Los 8 desafios
29/08/2004
- Opinión
Discurso pronunciado por la historiadora Margarita López Maya en
la sesión solemne de la Asamblea Nacional (27-08-04) con motivo
de la ratificación de Hugo Chávez Frías como presidente de la
República Bolivariana de Venezuela, luego del referendo del
domingo 15 de agosto de 2004.
Hemos sido convocados aquí, a la sede emblemática de la
representación de la soberanía popular, a objeto de expresar el
regocijo que deberíamos sentir todos las venezolanas y
venezolanos por la feliz culminación del referendo revocatorio
presidencial, cuyo resultado ha sido la ratificación en su cargo
del Presidente de la República. Para mí, es mucho el honor y la
responsabilidad de dirigirme a Uds., representantes de los
poderes públicos, y al pueblo mismo, en quien reside la
soberanía de esta nación.
He aceptado esta invitación, como he aceptado una y otra vez en
estos últimos tres años concurrir al espacio público, para
ofrecer a mis conciudadanos y conciudadanas mis modestos
servicios como investigadora y analista del proceso
sociopolítico contemporáneo y reciente. Hoy, cuando considero
que pudiéramos estar en el umbral que conduce a una nueva fase
de la lucha política en Venezuela, no puedo hacer menos.
Confieso, sin embargo, que albergo la esperanza de que la nueva
fase, que intuyo está gestándose y exhorto a todos y todas a que
con sus esfuerzos lo hagan posible, me permitirá regresar pronto
a los archivos, bibliotecas y a la silenciosa tranquilidad de mi
estudio, lugares más privados donde me corresponde estar y desde
donde he salido temporalmente para contribuir con la
reconstrucción de la sociedad y de la República.
El 15 de agosto de 2004 se desarrolló el acto del referendo
revocatorio presidencial. En santa paz. Desde la madrugada, las
ciudades y los campos de este país despertamos dispuestos a
hacer historia. Durante esas 24 horas las mujeres y hombres de
Venezuela estuvimos en la mira de los pueblos del planeta;
medios de comunicación globalizados siguieron hora a hora el
desenvolvimiento del acto. La gente de esta nación nos volcamos
hacia las urnas electorales en un clarísimo mensaje político de
que habíamos aceptado el reto de medirnos democráticamente entre
dos opciones, y que confiábamos en que la institución estatal
del Consejo Nacional Electoral nos garantizaría un proceso
transparente. Cada uno de nosotros hizo un promedio de siete
horas de cola, al rebasarse la logística planificada para el
acto. En las elecciones de julio de 2000, seis millones 600 mil
venezolanos concurrieron a votar, el 15 de agosto de 2004 lo
hicieron casi 10 millones, es decir más de tres millones de
votantes más, que tuvieron que hacer uso de los mismos centros
de votación. En medio de esta incomodidad, la voluntad de la
gente permaneció inalterable y serena. Nos habíamos hecho a la
idea de votar y no nos iríamos sin cumplir con nuestro
propósito.
El primer boletín oficial del 16 de agosto mostró un resultado
claro y una tendencia irreversible. Fue respaldada poco después
por todos los observadores internacionales. La opción del NO
triunfaba en una relación de casi 60-40, es decir, el pueblo
había hablado claro: deseaba que el Presidente finalizara su
período constitucional.
Con la culminación del proceso revocatorio y su resultado, la
sociedad venezolana tiene la valiosa oportunidad de superar esta
fase de la lucha hegemónica que se ha venido librando desde
finales de 2001, y que se ha caracterizado por la utilización de
estrategias insurreccionales para hacerse del poder por parte de
las fuerzas de oposición. Considero que estamos ante la puerta
que nos conduce a un camino más democrático para desarrollar
nuestra actividad política. Gracias a este «contacto con la
realidad» de la relación de fuerzas que existe en el seno de
nuestra sociedad, tenemos ahora la posibilidad de optar por un
sendero de reconocimiento de los adversarios políticos como
iguales, de respeto y tolerancia a sus diferencias, y de
voluntad para encontrar los puntos en común para construir con
ellos algunos consensos, y para reconocer los puntos
irreductibles de las diferencias, para acordar sobre nuestras
diferencias irreductibles los procedimientos democráticos para
manejarlos. La ausencia (de la mayoría) de la representación de
las fuerzas opositoras hoy en la sede de la Asamblea Nacional es
síntoma de las dificultades que confrontan sus dirigentes para
abrir esa puerta y pasar a ese camino. Sin embargo, no perdemos
la expectativa de que algunos de buena o mala manera -voluntaria
o forzadamente- terminarán dando el paso. Los venezolanos y
venezolanas queremos retornar a días más normales, a una
cotidianidad menos llena de zozobras. Los políticos harían bien
en hacer sus mayores esfuerzos para contribuir en la
satisfacción de nuestra demanda.
