El Gobierno nacional y la Ley de Bancadas

15/06/2006
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A partir del próximo 20 de julio, en que inicia el nuevo congreso, se aplicará la ley 974 de 2005 o ley de bancadas. Ya el mismo presidente empezó a definir su gabinete teniéndola en cuenta y buscando con ello un manejo político de los congresistas que vaya más allá de su figuración personal para entenderse con los “partidos, movimientos sociales o grupo significativo de ciudadanos”, como ella ordena. Acción que no será fácil pues es la primera vez que se estrena esta modalidad y se hace justamente en un momento de la historia política del país en que las organizaciones políticas como tales; en particular los partidos tradicionales se encuentran en la peor de las crisis que haya vivido. De la izquierda se podría decir casi lo mismo pues lo que se produce en la actualidad es un intento de unidad que augura la posibilidad de que efectivamente logre sus consistencia como organización y en cuanto tal su permanencia en la lucha política; pero tampoco es algo garantizable. Uno de los supuestos teóricos y políticos que implica haber dado este paso en la parte normativa es la existencia de partidos estructurados orgánicamente y con una base social que le den coherencia y sentido a su participación en la lucha política. Si bien Colombia registra a través de su historia la existencia de dos partidos, no se puede decir que llenaran las característica de un partido moderno. En general fueron identidades que se tejieron con base en tradiciones familiares, míticas y simbólicas que estuvieron muy distantes de serlo en torno a programas y estrategias que apelaran a la formación de ciudadanos y ciudadanas con capacidad de elegir autónomamente un proyecto que construía, en el que participaba, o que se le proponía escoger. Todavía podemos encontrar los relatos de nuestros padres y abuelos que decían identificar el partido liberal por el rojo de la sangre que corre por la venas y el conservatismo por el inmenso azul del cielo y del mar. No pocas veces la adscripción a una organización era hereditaria; sin que con ello se desconozca que muchas veces en una familia uno de los padres era de un partido y el otro del contrario. Qué no decir de las referencias que justificaron la violencia entre los años 30 y 60 del siglo anterior. Cuánto de ella no se debió a la combinación de los elementos anteriores con el factor religioso. No porque lo liberales no creyeran en Dios y no respetaran a la Iglesia católica sino porque la exacerbación de las pasiones fueron estimuladas desde los púlpitos, combinadas con el aparato político del partido conservador, y porque las huestes liberales alimentaron el imaginario de las guerras civiles del silgo XIX de que al conservatismo había que ganarle por la vía de las armas. La historia nos recuerda un episodio que le sucedió a un grupo de músicos del conservatorio de Manizales que al hacer un viaje se topó con un control de una cuadrilla liberal que al preguntarles a qué pertenecían y responderles que al conservatorio, de inmediato fueron barridos por las balas de sus inesperados jueces. La relación con el Estado se producía por la vía de la ascendencia en él de las familias aristocráticas o de los grupos de poder económico. Por eso se reproducen permanentemente los árboles familiares en que los Mosquera, los Ospina, los Arboleda, los Lleras, los López, eran los símbolos de las sucesiones que se producirían en el ejercicio de gobierno. Poco podría sustentarse de la filosofía liberal en que el Estado se crea por el pueblo en función de unos supuestos fines colectivos o el bien común. Si lo trasladáramos a lo que se produjo en el Frente Nacional, peor aún porque allí no interesaban ni lo colores, ni la bandera, ni el azul del mar y del firmamento Se sabía que cada partido alternaba en el poder y punto, y que ninguna otra organización podía intervenir. El mejor homenaje a la exclusión y a la intolerancia. Ese es el reducto que ahora tenemos; otros dirían el detritus; es decir, la descomposición. Aupado actualmente por quien dirige el poder porque se asume enviado de Dios y el mesías del siglo XXI. Por eso, de las bancadas poco hay que esperar porque no estamos en frente de partidos sino, en su mayoría, de clientelas que se agruparon para tener una fuerza suficiente que les permita a sus componentes estar en la repartija de la torta burocrática. Pues se cuidaron de dejar una ventana lo suficientemente abierta para deslizarse por ella en cualquier momento en que no convenga la aplicación de la ley, pues incluyeron que pueden haber decisiones de “conciencia” que no obligarían al congresista a mantener la posición que la organización ha establecido para la bancada. El límite lo pondrán los estatutos de cada movimiento en el que deben establecer qué puede entenderse por aquello. De todas maneras, serán los primeros pasos hacia la formación de verdaderos partidos. No en los mejores momentos, pero la vida política no siempre se construye sobre sus pilares; más bien es el trasegar y la experiencia constante los que van dibujando nuevos caminos hacia la construcción de una sociedad más justa y equitativa; si así los pueblos, sus organizaciones y sus líderes se lo plantean y lo acometen. - Diego Jaramillo Salgado es profesor Titular de Filosofía política. Universidad del Cauca.
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