Consideraciones sobre la década integracionista
- Opinión
En el subcontinente americano hubo un viraje. Comenzó la búsqueda de un rumbo distinto al que habían diseñado los fundamentalistas del declinante verbo liberalista. Ya van 10 años de la reaparición en la escena pública de la sociedad civil y movimientos sociales. Prematuramente “enterrados” por las elites continentales y sus articulaciones mediáticas. El ritmo cerrado adquirido por el proceso de cambio en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Brasil es intenso, ha determinado otras correlaciones de fuerzas internas y la desvinculación creciente de la ex potencia hegemónica. Es tiempo de reflexión para evaluar el camino recorrido y vislumbrar el rumbo esencial - sin doctrinarismo -, mientras a Cuba llega el “trabajo por cuenta propia”, y casi un millón de trabajadores tendrá que encontrar una solución laboral externa o distinta a la que el Estado ha garantizado hasta el presente.
1. Los “gobiernos nacionalistas” o integracionistas se dividen en dos grupos: los que pasaron por una Constituyente, y aquellos que tuvieron que conformarse con precarias mayorías, ensambladas con juegos políticos acrobáticos y soportar el factor más limitante para el avance de los procesos de cambio: el marco legal del Estado minimalista labrado por los adalides del “consenso de Washington”. Donde se lograron nuevas Constituciones se obtuvieron mejores resultados en la redistribución de la renta y participación de los sectores tradicionalmente excluidos del manejo del Estado. Argentina es una demostración. Allí ni siquiera se pudo aplicar un impuesto a la agro-exportación y los terratenientes estuvieron a punto de crear una gran conmoción social anti-gubernamental.
2. Con las nuevas Constituciones en Venezuela, Bolivia y Ecuador se logró poner bajo la potestad del Estado, los recursos hidrocarburíferos y de otras materias primas y asegurarse medios para financiar políticas de corte social e inaugurar el retorno del Estado social. En Brasil, se concretó en un cheque a las familias más necesitadas que pudieron entrar en la esfera del consumo, además de impulsar un ciclo virtuoso fundamentado en la explosión productiva agroalimentaria y el ingreso en los círculos de las potencias mundiales del petróleo. Este auge económico confirió una fuerza impactante a Lula, a pesar de la falta de una mayoría parlamentaria, y pone a los gobiernos integracionistas suramericanos a ostentar el estatus de primer polo energético del continente. Al otro lado queda el polo declinante México y Canadá.
3. El gobierno de Argentina ha resistido a los embates externos e internos porque se ha podido valer del apoyo irrestricto del entorno regional sudamericano, y podemos afirmar que es la prueba fehaciente de la existencia del bloque regional en vía de consolidación. La desaparición de las tradicionales fricciones con Brasil superando la menguante y paralizante competencia propia del viejo MERCOSUR, dio lugar a una mayor solidaridad y complementación, sobre todo frente al yugo del FMI. Vale la pena recordar el préstamo de 5.000 millones de dólares a bajo interés y sin ninguna condición política de parte de Venezuela. Todo esto, determinó la salida del FMI del hemisferio sur y su trasmigración a otras latitudes. Resultado de ello son los estragos provocados en la dicha “Unión” Europea, cuyas elites se han entregado al cuidado de sus garras.
4. ¿Venezuela va por la vía estatista? Hay elementos prevalecientes que – en los últimos dos años– parecen indicarlo. ¿Eso se debe a una opción preferencial ideológica del grupo dirigente? No creo, no es solo eso. ¿Pudiera ese grupo proceder a rajatabla a la nacionalización de sectores estratégicos sin las arcas llenas? Sin los impuestos pagados por las multinacionales petroleras – crecidos 210 veces en relación con el pasado - difícilmente se podría expropiar (con indemnización) al sector bancario controlado por el Grupo Santander. ¿Ideología? ¿O es resultado de la fuerza material de lo acumulado en el Banco Central? Es más, éste ha sido oportunamente sustraído del dogma de la “autonomía”, vale decir, de su alineación con los foráneos centros financieros globalizadores.
5. Tal vez, ambos factores combinados, han permitido el control del Estado venezolano sobre importantes sectores de la economía, 45% del sistema financiero, y autonomía monetaria. Frente a la parasitaria minoría compradora -adicta a la especulación usurera-, a la práctica de acaparar y formar carteles, no hay muchas opciones. Mientras la industria internacional automotora cerraba sus plantas y las ventas se desplomaban, los importadores venezolanos cartelizados, vendían los carros a precios triplicados. Las desproporcionadas ganancias del cartel comprador nunca lo estimulará a invertir para producir y convertirse en burguesía moderna. ¿Para qué complicarse a producir cuando importar y vender permite acumular más y con más rapidez? Quebrar esos monopolios que niegan la competencia normal del mercado capitalista y la multiplicidad de la oferta, se vuelve una tarea indispensable que puede protagonizar sólo el Estado. Con toda las implicaciones negativas que conlleva.
