Pulseada

16/04/2007
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Con la experiencia neuquina ha vuelto a quedar sobre el tapete una cuestión preocupante. La opción entre la pasividad oficial frente a los desórdenes callejeros, y la añoranza de una actitud fuerte que reivindique la vigencia de la autoridad para que pueda conservarse la democracia.

Los argumentos de quienes acusan de debilidad a los responsables de los gobiernos, nacional o provinciales, aparecen como muy delicados y pulcros. Recurren a la necesidad de defender la democracia, el derecho al trabajo, la producción, la tendencia de los argentinos a la indolencia que los lleva a preferir los paros al trabajo, la falta de rentabilidad de la empresas afectadas por las huelgas, el peligro de que se desate la violencia destructora …etcétera Mucha gente bien intencionada se deja convencer por esta argumentación que viene repitiéndose desde hace bastante tiempo. El ideal de que todos tengan trabajo, amen su trabajo y trabajen en paz tiene lógicamente muchos cultores fervorosos. A ellos les resulta difícil entender cómo los desocupados o explotados pueden amar su trabajo y puedan vivir en paz cuando no tienen con qué dar de comer a sus hijos. Para ellos un gobernante de mano dura como Sobisch es una lección que muchos, entre otros el presidente Kirchner, debieran aprender, para que el país no se vuelva ingobernable. No se animan a aplaudir el asesinato de Fuentealba pero, en el fondo, lo interpretan como una lección necesaria para producir el debilitamiento de los molestos reclamos que ya se han convertido en diarios y generales, como una peste contagiosa.

Con sinceridad o simplemente defendiendo sus intereses, una clase media bastante numerosa ya está tan cansada de sufrir los embotellamientos de tránsito, las rutas cortadas, la seguridad individual amenazada, las llamas quemando cubiertas que sorprenden en cualquier parte, y otras tantas molestias, que anhela y exige crecimiento del aparato represivo, disminución de la edad de imputabilidad, proceder enérgico de la autoridad para lograr eficacia no importa a qué precio. Olvidados ya de lo del puente Pueyrredón, y mirando hacia otro lado con lo de Neuquén, no tienen reparos en manifestar su apoyo al proceder de Sobisch, exculpándolo y aún exaltándolo como candidato a la presidencia.

Son en gran parte, los mismos que hubieran deseado un monumento para los represores que salvaron a la patria del comunismo internacional. Se aprovechan ahora de la libertad de expresión, para llenar algunas emisoras de radio con mensajes que añoran las ventajas de las actitudes represivas.

El rechazo de estas políticas por parte del gobierno nacional ha significado un alivio. Si habitualmente se reconoce que los reclamos obedecen a causas absolutamente justas, no corresponde ignorarlos ni frenarlos y mucho menos reprimirlos con armas que se designan como lanza gases y por tanto parecen inofensivas, que de acuerdo al juicio de los peritos, arrojadas desde diez metros o menos, resultan simple y llanamente mortales.

Que algunos hayan tomado la decisión de no permitir el uso de esas armas, es ciertamente otro alivio. Pero es posible que la insistencia de los que disponen de muchos medios de publicidad, multiplique en la gente la conciencia de que hace falta mano dura para disciplinar a los maestros y a los trabajadores, y la pulseada quede definida nuevamente por la fuerza de los que pretenden comodidad sin justicia, o bienestar con exclusión y explotación.

- José Guillermo Mariani (pbro)
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