El dedo acusador y la palma de la mano
- Opinión
“México cambia, pero muy lentamente debido a la complicidad de sus habitantes […] los ciudadanos conformistas engendran políticos mediocres, los ciudadanos con bajas expectativas producen gobiernos que lo reflejan y sociedades que los transforman en clientes en vez de ciudadanos. Pero en México ha sido más fácil jugar con las reglas existentes que exigir nuevas, ha sido más cómodo seguir las costumbres que confrontarlas, ha sido más rentable, históricamente, la conformidad cortés que la indignación permanente, ha sido más aceptable tolerar las grandes omisiones y negociar las pequeñas sumisiones, pero esa complacencia, insisto, permite que el país siga cojeando de lado en vez de correr de frente”.
“Durante demasiado tiempo, México ha sido un país rentado para sus habitantes: ha pertenecido a sus líderes religiosos y a sus tlatoanis tribales, a sus colonizadores, y a sus liberales, y a sus conservadores, y a sus dictadores, y a sus priistas, y a sus presidentes imperiales, y a su inteligentzia, y a sus partidos y a sus élites. No ha pertenecido a sus ciudadanos”.
Denise Dresser, politóloga, en el Encuentro Empresarial Coparmex, Cd. Juárez
12 de octubre de 2007
Estas palabras de Denise Dresser me parecieron fundamentales para la siguiente reflexión. Quiero retomar la parte sustantiva sobre la importancia de la diversidad sexual y su ciudadanización ante una realidad nacional cada vez más compleja: una tarea que obstinadamente seguimos dejando de lado.
Desde hace muchos años, poco más de treinta, la diversidad sexual de México se hizo presente a través de la lucha entonces llamada homosexual para obtener y ganar, por lo menos, la visibilidad. Las primeras personas que salieron a las calles de la ciudad de México en una marcha del 2 de octubre de 1978 son y serán la referencia obligada para pensar en valentía, hartazgo y coraje. A partir de esta aparición casi espontánea, se dio un importante chispazo que disparó e impulsó de manera culturalmente desparpajada a una masa de individuos en búsqueda de la manutención y cobijo de la visibilidad. Sin embargo, mostrarse, exhibirse, hacerse visible, implicó posteriormente plantearse una serie de preguntas: ¿Cómo? ¿Para qué? ¿Ante quién o quiénes? ¿Con qué objetivo? ¿Por qué?
Ante los dilemas y, tal vez, para contestar cada una de estas preguntas, la masa se organizó. Sin embargo, más temprano que tarde, la organización la fragmentó y cada fragmento halló en alguna de estas preguntas su justificación, su razón de ser. Pero no sólo halló eso. También descubrió, a la par de la cultura política priista, la posibilidad de prestigio y de poder al confrontarse con sus pares “de igual a igual”. Y fue así, precisamente de este modo, que lesbianas y homosexuales –pues, según esto, no había nada más– se fueron dividiendo: primero en bloques, después en grupos, posteriormente en círculos y así, hasta llegar a una dispersión casi total. Todo esto sin mencionar la sufrida al paso del VIH. Resultado: entre la primigenia razón de ser de ese algo mal llamado “movimiento” y el prestigio y el poder, actualmente sólo nos quedan personajes. Personajes que, en aras de aquella valentía, hartazgo y coraje de hace ya una treintena de años, no hacen más que apelar a esa ya muy manoseada y remanoseada historia. Personajes que por estar en la lucha contra una terrible enfermedad o metidos en alguna cosa cuyo adjetivo llaman “cultura” se aferran a un hueso travestido de ONG. Personajes que al ser parte de esa inteligentzia, como dice Dresser, se han vuelto intocables, perennes abajofirmantes de no importa cuál sea la causa, y todopoderosos. Personajes que ante su falta de sensibilidad de minoría, pasan encima del otro usando la peor imitación de los usos y costumbres de la mayoría a la que tan hipócritamente critican. Personajes de antro que justifican su activismo a través del dinero aportado para la marcha de cada año. Personajes que han hecho de su parcelita de poder una cerca en donde ni el marrano ni la gallina de al lado tienen cabida. El idílico “movimiento” ha quedado reducido al monopolio de las personalidades, a que sólo estas le griten al Estado, en nuestro nombre, que tenemos derechos, a una hoguera de vanidades en donde lo lumpen se une a lo exquisito, en ámbitos que van desde lo político hasta lo banal, lo meramente ocioso.
Las personas de la diversidad sexual de este país no tienen una voz ciudadana real, pues dado este “movimiento social” de personalidades, se ha monopolizado la realidad de la diversidad sexual a través de sus respectivas parcelas. Luego entonces, al adjudicarse per se no sólo la autoría sino la realidad misma de la población de la diversidad sexual, también sustituyen, en la peor y más macabra caricatura de la confusión entre lo público y lo privado, sus intereses personales por los de esta parte importante del pueblo mexicano.
Esto no quiere decir que, a la distancia de la aparición pública de esta parte de la población, los logros conseguidos hasta ahora no tengan su peso o su debido mérito. La organización de pequeños grupos de base, de las élites sexuales, de los independientes, de los politizados y de algunas voces influyentes ha sido crucial para que la diversidad sexual, como tema, haya llegado a las grandes ligas legislativas, con todo lo que eso tiene de positivo para el imaginario colectivo.
El problema radica, según veo, en una tarea igual de fundamental que se ha olvidado o, sencillamente, no se ha querido hacer. Y es precisamente la traducción de la vieja consigna “Sin democracia sexual no hay democracia electoral” en términos de una verdadera ciudadanización desde dentro de la población de la diversidad sexual, la cual sigue estando pendiente. Si bien la exigencia de derechos al Estado en cuanto al reconocimiento de ciertas necesidades va en concordancia con la lucha por la visibilidad, lo cierto es que la atención y la energía concentradas en esta empresa han menospreciado otras realidades de nuestra población sexualmente diversa que, aunque minoritarias, no dejan de ser, paradójicamente, importantes.