Los invito en lo que sigue a compartir una reflexión sobre el
porqué y el cómo de esta confrontación política que vivimos y
que afanosamente buscamos superar. Esbozaré en una primera parte
de mi exposición los ingredientes principales que desbordaron
los cauces del viejo régimen político e hicieron naufragar la
democracia representativa. Emergió de allí la propuesta de la
democracia participativa como proyecto alternativo con actores
también alternativos. Considero que a partir de las elecciones
de 1998, cuando ganó esta alternativa, a contracorriente de la
propuesta que predominó en la década previa más acorde con el
neoliberalismo y el poder hegemónico mundial, en Venezuela se ha
venido mostrando una sociedad fragmentada entre dos visiones de
país, dos visiones de futuro y dos aspiraciones de liderazgo que
hasta ahora se perciben como excluyentes. La lucha hegemónica se
plantea entonces en términos maniqueos de todo o nada. A fines
de 2001 la confrontación política así propuesta habría de
desembocar en un callejón sin salida, por la fuerza tan pareja
que parecían tener ambos proyectos políticos. Comenzó una fase
«insurreccional» en la disputa hegemónica en Venezuela, una
fase, que con el resultado del referendo, tiene la posibilidad
de cerrarse para dar paso a la sanación de las heridas por ella
producidas. En la segunda parte de mi exposición deseo exponer
algunos de los desafíos de corto, mediano y largo plazo, que
considero que tenemos como sociedad, si hemos de sobrevivir como
tal en el siglo XXI y labrar un destino mejor para nuestros
hijos e hijas, los ciudadanos y ciudadanas que cosecharán los
frutos que nosotros ahora estamos sembrando.
La lucha hegemónica y su fase insurreccional
Un grupo de ciudadanos y ciudadanas que suscribimos un documento
público elaborado en los días del golpe de Estado de 2002,
intitulado "Un diálogo por la inclusión social y la
profundización de la democracia", sostuvimos que la sociedad
venezolana venía labrando, desde la masacre de El Amparo en 1988
y el Caracazo de 1989, un proceso social y político, en parte
reactivo y en parte orgánico, que reivindicaba la necesidad de
un cambio profundo por una mayor justicia e inclusión social a
través de la profundización de la democracia.
Afirmábamos que ese anhelo era anterior al proceso sociopolítico
que llevó al poder en 1998 a Chávez y la alianza de fuerzas que
entonces lo apoyaba, y que independientemente de la suerte que
este corriera, le sobreviviría.
Sostuvimos esa percepción porque compartimos la idea de que si
bien los problemas de la sociedad venezolana eran de vieja data,
algunos tan viejos como la conformación misma de la sociedad,
también percibíamos en nuestro haber dividendos positivos
derivados de nuestra trayectoria social en el tiempo, en
especial desde la democracia instituida en 1958. Estábamos
convencidos, y sigo convencida, de que con ese bagaje, negativo
y positivo, debíamos avanzar en esta etapa inédita que nos
tocaba. Reconocimos en nuestras discusiones que algunas de
nuestras más graves debilidades, provenían de nuestra historia
de colonización, portadora de lacras de desigualdad e injusticia
en todos los ámbitos de la vida en sociedad, que la república en
casi 200 años no había superado. También pensamos que esos
problemas históricos se potenciaron con el deterioro
socioeconómico sostenido que hemos sufrido desde fines de los
años 70, y del cual aún no vemos salida. A esto, añadimos los
funestos efectos de programas de ajuste y reestructuración
económica de naturaleza neoliberal, divorciados de nuestra
realidad, que agudizaron y profundizaron la exclusión económica,
social, cultural y política, aquí en Venezuela y en todo el
continente.
Pero así como desnudamos los defectos de construcción y
desenvolvimiento de nuestra sociedad en el tiempo, también
reconocimos el proceso de internalización de nuestros derechos
como ciudadanos de una sociedad democrática, que nos aportaron
los actores de la democracia representativa, hoy llamada de
«Punto Fijo». Venezuela es hoy un caso paradigmático de
democracia participativa en el mundo, porque ella se origina
entre otras causas, de la democracia representativa previa, cuyo
Estado entendió e inculcó en el pueblo, si bien no practicó a
cabalidad, la democracia, entendiéndola tanto como un régimen de
libertades públicas como un régimen con aspiraciones de igualdad
y justicia social.
