Tiempo de votos, tiempos de memoria
26/05/2004
- Opinión
¿Tiene sentido, en vísperas de una elección que designará
a los dirigentes del futuro, hablar de memoria, aludir al
pasado y sus mensajes inconclusos? Apelar a los destellos
fragmentarios que desde la anécdota nos llegan sin
interpretación ni examen crítico. Pensamos que sí.
Es más, pensamos que el corte con el registro del pasado
reciente es en gran medida una operación política.
Perpetrada, sobre todo, por el personal civil que fue
cómplice de la dictadura y siguió luego, en las cúpulas
de la administración, de la justicia y de los partidos,
cuando se restableció la normalidad institucional a
partir de 1985.
Pienso que sin memoria colectiva no hay identidad social
y sin identidad no hay acción política. No solo para los
individuos o los partidos, tampoco para las clases
sociales.
¿Sin identidad desde dónde se elaboran las demandas
políticas? Sin historia, sin identidad, el pueblo es un
conjunto de hombres sueltos, desorientados, sin unidad
para luchar. Unidos apenas en el instante importante pero
efímero de votar. Luego, la soledad y la dispersión
nuevamente.
Sin historia y sin identidad el hombre no se ve a sí
mismo, no se ve en su realidad más profunda que es junto
a otros seres humanos, pensando, sintiendo y actuando
colectivamente.
Desde la soledad, sin identificación y sin memoria, el
individuo se ve como lo quieren mostrar los medios de
comunicación de masas. Y los medios le borran la memoria
y le instalan otra.
"Engañan al pueblo con su propia memoria", decía Roa
Bastos.
Y la primera memoria que se intenta borrar es la de las
antiguas conquistas obreras, los consejos de salarios,
las leyes de protección al trabajador y demás.
Borrar también la memoria de la cultura de organización y
de lucha. Y en lugar del militante contra la dictadura se
induce al individuo para que se piense solo como un
hincha de fútbol o una persona que asistía a los
cumpleaños.
Sin memoria, el huelguista del 73, el obrero o el
empleado que heroicamente defendió la democracia, hoy es
un "don nadie" y en su lugar el que se presenta,
usurpándolo, como héroe de la resistencia es el Sr.
Lacalle, que estuvo unas horas preso y perteneció y
pertenece a un partido que, desde el primer día colaboró
activamente con la dictadura con dirigentes como Martín
R. Echegoyen, Aparicio Méndez, Aureliano Aguirre, Daniel
Rodríguez Larreta, Ciruchi y tantos otros.
Bien distinto a la memoria obrera es lo que ocurre con la
identidad (y la historia) de los ricos, de los que han
mandado y mandan en el país. Ellos llevan la identidad en
la ropa y en los apellidos, en el auto que los traslada
y en el barrio que viven. Son los nietos o los sobrinos
de otros cuyos apellidos les dan el nombre a las calles,
los que desde siempre han estado o están en el Senado o
en el gobierno.
Distinta a esta es la relación con su propia memoria de
aquel que ha nacido o ha ido a parar al Barrio Borro, o
al Cuarenta Semanas y es hijo de un héroe, un
sindicalista que hizo la huelga general, que estuvo preso
porque resistió o porque durante los 10 años salió a las
calles clandestinamente para escribir "abajo la
dictadura" o "libertad para Seregni", arriesgado el
pellejo y la libertad.
Ese muchacho que a lo mejor ya conoció el Iname o el
Comcar, no sabe que es hijo de un héroe. No sabe que de
las filas donde trabajaba su padre o su madre, obreros
como ellos, salieron hombres como León Duarte, Gerardo
Cuesta, Héctor Rodríguez y Gerardo Gatti. Se sentiría
mejor sabiendo que estos son de su misma clase.
Si a este trabajador pobre le ha ido mejor, ahora es un
ciudadano que a lo sumo tiene un mal empleo y viaja en
bicicleta. No sabe, porque el sistema no quiere que sepa,
que él, hijo de un héroe de la resistencia obrera
democrática, de los únicos enfrentaron al fascismo en el
Uruguay, tiene un gran potencial para cambiar al país.