Recurro a un ejemplo relativamente reciente. Durante todo el proceso que transcurrió entre la concepción y la aprobación de
Así las cosas, la lucha por posicionar la convivencia como el factor más importante para la aprobación de esta ley fue fundamental. Y si la ignorancia legislativa e intelectual era enorme, ¡qué decir de los medios masivos de comunicación! La única manera que tuvieron todo el tiempo de abordar el tema fue a través de estos conceptos: el matrimonio y los gays. “Los gays se quieren casar” fue la idea que, ellos sí, lograron posicionar a la perfección. Tan es así que la mismísima población de la diversidad sexual sigue manejando y propagando sin problemas términos y frases como “marido”, “vieja”, “sex friend”, “amigo con derechos”, “es un free”, “mi señora”, “el mundo de la putería”, “relación normal”, “sexo sin compromiso”, “calentura”, “soy gay y busco hombres”, “sólo es una cogida”, “¡qué vieja más buena, güey!”, “loquita”, “soy tortillera”, “jotería”, “amante”, “es una puta”, etcétera. Términos heterosexistas que nosotros seguimos utilizando sin reparo alguno. ¿Qué papel juega, entonces, la prensa gay o rosa, como se los ha dado en llamar?
Es decir, la población de la diversidad sexual sigue regodeándose con palabras y términos que desde épocas añejas utilizaban los machines más calados de nuestra cultura nacional para su propia identificación y reforzamiento de sus valores. Y digo, si una población que exige derechos y respeto a su diversidad sexual específica es la que, precisamente, sigue colocando sus propias experiencias sexuales específicas en moldes que, al respecto, además de no ser los suyos, ya tienen décadas de atraso democrático, me pregunto si no son, Dresser dixit, habitantes complacientes; habitantes con bajas expectativas que, en nuestro caso, producen diputados mediocres y medios de ghetto que excluyen la autocrítica, comportándose cual priistas de los años 1970; habitantes que en vez de exigir respeto a su especificidad sexual se conforman con lo que hay, con lo que les tira el sistema heterosexista; ciudadanos comodinos que prefieren seguir los esquemas sexuales de los demás, y hasta reforzarlos en su cotidianidad, en vez de confrontarlos y exigir, de manera inventiva, la visibilidad de su especificidad sexual. Pero eso sí, el país, el gobierno, los partidos de izquierda, especialmente el PRD (el partido de izquierda más grande de la nación) son los que están mal y las únicas entidades que son de mierda a la hora de las tareas y promesas democráticas incumplidas.
En aras de esta comodidad y este conformismo, la población de la diversidad sexual está reciclando lo peor de la hipocresía heterosexual, pues usa sus mismas etiquetas y moldes siguiendo los caminos sexuales de los vicios privados y las virtudes públicas. A más de cinco años de discusión y debate, y a más de un dos de aprobación de la ley mencionada, intente, lector sexualmente diverso, decir que usted tiene conviviente y no pareja. Verá qué sucede. Y así como hay al respecto una falta enorme de compromiso por parte de los personajes que ya hemos mencionado, lo hay también para comenzar a revisar por parte de la propia población de la diversidad sexual y sus rostros más visibles este espacio cada vez más estrecho entre lo público y lo privado, entre los negocios y el activismo, entre el dinero y los servicios, entre la intelectualidad y la mafia, entre las injusticias y nuestra omisión para denunciarlas, entre nuestra apatía y nuestra nula participación como ciudadanos comprometidos con este mundo global.
En una realidad tan compleja, todavía hay quien desde dentro afirma que esa cosa llamada “diversidad sexual” sólo vino a desgastar únicamente las luchas (fraticidas) de los homosexuales y las lesbianas. Es hora ya de revisar nuestras propias contradicciones y nuestra falta de astucia, nuestra pérdida de rumbo, nuestro alejamiento interno y nuestra actitud autocomplaciente en los términos de confrontar las costumbres nacionales imperantes con nuestra especificidad sexual. Si nuestra lucha es por hacer de México un país en donde se reconozca la diversidad sexual, hagamos pues la traducción específica de esa diversidad, porque si queremos un país realmente moderno, es por demás lamentable seguir levantando el dedo acusador, culpando al Estado y a cuanto partido político queramos de todas nuestras desgracias ocurridas por nuestras prácticas sexuales, y, al mismo tiempo, seguir extendiendo la palma de la mano al mismo Estado y a esos mismos partidos para que nos otorguen la tan famosa igualdad de derechos, por la vía que sea.
Si seguimos apostándole al dedo acusador y a la palma de la mano, estaremos perdiendo, sí, también nosotros, la oportunidad de ser ciudadanos verdaderamente modernos y de construir un país medianamente libre a través de nuestras propias vivencias y experiencias, la oportunidad de ser discursivamente coherentes y no efectivamente hipócritas, la oportunidad de indignarnos y señalar con nuestra sexualidad la fuerza transformadora de que somos capaces.
La lucha de los primeros que salieron a las calles fue contra la hipocresía, y ahora resulta que estamos cayendo redonditos en ella. Nos estamos llenando de pereza y de conformismo, de ghettos e invisibilidad. De seguir los mismos caminos hipocritones de la sociedad. En un México dividido, atrasado y en un mundo globalizado que no se detiene, me cuestiono: ¿estas son las características de una población moderna y adelantada que se digna en adjetivarse de la diversidad sexual?
- Roberto Rueda Monreal es Politólogo y traductor literario
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