A lo largo de los años 80 y 90, los ciudadanos y ciudadanas
retiraron crecientemente su confianza y votos a nuestra
democracia representativa y a sus actores hegemónicos. La
incapacidad de esos actores para encontrar respuestas creativas
a la crisis, su creciente insensibilidad social ante el
agravamiento de la exclusión de las grandes mayorías, su
ensimismamiento en una realidad cada vez más reducida a sus
entornos privados y privilegiados, impulsó un rechazo de la
política y de los políticos que prevaleció en el clima político
de esos años. Con la masacre de El Amparo y el Caracazo,
episodios imborrables por revelar el estado de descomposición de
nuestra democracia, la sociedad tomó distancia frente a los
partidos y los rechazó, comenzando el ciclo irreversible de su
deslegitimación. Mientras tanto, comenzaron a emerger actores y
proyectos alternativos, buscando afanosamente una alternativa
dentro del juego democrático.
En 1993, Rafael Caldera y Andrés Velásquez representaron esa
alternativa. En 1998, los ciudadanos y ciudadanas, defraudados
por la magnitud de las promesas incumplidas del presidente
Caldera y la alianza de fuerzas políticas que sostuvieron su
gobierno, junto con una debacle de los precios petroleros en los
mercados mundiales, en parte importante responsabilidad misma
del gobierno de Caldera y su política de apertura petrolera,
optaron por un cambio más radical. En diciembre le dieron el
triunfo a Chávez y al Polo Patriótico, con lo cual se produjo
una modificación sustantiva de la lucha hegemónica precedente,
al producirse el predominio político de actores nuevos,
portadores de un proyecto alternativo al neoliberal que había
predominado hasta entonces.
El mapa electoral que emerge de las elecciones de 1998 muestra
ya la sociedad polarizada económica, social, política y
espacialmente que hoy somos y vemos con tanta claridad y
preocupación. Ella es el resultado de más de 20 años de declive
socioeconómico, retracción de la institucionalidad democrática,
y desorientación política. Mientras Chávez, su alianza de
fuerzas y su proyecto bolivariano ganan a nivel nacional de
manera holgada, casi arrolladora en los barrios populares, en
los espacios de residencia de sectores de ingresos altos y
medios triunfan las distintas opciones de oposición que lo
perciben como una amenaza a la democracia y la modernidad.
Nuestras ciudades se disgregan entre territorios chavistas y
escuálidos, cerrados sobre sí, sin comunicación, con unos
espacios públicos donde apenas nos asomamos cuando marchamos
unos en contra de los otros, confinados el resto del tiempo a
nuestros hogares por la inseguridad y hostilidad de nuestras
calles. El fenómeno de la polarización política vuelve a
revelarse una y otra vez en cada comicio que se convoca, sea el
referendo constitucional de 1999, las elecciones de 2000 ó ahora
de manera un poco más pronunciada el revocatorio presidencial de
2004. Pero no vale equivocarse, no lo produjo el discurso de
Chávez, si bien este lo ahondó y exacerbó, ni lo resuelve un
mero cambio de discurso de Chávez, si bien esto ayudaría. Una
sociedad dividida en dos toletes, uno que apoya la
cristalización de fuerzas hegemónicas en el Estado que se dio a
partir de 1998, y que ha probado en ocho comicios que es la
mayoría de los ciudadanos y ciudadanas y otro, una minoría
considerable, que lo rechaza con vehemencia por sentirse ajena,
en contra y excluida del proyecto de futuro que se dibuja desde
el proyecto bolivariano.
El proyecto político «bolivariano», comienza a materializarse,
como es sabido, primero en la Constitución de 1999 y luego en el
Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación 2001-2007 y
otras leyes y normativas. Habiéndose intentado desarrollar en
los lustros previos un proyecto político de orientación y de
intereses cercanos al neoliberalismo y a factores de poder
hegemónicos en el mundo, este cambio generó una reacción de
aguda conflictividad política.
