La necesidad de un ombudsman militar en México
23/09/2012
- Opinión
Introducción
El ejército en nuestro país históricamente ha sido un tema de lo prohibido “con los verdes no te metas, porque matan y entierran” reza la jerga popular. El presente trabajo fue inspirado por la experiencia adquirida en 43 años de servicio, desde 1963, como cadete en el Colegio Militar y durante la carrera militar en el activo del ejército como oficial, jefe, hasta el rango de general en diversos cuerpos de tropa: Heroico Colegio Militar, Escuela Militar de Equitación, Escuela Superior de Guerra y Estado Mayor de la Defensa Nacional.
Juramento
El primer acto oficial en que participé dentro del Heroico Colegio Militar fue la “Entrega de Espadines” en la ceremonia del día 13 de septiembre de 1963, cuando juré a la bandera y a la Constitución General de la República.
Al recibir mi espadín recordé las palabras que comentaba mi padre en sus pláticas, una réplica del espadín: “no me saques sin provecho, ni me enfundes sin honor”. Es decir, no uses las armas que la nación pone en tu mano si no es por el honor de la patria. En su empuñadura tiene resaltada el águila del escudo nacional y grabado en su hoja: “por el Honor de México”. Fue una ceremonia emotiva, todavía la siento y la recuerdo profundamente; en ella me convencí de mi vocación militar.
¿Qué significa para un púber, a esa edad, ofrendar a la bandera que unge a la patria con su ondear y su sombra, jurar a la Constitución de la República que recoge el espíritu de la nación, y recibir las armas para defenderlas? En mi conciencia, esto es un pacto de honor, de lealtad institucional y un compromiso moral con la patria.
Lo emotivo no fue el ambiente engalanado en que me encontraba, los brillos del latón y el oro, la música y los uniformes que muchas veces son un espejismo, sino que tomaban forma los principios inculcados por mis padres, los consejos de mis maestros, la inspiración en mi novia, la coherencia con la experiencia vivida y el conocimiento de la responsabilidad ética que sobre mis hombros recaía.
Me quedaba claro que a quien juraba respeto y lealtad era a las instituciones del Estado, de mi país, a la bandera y lo que ella representa, no a las personas, a ninguna persona por más poder que tuviera. Los recuerdos me empezaron a saltar, pasó por mi mente toda mi vida, bueno, los primeros dieciséis años.
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