“Sed de paz”

03/10/2007
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En la sección del diario El Tiempo que reseña hechos importantes sucedidos hace 50 años, leí en estos días que el país tenía “sed de paz”. Imagínense si hace 5 décadas Colombia ya tenía “sed de paz”, que no será ahora con tantos y nuevos ingredientes que en vez de aplacar el incendio han atizado el fuego y degradado el conflicto.

El auge del narcotráfico, la presencia y avance del paramilitarismo como brazo armado, ilegal , de distintos gobiernos , fuerzas de Seguridad del Estado y empresarios privados nacionales y extranjeros con el fin de combatir la guerrilla, la paranarcopolítica que mediante intimidación y coacción a los ciudadanos los obligaban (aun obligan) a votar por sus candidatos, sus crímenes, masacres, saqueo de recursos públicos con los cuales no solo se fortalecieron económica y militarmente sino que ayudaron a elegir Presidente y a una gran parte del Congreso de la República. Indignante la forma como infiltraron a casi todas las instituciones del país. Con ello realmente no han estado combatiendo a la guerrilla sino legitimándola, compitiendo y emulándola en la combinación de cualquier forma de lucha para apropiarse y quedarse con el poder político y económico. Para nada esto ha contribuido a la construcción de la paz, en cambio sí cuestiona seriamente a nuestra subdesarrollada democracia y aporta malignos insumos que aumentan la guerra.

En materia de paz el país no ha avanzado mucho. La crónica de esta larga pesadilla de violencia y muerte pareciera ser mas el enfrentamiento de unos pocos bandidos incrustados en el poder luchando, contra otros, para no dejarse arrebatar la torta grande que siempre han usufructuado a manos llenas y a la cual el pueblo no ha tenido, no tiene y parece que a mediano y largo plazo no tendrá, acceso dado que nunca ha sido invitado por la oligarquía a participar de un pedacito sino a recoger las sobras y migas que caen de sus mesas. Toda la alharaca de la paz quedará archivada en discursos patrioteros si el Estado Social de Derecho no genera un verdadero desarrollo social humano y propicia una revolución agraria a favor de los campesinos sin tierra o minifundistas y en general de la gente con menos recursos económicos y en precarias condiciones sociales. En Caracas apenas se está elaborando un borrador de agenda para un posible acuerdo humanitario que de no ser torpedeado, por el gobierno mismo, podría dar lugar a la liberación de los secuestrados en poder la guerrilla desde hace 10 y 5 años respectivamente y convertirse en hoja de ruta para el inicio de un proceso de paz negociada.

Aún vemos muy lejana la tan anhelada paz que los colombianos reclaman. Los puntos críticos no solo en lo social, divergencias conceptuales, sino en la geografía nacional donde impera el conflicto permanecen y son evidentes. A Tirofijo lo han matado infinidad e veces. De otros han dicho: “Les estamos respirando en la nuca”, “estamos ganando la guerra”, “en Colombia se acabó el paramilitarismo” que equivale a decir que también murió el narcotráfico y lo mas risible: “aquí no hay conflicto armado”. Este país, en el discurso oficial, es un paraíso. Lo cierto es que la guerra la están perdiendo todos los colombianos de bien. La están ganando los que viven, comercian y se lucran de ella.

La deslegitimación de la democracia no se da ni corre solo por cuenta de los actores armados del conflicto, detectados y ubicados en diversos escenarios, que van desde la negociación hasta la confrontación, sino también por el mal ejemplo y la mala conducta, en muchos casos dolosa, de políticos corruptos, empresarios venales, delincuentes de cuello blanco con gruesas chequeras, aliados al narcotráfico que se tomaron el gobierno y gran parte del parlamento e infiltraron a nobles y a plebeyos.

Los nuevos acólitos del establisment que en lujosos hoteles compiten ofreciendo incondicionales respaldos a las políticas oficiales del Gobierno, en lo que podría interpretarse como un sí a la guerra y un no al acuerdo humanitario y la paz, como también una complacencia con todo lo sucio que se mueve al interior del régimen. A veces los platos de lentejas indigestan. Experiencias como la de los pentecostales en Chile con Pinochet, los evangélicos de la Iglesia ”El Verbo Divino” en Guatemala con Ríos Montt y los del movimiento evangélico fundamentalista “Mayoría Moral” en Estados Unidos con Bush, deberían servir de reflexión para establecer distancias con el poder a fin de no brindar incondicionales adhesiones ni menos dejarse instrumentalizar ni manosear por gobernantes en contravía de los derechos humanos, la voluntad de Dios y los postulados del evangelio.

La paz que tendrá Colombia, necesariamente vendrá como bondad misericordiosa de Dios. No es ni podrá ser un discurso abstracto y desencarnado de la realidad, sino quehacer histórico de personas, organizaciones y movimientos ciudadanos comprometidos que luchen y desenmascaren las fuerzas demoníacas de los poderes temporales y las ideologías de muerte y anti vida opuestas al reino de Dios y su justicia. Recordemos que detrás de la guerra, como al interior de un agujero negro, desfilan en procesión millares de muertos, niños, ancianos, mujeres y adultos, muchos de ellos, aún en fosas comunes, que jamás debieron morir así y miles mas, de víctimas vivientes, en calidad de deudos que merecen respeto, consideración y reparación. Solo el acontecer de la paz, con justicia, verdad y reparación traerá fiesta y celebración al país mientras tanto guardemos luto y acompañemos con nuestras lágrimas y solidaridad todo el dolor y tragedia de las víctimas. La paz necesita de botas para el barro y muy poco de tapetes elegantes.

Finalmente digamos que la paz debería ser como un santuario a donde se pudiera acudir con pies descalzos, firmes sí, pero sin arrogancia ni vanidades. Más bien compungidos de corazón y vestidos de “saco y silicio “por lo que nos toca de culpa. De pronto tantos muertos inocentes y víctimas reprochan muchas acciones y motivaciones que se hacen en su nombre. Seguimos con inmensa, angustiosa y desesperada sed de paz. Tal vez la misma sed que Jesús experimentó en la cruz.

Bogotá, D.C. octubre 4 de 2007

- Alfredo Torres Pachón es pastor.
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