Improvisaciones, torpezas y tendencias autoritarias del gobierno
de Chávez entre 1999 y 2001 se combinaron para añadir más leña a
este fuego. A fines de 2001 y hasta hoy, cuando los resultados
del referendo revocatorio nos colocan ante la posibilidad de
entrar en otra fase, los actores opuestos al proyecto
bolivariano de Chávez y sus fuerzas sociales y políticas han
buscado mediante estrategias de naturaleza principalmente
insurreccional modificar a su favor la cristalización hegemónica
ahora presente en el Estado. Pero han fracasado una y otra vez.
El golpe de Estado el 11 de abril, la huelga general indefinida
con un paro-sabotaje de la industria petrolera, peticiones de
referendos consultivos que buscaron tramposamente constituirse
en revocatorios al Presidente, «guarimbazos», operaciones con
paramilitares, desobediencia militar, llamados a desobediencia
tributaria, territorios liberados, marchas insurreccionales,
crisis institucionales provocadas para crear ingobernabilidad,
la etapa que acabamos de transitar en los últimos tres años y
que ansiosamente deseamos cerrar, está plagada de violencia y
muerte. Venezolanos y venezolanas, hombres y mujeres han muerto,
han quedado heridos o discapacitados por la violencia de esta
confrontación. Decenas de líderes campesinos han sido asesinados
por defender la Ley de Tierras, el lunes 16 no más, tres hombres
con pistola en mano se dirigieron a la plaza Altamira para cegar
la vida de una señora simpatizante del SÍ y dejar heridos a otra
decena de personas. En otras zonas de la ciudad, con mucho menos
cobertura por parte de los medios privados de comunicación, dos
simpatizantes de la opción del NO morían a balazo limpio en
medio de sus celebraciones. Decenas de miles han visto
deteriorarse sus vidas, como consecuencia de la ausencia del
diálogo democrático entre actores políticos a lo largo de esta
turbulencia, en razón de los estragos que estos actos han
producido sobre la economía, y la vida cotidiana de nuestras
ciudades y campos.
Las Furias, diosas que desatan las pasiones y violencias
políticas, son difíciles de aplacar una vez que se despiertan.
Piden más y más sangre.
Pero, así como los atenienses, de la mano de Atenea, la diosa de
la sabiduría, fueron persuadiéndolas a calmarse, ofreciéndoles
un altar en la polis, un reconocimiento a sus status y a sus
poderes, aquí en Venezuela los ciudadanos y ciudadanas debemos
comenzar a buscar que las aguas regresen a sus cauces y que se
aplaquen las furias sedientas de sangre. Atenea y sus aqueos las
persuadieron con la palabra, con el diálogo, con el
reconocimiento. Así nosotros también debemos asumir el
reconocimiento del otro, del que no nos gusta, y con ello
enfrentar los importantes desafíos que tenemos por delante para
aquietar nuestras furias, y alcanzar con esfuerzo una
convivencia en paz, dentro de las diferencias y diversidades que
ahora después de tanta confrontación vemos con más claridad, y
orientar nuestras relaciones por claros procedimientos
democráticos. Sobre estos desafíos quiero referirme en la
segunda y última parte de mi exposición.
La situación actual y las obligaciones de cada quien
Amanecimos el 16 de agosto reconociendo una vez más la entercada
realidad de nuestra transformación de las últimas décadas. Somos
una sociedad fragmentada en dos pedazos, cuyos límites
económicos, sociales, espaciales, culturales y políticos se
trazan desde una lógica de clase. Quien es pobre es chavista ,
pues allí tiene la esperanza de un cambio para él o para sus
hijos; el discurso y el proyecto bolivariano lo incluyen, le dan
una identidad y una pertenencia desde la cual puede moverse en
esta selva en que se ha convertido el planeta globalizado por el
capital financiero transnacional. Si es de la clase alta, es
antichavista , pues allí le prometen un imaginario occidental y
moderno que es fundamentalmente blanco anglosajón y con el cual
se identifica plenamente. Los dirigentes de la oposición son sus
pares, confía en que ellos resguardarán sus propiedades y
libertades ante las amenazas de las «turbas». Ellos le hacen
sentir cosmopolita, ciudadano del mundo. Las clases medias se
inclinan por uno u otro polo, pero las más visibles y poderosas
tomaron el camino de la oposición. Levantadas en los últimos 25
años en sus territorios urbanos incomunicados con los sectores
populares, educados en sus colegios privados, buena parte de
ellos católicos, graduados en universidades que hoy, aun las
públicas, pocos estudiantes de origen humilde asisten a sus
aulas. Rodeados por un entorno familiar y de trabajo afín, donde
los pobres eran cada vez una especie más remota, optaron por
confundir «su» realidad con «la» realidad, «su» país con «el»
país.
