Al rescate de la categoría metabolismo socio-ecológico frente a la crisis medioambiental

09/12/2020
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Ilustración: https://www.investigaction.ne
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Un rasgo característico que predomina en los principales acuerdos internacionales en materia ambiental es la consideración del medio ambiente en su expresión monetaria. Bajo la creación de mercados de carbón, impuestos a las emisiones contaminantes y la obligatoriedad de evaluaciones de impacto ambiental para los proyectos de inversión bajo esquemas costo-beneficio, se intenta poner alto al acelerado proceso de agresión contra la naturaleza. Como menciona Leff (2003) la desnaturalización del entorno se convirtió en eje de la economía al insertar a la naturaleza en elemento vital de la productividad económica.

 

Actualmente dichas prácticas tienen alto consenso por parte los gobiernos del mundo, quienes consideran ir encaminados hacia un paradigma de fuerte sustentabilidad. El concepto de desarrollo sustentable, como se ha desarrollado de manera amplia en “La trampa del desarrollo sustentable” publicado en este espacio, aparece como un término normativo que intenta conciliar la dinámica del sistema social, económico y ambiental satisfaciendo en su camino las necesidades actuales sin comprometer las exigencias futuras. Sin embargo, los límites de esta concepción radican en la ausencia crítica hacia el actual esquema de producción y desestimar leyes de la naturaleza elementales vinculadas a la calidad y cantidad de energía disponible después de cada actividad humana.

 

Aunado a las limitaciones conceptuales del esquema sustentable, existe quizá el mayor de los problemas: la mercantilización de la naturaleza. En efecto, las acciones para combatir la catástrofe ambiental parten de considerar la biodiversidad natural como una mercancía cuyo precio se determina a través de la oferta y demanda. Dicho de otra forma, el mercado sigue siendo el asignador de las cantidades consumidas y distribuidas de los bienes y servicios naturales. Incluso algunos modelos de la corriente predominante en la economía se acuñó el término “capital natural” para referirse al medio ambiente como un activo que deviene cierta cantidad de ingresos y se deprecia a una tasa constante al igual que un activo de capital físico.

 

Los riesgos asociados a la mercantilización de la naturaleza tienen manifestaciones diversas. En los últimos años la financiarización del medio ambiente ha sido uno de ellos. Efectivamente, de acuerdo con Randall Wray (2008) diversos elementos de la naturaleza han entrado a la esfera financiera al ser redituables en el corto y largo plazo. Un ejemplo lo constituye el mercado internacional de commodities, es decir, de aquellos alimentos y energéticos que son básicos en la canasta popular. El problema ha sido la consolidación de un mercado de futuros donde se especula sobre el precio futuro de estos bienes. El claro ejemplo lo vivimos esta semana en Wall Street donde se comenzaron a crear activos financieros sobre el agua dulce ante las amenazas de escases futura.

 

La obtención de rentas financieras ha jugado un papel fuerte sobre la presión de la tierra y condiciones de producción en países productores. De acuerdo con Rubio (2011) la ola de precios crecientes en América Latina relacionada al boom de los commodities en la década pasada fue resultado de la especulación financiera, mientras que las grandes comercializadoras aprovecharon para incrementar la intensidad de producción a través de mayor rendimiento de la tierra. Para ello, fue necesario el uso de agroquímicos y modificaciones genéticas para obtener productos resistentes a plagas. El incremento de la demanda por parte de países asiáticos y la especulación en los mercados de futuros motivaron el cambio en el uso de la tierra transitando hacia el monocultivo cuyos efectos provocan pérdidas irrecuperables de biodiversidad, cambios en el ciclo del agua, intensifica el uso de fertilizantes químicos y otras terribles consecuencias ampliamente documentadas en la literatura.

 

Mientras, los pequeños y medianos productores, para lograr las metas de producción deben hacen uso de financiamiento bajo condiciones de incertidumbre a causa de la volatilidad en los precios. La especulación sobre los precios futuros generó grandes burbujas en beneficio de las comercializadoras e inversionistas institucionales mientras que en el descenso y estallido de la burbuja los créditos contraídos por agricultores y productores se volvían impagables al tiempo que los rentistas se retiraron con antelación para evitar pérdidas.

 

La lucha por capturar rentas de instrumentos financiaros trae en todo momento un proceso intensivo de deterioro ambiental y consecuencias severas contra los productores. Siguiendo a Bruckmann (2016) el proceso de financiarización convirtió las materias primas en commodities y además trajo consigo la expansión de empresas nacionales y globales que operan en el sector de la minera, petroleras y producción de alimentos. La minería a cielo abierto, la pesca excesiva, los monocultivos y extracción de petróleo a través del fracking son consecuencias lamentables de considerar la naturaleza como objeto de ganancias extraordinarias.

