Nervios de acero

08/05/2019
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 venezuela se respeta
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El 30 de abril, la intentona putschista de Juan Guaidó y la pandilla de sicópatas que rodea al presidente Donald Trump en la oficina oval fue otra operación de guerra sicológica contra el gobierno constitucional y legítimo de Nicolás Maduro en Venezuela que exhibió el miserable papel manipulador y antiético de los corporativos mediáticos hegemónicos de Occidente, apuntalados por la guerra en redes de la Agencia Central de Inteligencia y el Pentágono mediante cuentas falsas que subieron videos adulterados y otras argucias afines a las acciones comunicacionales simbólicas.

 

Abortado a media mañana el “golpe militar de Guaidó”, luego “cívico-militar” (sic), tras develarse como falso el control de la base aérea castrense La Carlota, en Caracas, por un puñado de oficiales alzados −así como la defección “sin confirmar” (sic) de otros “mandos militares” en varias guarniciones del país−, según la transmisión en tiempo real de la cadena estadunidense CNN en español del magnate Ted Turner −señalada por la fabricación de noticias falsas y ser funcional a la diplomacia de guerra de Washington−, la puesta en escena del control de daños estuvo a cargo de John Bolton, director del Consejo de Seguridad Nacional de la administración Trump, quien desde los jardines de la Casa Blanca intentó seguir embaucando al mundo con una narrativa tóxica y patrañas propias de la Guerra Fría.

 

Como parte de las operaciones sicológicas (psyops) adscritas a la política de “cambio de régimen” del Pentágono y los servicios de inteligencia de EU, con el correr de las horas la campaña de rumores, noticias falsas (fakenews) e intoxicación (des)informativa del mentiroso serial John Bolton y sus compinches −entre ellos el ex director de la CIA y actual secretario de Estado, Mike Pompeo, el criminal de guerra convicto Elliott Abrams y el senador Marco Rubio−, deslizó que el presidente Maduro tenía un avión en la pista listo para exiliarse en La Habana (semejante al embuste lanzado en su día sobre el presunto escape del mandatario sirio Bashar al Assad a Moscú), pero “los rusos” lo disuadieron, seguida de la versión divisionista de que el golpe se desmoronó porque el ministro de Defensa, Vladimir Padrino, el presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno y el jefe de la Casa Militar, Rafael González, “no cumplieron su palabra”. Dijo Abrams: No atendieron sus celulares, pero ya había un documento firmado para la transferencia de poder a Juan Guaidó.

 

A su vez, Bolton acusó a “los cubanos” de participar en operaciones de inteligencia y asesoría militar, de “controlar” a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y “blindar” al gobierno venezolano, aderezado con la presencia de “20 mil militares y agentes de seguridad cubanos” en territorio venezolano.

 

Dado el alineamiento de la canalla mediática internacional a los dictados de Washington, los bulos se hicieron virales fuera de Venezuela, generando una conmoción superior a la percepción de los venezolanos. Total, que la del 30 de abril fue otra jornada de revolución de color teledirigida desde la Casa Blanca, y más allá de su fuerza ideológica corrosiva, la escaramuza golpista no tuvo su correlato en capacidad militar ni popular. Si acaso, sus logros fueron que el “tutor” de Guaidó, Leopoldo López, cambió de casa por cárcel a embajada por cárcel, y la traición del general de división Manuel Ricardo Cristopher Figuera, director del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), quien facilitó la fuga de López y pasó a la clandestinidad, lo que demuestra cierto grado de cooptación entre los agentes encubiertos de Estados Unidos en Caracas.

 

Persiste una incógnita

 

No quedan claros cuáles fueron los verdaderos objetivos del golpe. Sacrificados Guaidó y López en la coyuntura, y debido a que difícilmente el Congreso le autorizará una intervención militar directa convencional en Venezuela, la administración Trump podría girar ahora hacia una tercerización del conflicto, vía la opción mercenaria de la empresa militar privada estadunidense Blackwater, combinada con una guerra por delegación desde Colombia bajo la pantalla del presidente Iván Duque, monitoreado desde el terreno por el embajador designado de la administración Trump en Bogotá, Philip Goldberg, brindando el necesario apoyo logístico y de inteligencia.

 

En ese contexto se inscribe la declaración del fundador de Blackwater, Erik Prince, sobre un acontecimiento dinámico en curso –dirigido a romper el punto muerto en que se encuentra el país desde enero, cuando el diputado Guaidó se autoproclamó presidente encargado−, que mediante un enjambre de acciones encubiertas y directas podría generar condiciones para implantar un ejército mercenario de 5 mil hombres, con mano de obra latinoamericana, principalmente colombiana y chilena. De ser aprobada su nominación por el Senado, a ese esquema se sumaría el embajador Goldberg, quien jugó un papel principal en la desintegración de la ex Yugoslavia en los años 90 y en 2008 fue expulsado de Bolivia acusado de promover la división y conspirar contra el gobierno de Evo Morales.

 

De allí que frente a una eventual intensificación de la guerra sicológica de desgaste, que intentará seguir minando la unidad de la Fuerza Armada y la Guardia Nacional bolivarianas con las milicias populares del chavismo bravío, sólo queda refrendar, con Nicolás Maduro, “la movilización popular para la paz y nervios de acero”.

 

Fuente: Diario La Jornada

 

 

https://www.alainet.org/pt/node/199711
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