Los niños y la guerra (II)
Fusil y camuflado, más grandes que el cuerpo de los niños
01/10/2007
- Opinión
La zona donde vivían Omaira y Andrés, su hermano y cuatro hijos, colinda con San Vicente del Caguán. Está a unos 150 kilómetros distante. En la región ha habido continuos enfrentamientos entre el ejército, la guerrilla y los paramilitares. Es un sitio de paso obligado de los distintos actores de la guerra, debido a que solo hay un camino que conduce a una región grande, escarpada, próxima a las montañas y piedemonte de la Cordillera.
Dionisio me contó que a su esposa Juliana le faltaban tres meses para dar a luz cuando se dio un fuerte enfrentamiento entre el ejército y la guerrilla. El encuentro fue en las goteras mismas de la casa que quedó agujereada por el techo y con boquetes en las paredes. La familia se salvó milagrosamente. Dionisio no duda en señalar que Dios los salvó por las oraciones de su madre, una anciana creyente, que desde debajo de la cama clamaba al Señor que tuviera misericordia de ellos. Dionisio gritaba: “-Juliana, ponte boca abajo que nos matan”, pero ella no podía acomodarse debido a la gordura de su embarazo. Juliana tuvo temor de abortar y perder su niña. Gracias a Dios no sucedió. La niña nació bien y hoy tiene cuatro meses. La tuve en mis brazos, es una preciosa bebé. Nació lejos de la casa de su esposo y abuelos porque la guerra los desplazó. Son cuatro niños, de dos familias, de escasos meses a diez años, gestados y nacidos en medio del miedo, el tableteo de fusiles, ametralladoras y helicópteros artillados. O bien, en otro escenario, muriendo de hambre y desnutrición como en Chocó, el Litoral Pacífico, la Costa y otras regiones del país.
Hace como cuatro años presenciamos algo insólito. Por una carretera del Caquetá, más bien transitada, iban como trescientos jóvenes vestidos de civil. -Preguntamos ¿y esa gente quién es? Nos respondieron: -Son estudiantes de distintas universidades que vienen a recibir entrenamiento militar con un grupo armado.
En otro contexto de esa abrupta geografía caqueteña y en la complejidad del conflicto armado encontramos un grupo de niños y niñas que iban caminando en fila, uno tras otro, fusil y uniforme camuflado eran más grandes que su frágil cuerpo.
Colombia, un país donde la realidad supera la ficción. Mucha gente, de aquí y otras partes del mundo ignoran la cruda realidad de lo que acontece en las entrañas del país. Pocos son los cristianos que se aproximan compasiva y misericordiosamente a aquellos que a diario son heridos, maltratados y dejados medio muertos, a la vera de los caminos, como en la historia bíblica del Buen Samaritano.
No es solo Emmanuel, el niño hijo de Clara Rojas, secuestrada con Ingrid Betancourt, que nació en cautiverio. Son miles más, que incluso mueren antes de nacer, para los cuales lo mediático de una coyuntura política ya no les ayudará en nada. Millares, de niñas y niños mas, en alto riesgo a causa de la exclusión, la guerra, la pobreza y las enfermedades que requieren urgente atención del Gobierno, y la sociedad.”De los niños es el reino de los cielos”. “El grado ético y moral de una sociedad se mide por el cuidado, protección y educación que da a sus niños”.
- Alfredo Torres Pachón es pastor.
Dionisio me contó que a su esposa Juliana le faltaban tres meses para dar a luz cuando se dio un fuerte enfrentamiento entre el ejército y la guerrilla. El encuentro fue en las goteras mismas de la casa que quedó agujereada por el techo y con boquetes en las paredes. La familia se salvó milagrosamente. Dionisio no duda en señalar que Dios los salvó por las oraciones de su madre, una anciana creyente, que desde debajo de la cama clamaba al Señor que tuviera misericordia de ellos. Dionisio gritaba: “-Juliana, ponte boca abajo que nos matan”, pero ella no podía acomodarse debido a la gordura de su embarazo. Juliana tuvo temor de abortar y perder su niña. Gracias a Dios no sucedió. La niña nació bien y hoy tiene cuatro meses. La tuve en mis brazos, es una preciosa bebé. Nació lejos de la casa de su esposo y abuelos porque la guerra los desplazó. Son cuatro niños, de dos familias, de escasos meses a diez años, gestados y nacidos en medio del miedo, el tableteo de fusiles, ametralladoras y helicópteros artillados. O bien, en otro escenario, muriendo de hambre y desnutrición como en Chocó, el Litoral Pacífico, la Costa y otras regiones del país.
Hace como cuatro años presenciamos algo insólito. Por una carretera del Caquetá, más bien transitada, iban como trescientos jóvenes vestidos de civil. -Preguntamos ¿y esa gente quién es? Nos respondieron: -Son estudiantes de distintas universidades que vienen a recibir entrenamiento militar con un grupo armado.
En otro contexto de esa abrupta geografía caqueteña y en la complejidad del conflicto armado encontramos un grupo de niños y niñas que iban caminando en fila, uno tras otro, fusil y uniforme camuflado eran más grandes que su frágil cuerpo.
Colombia, un país donde la realidad supera la ficción. Mucha gente, de aquí y otras partes del mundo ignoran la cruda realidad de lo que acontece en las entrañas del país. Pocos son los cristianos que se aproximan compasiva y misericordiosamente a aquellos que a diario son heridos, maltratados y dejados medio muertos, a la vera de los caminos, como en la historia bíblica del Buen Samaritano.
No es solo Emmanuel, el niño hijo de Clara Rojas, secuestrada con Ingrid Betancourt, que nació en cautiverio. Son miles más, que incluso mueren antes de nacer, para los cuales lo mediático de una coyuntura política ya no les ayudará en nada. Millares, de niñas y niños mas, en alto riesgo a causa de la exclusión, la guerra, la pobreza y las enfermedades que requieren urgente atención del Gobierno, y la sociedad.”De los niños es el reino de los cielos”. “El grado ético y moral de una sociedad se mide por el cuidado, protección y educación que da a sus niños”.
- Alfredo Torres Pachón es pastor.
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