En la encrucijada de una perversión ilimitada
- Opinión
¿Qué mal hicimos los pobres de este país llamado Honduras para ser expoliados, humillados con tanta perversión?
El origen de todo este encono, inquina y rencor reside en que un día un presidente quiso consultar al pueblo si deseaba instalar una Asamblea Constituyente para redactar una constitución que reparara todos los entuertos e injusticias constitucionales contra los pobres ciudadanos hondureños.
Y entonces desde el mismísimo centro del poder imperial se desplazaron a la capital de la república para conspirar contra aquella interrogación salida de a saber qué enfebrecida mente disparatada que podía poner a Honduras en su rol de catapulta del chavismo comunista, y además, como acápite del castro comunismo que engullía niños y quitaba propiedades a diestra siniestra, y además, que en tan desaforada locura pudieran ir a instalar los habitantes de los barrios marginales en las mansiones de los árabes, o de los mestizos dueños de la economía nacional y de los medios de comunicación más importantes.
Un pavor del tamaño del sol se apoderó de Washington, imaginando que sus bases militares iban a ser nacionalizadas y expulsadas del territorio hondureño e inmediatamente movilizó a una casta, mafia, pandilla de renegados cubanos anticastristas, unidos a la Central de Inteligencia que monitorea desde Miami las desviaciones de su modelo neoliberal que posee como norma explotar a los pobres para enriquecer sus bolsillos particulares, denominados bancos financieros que procuran el enriquecimiento lícito e ilícito de toda la industria que apoyan y estimulan en los países pobres.
Y así, reunieron banqueros, industriales, cúpulas partidarias, fuerzas armadas, iglesias, en fin, hasta intelectuales, periodistas, medios de comunicación, para que de inmediato pusieran fin a tan horrorosa proyecto popular y democrático, pues, si aquello hubiese seguido su curso normal, iban a perder hasta el conocimiento, y ponían de ejemplo a Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Y de este modo, reunidas todas las fuerzas de la perversión más inimaginable que el poder fáctico y mediático pueda pensarse, defenestraron al gobierno de la consulta popular, el gobierno más democrático elegido de que se tenga noticia en el sistema político hondureño.
Y de inmediato escogieron a los títeres necesarios para tal fin, un pobre y derrengando mental presidente del Congreso nacional que repartía las más desusadas sandeces en sus alocuciones públicas para que asumiera la dictadura política y económica.
Enfermos como estaban y como los dejaron los gusanos de Miami, hasta recogieron dinero para asesinar al presidente de la república a quien querían declarar loco, e inventar su renuncia mediante una firma imitada de su caligrafía, pero vieron que no era posible parodiar aquella vuelta barroca de sus grafías firmantes.
De modo que se inventaron el cuento de nunca acabar: la sucesión presidencial que dicho sea de paso se ha repetido en la figura de Lobo Sosa y Hernández Alvarado, quienes se dieron a la tarea de establecer una república paralela en su institucionalidad, de donde desaparecieron al Estado de Derecho, a las leyes matrices, y pusieron en aquella canasta de combos enfermizos, todo un neoliberalismo que fuese capaz de pagar el dinero invertido para el golpe de Estado y la recompensa por no haber matado al presidente tal como se había convenido secretamente.
Y así, entonces, desde la oscuridad de la presidencia del Congreso Nacional, un ser oscuro, diminuto, como un confite en un cumpleaños infantil, tirado de la piñata estatal, un abogado de marras, soñaba ser Hitler en una olvidada república bananera. Así que sin que ni siquiera se dieran cuenta sus acólitos, fue diseñando un poder absoluto, donde nadie pudiera moverse hacia su derecha o izquierda, adelante o atrás, arriba o abajo.
Sus mentores eran pobres niños de pecho sin leche. Y como un personaje de misterio, escondido tras bambalinas, fue erigiendo las leyes más absurdas que la república pudiera imaginar.
Así que construido su castillo blindado de leyes espurias, asumiendo un liderazgo que nadie podía contener —con su sonrisa y palabra aquietada, aterciopelada por una malévola mente de desquicio lúcido— se erigió en menos que canta un gallo, en el ungido único del Partido más conservador que el mismísimo Tiburcio Carías a quien admira mucho por su palabras mágicas de encierro, destierro y entierro.
Y así con aquellas mismas fuerzas originarias del golpe, a nivel local y apoyado por Washington, la dictadura ha sido afinada en todo lo posible.
Es como cuando se quiere cazar al huidizo e inteligente ratón que asola los hogares domésticos, al cual se ponen trampas por aquí y por allá, se le colocan gatos voraces, venenos eficaces por toda ranura, rincón o hendijas accidentales.
Realmente vivimos en la encrucijada de una perversión ilimitada.
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