Por lo que heredó de su padre, y de su madre, que lo
visitaba y le llevaba yerba cuando el viejo estaba en el
penal,
No sabe cuanta fuerza tiene él, el joven hijo del obrero-
héroe y la madre luchadora, los dos desconocidos. Ni
tampoco sabe del heroísmo actual de él, del suyo, joven y
desocupado o mal ocupado, que en las peores condiciones
de trabajo sigue peleando con dignidad contra la
adversidad económica y social para criar a sus hijos.
A lo mejor, si supiera mejor todo el heroísmo que
derrochó la gente como él en el 73, sobrellevaría mejor
la pobreza a la que lo arrojó el cierre de las fábricas
que los liberales como Lacalle, Batlle y Sanguinetti
hicieron con Cristalerías, Hildu, de Faname, PHUASA,
Ghiringhelli, Martínez Reina o Lanasur y de cientos de
otras fábricas y lugares de trabajo.
Sabiendo todo aquello, él quizás ahora estaría viviendo
igual, sin plata para el boleto y sin planes para comerse
con su familia unas pizzas con muzzarela atendidos en un
bar a las que legítimamente tiene derecho. Estaría sin
eso y sin muchas otras cosas. Pero con un ánimo distinto.
Estaría sabiendo que llegarán otros tiempos. Los tiempos
que la tortilla se vuelva. Estaría sabiendo que va a
cobrar lo que le corresponde de la deuda social, la que
le debe el Estado uruguayo, de todo lo que le debe esta
republica que siendo democrática se ha vuelto un régimen
de clanes de privilegio de un lado y de muchedumbres de
excluidos por otro.
Estamos un poco omisos con esa memoria de la deuda
social. Y si nos quedáramos por fuera, no estaríamos en
condiciones de orientarla, en transformarla en energía de
lucha.
Olvidada, la deuda social, que se muestra ahí revolviendo
tachos para alimentarse, parece no pesar frente a la
otra, tan encumbrada y prestigiosa, la deuda pública.
Internacionalmente famosa, bien vestida, desfilando por
las pasarelas iluminadas. La deuda pública con los
acreedores extranjeros sabe hacerse oír, sabe como
presionar, tiene miles de voceros, abogados, y
"políticos-realistas" de todos los pelajes todos pidiendo
por ella a coro, como para meter miedo: ¡si no nos pagan,
nos dicen, quedaran aislados como los leprosos, si no nos
pagan no tendrán ni insulina!
Las deudas públicas han nacido en la dictadura y de los
cómplices de la dictadura, pero se visten bien, con las
galas de la democracia. Nunca nadie les leyó el
prontuario. Ni se sabe a dónde fueron a parar los
empréstitos así contraídos por el país. Otra forma del
secreto bancario. Y si alguien lo quisiera saber, no
faltaría un Sanguinetti que considerara que esos
hechos... están comprendidos en la Ley de Caducidad, como
ocurrió con las estafas contra el Banco Hipotecario.
Frente a eso, la deuda social, con sus acreedores parias
desocupados y dispersos, mal vestidos y peor informados,
es difusa e ineficaz. Solo un gobierno popular las
iluminará y las hará visibles para que esa deuda,
fundamental, sea resuelta.
Volvamos al principio, a los hijos y los nietos de los
que hicieron la huelga general, que junto al acto del 9
de julio, fueron los único actos de resistencia
democrática que se realizaron en el país.
Activando un poco la memoria, a esa función subversiva de
la memoria que nos hace humanos, el hijo y el nieto
comprenderían que esta victoria por la que estamos
trabajando, será la de ellos. Será la de los que hicieron
la huelga general y la de sus hijos y de sus nietos. Será
la de los que perdieron y ganaron aquella huelga y
después perdieron y perdieron las fábricas donde
trabajaban.
¿De quién otro podría ser esta victoria?
* Hugo Cores, es dirigente del PVP-Unión Frenteamplista
https://www.alainet.org/es/active/6185
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