Los medios de comunicación se encargaron de acentuar esta
perversión, sobre todo en estos últimos años, donde un mundo
parcial y deformado se presenta ante nuestros ojos cada vez que
miramos el canal 33, 4 ó 2.
Mientras tanto, desde el canal 8, el canal del Estado
venezolano, emerge otro país, lleno de ancestros mestizos y
mulatos, pleno de diversidad cultural y pobreza, un país que
estaba escondido y silencioso, y que ahora marcha triunfante por
las calles porque es mayoría. ¿Cómo restañar la brecha que se ha
abierto entre estos dos países, cómo volver a converger en un
proyecto de futuro? Presentaré a continuación algunos de los que
considero son nuestros principales desafíos.
Primer desafío
Si hemos de tener democracia en el siglo XXI debemos reconocer
que esta es el gobierno de las mayorías con respeto a las
minorías. Creo que los resultados del 15 de agosto ilustran bien
dónde está la mayoría y nos proponen este reto de
reconocimiento. Hasta ayer nuestra democracia fue de élites, de
minorías que pactando entre sí establecían las condiciones para
un orden político que lograba controlar las mayorías a través de
múltiples recursos. Hoy si la democracia venezolana ha de ser
sustantiva, profunda, de verdad, es de las mayorías. Y mientras
los pobres sean la mayoría absoluta de esta sociedad, ellos
escogerán el gobierno nacional. ¿Podrán las élites entender y
aceptar esto? ¿Es tan revolucionario esto de que la democracia
es el gobierno de las mayorías y el respeto a las minorías? En
América Latina y en Venezuela, ese parece ser el caso. Muchas
veces han caído gobiernos por representar justamente a las
mayorías en desmedro de las derechos y privilegios que se han
arrogado las minorías dominantes de nuestras sociedades.
Segundo desafío
¿Es posible que las mayorías dialoguen con las minorías, las
respeten y se avengan a reconocerlas como iguales? El discurso
del presidente Chávez ha sido exitoso en la medida en que ha
sido clasista y ha sido revanchista. El resentimiento social de
las mayorías excluidas por siglos, algunas como las comunidades
indígenas desposeídas de todo atributo de ciudadanía, o pobres
y/o empobrecidos más recientemente, encontraron en el verbo
presidencial una voz que los representara y aliviara en su
dolor. Pero ahora, si hemos de aplacar las furias, como dice la
canción, no se trata de quitarte tú para ponerme yo, de seguir
levantando la roncha del odio de clases y de la diferencia
racial o cultural. Ahora es necesario, sin abandonar las
transformaciones necesarias por tanto tiempo diferidas,
reconocer que ciudadanos somos todos y todos debemos caber en
este pedacito de territorio del planeta.
El desafío de reconocer al otro sigue siendo una materia
pendiente, sobre todo para el liderazgo y algunas de las bases
de la oposición, que se niegan, pese a todas las evidencias
empíricas, en reconocer que el otro no solo existe sino que es
su igual y «por ahora» es la mayoría. Es también de urgencia que
el oficialismo abandone el discurso ramplón según el cual todo
opositor es un «oligarca golpista».
Tercer desafío
Si llegamos a este estado de esquizofrenia y enajenación a
través de un proceso de larga data, tomemos conciencia que la
solución del mismo nos llevará tiempo. La perseverancia no
parece ser un componente muy visible de nuestra cultura
política, pero debemos ahora como una cuestión impostergable
cultivarla y exigirla de nosotros mismos y de nuestros
dirigentes. El inmediatismo político de estos, combinado con
niveles intolerables de ignorancia y oportunismo, nos puso casi
a las puertas de una guerra civil en abril de 2002. El
inmediatismo político de la Coordinadora Democrática ha llevado
una y otra vez a sus bases en los últimos tres años por senderos
que han ido conduciendo más que a una «batalla final», como han
nominado algunas de sus irresponsables estrategias, a un
suicidio político en primavera. Debemos exigirnos a nosotros
mismos, y exigir a quienes practican el activismo social y
político, que superen de una vez por todas, ese pensamiento
improvisado, irresponsable y de mirada cortísima en el tiempo, y
se tracen estrategias de manera inteligente, estudiadas, que
obedezcan a un horizonte utópico, que trascienda el día
siguiente para prolongarse en el mediano y largo plazo. La
política es uno de los oficios más difíciles en una sociedad,
cuanto más cuando esta tiene porciones enfermas por el miedo, la
división y el rencor. Es hora de respaldar a nuestros políticos
más serios y controlarlos para que nos representen
responsablemente en la difícil tarea que tenemos todos por
delante.