 

Es clara la contradicción fundamental entre la sociedad, la producción y los ciclos naturales. La visión del mundo desde las sociedades modernas es resultado de una perspectiva mecaniza donde a través del trabajo, el conocimiento y la tecnología pueden evadirse e incluso ignorarse los límites físicos y energéticos de la naturaleza. Siguiendo a Arias (2017) la nueva ola del capitalismo verde ha aprovechado la crisis ambiental para industrializar la naturaleza y promover marketing ecológico como mecanismo para maximizar ganancias. Además, se crea una cultura de la conciencia ambiental sustentada en la racionalidad del consumidor, es decir, los individuos son capaces de elegir los mejores productos en favor de su satisfacción y replican este comportamiento cuando se trata de productos ecológicamente responsables, logrando así un doble objetivo. Frente al dominio del interés económico sobre el uso de la naturaleza, surgen distintas construcciones epistemológicas que intentan ser punto de partida hacia la justicia social. En este contexto aparece el enfoque de metabolismo socio-ecológico.

 

Desde la ecología política se abre la discusión en busca de las problemáticas ambientales, conflictos territoriales e injusticias sociales, a raíz de la visión monetaria de la naturaleza, que intenta conducir al ser humano y sociedades hacia la sustentabilidad bajo el principio de justicia ambiental. La transformación socio-ambiental requiere de categorías que amplíen la comprensión de la realidad en defensa de la naturaleza. El metabolismo aparece como un enfoque integrador que permite comprender la dinámica de las relaciones sociales dentro de la naturaleza, partiendo del principio que cualquier sistema social está dentro del sistema ecológico, por lo cual, las leyes de la naturaleza coadyuvan con las leyes de los fenómenos sociales, históricos y culturales.

 

La idea sistemas socio-ecológicos considera al medio ambiente como un espacio abierto donde el ser humano intercambia materia y energía con la naturaleza para poder existir. De acuerdo a Toledo (2016) durante este proceso surge una doble conceptualización: por un lado los seres humanos socializan parte de la naturaleza y por otro naturalizan a la sociedad al extender sus fronteras biológicas. Por lo anterior, siguiendo al autor, existen 5 fenómenos metabólicos: la apropiación, la transformación, la distribución, el consumo y el desecho. En un extraordinario trabajo Reina (2013) realiza una clasificación de las distintas nociones y variantes que retoma, desde la ecología política, el concepto de metabolismo (por ejemplo metabolismo urbano, industrial, rural, agrario, entre otros), coincidiendo en el interés de cada uno de ellos en estudiar los flujos de energía al interior de la sociedad y sistemas ecológicos.

 

La falta de comprensión acerca de la dinámica de los ecosistemas es el principal problema del actual desarrollo civilizatorio, pues se asume una idea lineal y armónica de interacciones donde el tiempo social se empareja al tiempo ecológico. En efecto, como señala Reboratti (2002) la escala, tiempo, espacio e impactos de la actividad social son totalmente diferentes a las necesidades naturales a tal punto que cualquier sociedad tiene la falsa creencia que puede acceder al uso del ambiente y que el tiempo de recuperación es equivalente al lapso de la actividad ejecutada.

 

De las aportaciones más importantes en la comprensión de los impactos del sistema económico sobre la dinámica del metabolismo socio-ambiental es el trabajo de Georgescu-Roegen (1971) quien enfatiza en el papel de las leyes de la termodinámica sobre el proceso productivo, en particular, la ley de la entropía que dicta la irreversibilidad energética y ambiental a consecuencia de cualquier acción humana. Es decir, en toda acción social y productiva se hace uso de la energía disponible que después de su transformación para utilizarse como insumo productivo pierde propiedades y jamás podrán recuperarse, incrementando el nivel de caos en términos de degradación ambiental.

 

En apariencia pudiera pensarse la entropía a partir de términos meramente cuantitativos que dé cuenta no solamente en función de máquinas y unidades calóricas la cantidad de eficiencia energética y disipación de cierta maquina e insumo energético. No obstante, el papel de la entropía permite un análisis holístico que defina e intérprete los patrones culturales e históricos que modificaron los balances energéticos, así como identificar el tipo de respuestas dentro del sistema para consolidar una cultura energética distinta.

 

Este último concepto es relevante dentro del metabolismo socio-ecológico es el marco de la cultura energética. Desde esta perspectiva se plantea los espacios sociales, culturales y de comportamiento de los individuos en busca de identificar cómo interactúa la sociedad con sus dimensiones materiales y técnicas. Este marco analítico ofrece múltiples elementos, desde la cultura y estilos de vida, para conceptualizar el comportamiento y los componentes sociales que interactúan con la estructura de consumo energético en tiempos y espacios particulares (Stephenson et al. 2010).

