A 6,570 días del levantamiento armado del EZLN (XXIX)

13/06/2012
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En la navaja: El éxodo por la vida y la destrucción de poblados zapatistas

 
En el municipio de Altamirano, los pobladores de Morelia debieron abandonar intempestivamente sus parajes la noche del 9 de febrero y madrugada del día 10. Había que ir sin cosas pues se tenía que caminar, como dicen por acá,  ligero. Además que había tenía que jalar con las/os niños, que afortunadamente abundan en estos pueblos, las y los ancianos, y con no pocas mujeres embarazadas que, en este éxodo por la vida, dieron a luz a sus críos en las peores condiciones y a la orilla del camino. Bastó la partera, una o más lámparas de mano, unas garras, como dicen en el norte, para limpiar a la criatura y algo de agua para asear a la madre parturienta. Quizás les dieron algo de reposo y vámonos que atrás avanzaban las hordas del fantoche  y traidor de Zedillo. Todas verde olivo y con su maquinaria de guerra.
 
Las gentes de Morelia debieron caminar, al menos, 40 kilómetros para llegar al lugar de refugio. Distancia que una persona joven en una urgencia puede recorrer en 10 o 15 horas. En las condiciones que se desplazaron esa noche las gentes de Morelia a duras penas lo hicieron en 20 ó 30 horas. Ahí estaban al fondo de la cañada. No sé si los mandos zapatistas consideraron que ese era el lugar más seguro o simplemente ya no había pa’onde jalar. Lo cierto que el lugar elegido pronto se volvió en un lugar común y de comunión. Y como siempre pasa en los tiempos de krisis, en los momentos de decisión, la multiplicación de los panes se hizo. Todo se hizo común y todo fue de todos. Cuando venimos a ver ya teníamos una taza de café caliente en las manos. Creo que el Chus nos la invitó. En la oscuridad de la noche pudimos identificar las patrullas de zapatistas que en fila de unos ocho combatientes, algunos con foco en mano, haciendo de luciérnagas, recorrían el lugar o salían a alguna misión. Eran como alguna vez los llamó Marcos: “Los que caminan de noche”.
 
Por la mañana del día siguiente pudimos recorrer parte de ese enorme e improvisado campamento y ver las caras que preguntaban sin hablar: ¿Qué va a pasar? ¿Cuándo podremos regresar a nuestros pueblos? ¿Qué  pasó con mi casa, mis cosas, mis animales?  Por supuesto, además de la incertidumbre los rostros reflejaban temor pero también, de indignación y rebeldía. Que nosotros hubiéramos podido entrar y llegar hasta ahí podía ser buena señal. Al menos sabían que el avance de la tropa se había detenido, al menos, en esa cañada. Que a maquinaria de guerra se había emplazado a algunos kilómetros de Morelia. Además, el sistema de comunicación zapatista de loma a loma seguía funcionando y eso era una ventaja para que las fuerzas zapatistas y la población estuviera al tanto de la situación. Ahí nos enteramos del nacimiento de Toñito en el mero cruce de los ríos. Al menos había  agua suficiente a mano.
 
Salimos de ese hermoso lugar que contrastaba con la tragedia de esos hombres, mujeres, niños… y los recién nacidos zapatistas. Jóvenes que ahora deben de andar en sus 18 años, entrados en los 19 y que van en chinga pa’los 20. Es decir, ahora son parte de las nuevas generaciones zapatistas en resistencia.  El recorrido fue tranquilo y sin pormenores. El zanjón que nos obligó a echar a andar el talento,a construir un puente jamás visto en la historia de la ingeniería y en un record de tiempo para que pasara un automotor, había sido rellenado. El vochito respiró aliviado. Eso también era una buena señal. Sin embargo, la desolación fue la misma. Llegamos a Morelia y a unos 3 o 4 kilómetros de ese poblado  el Ejército federal había emplazado una  batería de cañones que apuntaban  hacia el fondo de la cañada.
 
