raúl Olivera Alfaro ha escrito: "Por otra parte, de
las manifestaciones del Gral. Pereira, surge claramente que a
los distintos partidos que han gobernado el país, en el pasado
les sirvieron los oficiales torturadores y hoy les sirven los
oficiales y soldados impunes. Lo preocupante es que esa
responsabilidad del sistema político no cuente en Uruguay con
los resguardos de un sistema judicial que actúe con valentía y
apego a los fundamentos jurídicos del derecho humanitario
internacional.
Oscar Pereira reconoce que las torturas, asesinatos y
desapariciones de personas durante el proceso cívico militar
constituyeron un "procedimiento bestial" aceptado de "buen
grado" por las Fuerzas Armadas. "Todos aceptamos de buen grado
el procedimiento bestial" de "...el deshonesto saqueo de
viviendas, el ultraje de mujeres indefensas y la perversa
desnaturalización materna de recién nacidos". Esas
"injustificables aberraciones" existieron.
A diferencia de buena parte de la literatura que existe sobre la
dictadura , el libro de Pereira no es un relato de anécdotas
entretenidas o de casos memorables. Aporta elementos críticos,
revela situaciones desconocidas por el pueblo uruguayo y que
ahora aparecen en el testimonio de un jerarca de primerísimo
nivel en la carrera militar.
Proponiéndoselo o no, Pereira levanta un acta de acusación. Por
un lado, contra los jerarcas militares que alentaron e
impusieron las órdenes que violaban gravemente los derechos
humanos. Por otro, marca la responsabilidad y la complicidad de
los jerarcas civiles, de los políticos blancos y colorados, que
comandaron la transición y que aceptaron una salida sin examinar
las responsabilidades de los jerarcas militares en los graves
crímenes cometidos durante la dictadura.
Pero hay algo más. Caída la recriminación sobre el campo de los
civiles, sería erróneo considerar que la responsabilidad le cabe
sólo a los dirigentes blancos y colorados que dieron su
aprobación a la Ley de Impunidad.
La "cultura" de la desmemoria, la permisividad ante el
terrorismo de Estado y de la impunidad se construyó con la
participación voluntaria de gente perteneciente a variadas
disciplinas y mentalidades, desde abogados hasta cronistas e
historiadores: todos aunados en amplificar "los peligros" que
entrañaba reclamar verdad y justicia.
A la luz del testimonio de Pereira habrá que releer muchos
sabihondos y engolados llamados a la prudencia y al realismo por
parte de aquellos políticos conservadores y situacionistas que
hablaban "sabiéndolas todas".
En ese sentido, agrega Raúl Olivera, "este nuevo testimonio
puede ser simplistamente incorporado al imaginario popular bajo
el comentario "ya lo sabíamos". Lamentablemente a nuestra
sociedad en su conjunto mucho le falta saber sobre nuestro
pasado. Y sólo valorando estos aportes, en su justo término y
valor, se podrán articular, desde las fuerzas del cambio,
políticas que desde la lógica de la radicalidad democrática
liberen a nuestra formación social del flagelo de la impunidad
en todos sus niveles y manifestaciones".
* Hugo Cores es dirigente del PVP 567 -Frente Amplio- Uruguay.
Publicado en La República, lunes 27 de setiembre 2004
https://www.alainet.org/es/active/6822
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