El Nobel de la Paz a la Unión Europea nos recuerda lo que somos
11/10/2012
- Opinión
Así somos y así nos ven: paz, reconciliación, democracia y derechos humanos en el Viejo Continente y en el Mundo. En el fondo y en la superficie, eso es en realidad la Unión Europea, y no la madrastra mala ni la crisis permanente con que las modas mediáticas han tratado de presentarla a través de un relato machacón que ha ansiado transformarse en discurso único.
Hasta tal punto ha sido así, que defender las virtudes de la construcción europea –sin olvidar sus defectos, por supuesto- ha llegado en estos tiempos a ser calificado como ingenuo, edulcorado, propio de Mary Poppins, en fin, inaceptable para la nueva modernidad euroescéptica y marcadamente anglosajona, aunque se expresara en castellano.
Lo ha recordado con claridad y contundencia el Comité noruego que otorga el Premio Nobel de la Paz al concedérselo este año a la UE. Hay que agradecerle profundamente que lo haya hecho, porque sin duda servirá para que los europeos recuperen el orgullo de haber construido una Unión que es la primera democracia supranacional existente en la historia y el espacio de mayor libertad y progreso del Planeta, en consonancia con la política, la economía, la sociedad y la cultura europeas, decantadas a través de siglos de enfrentamientos pero también de logros individuales y colectivos que son el mejor acervo de la humanidad.
Una UE que tiene problemas y presenta debilidades, por supuesto. Pero sin la que sería imposible afrontar el presente e imaginar el futuro. Una UE que es una unión aduanera, un mercado único y una unión monetaria, desde luego, pero que sobre todo es cada vez más una unión política de orientación federal, como soñaron sus padres fundadores y muchos seguimos trabajando cada día por completar.
Es más, en medio de la actual crisis económica –por cierto, originada en los Estados Unidos- la UE ha demostrado ser un instrumento imprescindible de solidaridad sin el que muchos países (incluida España) no hubieran podido hacer frente a dificultades que, nacionalmente consideradas, se habrían convertido en insuperables. Aunque con nombres a veces indescifrables, la Europa unida ha puesto en marcha canales de solidaridad impensables en otros lugares del Planeta.
Las sociedades del mañana no podrán definirse sin la UE. Da igual que otros crezcan mucho o que los europeos sean cada vez menos demográficamente. Europa es el origen de la democracia y de los derechos humanos y sin su fuerza económica, social, tecnológica y cultural es imposible conformar un mundo justo, equilibrado o, al menos, viable. Millones y millones de seres humanos saben que en su anhelo de libertad y desarrollo tienen su mejor –y, a veces, su único– aliado en la Unión.
El Nobel de la Paz otorgado a la UE va para los padres fundadores, para la ciudadanía europea, para los estados miembros –incluyendo a esta España que tanto ha dado desde 1986 a la construcción europea y que tanto ha recibido, no lo olvidemos-, para las instituciones comunitarias (el Parlamento, la Comisión, el Consejo, el Tribunal) y para lo que representa este esfuerzo colectivo: una unión de valores para garantizar derechos.
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