 

Para concluir es importante señalar el aporte desde la ecología política y economía ecológica para construir conceptos y enfoques que reconstruyan la relación sociedad y medio ambiente. Las propuestas actuales de sustentabilidad carecen de profundas reflexiones acerca de la compleja relación entre dos sistemas poseedores de reglas de interacción distinta, instaurándose en esquema convencionales de las ciencias sociales que relegan a un carácter monetario y utilitario el uso de la naturaleza.

 

La noción del metabolismo socio-ecológico trae a discusión el análisis de los fenómenos ambientales desde las disciplinas sociales y humanísticas. La complejidad de la crisis ecológica requiere, en primera instancia, espacios de relevancia dentro del quehacer académico, además de impulsar las investigaciones hacia la multidisciplinariedad. Es necesario construir y transitar nuevos enfoques teóricos que se acerquen a la compleja relación entre ambos sistemas con la finalidad de construir opciones sólidas hacia la sustentabilidad fuerte. Las múltiples manifestaciones del daño ambiental requieren varios frentes de acción y no solo una política nacional, así como el reconocimiento de los múltiples actores y heterogeneidad cultural que conforma cada nación.

 

Desde esta perspectiva es posible mirar hacia otro tipo de organizaciones y respuestas sistemáticas en busca de la mejor gestión de la naturaleza y una cultura energética incluyente garante de la reproducción de la vida. Distintas comunidades indígenas y cooperativas de productores campesinos generan un campo basto de dialogo tradicional sobre el cuidado medioambiente, además construyen mecanismos de comunicación que podrían tomarse como ejemplos para la educación ambiental. Realmente un trabajo pendiente en las sociedades contemporáneas es ampliar el conocimiento acerca del daño que generan las prácticas cotidianas y comprender las implicaciones del actual estilo de desarrollo que se toma por dado y no se cuestiona.

 

La posibilidad de repensarnos como elementos dentro de una gran estructura natural podría terminar con el determinismo superior del ser humano sobre la naturaleza al punto de sentirse poseedor, dueño y controlador de todos los espacios posibles en afán de consolidar su proceso civilizatorio. La demanda social desde una comprensión amplia de los procesos ambientales, sin exigir necesariamente a un punto de profesionalización por parte de los ciudadanos, puede ser un elemento de partida para transformar la visión monetaria y utilitaria de la naturaleza que está gestando una crisis sin precedentes. Por otro lado, en el actual estado de las cosas, el papel del Estado contra los especuladores internacionales de materias primas y naturaleza sería un aspecto novedoso y necesario en la planificación de política económico-ambiental.

 

Referencias bibliográficas

 

Arias, J. (2017). “Ecología Política: Desafíos de la Contabilidad frente a la Justicia Ambiental” Revista En contexto, 6: 303-326.

 

Bruckmann, M. (2016). “La financierización de la naturaleza y sus consecuencias geopolíticas”. América Latina en Movimiento, 517: 13-16.

 

Infante-Amate, J., De Molina, M. y Toledo, V. (2017). El metabolismo social. Historia, métodos y principales aportaciones. Revibec: revista iberoamericana de economía ecológica, 27: 130-152.

 

Leff, E. (2003). “Racionalidad ambiental y diálogo de saberes: sentidos y senderos de un futuro sustentable”. Desenvolvimento e meio ambiente, 7: 13-40

 

Geoesgescu-Roegen, N. (1971). The entropy law and the economic process. Cambridge Press.

 

Reboratti, C. (2002). “Espacio, tiempo, ambiente y escala”. En B. García Martínez y M. Prieto (Eds.), Estudios sobre historia y ambiente en América II. Norteamérica, Sudamérica y el Pacífico, México. El Colegio de México/Instituto Panamericano de Geografía e Historia.

 

Reina, J. (2013). Metabolismo Social: Hacia la sustentabilidad de las transiciones socio ecológicas urbanas. Facultad de Ciencias Económicas.

 

Rubio, A. (2011). “Crisis mundial y soberanía alimentaria en América Latina”. Revista de economía mundial, 29:61-87.

 

Stephenson, J., Barton, B., Carrington, G., Gnoth, D., Lawson, R., y Thorsnes, P. (2010). “Energy cultures: A framework for understanding energy behaviours”. Energy policy, 38(10):120-129.

 

Toledo, V. (2013). “El metabolismo social: una nueva teoría socioecológica”. Relaciones. Estudios de historia y sociedad, 34(136): 41-71.

 

Wray, L. R. (2008). The commodities market bubble: money manager capitalism and the financialization of commodities Public Policy Brief.

 

 

Gabriel Alberto Rosas Sánchez cursa el Doctorado en Ciencias Económicas de la Universidad Autónoma Metropolitana (México) y es miembro de la Sociedad Mesoamericana y del Caribe de Economía Ecológica. Correo electrónico: rosassanchezgabriel@gmail.com

 

 

 

 

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