La imagen de la desesperanza

24/01/2008
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El acelerado cambio de informaciones en los medios de comunicación, sobre todo de la televisión, hace que problemas centrales de la vida nacional o mundial sean relegados del primer orden que representan. Es el caso de los testimonios de vida de Ingrid Betancur, que más parecían de muerte, y que sólo se reviven los fines de semana en un noticiero, y eventualmente con algunas noticias; sobre todo las relacionadas con el caso del niño Emmanuel.

Pocas veces una imagen como la que desde ese momento recorre al mundo penetra tan profundamente las fibras de quien se considere ser humano. En pocas, el silencio se convierte en clamor y eco de fuerzas interiores de una persona denunciando la barbarie y su condición de fortín político y de guerra.

No sólo es su cabeza gacha indiferente a una cámara que en otras condiciones muchos se disputarían; es la conciencia de que una prueba de supervivencia como esa traspasaría fronteras y señalarían al mundo la desnudez de una condición humana llevada a los abismos de su propia destrucción.

Hoy toma mayor significado cuando no sólo se demuestra el cinismo al que han llegado las FARC, dando al traste con los pocos principios políticos que les quedan. Tiene un incalculable contenido cuando se comprueba el juego político con que opera el gobierno nacional para mantener su inamovible de no negociar despeje de territorios para realizar un acuerdo humanitario que les devuelva la libertad y la vida a los secuestrados.

Si hay algo que no deja lugar a dudas es que esa delgada y famélica figura pone al descubierto los lastres de la guerra. Esa, no aceptada por el gobernante de turno y que la diplomacia internacional no hace más que revelárselo en cada acción que compromete a diferentes gobiernos abogando porque se busquen los mecanismos que conduzcan a la paz. Esa que registra el país con la militarización de las principales vías y sitios de turismo.

Sí, es cierto que también debemos admitir el retorno al espanto nazi cuando vemos su deterioro físico y espiritual. Así mismo que la responsabilidad recae en quienes la han privado de la libertad, lo mismo que a muchos otros. Pero no podemos esperar de quienes se colocan al margen de la ley que guarden preceptos morales; aunque así debiera serlo si la guerrilla persiste en arrogarse principios políticos. Se supone que es a quienes velan por lo máximos intereses colectivos y morales representados en el Estado y sus instituciones a los que les corresponde garantizar la libertad y la vida de sus asociados. Y pareciera más bien que a la terquedad presidencial solo lo mueven los vaivenes de las encuestas o el protagonismo de otros mandatarios.

- Diego Jaramillo Salgado es doctor en Estudios Latinoamericanos UNAM, profesor titular de Filosofía Política de la Universidad del Cauca.

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