Lo mejor y lo peor

09/06/2017
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La vida está anudada con la muerte, son indisolubles. Desde que se nace se empieza a morir poco a poco acentuándose más a medida que avanzan los años, los órganos van perdiendo su capacidad de funcionamiento. La muerte es vida vivida, la vida es muerte que viene incluso que camina. Vivir es morir lentamente. Vivir es pasar el tiempo muriendo un poco. La vida se va gastando en lo más deseado y placentero. La vida es infinita mientras que la muerte no haya llegado. Incluso hay vida hasta en la muerte, en su putrefacción florecen miles y miles de organismos, entonces, en términos estrictos no existe la muerte, sólo es un estado, una condición, quizá la forma del ser particular desaparece pero para dar paso a otras formas de existencia. Cómo olvidar que nacemos entre heces y orina. La vida es transformación continua, pronto, más temprano que tarde seremos polvo cósmico. La vida es relación con el medio que nos rodea y es permanente confrontación con el conjunto de normas o simbólicas que se dan en la sociedad.

 

Pero ¿por qué y de donde viene tanto alboroto por la muerte? Por lo demás la vida y la muerte se definen más en la misma palabra vida. Pero ¿realmente morimos? Nadie experimenta la muerte, nadie que está muerto es consciente de su inexistencia. La muerte es ante todo la muerte del otro. Nadie tiene consciencia de que está muerto (Pierre Zaoui). Morimos un poco con la muerte del otro a quien amamos, recordemos que nos amamos en el otro quien nos reafirma en lo que somos, en lo que queremos ser. En sí la muerte es exterior. Pero el meollo está en que desde temprana edad se enseña que la vida es rosa y su meta es la conquista del paraíso, de un más allá, de una vida de ultratumba que se logra con sacrificios, con sufrir en vida para poder lavar los pecados y así lograr buen pasaporte a otro mundo de querubines. La historia es ampliamente conocida, la misma que enseña sacrificios, prorrogar los deseos en especial los libidinosos, los de una economía erótica, es el mundo de las privaciones de gustos y placeres, evitar el mundo del pecado y optar por lo ascético, por lo pretendido puro. En estas tensiones, en estas pulsiones se viven y cada quien las administra según sus costumbres o según su irreverencia o su neura.

 

Pero la verdad sea dicha, el mundo real en el que vivimos no es ni ordenado, ni organizado ni predecible. Se vive para lo mejor y para lo peor. Vamos caminando por la vida y cuando menos pensamos todo se ha destornillado, todo se ha roto en mil pedazos como cuando se cae la vajilla, todo se ha vuelto un caos. No hay vidas planas, todas tienen subidas y bajadas, todas experimentan vértigos y alegrías. «La vida es clara, undívaga y abierta como un mar». Entonces no ha de sorprender que aquel modelo de esposo, hombre probo e irreprochable, un día su esposa se despierta y tan sólo encuentra sobre la mesa de noche una simple nota que dice: el amor se ha marchitado. Deja todo, esposa, hijos, trabajo, su instinto rebelde lo guía a otros mundos en busca de satisfacción.

 

Aquel otro hombre de familia feliz y radiante, un día se levanta, un beso rutinario de despedida y luego va a la plataforma férrea y se lanza al imparable tren. Todo terminó para él, ni tan siquiera la muerte deseada la pudo vivir, la pudo sentir, bastó un golpe para irse y jamás volver. A decir verdad quienes experimentan la muerte son los vivos, quienes sobreviven a la pérdida del ser amado. Nadie es consciente de su inexistencia, su ausencia la lloran los deudos, los presentes que se sienten desgarrados porque se les fue un trozo de vida. El miedo a la muerte es una respuesta natural a la reafirmación de la vida. Se tiene miedo es al derrumbe de la vida, se tiene miedo a no poder ser digno de vivir. Es un miedo bello que tenemos de sobrevivir a quien amamos o privarlo de nuestra presencia, entre otras cosas es el amor esa forma extraña que hace que nos fundamos en el otro.

 

A Fitzgerald lo criticaban porque llevaba una vida ruinosa, culpaban a su mujer de arrastrarlo por el alcoholismo, pero nadie se percató que pasar por allí fue condición necesaria para escribir las páginas más bellas de la literatura universal, Fitzgerald creó sus mejores páginas bajo el grado del alcoholismo. Ni mejor ni peor, simplemente una vida vivida, una elección en la cual se sentía grados de satisfacción visitando sus abismos de la psicodelia, viviendo su propia grieta. Fue su experiencia particular. Nos gusta la definición de Fitzgerald de que la vida es un proceso de demolición. Vivir bordeando la grieta a punto de caer al abismo. Las vidas se viven de acuerdo a las sensaciones que nos parezcan mejores, son de cada quien, y juzgarlas es un acto privado, pues precisamente es la libertad de vivir en lo mejor y en lo peor.

 

Mauricio Castaño H.

Historiador

Colombia Kritica


 

https://www.alainet.org/pt/node/186075

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