¿Cuánto vale la democracia?
- Opinión
El último informe del Banco Mundial pone las neuronas a trabajar. Sobre todo cuando subraya que China sacó de la marginación a 200 millones de personas en 20 años sin que sus reformas se apegaran a los dictados de los organismos multinacionales. La conclusión del Banco Mundial es un auténtico manjar para cualquier intelectual que se precie, incluidos los periodistas que nos solemos colar de rondón en ésta y otras batallas. ¿Cómo es posible que la China totalitaria, recortadora de libertades, abominada en suma por las democracias occidentales, logre plantar cara a la pobreza redimiendo a un porcentaje significativo de su población? Cualquier respuesta, y habrán de convenir en ello los que proclaman las libertades a diestro y siniestro sin reparar en otras estadísticas, llega a nosotros con un embarazo de nueve meses, tan cargada como inescrutable.
El ejemplo chino nos incita a una de las preguntas clave de nuestro tiempo: ¿es la democracia sinónimo de desarrollo? Mucho me temo que la respuesta habrá que encontrarla en otra galaxia. Porque lo que reflejan los números macroeconómicos, a los que son tan adictos los neoliberales, es que el gigante asiático ha conseguido abatir los parámetros de pobreza sin recurrir a las urnas, sin hacer gala de las libertades, sin amnistiar al prójimo. Y de inmediato surge un nuevo cuestionamiento: ¿lo que realmente cuenta es que las personas, con nombre y apellidos, venzan a diario a sus enemigos cotidianos, hambre y analfabetismo, o que ejerzan derechos sacrosantos? La respuesta de los ilustrados es evidente: primero la democracia, y lo demás vendrá por añadidura.
El problema es que no hay un solo país en el llamado Tercer Mundo que haya podido compatibilizar ambas cosas. La excepción, quizás, y estirando lo estirable, es Costa Rica, claro, con la subvención histórica, oportuna, medida, de los Estados Unidos. Dicho esto, habrá que convenir que los beneficios de la democracia se corresponden con determinado progreso social. O, lo que es lo mismo, que las urnas cursan con colectivos que han superado necesidades primigenias. Basta con echar un vistazo al mapa que nos ocupa para constatar que la denominada civilización, democracia, más democracia, más mucha más democracia, sólo casa con aquellos países previamente civilizados, es decir, con los que han superado el estado de necesidad uterina. Los menos, en este planeta tan urgido de supervivencias de toda índole.
En este contexto, el informe del Banco Mundial calza como anillo al dedo cuando hace referencia a América Latina y sentencia que un "agudo y preocupante" problema de desigualdad en la distribución de la riqueza mantiene estancada la lucha contra la pobreza en ese continente, que tal como están las cosas en esta aldea global es sinónimo de cualquier otro continente, salvo Europa, una parte de América del Norte, Australia y ciertos cantones asiáticos. La realidad, tras años de batallar en busca del progreso, es incontestable. Y nos remite a la lectura de libros que creíamos superados. No sirve de nada generar riqueza, con todos los batallones de empresarios que tengamos a bien montar, si esa plusvalía no contribuye a sacar del hoyo a los más necesitados. Y para ello sólo cabe el empeño, político, tenaz, de todos los que andamos sobrados, por más que las facturas nos agobien a final de mes.
Cuando el Banco Mundial, institución mediatizada donde las haya, alerta sobre el estado en el que se encuentra el planeta, es porque el rumbo que hemos elegido nos lleva a la deriva. Y si pone como ejemplo de superación social a la demonizada China, tan capitalista ella como comunista, es porque andamos en cueros, ideológicamente hablando. Ni más, ni menos.
-Luis Méndez Asensio es periodista y escritor
Agencia de Información Solidaria.
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