Integración latinoamericana para tener voz propia en el mundo

11/03/2020
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América Latina, por historia, cultura, recursos y población, debería ser un actor protagónico en los grandes escenarios mundiales. No obstante, lo que se advierte es una ausencia marcada de la voz latinoamericana en éstos. O bien cabría la pregunta, ¿existe tal cosa como una voz latinoamericana? ¿O lo que más bien hay son países de la zona de escaso peso específico geopolítico que, en función de la orientación ideológica de sus gobiernos, tienen cierta participación en dichos escenarios o se limitan a adherirse a la política exterior de turno estadounidense? A partir de la crisis mundial desatada por la emergencia del coronavirus y la guerra de precios del petróleo que abrieron el pasado fin de semana Rusia y Arabia Saudita, dos desafíos recientes, pongamos en perspectiva la ausencia latinoamericana mencionada.

 

El coronavirus COVID-19 ha infectado alrededor de 110,000 personas en más de 100 países. La mayoría de los infectados (sobre 80 mil) han sido en China. A su vez, ha dejado un saldo, hasta ahora, de más de 4 mil muertes de las cuales unas 3, 100 han sido en China. Italia, Irán y Corea del Sur son, después de China, las naciones más afectados en cuanto a contagios y decesos. Hasta el 3 de marzo, la tasa de mortalidad global del virus rondaba el 3.4%i. Mientras que en más de un 80% de los casos no registra síntomas o bien no deriva en ninguna gravedad. Otros virus parecidos como el MERS de 2012 originado en Arabia Saudita y el SARS de 2002 en la provincia Guandong de China, tuvieron tasas de mortalidad mayores: 34% y 9.5% respectivamenteii. Por tanto, la mayor amenaza de este coronavirus radica en la facilidad con la que se propaga y que aún no se está cerca de encontrar una vacuna.

 

Sin embargo, más allá de esos datos generales, coloquemos el foco en términos geopolíticos. El coronavirus exige un esfuerzo mundial, lo cual, asimismo, se ve dificultado por la presencia de gobiernos e imaginarios anti globalización tan instalados en el mundo de hoy. Es una enfermedad que se propaga rápidamente por aeropuertos, centros turísticos e intercambios cotidianos entre personas en ciudades. Y que llama a los países centrales del mundo (algunos directamente afectados por el virus como Estados Unidos, Italia y España) a aportar soluciones articuladas poniendo presupuestos, recursos técnicos y visión. Así las cosas, constituye un desafío a la gobernanza global (buena parte de la misma estancada en caducas dinámicas post segunda guerra mundial del siglo XX) que habrá de impulsar replanteamientos y reconfiguraciones en la misma. ¿Quién o quiénes hablarán por los latinoamericanos y caribeños en esos espacios que se abrirán?

 

Por otro lado, el pasado viernes 7 de marzo se cerraron sin acuerdo las negociaciones entre Rusia y la OPEP que tenían como objetivo reducir la producción mundial de crudo ante la disminución de la demanda provocada por el coronavirus. Lo cual el pasado domingo provocó una caída del precio del petróleo del 30%. Y hay que situar en un contexto geopolítico esta caída. Los tres principales exportadores de petróleo del mundo son Estados Unidos, Arabia Saudita y Rusia, en ese orden. A partir de septiembre de 2019, Estados Unidos comenzó a exportar más petróleo que el que importaba convirtiéndose así en exportador netoiii.Sitial que alcanzó, en gran medida, debido a la política del presidente Donald Trump de incentivo a la producción petrolera por medio de la extracción por fracturación hidráulica -petróleo de esquisto- con fines de que las petroleras estadounidenses aumentaran su cuota de mercado mundial. El presidente norteamericano, un ignorante que desdeña la ciencia, apoyó a los productores de esquisto aun a sabiendas del negativo impacto ambiental de este tipo de extracción petrolífera. El supremacismo trasnochado y lineal de Trump, le indicó que lo importante era cumplir su promesa de convertir su país en “autosuficiente” en cuanto a hidrocarburos.

 

Empero, el problema con ello es que el petróleo de esquisto tiene un alto costo de producción. Mientras que países como Rusia y Arabia Saudita, por la capacidad instalada y el tipo de petróleo extraído, producen a mucho menor costoiv. Para que sea rentable el petróleo norteamericano de esquisto, el precio de referencia mundial debe rondar no menos de los 50 dólares aproximadamente. Actualmente, cuando Rusia y Arabia Saudita, al menos en el corto plazo, se lanzarán a una guerra de precios, el precio del barril no subirá de los 40 dólares indican expertos. La caída del domingo -de 30%- lo ubicó en torno a los 35 dólares.

 

Detrás de esta disputa rusa y saudita se podría entrever el interés de los rusos de golpear la producción petrolera estadounidense; algo que desde 2014 no se hacía. Lo cual tiene que ver con una clave geopolítica que la podemos encontrar en las sanciones a Rosneft (principal productora rusa gestionada con capital público y privado y participación internacional) que puso la administración Trump “por la relación comercial” con Venezuela. Rusia lo denunció como una jugada para quitar cuota de mercado a sus productoras de crudo. Desde un punto de vista estrictamente comercial, no se explicaría la postura rusa de negarse a límites en la producción; lo que en el corto plazo llenará el mercado de petróleo barato y a descuento por parte de Arabia Saudita quien tiene mayor capacidad instalada (ARAMCO, la principal productora saudita, puede ser rentable con el barril a 30 dólaresv). Pero sí se explica como una medida geopolítica para golpear las petroleras norteamericanas que, además de estar altamente endeudas (es decir, financiarizadas), sustentan sus cuotas de mercado en el esquisto que es caro de producir. Entonces, los rusos, a la vez que provocan un reordenamiento del mercado mundial donde perderían al corto plazo, pero ganan al medianovi, provocan rupturas a lo interno de E.U con los productores presionando al gobierno de Trump ante las pérdidas que sufrirían. Rusia, en ese contexto, estaría jugando fichas geopolíticas a partir de su política de producción petrolera.