Cuarto desafío
El gobierno de Chávez, como legítimo representante del Estado
venezolano, tiene la obligación primera, principal e ineludible
de ponerse al frente del proceso de reencuentro, diálogo y
reconciliación. Para ello debe pensar y actuar desde distintas
ópticas, dimensiones de la vida social, y plazos temporales. El
Estado y las élites que desde ella actuaron en el pasado son los
principales responsables de que hoy la sociedad esté desgarrada
en pedazos y que importantes sectores sean incapaces de verse
unos a otros sin reconocerse como iguales, sin temerse u odiarse
mutuamente. Desde los años 80 y 90, el Estado docente se retrajo
de sus obligaciones de educación de calidad a los ciudadanos de
esta república, obligando a los pobres a permanecer en la
ignorancia o recibir una instrucción de ínfima categoría e
impeliendo a los sectores medios a refugiarse en la educación
privada, mayoritariamente religiosa. Se perdieron unos espacios
de lo público invalorables para el aprendizaje de la convivencia
ciudadana, para el reconocimiento y la solidaridad entre
nosotros, independientes de nuestro origen étnico, condición
económica, ubicación espacial o social. Se perdieron los
espacios por excelencia donde desde la infancia recibimos
referentes y valores comunes o similares sobre la vida que hemos
de compartir. Con acierto el proyecto bolivariano se ha movido
en dirección a recuperar la educación como derecho primordial de
todo ciudadano. Pero debe verlo no solo como herramienta para
superar la exclusión de los excluidos de ayer, para conferirles
una ciudadanía cada vez más plena, sino también como el espacio
por antonomasia donde han de recuperar su identidad venezolana y
reconocerse como iguales en la diversidad, los hombres y mujeres
de todos los estratos y de todas las procedencias étnicas que
habitan esta tierra de gracia.
Quinto desafío
Es también obligación primera e ineludible por parte del Estado
en sus distintos niveles político-administrativos, recuperar las
condiciones de convivencia democrática perdida en nuestras
ciudades, en nuestras urbes, desde hace décadas. Resultado de la
globalización neoliberal, las ciudades latinoamericanas han
profundizado su condición fragmentada, redibujándose los mapas
urbanos para presentar, de una parte, enclaves articulados a los
núcleos de la economía global, y de otra, espacios sin interés
para esa economía, donde sectores mayoritarios quedaron
abandonados a su suerte.
El Estado, mientras tanto, se desentendió de sus obligaciones de
seguridad ciudadana. En Venezuela, el sentido común privativista
que ha buscado predominar en todos estos años de lucha política,
favoreció la colonización, por los más diversos intereses
privados, de los espacios públicos. Como resultado, hoy tenemos
ciudades segregadas por clase: inhóspitas, inseguras, sucias en
los lugares habitados por los excluidos, y resguardadas con
barreras, rollos de alambres de púas, circuitos de protección
eléctrica, vigilancia privada en las urbanizaciones, centros
comerciales de las clases medias y altas, espacios que buscan
infructuosamente erigirse en burbujas de modernidad en un océano
de inseguridad. Ciudades sitiadas las llamó una urbanista,
comparándolas con ciudades medievales donde unos grupos sociales
encerrados en sus castillos se dejan convencer por dirigentes
mediocres de hacer «planes de contingencia» contra los bárbaros
que los asechan. Esta situación llegó a extremos inverosímiles
con la brutal polarización de esta fase insurreccional y debe
ser urgentemente revertida.
Es desafío ineludible de alcaldes y otras autoridades locales
ahora, atender a las ciudades para convertirlas en los espacios
del encuentro y la convivencia de la diversidad que somos.
Nuestros parques, plazas, calles, deben recuperar su función
pública, debe crearse en ellas condiciones que garanticen el
ejercicio pleno de los derechos humanos a la totalidad de la
sociedad y no solo de una parcialidad de ella. En esta tarea
tienen también un papel protagónico los sectores privados y las
comunidades organizadas de todos los sectores sociales. Es
imperativo despolarizar políticamente las gestiones locales,
nuestras autoridades locales deben bajar el protagonismo
político y fortalecer sus funciones como administradores y
gerentes de los problemas básicos de la vida cotidiana, elegidos
por nosotros para resolver, conjuntamente con las comunidades
organizadas, los complejos y difíciles problemas del día a día.