Hice mi reporte y lo mandé a La Jornada, sin embargo, inimaginablemente penoso debe haber sido el trayecto de las y los ciento de indios  huyendo que mi reporte no pudo describirlo a cabalidad. Recuerdo el fuerte, indignado e irónico reclamo de Emily y Bill, una pareja de ingleses internacionalistas vinculados a la CONPAZ que coordinaban las caravanas de solidaridad. Él y ella estaban  la noche de la Traición en Morelia y tuvieron que salir huyendo junto con los pobladores del lugar. Es tocó ver y sentir el drama de los pobladores abandonar sus hogares a toda carrera. Ver y sentir como se sumaban otros tantos en el trayecto. Escuchar y sentir el llanto de las niñas y los niños. Ver y sentir la desesperación de los hombres y las mujeres en la huída, dando tumbos, en largo trayecto de noche que, en esas condiciones pudo parecer interminable. Mi reporte debe haber parecido vacío, algo así como cuando una persona que jamás ha vivido y padecido el hambre  habla, en los foros, del hambre. Marcos comentó algo así, en ese entonces: Lo que es nuestra fuerza se convirtió en  nuestra debilidad.
 
De Guadalupe Tepeyac
 
El Subcomandante escribió sobre la destrucción de Guadalupe Tepeyac y la fundación, en una loma,  del Nuevo Guadalupe. De la destrucción y toma del simbólico Aguascalientes 0 por la soldadesca. También describió la destrucción de Prado, de ese lugar donde quedó abandonada, como la Muñeca fea,  la pipa mocha del Sub. La prensa reportó   la muerte de tres insurgentes en La Estrella que, quizás, decidieron contener a los federales. La destrucción y la contaminación de las fuentes de agua en La Garrucha y los destrozos en La Sultana, el poblado del compañero Francisco Gómez, el Señor Ik. Comandante que cayó en los combates en el mercado de Ocosingo: “Hicieron pedazos las ollas, cazuelas y comales de barro en busca de los zapatistas”, reportó con ironía una periodista.
 
Cuatro años después, dialogando con Marcos - el poeta guerrillero en las montañas del sureste mexicano -, Javier Sicilia, - el poeta cristiano/anarquista/pacifista/urbano -, escribió: “Me narra (nos narra) cómo una mujer tojolabal, a pesar de las duras condiciones parió como María en la gruta de Belén, un niño, un indígena llamado Lino o tal vez Juan Diego o Jesús, es lo mismo (todo niño que llega a este mundo en medio del frío, de dolor y de la adversidad creada por los hombres, se llama Lino, Juan Diego o Jesús), y cómo ese niño “nació vivo (…) para contradecir a quienes habían decretado su muerte, o más bien para decir que la respuesta (de esos indios) a la traición era la vida, la resistencia a morir, la resistencia a ser vencidos, la resistencia a rendirse, la resistencia”. Me narra (nos narra) cómo fundaron en una montaña, alrededor del templo (como debía ser siempre en nuestras vidas) el segundo Guadalupe Tepeyac en el exilio. Me narra (nos narra) cómo fueron destruidas dos las imágenes de la guadalupana en el primer Guadalupe Tepeyac, cómo ese primer templo fue convertido en burdel y en basurero, cómo sus campanas de bronce fueron robadas. Me narra (nos narra) cómo ese pueblo invisible, en un desafío de dignidad que grita “¡Aquí estamos! ¡No nos rendimos! ¡Resistimos!”, colocó en lo alto de una loma una manta con la imagen de la Guadalupe que sólo ven los guadalupanos, ustedes, cuando a veces pasan por ahí, “helicópteros y los aviones del Ejército que diariamente sobrevuelan” ese poblado y, dice usted, refiriéndose a mi fe, “quien está mas arriba, hasta allá, bien alto…”
 
Después de ese conmovedor relato, uno no puede responder sin un sentimiento de vergüenza por lo mucho que siente y lo poco que da  sus semejantes más desamparados. Pero tiene que responder si se considera un hombre, y ese hombre que soy sólo puede hacerla a la luz de su fe. Desde ahí lo hago.” (Javier Sicilia, la voz y las sombras, artículos de proceso. Proceso 1209/2 de enero/2000,  p. 329)
 
Del Aguascalientes 0
 
Otra noche de este interminable ir de un lado a otro. De los tres, uno duerme; otro, a la luz de una vela, lee...
­
Aquí dice que el ejército federal destruyó Aguascalientes, que no quedó nada... Parece que hundieron nuestro barco ­dice el otro yo levantando la vista del periódico.
El Sup se ríe.
­
No parece importarte ­dice con reprobación el otro yo.
­           
Ven ­dice el Sup.          
 