 

En cuanto a América Latina y el Caribe, esta guerra de precios del petróleo, en medio de la crisis del coronavirus, golpeará nuestras economías significativamente. Y ya se está viendo con las caídas de las monedas de México, Chile y Perú. El golpe es doble porque son economías que dependen de la exportación de materias primas a China, cuya productividad estará a la baja los próximos meses por ser el foco del virus. Y, por otro lado, son economías donde la exportación de hidrocarburos es una de las principales fuentes de divisas. Venezuela, cuya capacidad de captar divisas de por sí está en el piso por las sanciones imperiales y por la ineficiencia de su propio gobierno, probablemente será muy golpeada. No obstante, si Rusia logra reordenar el mercado petrolero al margen de la OPEP, siendo Venezuela socio estratégico ruso en el plano geopolítico, posiblemente ganará al mediano plazo. La mayoría del resto de países de la región, ajustados a la política imperial estadounidense, no podrán decir lo mismo y por tanto estarán en mayor riesgo. Los pesos pesados del mundo están disputando fuerte. Y América Latina, con esta mayoría de gobiernos de derecha tontamente serviles al imperialismo norteamericano, no tiene voz propia en estas disputas.

 

Así, llegamos al punto central de este análisis, que es repensar la integración regional para poder tener peso en la geopolítica mundial. A fin de construir mecanismos de integración que nos permitan tener una voz propia en los espacios y coyunturas donde se dirimen las grandes problemáticas y disputas globales en el mundo de hoy. Lo cual pasa, en primer lugar, por una mirada crítica a estructuras integracionistas que, en la pasada década, bajo mayoría de gobiernos progresistas, se impulsaron en la región. Tales como UNASUR, CELAC y ALBA. Hoy día, cuando la realidad ideológica de la región es la inversa, esto es, mayoría de gobiernos conservadores, estas estructuras están prácticamente muertas. Bastó que, a partir de 2015 con el triunfo de Macri en Argentina, comenzara la restauración conservadora latinoamericana para que, en muy poco tiempo, se destruyeran estos organismos. Que sí eran importantes por su potencial y proyección al futuro en el sentido de proveernos de espacios donde resolver problemas regionales; crear mecanismos formales de gobernanza regional; y desde los cuales tener una voz con la que posicionarnos como bloque en el mundo. Un mundo actual en el que la política mundial se define desde bloques regionales. Y, por otro lado, marcado por disputas geopolíticas entre Estados Unidos contra China y Rusia y otras potencias emergentes.

 

En ese sentido, debemos superar estructuras como la OEA con su sesgo pro estadounidense -debido a la historia de su creación- y al hecho de que más del 60% de su financiamiento depende de Estados Unidos; lo que evidentemente limita su capacidad de acción autónoma. Y ya vimos cómo la OEA, dirigida por un siniestro personaje como Luis Almagro, un trasnochado derechista empantanado en visiones caducas de guerra fría, puede ser un instrumento tan destructivo y polarizador impulsando golpes de Estado contra gobiernos de izquierda, al tiempo que solapando represiones brutales en otros países de gobiernos conservadores amigos. La OEA no puede ser parte del futuro de la integración regional porque no fue hecha ni funciona en función de nuestros intereses latinoamericanos. Es un organismo neocolonial que más crea problemas de los que resuelve. Y que, por tanto, impide que construyamos una visión de bloque regional más allá de las diferencias ideológicas entre gobiernos.

 

Debemos superar, también, la incidencia de gran parte de nuestras élites las cuales conservan visiones de subordinación ideológica hacia Estados Unidos (lo cual evidencia una gran inmadurez cultural e histórica); y que a lo interno de nuestros países bloquean, desde su influencia mediática y en tanto propietarias de medios de producción y sectores bancarios, cualquier apuesta de integración soberana que se proponga. Lo hacen desde un sentido común muy instalado, según el cual hablar de soberanía y antiimperialismo es sinónimo de “chavismo” o “marxismo”. Eso debe desmontarse hacia visiones incluso más de tipo pragmáticas: es decir, la integración regional en clave de soberanía y sin injerencia imperial para impulsar una agenda de intereses propios, no se trata de derecha o izquierda, sino de sobrevivencia en un mundo actual en el que ningún país latinoamericano tiene el peso específico suficiente para negociar por sí solo con las grandes potencias.

 

Hay que trabajar mucho desde la superestructura cultural generadora de sentidos e imaginarios, así como desde la política formal, para generar consensos dentro de nuestros países, y a su vez regionalmente, dirigidos a la creación de esos mecanismos de integración soberanos. Articulando universidades y sectores del conocimiento de cara a la participación latinoamericana en debates y pugnas globales referidas a ámbitos centrales del mundo de hoy como son la inteligencia artificial, ingeniería genética e internet de las cosas. Tenemos con conjugar todo aquello desde entendidos políticos de soberanía regional amplia y superadora. Es la única forma de que tengamos, por fin, voz propia en el escenario mundial actual y futuro. Para que dejemos de ser enanos geopolíticos que sólo consumimos conocimiento sin producirlo articuladamente; que sólo tenemos cierta fuerza si nos aliamos con otras potencias; donde vienen chinos, rusos y el viejo imperialismo norteamericano a trazarnos líneas ajenas a nuestros verdaderos intereses; y que crisis como el coronavirus y de los precios del petróleo no tenemos mecanismos para enfrentarlas coordinadamente.

 

Notas

https://www.alainet.org/pt/node/205185
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