6. La hegemonía oligárquica conformaba un control social que moldeaba una economía unidireccional hacia el centro imperial de turno. La tarea asignada era producir todo aquello que la gran metrópoli requería: todo tenía que ser exportado en la península ibérica o en los EEUU. En contraprestación todo lo que se importaba tenía que ser comprado allá. Para garantizar esto, la oligarquía aceptaba conformarse con una fracción del poder económico y se dejaba imponer todo lo demás desde afuera. Esto implicaba la explotación máxima del campesinado y de los demás sectores subordinados.
La nueva hegemonía social popular presupone de inmediato la integración en un bloque regional con creciente autonomía, con intereses ya divergentes o antagónicos con el bloque occidental cobijado bajo la bandera militar de la OTAN.
Ésta es la condición sine qua non para que pueda consolidarse la participación protagónica de los pueblos y el apoderamiento cognitivo y material de la institucionalidad, y plegarla al nuevo proyecto de sociedad: que pone el ser humano por encima de la economía.
7. Sobre el “anti-extractivismo”. Ningún gobierno integracionista presentó en su oferta electoral este planteamiento fundamentalista por la sencilla razón que –tal vez– ni siquiera existía como tal. Se trata de una postura ultra-minoritaria, subterránea, más minoritaria que la antigua y seglar reivindicación del igualitarismo perfecto o matemático. Creo que hoy en día el anti-extractivismo sería posible imponerlo solo con la fuerza, al estilo de aquellas dictaduras positivistas que en los albores del siglo pasado (XX) quisieron imponer el “progreso”, como don Porfirio Díaz.
No se debe subestimar la importancia futura de estas temáticas. Aún me parece más serio el planteamiento del “decrecimiento”. Pero, hoy son elaboraciones que están pasando de los teóricos a la academia, con una incipiente irradiación a los cuadros intelectuales y a la dirigencia social. Por esto mismo, no pueden ser trasformada en programa político gubernamental, ni generalizada sin los oportunos filtros. Los movimientos sociales involucrados directamente y en primera persona en los desastres que causa la minería salvaje a cielo abierto, son los únicos actores legítimos a pronunciarse sobre esto, en sintonía con las respectivas comunidades. Se hace necesario distinguir la contra-cultura de la política y el fundamentalismo elitario primer-mundista de los verdaderos intereses comunitarios.
8. El socialismo, que lo queremos o no, al final es históricamente un producto social que se estructura sobre una economía cuya columnas son monopolios estatales. La desaparición forzosa del latifundio, de aristocracias y oligarquías, que permitió el inicio de la industrialización sin burguesía, no significó ni igualitarismo ni socialización. En los países “socialistas” la abolición jurídica de la propiedad privada y de los medio de producción no pudo impedir la formación de un nuevo sector privilegiado, aquel que detentaba el poder de planificar el funcionamiento de las fábricas y de la instituciones. Se le ha definido de diferente manera: tecno-burocracia, nomenclatura, nuevos mandarines u otros, para indicar que estos gozaban de una condición diferente de las mayorías ejecutoras.
Establecido esto, dos anotaciones: finalmente, todo es relativo al periodo histórico y al contexto nacional; no puede existir un “socialismo” sin un referente nacional. (o que tenga como valor absoluto la esencia talmúdica de las bibliotecas).
Estamos asistiendo a una curiosa esquizofrenia conceptual: definir o caracterizar lo nuevo que está en gestación con categorías, esquemas del siglo XIX y XX. Es una moda importada de Europa y – además - banalizada a nivel de jerga o neo-lengua excluyente. Hablar de “socialismo” se ha convertido en el abandono del terreno de las contradicciones de la vida cuotidiana, renunciar a hablar de cosas que tengan nombre-apellido-apodo para sustituirlos con una etiqueta “global”. Sobretodo, nos regresa al pasado histórico y nos aleja del presente, remplazando el pragmatismo con el dogma, cuando vemos que todos los “ismos” han sido enterrados. Comenzando por el liberalismo.
El neoliberalismo contemporáneo no ha creado nueva empresa ni nueva producción. Simplemente se limita a comprar y fusionar lo ya existente, con preferencia a los bienes estatales. El nuevo “socialismo” evidencia una similar tendencia, y compra los aparatos privados, para gestionarlo en forma “diferente” pero en gran medida con la misma lógica.
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