Camina hacia la parte más alta de la loma. El Sup empieza a sacar cosas de sus bolsillos: una canica de las llamadas "agüitas", un cordel, una piedrita, un botón tercero de pantalón, camisas de tabaco, hojitas secas, una navaja oxidada, un lapicero roto y un pedacito de espejo. El Sup lo muestra: al frente es un pedazo de espejo como cualquier pedazo de espejo. El Sup lo pone en el suelo, con la parte opaca viendo al cielo.
­
Veamos qué tenemos en el lado oscuro de la luna ­dice, y sopla un poco de humo de su pipa sobre la superficie oscura...
 
Sucede una luz incandescente, verde esmeralda. Gira en remolino y se extiende como un gigantesco caracol. Cubre la montaña. De pronto ya no es luz, es agua, es mar...
 
Olas gigantes sacuden la montaña, ahora convertida en arrecife. Un viento fiero barre una playa de corales afilados, de rocas que apenas asoman su punta, como cabezas de monstruos marinos. Es una tormenta, no hay duda. El cielo luce una capota de negro mate y es tan noche la noche, que no se distingue del mar. Sólo la espuma del reventar de las olas contra el arrecife señala diferencia entre las opacidades de arriba y de abajo. Una lucecita, a lo lejos, brilla como una esperanza cintilante. ¿Un barco? ¿Aquí? Veamos...
 
Sobre cubierta y enganchado el garfio reluciente al timón, el subpirata esconde el ojo único a la áspera caricia del viento. Por ratos trastabilla su pata de palo en el vaivén rudo del navío. El velamen es apenas un fleco bamboleante, un fantasma desgarrado, un blanco grisáceo entre tanto negro. Un relámpago dibuja, por un instante, la silueta de la nave. ¡El Aguascalientes! Una mueca que se pretende sonrisa desdibuja el barbado rostro del capitán, el pirata perseguido. Permanece fijo el timón. Lejos, muy lejos, una claridad anuncia mares tranquilos. ¿El rumbo? La esperanza. El Aguascalientes... pero debe tratarse de una alucinación... La nave fue torpedeada por la flota enemiga hace días... No, no hay duda... Es el Aguascalientes... Un poco maltrecho, es cierto, pero el mismo. La delirante paradoja de la selva zapatista. Ahora se mueven los labios del pirata. Una larga letanía, que no es un rezo sino pagana plegaria, empieza a herir y desgarrar la noche. Retazos de esas feroces e irreverentes cuchilladas al olvido, quedan flotando sobre aire y olas...
 

"Sucede que me canso de ser hombre..." (1)
 
"Cuando llegue el día
del último viaje
y esté al partir la nave
que nunca ha de tornar
me encontraréis a bordo,
ligero de equipaje,
casi desnudo,
como los hijos de la mar." (2)
"Compadre,
¿qué no ve que vengo herido?
­ Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
La sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja,
pero yo ya no soy,
ni mi casa es ya mi casa..." (3)
"Son rosas o geranios,
saludos de victoria o puños retadores
son las voces, los brazos, los pies decisivos,
los rostros perfectos
y la táctica en vilo
de quienes hoy te odian
para amarte mañana,
cuando el alba sea alba
y no un chorro de insultos
y no un río de fatigas
y no una puerta falsa para huir
de rodillas" (4)
"El mundo es una slot machine,
Marinero, tú tienes una moneda en el
bolsillo.
Drop a star!" (5)

 
Sigue musitando el capitán, sigue navegando...
 
La luz lejana regresa, hecha remolino, caracol que se vuelve sobre sí mismo. Vuelve a llenar la montaña. De tanta luz se borra todo. Se apaga, verde en verde diluido. Con las últimas olas se apaga el sonido. Una última sentencia adorna la esmeralda parpadeante: "La Biblioteca existe ab aeterno" (6)
Como llegó se va. El lado oscuro del espejo es otra vez el lado oscuro del espejo. El Sup lo levanta y lo vuelve a poner en su bolsillo.
 
­ ¿Lo ves? ­dice y se dice.
­
El Aguascalientes no fue destruido ­dice mirando a occidente. Y agrega:
­
El Aguascalientes somos todos.
 
Arriba, la luna es una vela henchida y con serias intenciones de verse plena... Un rumor de olas se escucha más abajo…
 
 Vale. Salud y una sonrisa de ésas que suelen asomar detrás de las lágrimas.
 
El Sup con una estrella prendida del garfio.
 
