El miedo al otro y la discriminación

28/09/2006
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“Me decidí a buscar la Presidencia porque estoy convencido de que en el futuro lograremos, si trabajamos juntos, darle un nuevo rostro a México. Siempre he soñado y luchado por una sociedad sin desigualdades, sin discriminación, sin exclusiones. “Un México en el que todos, absolutamente todos, podamos gozar y ejercer los derechos políticos, económicos, sociales y culturales que la Constitución nos reconoce y al mismo tiempo cumplamos con nuestras obligaciones y responsabilidades como ciudadanos.” Esto fue lo que dijo Felipe Calderón el 5 de septiembre de 2006 después de haber sido declarado presidente electo de México. Pareciera que, en principio, los que luchamos para que todas las personas de los grupos vulnerables, todos, sean reconocidas en sus derechos y obligaciones dentro del marco de nuestra Carta Magna deberíamos sentirnos orgullosos y tranquilos. Orgullosos porque pareciera que, finalmente, esta lucha y su discurso por fin han llegado de manera fluida a la boca de un presidente electo. Tranquilos porque pareciera que, al manifestarlo abiertamente, está hablando de una estrategia sólida para acabar con el enorme flagelo de la discriminación. El presidente electo, proveniente de las filas del PAN tradicional, tiene frente a sí un panorama nada alentador. Siendo candidato, Felipe Calderón no dudó ni un segundo en utilizar las estrategias más fáciles y retrógradas para escalar en las preferencias electorales: las estrategias del terror. De esta manera, de aquel joven candidato, el luchador incansable de la democracia, el soñador de un México mejor, el candidato de la Sub-17, el padre de familia ejemplar, el que quería un México ganador, el candidato de las manos limpias… en fin, el candidato del futuro, emergería el acusador moral de los enormes peligros para México, el comparador de demonios venezolanos y mexicanos, el cuentafábulas, el mudo, el correveidile, el agitador profesional y el acusador flamígero. Con miras sólo a incrementar el porcentaje de votos, el político sucumbió al activista. Asumido como tal, el activista Calderón se unió así al resto de personajes desatados que, con dinero, con funciones estatales o empresariales y con poder, sin respetar leyes ni reglas democráticas mínimas, hicieron del terror y del miedo al otro su mejor arma para acabar con un adversario político. No hubo mesura que valiera. Calderón se perdió en un tablero en donde él tendría que haber movido las fichas, no haberse convertido en una de ellas. Todo aquel capital político que había acumulado gracias a su coherencia tanto política como ideológica, la misma que llegó a bien coronar con el mote de El hijo desobediente, la misma con la que enfrentó de manera inteligentísima al aparato estatal en manos de la voluntad de Fox, Calderón la echó a la basura con tal de ganar lo que ya ganó. ¿Qué ganó? Por lo pronto, un país dividido económica e ideológicamente, un país en guerra por la droga y sus beneficios en dinero, un país con niveles brutales de desigualdad ante el mundo (estamos por debajo de países como Túnez), un país cuyos estados componentes se desmoronan (Oaxaca, Baja California, Michoacán, Coahuila…) por problemas que la política pudo haber resuelto en tiempo y forma… un país en donde los crímenes y la discriminación por preferencia sexual siguen siendo una realidad ignorada por el Estado. Dice Calderón que siempre ha soñado y luchado por una sociedad sin desigualdades, sin discriminación y sin exclusiones. Afirma que quiere un México en donde todos podamos gozar y ejercer los derechos políticos, económicos, sociales y culturales que la Constitución nos reconoce y que, al mismo tiempo, cumplamos con nuestras obligaciones y responsabilidades como ciudadanos. Recordando que estamos hablando de un presidente electo que presume de querer este México ganador y moderno, no hace falta más que ver sus propuestas temáticas en cuanto a grupos vulnerables para observar qué entiende por “ganador” y por “moderno”. Los niños de la calle, los adultos mayores, las personas con discapacidad y la equidad de género son sus “ejes temáticos” en donde la visión empresarial, la dádiva priista y el empleo parecieran ser el mejor camino para abordar estas realidades. ¿Y la diversidad sexual? En las sociedades capitalistas modernas, la legitimidad del Estado pasa desde hace algunos lustros por un diagnóstico de los procesos culturales y educativos, principalmente, en donde la diversidad sexual de los ciudadanos está emitiendo flujos simbólicos y está sirviendo como punto de referencia generador de legitimidad en el ámbito de los derechos humanos y, en consecuencia, como medidor, precisamente, del avance de la modernidad de las sociedades. México, en este sentido, está casi a la par de países africanos musulmanes. ¿Dónde está la modernidad? Pareciera que al presidente electo le están armando alucinantemente sus discursos. Pareciera que tan sólo con repartir “su agenda” está haciendo pactos y extendiendo la mano. Pareciera que con hablarle bonito al público que tiene enfrente, zanja un “eje temático”. Pareciera que con palabras y frases como “empleo”, “productividad”, “México activo”, “México hacia delante”, “México unido”, “México fuerte”… el país será eso y mucho más. Con sus declaraciones y conferencias, Felipe Calderón pareciera ver otro México. Foxilandia parece que está quedando atrás. Pareciera que Calderón ya no es tan hijo y ya no es tan desobediente. México parece Calderolandia desde ya. ¿Deberíamos sentirnos orgullosos y tranquilos? ¿Dónde está la modernidad? - Roberto Rueda Monreal: politólogo y traductor literario. Fuente: Agencia NotieSe
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