ALCA: Negociación para rato
- Opinión
La reunión que congregó en Miami a más de una treintena de Ministros de Comercio de América, pretendía reflotar el mercado común en un continente que atraviesa por una de sus peores crisis, tanto en el aspecto social como en el económico.
La revitalización de un Tratado de Libre Comercio (ALCA) que comprometa a los países localizados entre Alaska y Tierra del Fuego en una progresiva apertura de sus fronteras, está siendo auspiciada por Estados Unidos desde hace por lo menos una década, consciente de que tiene que amarrar nuevos mercados ante la amenaza comercial que representan sobre todo la Unión Europea (UE) y China, cuya expansión sólo cabe calificar de prodigiosa, máxime si tenemos en cuenta que el régimen comunista sigue levantando suspicacias en buena parte del planeta con la liberalización de su mercado y la apuesta decidida por la competitividad, mientras mantiene apretadas las tuercas de la política y castiga a la disidencia.
Es necesario mencionar, para ilustrar el magnífico despegue comercial de los chinos y los temores que este auge despierta entre los países emergentes, que las carpetas que se les facilitó a los asistentes a la reunión de Miami fueron facturadas en el país asiático cuyo logo ocupa ya un lugar muy visible en los tenderetes internacionales más diversos. Con la ausencia de Cuba, que sigue pagando un precio desmedido por su plantón ideológico, los representantes del comercio americano se propusieron en Miami afinar la agenda que debería concluir en 2005 con la entrada en vigor del ALCA, que integrará a 800 millones de habitantes poseedores de un Producto Interno Bruto (PIB) de unos 14 billones de dólares. Sin embargo, los obstáculos para que el ALCA avance conforme a los deseos de Estados Unidos, empeñado en diseñar un mercado común que responda fundamentalmente a sus necesidades y no tanto a las urgencias del colectivo latinoamericano, no sólo no han sido superados sino que se perfilan como desafíos de primer orden.
En primer lugar, porque las millonarias subvenciones que el Gobierno de Washington destina cada año a sus sectores más vulnerables, especialmente la agricultura, representan un agravio comparativo que los países latinoamericanos difícilmente pueden aceptar si no hay significativas compensaciones económicas de por medio, ya que la sobreprotección que Estados Unidos practica mientras, paradójicamente, demanda a sus futuros socios que declaren la apertura integral de sus fronteras, daña severamente las posibilidades de crecimiento de muchas economías latinoamericanas que tienen en el sector agropecuario sus mejores, y casi únicas, bazas comerciales.
El caso de México, que firmó en 1993 un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, es un claro ejemplo de que el intercambio sin trabas entre países desiguales favorece en lo sustancial a las economías punteras por más beneficios parciales que el acuerdo pueda reportar al socio deprimido. Junto a las subvenciones agrícolas, que estrechan notablemente el margen de maniobra de los países sureños, hay que destacar también las resistencias que ofrecen los grandes países sudamericanos a cualquier tutela promovida desde el norte.
Brasileños y argentinos consideran, y no les falta razón para ello, que la hegemonía estadounidense es hoy por hoy avasalladora y que cualquier tratado de libre comercio con la primera potencia del mundo repercutirá negativamente en su soberanía económica y, por ende, en su independencia política, habida cuenta de la marcada subordinación que existe entre la una y la otra.
La advertencia de la Iglesia católica argentina, que ejerce en este rubro de abanderado de los inconformes, sobre las malas derivas de un ALCA que naciera descompensado, no es una preocupación excepcional. Son muchos los sectores que entienden que la apertura comercial puede traer "consecuencias muy graves" para la zona si refleja el "desequilibrio de intereses y poderes" entre las naciones americanas. En un continente atravesado por la miseria y debilitado institucionalmente, la recomendación eclesiástica adquiere rasgos de proclama.
La historia nos enseña que Estados Unidos rara vez ha viajado hacia el sur con la mirada puesta en una relación entre iguales. Todo lo contrario. Sus incursiones han generado en multitud de ocasiones graves atropellos en la región, tanto económicos como políticos. Esta impresión, avalada por las hemerotecas, pesa y mucho sobre las negociaciones que tuvieron lugar en Miami. Y de ahí el recelo hacia el ALCA que se apodera de los grandes actores secundarios de América Latina cada vez que Washington utiliza los micrófonos para hacer propaganda del mismo. Con excesiva frecuencia, por cierto.
-Luis Méndez Asensio. Periodista y Escritor.
Agencia de Información Solidaria
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