1. Pablo Neruda. Walking around.
2. Antonio Machado. Autorretrato (?)
3. Federico García Lorca. Romance sonámbulo.
4. Efraín Huerta. Declaración de odio.
5. León Felipe. Drop a star.
6. Jorge Luis Borges. La biblioteca de Babel.
 
Destrucción en Prado Pacayal
 
El 25 de febrero de 1995, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional denunció:
 
PRIMERO. El Ejército Federal ha pasado ya a la etapa de destrucción de poblaciones civiles en su actual ofensiva en contra del EZLN, en la Selva Lacandona, Chiapas.
 
SEGUNDO. El día de hoy, una unidad del Ejército Federal, compuesta por miles de infantes y hasta 96 vehículos militares, que se encontraba desde el día 23 de febrero de 1995, acantonada en el ejido Prado, en el hoy municipio de "Francisco Gómez" (antes Ocosingo), se retiró del lugar después de destruir todas las pertenencias que los indígenas de ese lugar tenían en sus casas. Los federales quemaron tres chozas, mataron a todos los animales como pollos y gallinas, tiraron todo el alimento, consistente en sal, azúcar, frijol y maíz. Además de esto, las tropas gubernamentales dejaron en todas las casas unas bolas de plástico con cables, semejando explosivos. Las fuerzas de ocupación ya habían destruido la planta hidroeléctrica que proporcionaba luz al poblado, y desmantelaron toda la instalación eléctrica del ejido, los cercados de los potreros y corrales fueron derribados, y el ganado equino fue amarrado sin agua y sin bastimento.
 
Los pobladores del ejido Prado, refugiados en las montañas por temor a las arbitrariedades de las tropas gubernamentales, contemplaron impotentes cómo sus pocas pertenencias eran reducidas a nada. Como respuesta a sus reclamos de democracia, libertad y justicia, el supremo gobierno arrasa con los poblados indígenas.
 
TERCERO. El Ejército Federal repite las lecciones aprendidas de sus maestros norteamericanos y guatemaltecos. Ya son varias las comunidades arrasadas en forma semejante. Miles de indígenas están quedando en la más absoluta miseria.
 
CUARTO. Esta es una muestra de las verdaderas intenciones del mal gobierno: castiga la dignidad indígena y pretende obligar al EZLN a dialogar de rodillas. (…)
 
De aquí pa’lante, pura carta marcada
 
Cuenta el Sub: Esa noche pasamos por donde se encuentran refugiados los compañeros bases de apoyo de uno de los poblados ocupados por los federales. Es montaña alta y tupida.
Un miliciano en la posta nos da el alto. Después de la contraseña llaman a uno de los encargados. Nos saludamos. Platica él que la salida fue rápida y sin problemas, pero que al subir esta loma batallaron y se tardaron mucho.
 
­ ¿Hay muchos niños y mujeres? ­pregunto.
 
­ Sí, pero no por eso tardamos... ­responde Ricardo, que así se llama el encargado del pueblo.
­ ¿Por qué, pues? ­insisto.
 
­ Es que pesaba mucho la marimba y se iba atorando en los bejucos... ­dice con pena.
 
­ ¿A poco se trajeron la marimba a la montaña? ­pregunta incrédulo mi otro yo.
 
­ Pos sí. Ni modo de dejársela a los soldados ­se defiende y responde Ricardo.
 
­ Claro ­interviene Camilo, como si no le sorprendiera en absoluto.
 
Yo me rasco la cabeza y me sumo al ambiente de naturalidad ante el hecho. Entonces digo, a manera de reto:
 
­ A ver, diles que se avienten con "cartas marcadas".
 
­ ¡Sale! ­dice el compa y se va.
 
Yo me quedo callado, imaginando la escena de un poblado entero en éxodo y cargando una marimba... Al rato se escuchan las primeras notas... 
 
Por todas las ofensas que me has hecho,
a cambio del dolor que me quedo,
por las horas inmensas del recuerdo,
te quiero dedicar esta canción.
 
Mi otro yo no resiste la tentación y, acompañado de unas hojas como pareja, empieza a bailar. Camilo, con dos varitas, simula la batería.
Pa' de hoy en adelante yo soy malo,
Solo cartas marcadas has de ver,
Y tú vas a saber que siempre gano,
No vuelvas, que hasta ti te haré perder.
 
De tanto que la pide el Sub, el vochito ya la canta. Pior si anda gis, es pura gritadera.
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