Los cuerpos de seguridad, pieza imprescindible para la vida en
la polis, han sido en esta contienda ejércitos feudales puestos
al servicio de las parcialidades políticas, produciéndose una
máxima vulneración del derecho a vivir con seguridad que tenemos
como ciudadanos, y desdiciendo de las condiciones mínimas en
donde desarrollar una sociedad democrática.
Es imperativo invertir recursos materiales y organizativos en
los servicios básicos de agua, transporte, policía, basura,
alumbrado, limpieza, ornato. Es necesario incentivar
aceleradamente que las comunidades, en armonía con sus
autoridades, diseñen e implementen programas y políticas
culturales, que nos permitan apropiarnos de nuestras ciudades,
sentirnos ciudadanos en ellas, orgullosos de ellas, percibirlas
como amables, seguras, divertidas, bonitas, limpias, encontrar
al otro como un prójimo y no como un malhechor dispuesto a
violar nuestros derechos. Así como debemos elogiar los esfuerzos
recientes por llevar bienes culturales a quienes nunca tuvieron
acceso a ellos, es menester que estas nuevas políticas tengan
como objetivo explícito el contribuir a la construcción de
espacios de integración social. En definitiva, en la educación,
la cultura y la ciudad, me parece encontrar tres grandes focos
estratégicos desde dónde impulsar el reencuentro con el otro, la
reconciliación, la salud social y la democracia participativa.
Sexto desafío
La oposición y los sectores de oposición en general enfrentan el
considerable desafío de ponerse a derecho y reconstruirse a
partir de sus fracasos y logros. Representantes de una porción
considerable y respetable de la sociedad venezolana, por el
beneficio de esta y por la salud de la república, es menester
dejar atrás la confrontación insurreccional. En mayo de 2003
gobierno y oposición, con los auspicios de la OEA, el Centro
Carter y el PNUD, firmaron un acuerdo donde se comprometieron
aencontrar una salida a la crisis política dentro de las pautas
establecidas por la Constitución de 1999. En el punto 12 de ese
acuerdo, explícitamente se comprometieron a respetar y seguir
los requisitos del artículo 72 de la Constitución, que se
refiere a los referendos revocatorios y en el 13 a buscar la
conformación de un nuevo CNE, que llevase adelante ese proceso.
Estos pasos se consumaron y el revocatorio ha concluido de
manera exitosa. La realidad no es siempre la que queremos, sino
la que es.
Francamente, no pueden liderar quienes carecen del instrumental
cognitivo adecuado para captar y comprender la realidad que les
rodea.
La falta de coraje evidenciado por los líderes máximos de esta
porción de la sociedad es motivo de perplejidad para la nación y
para el mundo, y una afrenta a sus bases. Encuestas señalan que
están en el punto más bajo de su legitimidad. Quizás para muchos
de ellos su tiempo político ya pasó, y estamos en la presencia
de figuras fantasmagóricas que se resisten a salir del
escenario. O quizás es esa su manera de salir del escenario. En
todo caso, no tendremos la democracia sustantiva y sana que
anhelamos, si buena parte de los líderes de oposición no cambia
de actitud, o emerge un liderazgo de relevo, que sea capaz de
representar y orientar esa otra Venezuela que está inconforme y,
en algunos sectores, radicalizada contra el gobierno. Constituye
uno de los puntos más inciertos y preocupantes que hoy se
ciernen contra la república. Pero no hay vacíos de poder que no
sean llenados. Es deber de los ciudadanos y ciudadanas luchar
por que el liderazgo emergente oficialista y de oposición sea
democrático, realista e inteligente.
Séptimo desafío
No puedo dejar de mencionar el desafío que tienen frente a sí
las élites profesionales, los intelectuales, los artistas, las
universidades. Reconocer nuestra realidad y comprenderla en su
transformación, herida, enferma, con todas sus potencialidades,
es una materia en la cual este sector social ha sido aplazado
una y otra vez. ¿Cómo salir adelante cuando un grupo
significativo de los sectores pensantes de nuestra nación sigue
ensimismado en un país que ya no existe? Creo que no faltaba ni
una semana para el acto del referendo revocatorio, y una
encuesta de la UCV, a contracorriente de las tendencias
generales de prácticamente todas las encuestas medianamente
objetivas, dio una firme ventaja al SÍ. Lo cierto es que la
actual disposición anímica de muchos de nuestros intelectuales,
estropea sus instrumentales cognitivos para entender los
profundos cambios generados por las vicisitudes de la
globalización sobre sociedades periféricas del capitalismo como
la nuestra.
También parece faltarle a muchos la humildad para reconocer
malos cálculos y equivocaciones, o la disposición para ponerse
al servicio de los cambios profundos que están exigiendo las
grandes mayorías. A ellos los exhorto a abrir los espacios
universitarios al debate de ideas, a la polémica, y sobre todo a
la tolerancia con quien piensa de otro modo. Centrarse menos en
exigencias de dinero y ofrecer más servicios a la sociedad en su
totalidad y al Estado.
Es en el seno de las universidades públicas donde deben formarse
los médicos que necesitamos para Barrio Adentro y para toda otra
política social que permita el ejercicio de los derechos
económicos y sociales a los sectores populares. También
necesitamos arquitectos, ingenieros y urbanistas para hacer
ciudades integradas socialmente, cónsonas con nuestro perfil
tropical y nuestra diversidad cultural; economistas creativos,
que no copien recetas, que el país es petrolero y constantemente
se sale de todo esquema; necesitamos odontólogos, farmaceutas,
internacionalistas, humanistas, que tengan la sensibilidad
social para poner sus preciosos conocimientos y destrezas al
servicio de las difíciles tareas de construir un país que pueda
sentirse orgulloso de sí mismo en el siglo XXI, un país creado
por todos nosotros de tal forma que nos reconozcamos en nuestras
idiosincrasias, donde quepamos y donde convivamos todos en paz y
democracia.
Octavo desafío
Deseo terminar esta reflexión dirigiéndome al presidente Chávez,
a la Asamblea Nacional, y a las máximas autoridades de los otros
poderes públicos que hoy están presentes en la sede de la
Asamblea. El pueblo habló claramente y el 15 de agosto ratificó
al Presidente para que culmine su mandato. Tras ese respaldo
parece haber dicho que el proyecto de país que los bolivarianos
proponen es el que considera más adecuado para orientar la
reconstrucción de la nación. La mayoría de los venezolanos y
venezolanas parece valorar las iniciativas adelantadas por este
gobierno que muy claramente desde 1998 aseveró que el centro
medular de nuestros problemas estaba y sigue estando en la
exclusión histórica y actual que padecen la mayoría de los
venezolanos.
El revocatorio logró la proeza de bajar en 10 puntos los niveles
de abstención que esta sociedad venía mostrando en los últimos
20 años. Ha sido mérito de este proyecto repolitizar a
venezolanos y venezolanas, darles sentido, dimensión de
ciudadanía y de país. Pero aún falta casi todo por hacer. Es un
desafío de grandes proporciones mantener el timón del Estado
firme y derecho en la vía hacia una profundización de la
democracia participativa, no cediendo a las tentaciones
autoritarias y despóticas propias de una institucionalidad débil
y una cultura política democrática, como la nuestra, con
múltiples carencias.
Es también un desafío ineludible, para el Presidente y su equipo
de gobierno, encontrar las palabras y los espacios para dialogar
una y mil veces con quienes se les oponen y sus dirigentes,
buscando el retorno a la convivencia pautada por las leyes. Y
quizás el mayor desafío es valorar y persistir tercamente en la
urgente tarea de construir las instituciones de la V República,
aquellas que nos garanticen justicia e inclusión y que,
independiente de los hombres y mujeres que tomen las riendas del
Estado en sus distintos aparatos y poderes, nosotros los
ciudadanos y ciudadanas de a pie podamos estar tranquilos
pensando que los nuestros, nuestros hijos e hijas y en general
los hijos e hijas de todos los que han escogido este territorio
del planeta para vivir, tendrán la posibilidad de realizar una
vida buena y digna, en una sociedad que los respeta en la
integridad de sus derechos humanos. Es un desafío a la altura de
nuestra sociedad, que ha trabajado tanto en estos últimos años
para construirse un futuro.
Muchas gracias.
* Margarita López Maya Historiadora con PHD en Ciencias Sociales,
Profesora e investigadora de la UCV, Directora de la Revista
Venezolana de Economía y Ciencias Sociales
Agencia Latinoamericana de Información y Análisis-Dos (alia2).
https://www.alainet.org/es/active/6705?language=en
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